“Ojalá que sean campeones, pero ya logramos lo más importante: sacarlos de la calle” – GENTE Online
 

“Ojalá que sean campeones, pero ya logramos lo más importante: sacarlos de la calle”

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En esta historia, la del boxeador Pedro Daniel Franco (39), rebautizado Ringo desde su primera pelea, hay muchos rounds: no menos de cuatro mil. ¿Imposible? No: posible y rigurosamente cierto. Porque Pedro, entre combates como amateur y como profesional, se batió 143 veces, pero desde el ’93 hasta hoy dirige el Ringo Boxing Club en su barrio, el humildísimo La Unión de San Francisco Solano (Quilmes), calle 891 al 2300, donde cada día se calzan los guantes 68 bravos varones de 8 a 25 años para aprender todos los secretos del arte de los puños y las remotas reglas del marqués de Queensberry. Pero no sólo boxean: allí, chicos pobres, “en situación de riesgo, marginalidad, emergencia –define Pedro– salen de la calle y se alejan de la violencia, las adicciones y el delito” (remarca, apasionado), son casi una familia. Aprenden códigos (“sobre todo el de la solidaridad”, apunta), desayunan, almuerzan, meriendan, tienen las puertas abiertas a toda hora, “y recorren un camino que los hará mejores personas”. A las cuatro de la tarde, bajo un techo de chapa que parece lanzar fuego –más de 40 grados–, entre el ruido de los guantazos y los latigazos del salto a la soga, le pregunto por qué, y también, aunque sin guantes y fuera del ring, me da una sencilla lección: “Porque la gimnasia los disciplina, los cansa, y al cansarse se les va lo malo, la agresividad, y les da seguridad para la vida. Si de algo estoy orgulloso es de haberlos cambiado como personas”.

ACTA DE FUNDACION.En marzo de 1993, por iniciativa de Pedro Franco y familia, sobre un terreno de 21 metros de fondo cedido por Guillermo Franco (el padre de Pedro, 66), se construye un techo provisorio con maderas y chapas, inaugurando así el gimnasio Ringo Boxing Club. El ring, los guantes y demás elementos son donados por Pedro Franco. Recién en 2001, con mucho esfuerzo, se reconstruye el gimnasio con paredes de material, se agranda, y empieza el comedor, con la copa de leche una vez por semana, y después tres veces…”.

Doble o triple cruzada. Porque no hay dinero, salvo el que aporta toda la familia Franco. Porque la calle 891 era de tierra entonces y sigue de tierra hoy, doce años después, “a pesar de que en los planos… ¡figura como asfaltada hace más de veinte años! Claro, no es fácil entrar, y menos cuando llueve…”, dice Pedro. Porque mantener vivos y de pie los dos comedores, Angelitos Quilmeños y San Gabriel, donde cada día desayunan, almuerzan y meriendan 135 almas, no es fácil, “y tampoco podemos anotar más gente, como quisiéramos, porque tendríamos que bajar las raciones”, se lamenta Andrea Franco (29, un hijo, hermana de Pedro y coordinadora de los comedores). Pero hay más luz que sombras porque, según Andrea, “los chicos dicen que esto es una familia. Todos se preocupan por todos. Los que ayer eran muy chiquitos hoy me ayudan en los comedores y ya no están en la calle, porque la calle está muy jod…”.

PEDRO, EL CAMPEON.Los Franco somos correntinos y de buena crianza de campo, pero guapos y peleadores. Yo tenía ocho o nueve años cuando lo vi pelear a Monzón, no me acuerdo con quién, y eso del boxeo me gustó, y me dije que si yo tenía el coraje de los Franco iba a pelear, pero por plata. A los catorce, a pesar de la oposición de mis padres, empecé a entrenarme. Pesaba 86 kilos, era bastante gordito, pero cuando entré por primera vez al gimnasio El Intocable Pedro Pagaburu, el entrenador, dijo: ‘¡Por fin voy a tener un peso pesado!’. Debuté en el ’81 como amateur, con 70 kilos: mediano liviano. Entonces era bueno de verdad… Un año después gané el primer campeonato. Como amateur tengo ocho títulos argentinos, dos sudamericanos, tres veces en Estrella, el Guantes de Oro, y en el ’85 fui declarado el mejor boxeador amateur de la década (el mejor profesional fue Pajarito Hernández). Pasé a profesional y fui Campeón Argentino, Sudamericano y Mundial Fedelatin de la AMB. En total gané 67 por nocaut, 82 por puntos y perdí 15. Tuve mucho nombre, pero no hice plata: apenas para comprarme una casa a dos cuadras de aquí. Pero eso sí: conocí mucho mundo. Peleé en los Estados Unidos, Alemania, Corea, Rusia, Venezuela, Brasil, un montón de países… ¿Hazaña? Una, sí: le gané la eliminatoria para ir a Corea al brasileño Antonio Madureira con la mano derecha fracturada. Soy derecho, ¡pero muy pícaro con la izquierda, ¿sabés?! Tengo coraje, como te dije. El coraje de los Franco. Pero cero agresividad. Te juro que a veces me pregunto cómo llegué a competir, y no me lo explico”.

HOMBRE DE DOS MUNDOS. Pedro (casado con Graciela Rodríguez y padre de Valeria, 18, Juan, 10 y Bárbara, 9), ya retirado y hoy entrenador, oscila cada día entre dos mundos extremos. Pasa largas horas en el ring del modestísimo Ringo Boxing Club de su barrio, y no menos horas como profesor de box del aristocrático Jockey Club de Buenos Aires. ¿Cómo y por qué? Porque un socio del Jockey, Carlos Puiggari, que lo conoció como alumno, vio en él “a un tipo formidable, de códigos, desinteresado, que dedica su vida a sacar chicos de la calle e insertarlos y –lo más difícil– reinsertarlos, luchando contra un medio muy pobre, donde a la mayoría de los chicos nunca les pasa una soga por arriba para agarrarse y salvarse. Entonces lo llevé al Jockey, y un día quise conocer el gimnasio de su barrio. Fui, me enamoré de su obra y, desde entonces, otros socios y yo colaboramos en todo lo que podemos. Falta mucho. Por ejemplo, un ómnibus viejo para llevar a los chicos, porque aunque te parezca mentira, el noventa por ciento no conoce ni el Obelisco. Pero poco a poco avanzamos” (Nota: hoy, Puiggari es vocal suplente de la Asociación Quilmeña Deporte y Salud, nacida hace casi veinte años, con personería jurídica y cabeza de la obra de los Franco).

Promedia la ardiente tarde bajo el techo de chapa. Los 40 grados acaso son ahora 45. Pedro, empapado de sudor, en el centro del ring, guantea, arma una ronda, ordena: “Vamos… vamos… entrar y salir con las piernas… uno… dos… tres… cuatro… cinco… agregamos derecha en punta… ocho… nueve… diez… once… doce… ahora gancho abajo y gancho arriba, bien armados, bien firmes… dieciocho… veinte… veintidós… ¡tiempo!”. Baja y recuerda: “De este gimnasio saqué algunos muy buenos… Ricardo Sotelo, que fue campeón argentino, Alejandro Benítez, Alberto Maciel, que fue a la Selección Olímpica… Y ahora tengo a Jorge Insfrán, que ya está para profesional, y a Ramiro Rodas, que además de boxear juega al fútbol en Quilmes, y no te imaginás cómo… Y en el Jockey, cuando empecé como profesor, había seis o siete alumnos, y hoy son como setenta… No sé si podés ponerlo en tu nota, pero yo tengo mucho que agradecer. A los socios del Jockey que me ayudan para seguir adelante con mi gimnasio, a mis ayudantes, a los voluntarios del Ringo y de los comedores, a…”. No omite nombres, y pide perdón por si olvida alguno “porque no hay nada peor que la ingratitud”.

Empieza a caer la tarde. Del horno de barro salen panes y chorizos, y se multiplican bíblicamente, y los que acaso un día sean campeones (o no: poco importa), sentados en el borde del ring, tienen su pequeña gran fiesta de hidratos y de proteínas, y mañana volverán, y también pasado, y siempre, mientras los que todavía no cumplieron 8 años juegan en el patio y atisban el todavía vedado ring de piso verde y las seis bolsas de arena que penden como enormes frutos, y cuentan los días que faltan para la iniciación en el templo.

Y ése es y será el verdadero título mundial de Pedro Daniel Franco.
 Franco, en el centro del ring, vigila una sesión de guantes de dos de sus alumnos más chicos. Padre y maestro del Ringo Boxing Club y profesor de box del exclusivo Jockey Club, hoy es un gran campeón de la solidaridad.

Franco, en el centro del ring, vigila una sesión de guantes de dos de sus alumnos más chicos. Padre y maestro del Ringo Boxing Club y profesor de box del exclusivo Jockey Club, hoy es un gran campeón de la solidaridad.

 Guillermo Franco, el padre de Pedro, y su equipo de fútbol Angelitos Quilmeños, que todavía no pudo ser inscripto por falta de un terreno. Abajo: Fin del entrenamiento y choripán para todos.

Guillermo Franco, el padre de Pedro, y su equipo de fútbol Angelitos Quilmeños, que todavía no pudo ser inscripto por falta de un terreno. Abajo: Fin del entrenamiento y choripán para todos.

 Pedro, genio y figura, abrazado a la bolsa de arena en el gimnasio “<i>donde, además de boxeo, trato de enseñar códigos, lealtad, solidaridad y todo lo que debe tener un hombre de bien</i>”.

Pedro, genio y figura, abrazado a la bolsa de arena en el gimnasio “donde, además de boxeo, trato de enseñar códigos, lealtad, solidaridad y todo lo que debe tener un hombre de bien”.

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