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"Nunca voy a dejar el fútbol"

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"Vamos a ver a Fidel", dijo Diego. Pocos minutos después, junto a Guillermo Cóppola abandonaba el spa La Pradera a bordo de un BMW alquilado con rumbo al Palacio de la Revolución. Sólo había un problema: la reunión no estaba prevista.
"El comandante no está. Déjanos ver a qué hora vuelve y si puede recibirte. Pueden esperar aquí", explicó un simpático funcionario.
"Seguro que no va a poder", se lamentaba el Diez. Claro, se olvidaba de un pequeño detalle: él es Maradona. 

Una hora y media después, una pesada puerta se abrió. Y apareció Castro. 

-Diego, qué bien estás, chico. ¿Cómo anda Doña Tota? -comenzó Fidel.
-Muy bien, comandante. Vengo a invitarlo a mi partido…
-Es que no puedo por cuestiones de Estado. Pero por qué hacen un solo partido. Organicemos otro en Cuba… 

La reunión fuera de protocolo arrancó a las tres de la tarde del lunes 29 de octubre, y se extendió durante cien minutos de pura charla en soledad. Hablaron de Bin Laden, Bush y la guerra, de la situación económica argentina, de América Latina. Fue entonces cuando el cubano soltó el elogio:

-Oye, Diego, que nadie te diga que no entiendes de política.

Pero también hubo espacio para el fútbol. Y tanto se entusiasmó Fidel, que intrigado por la ley del off side, le pidió al Diez que se la explicara. La entendió tan bien que preguntó una sutileza: 

-Oye, Diego, ¿y qué pasa cuando el balón rebota en un jugador del equipo que defiende?

Luego de escuchar la respuesta, arremetió con otra duda. 

-¿Cuántos pasos hay entre el punto del penal y el arco?
-Depende, comandante. Si son pasos míos, unos doce. Si son suyos, unos ocho. 

Como despedida, Castro le regaló su birrete verde oliva, el tercero en la colección del Diez. Y tras abrazarlo, dijo:
"Hoy aprendí mucho sobre fútbol. Es que fui a las fuentes"· Al día siguiente, Maradona retribuyó con una camiseta argentina dedicada y firmada. No era un día más: cumplía 41 años. Cóppola le tenía preparada una sorpresa: un asado con carne argentina, que hizo llegar desde Buenos Aires. Y el propio Fidel aportó vinos, ron y un servicio de camarones y langosta. 

Diego sopló la velita minutos después de comenzado ese martes 30 de octubre. Lo acompañaban los médicos y los empleados del spa, su fiel enfermera Martalina y su inseparable amigo Cóppola. Dalma y Gianinna le enviaron un mail. Diego hizo clic para abrirlo y entonces se emocionó: una foto de sus hijas apareció en la pantalla de su computadora:
"Son lo más grande que tengo", dijo, acercando su rostro a la máquina. Y agregó:
"El partido es para ellas. La voy a romper". 

Se refería a la fiesta que se vivirá el sábado 10 en ese templo conocido como La Bombonera.
"Será un homenaje, pero no una despedida -explica Cóppola-. Porque Diego nunca podrá despedirse del fútbol". 

Mientras tanto, Maradona se recupera de la artroscopia en la rodilla izquierda, se entrena en tres turnos en el gimnasio de La Pradera y también hace ejercicios nocturnos en la pileta. Su peso se acerca hoy a los 83 kilos, quince menos de los que tenía. Y sueña con entrar a la cancha, el terreno que mejor conoce y que más le gusta. Por eso, le dijo a
GENTE: "Nunca voy a dejar el fútbol".
Así está Diego por el gran homenaje. Aquí, en la Plaza de la Revolución, antes de que el huracán Michel lo obligara a atrasar el viaje a Buenos Aires.

Así está Diego por el gran homenaje. Aquí, en la Plaza de la Revolución, antes de que el huracán Michel lo obligara a atrasar el viaje a Buenos Aires.

Una foto espectacular de Diego y Castro. Fue cuando Maradona le mostró el tatuaje. El anfitrión no podía salir de su asombro. Sobre todo cuando el Diez le dijo: Todos los días, cuando me levanto, lo toco a Fidel. Y cuando me acuesto, al Che: lo llevo en el brazo derecho". La respuesta: "Chico, ¿eso no duele?". "Más o menos", aclaró Diego. Pero Castro insistió: "Es lindo, ¿pero no hay un método más moderno para tatuarse que los pinchazos?". Diego sonrió.">

Una foto espectacular de Diego y Castro. Fue cuando Maradona le mostró el tatuaje. El anfitrión no podía salir de su asombro. Sobre todo cuando el Diez le dijo: "Todos los días, cuando me levanto, lo toco a Fidel. Y cuando me acuesto, al Che: lo llevo en el brazo derecho". La respuesta: "Chico, ¿eso no duele?". "Más o menos", aclaró Diego. Pero Castro insistió: "Es lindo, ¿pero no hay un método más moderno para tatuarse que los pinchazos?". Diego sonrió.

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