“Nos separamos, pero Jose fue mi compañero de toda la vida” – GENTE Online
 

“Nos separamos, pero Jose fue mi compañero de toda la vida”

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Nunca fue José María ni José, salvo en los documentos: siempre y para todos fue Jose, sin acento. Y “para todos” es decir “muchos”. Porque Jaramillo bien pudo alcanzar ese millón de amigos que Roberto Carlos pedía en su famoso tema. De niñez opulenta (su familia materna, los Machinandiarena, fueron poderosos empresarios), furibundo racinguista, maestro asador –de las brasas y las carnes no ignoraba secreto alguno–, astuto jugador de naipes (póquer en lo posible), nocherniego de incansable trajín, saltó a los medios en 1970, cuando enamoró a Lía Soledad Silveyra Urien (Solita, 57), entonces de 18 años pero ya actriz de cine, teatro y tevé de alto rating, y récord absoluto en el ’72 con Rolando Rivas, taxista, junto a Claudio García Satur y con libro del casi mítico Alberto Migré. La historia, especie de Cenicienta al revés, narraba el amor y los avatares de una niña de sociedad –Mónica Helguera Paz– con El Rolo, tachero pintón, bien de barrio (de rioba, mejor), noble corazón, barra incondicional de colegas del volante y largas paradas en humoso cafetín. Es leyenda y muy cierta que los martes a la noche medio país se clavaba ante las pantallas para seguir esa saga en blanco y negro: hasta los que jamás abordaron ni abordarían una telenovela…

EL FLECHAZO. Por entonces, Jaramillo estudiaba Sociología y regenteaba una heladería en La Salada, un parque balneario de cuatro hectáreas entre La Matanza y Lomas de Zamora que, desde los años 50’ ofrecía un milagro: agua salada… a 400 kilómetros de Mar del Plata, y una de las empresas de la familia de Jose.

El y Soledad se conocieron en una reunión social y el galán no perdió tiempo: llamados, ramos de flores... A los cinco días apareció, de traje, corbata y mocasines (look casi obligado en aquellos años) y su bien repartido metro ochenta y cinco, en el set donde ella filmaba Gitano junto a un tal Roberto Sánchez, Sandro… Ese día, la adolescente dama les confesó a sus íntimos: “Lo vi venir y pensé: ‘¡Qué bárbaro!’”. Lo demás fue igualmente veloz: el 11 de octubre del ’70 se casaron; el 12 de agosto del ’71 nació Baltazar; el 30 de diciembre del ’73 llegó Facundo, y en el ’82 se dijeron chau… pero nunca se divorciaron.

Fueron doce años inolvidables. Solita filmó trece películas (incluida la versión en celuloide de Rolando Rivas…, encabezó ocho tiras de tevé y agotó las entradas con dos obras de teatro: Sabor a miel y Gigí. Llovió el dinero, y su casona de enorme parque en Santa Rita, Boulogne, atesoró cada fin de semana y fiestas de guardar una legión de amigos, seducidos por la calidez de la pareja y –claro– los memorables asados de Jose, repetidos y aumentados en Mar del Plata, cuando ella hizo temporada de verano con idéntico éxito.

Doce años después –cosas de la vida– se dijeron adiós. La casona de Santa Rita fue vendida. Ella siguió en ascenso (muy pocas actrices pueden acreditar casi cuatro décadas sin fracasos), y él se dedicó, además de sus irreductibles pasiones –los amigos, la noche–, a la política. Sanguíneo admirador de Arturo Frondizi (presidente de la Nación entre 1958 y 1962, desalojado por un golpe militar), y fuertemente ligado a Rogelio Frigerio y sus hijos, llegó a ser líder del Comité Capital del MID (Movimiento de Integración y Desarrollo), y en sus últimos años, integrante de las huestes de los Cascos Blancos, tarea en la que aún militaba cuando, allá por el 2005, le detectaron el cáncer de pulmón que, tras larguísima y dolorosa lucha, lo abatió al mediodía del viernes 3 de julio último. La caída, aunque prevista, fue demasiado rápida y ahogó la esperanza de sus amigos: Jose, a pesar del mal, se había recuperado, y hasta había retomado las reuniones de domingo en la casa de su única hermana, Ana, fundadora y rectora de la Universidad Nacional de Lanús, con las consabidas partidas de naipes.

DE TODA LA VIDA. No fue pour la galerie que Soledad Silveyra, en su aviso fúnebre del diario La Nación del sábado 4, dictara la frase “Su compañera de toda la vida”. En verdad, y a pesar de los veintisiete años de separación, jamás se divorciaron, “porque por sobre todo, siempre estuvimos unidos en función de nuestros hijos”, dijo ella en cada nota alusiva al pasado de la pareja. Es más: con puntualidad solar, Jose (siempre sin acento, por favor) cantó presente, con asistencia perfecta, en cada cumpleaños de ambos, en cada Navidad, en cada Año Nuevo, y Soledad siguió minuto a minuto las sombrías fases del cáncer, desesperada, y hasta el final.

Un final que cerró sus inevitables etapas el viernes a la noche, en el velorio de la calle O’Higgins al dos mil ochocientos, cuando se la vio quebrada y con anteojos oscuros, y el mediodía del sábado en el Jardín de Paz (Pilar), cuando las llamas redujeron ese cuerpo, en vida tan incansable y generoso, a un puñado de frías y puras cenizas. Para entonces, muchos hombres pasaron por la vida de Solita: el actor Miguel Angel Solá; el empresario y hoy ministro de Cultura y Turismo del Gobierno de la Ciudad, Hernán Lombardi; el escritor David Viñas; el muy joven iluminador Mariano Franco, y hasta el remisero Héctor De Grande (extraño revival de Rolando Rivas), que la llevaba a sus grabaciones en Endemol. Amores que, según ella, “nunca duraron más de cinco años, y a veces mucho menos. Lo de Jose fue distinto. Siempre fuimos los padres de nuestros hijos”. En el último día, el de Jardín de Paz, la acompañó Chacho Alvarez, su hoy flamante pareja. Un claro signo de que Jose siempre estuvo (y estará) en su vida. Jardín de Paz, Pilar, sábado 4, mediodía. El cuerpo de Jose Jaramillo ya fue cremado. Solita recibe un fuerte abrazo, y la escena se repetirá largamente.

Jardín de Paz, Pilar, sábado 4, mediodía. El cuerpo de Jose Jaramillo ya fue cremado. Solita recibe un fuerte abrazo, y la escena se repetirá largamente.

...y los días dorados. Carlos Chacho Alvarez, hoy pareja de Solita, la besa en la frente.

...y los días dorados. Carlos Chacho Alvarez, hoy pareja de Solita, la besa en la frente.

Los 70’ fueron años inolvidables: Sole, Jose y sus dos hijos en Mar del Plata, donde ella protagonizó temporadas teatrales récord.

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