«Ni a mí ni a la Argentina nos van a sacar el orgullo de aquel triunfo» – GENTE Online
 

"Ni a mí ni a la Argentina nos van a sacar el orgullo de aquel triunfo"

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El Burro –así le dicen, por su poderío, por su testa de acero–
se para firme en la orilla del río Paraná, en su Tigre natal. Mira
el río con ojos fieros, de esos que no sienten la mella de los años,
74 exactos los suyos. Se trepa a su bote. Y se va, hoy como ayer. Y en el ayer,
23 de julio de 1952, Eduardo Guerrero, junto a Tranquilo Capozzo, les dio una
dorada tunda a los mejores del mundo en los dos mil metros del remo doble par,
en las Olimpíadas de Helsinki. Y el oro jamás volvió a brillar
sobre el pecho del deporte argentino. Pero las hazañas, hazañas
son: “Llegamos a los ponchazos, con un bote destartalado que se nos rompía
a cada paso. Pero fuimos con la frente en alto, con ansias de ganar”.


La
medalla esta ahí, en su caserón de Munro –donde vive junto
a Matilde, su hija de 16 años–, en su cajita con los cinco anillos,
a medio desvencijar: “No la saco mucho. ¿Para qué?”,
dice escueto. Pero toda gesta tiene su génesis: “Era 1952, corría
en el club Canottieri Italiani, me tocó ir a los Juegos Sudamericanos en
Chile. Yo corría en single, y me querían mandar en doble. Les dije
que estaban locos. Y me pusieron al Tano Capozzo”
. De ahí, la
victoria, y derecho a las Olimpíadas. “Nos pasó de todo.
Los dirigentes era unos papanatas y no nos daban bolilla. No teníamos bote,
y conseguimos uno en el club San Nicolás, todo destartalado, que pesaba
35 kilos, diez por encima del peso ideal –cuenta–. Me metieron en cana
por robarme un par de remos, ya que los que teníamos eran malísimos,
y me soltaron dos días antes de irnos”
.

Por lo visto,
ningún héroe está exento de peripecias: “Cuando llegamos
a Helsinki, los rivales tenían de todo; repuestos a mansalva. Nuestro bote
estaba lleno de parches, un desastre
–dice–. Los rusos, que eran
nuestros rivales más fuertes, nos ayudaban un poco. En la eliminatoria,
se nos rompió el herraje del hincapié. Llegamos a la largada recauchutados
con alambre”
. Y en la largada, el momento de la verdad: “Estábamos
seguros, aunque un poco con el traste en la mano. Pero íbamos a ganar.
El secreto fue no matarnos en la largada. Y a los 800 metros, cuando todos estaban
reventados, nosotros levantamos”
.

El tiempo empleado fue 7 minutos,
32 segundos, dos centésimas. El equipo ruso, los grandes favoritos, quedó
seis segundos atrás. “Nos reventó la emoción. Todo
lo que hicimos rindió fruto. Fue todo un trámite. Subimos al podio,
la medalla, flores y cucarda, el Himno un poco desafinado, gracias y adiós”
.


La modestia le bulle a Guerrero, la palabra “gloria” no se instala
en quienes la viven en carne propia. No es consciente, tal vez, de que con su
remo escribió una de las páginas más ilustres del deporte
argentino. El dice: “No sé si es gloria, hay mejores remeros que
yo. Pero fue un triunfo único. Ni a mí ni a la Argentina le van
a sacar el orgullo de aquel triunfo y del oro olímpico. Eso nunca”
.

En
la rampa del Rowing Club Argentino, su hogar, la charla sigue, con el sol de enero
que le come la piel. Guerrero sigue fijo con los ojos en el agua; hay una comunión
rayana en lo sagrado. Su travesía, iniciada el 24 de octubre en Puerto
Iguazú por todo el río Paraná, hasta desembocar en el río
de la Plata, puerto de Olivos, más precisamente, el 3 de enero, cubrió
1.987 kilómetros. Una forma inmejorable de celebrar el 50º aniversario
del triunfo. Pero él dice: “¿Sabés por qué
lo hice? No sólo porque pasaron cincuenta años, sino por levantar
una bandera. La del deporte y sus valores, la del turismo, para mostrar nuestros
paisajazos. Y por mí, que tenía ganas de emociones fuertes”.

Y emociones tuvo: fue internado dos veces en el trayecto, afrontó varios
temporales, chocó contra una boya en Diamante, Entre Ríos. Su hija,
Matilde, lo siguió en cada momento, filmadora en mano. De apoyo, tuvo a
la Secretaría de Turismo y Deporte (a cargo de Daniel Scioli), a la Prefectura
Naval Argentina, que lo asistió en cada tramo, a la municipalidad de su
partido, Vicente López, y a su amigo Roberto Navone, de los astilleros
Olympic Marine, que le donó dos botes.

La charla concluye. El sol
infernal es tragado por el río. Guerrero reflexiona: “Es triste
que en cincuenta años los argentinos no hayamos subido a la punta del podio
de vuelta. Nos sobra potencial. Pero ahora que miro esta medalla mía, me
pongo a pensar. ¡Cuánta emoción!”
.

por
Federico Fahsbender
fotos: Maximiliano DidariEduardo Guerrero, en el Monumento al Remero, a orillas del Paraná en el Tigre.

Eduardo Guerrero, en el Monumento al Remero, a orillas del Paraná en el Tigre.

La revista Mundo Deportivo, de agosto de 1952, con Guerrero y Tranquilo Capozzo, su coequiper. La medalla misma, una honra de nuestro deporte.

La revista Mundo Deportivo, de agosto de 1952, con Guerrero y Tranquilo Capozzo, su coequiper. La medalla misma, una honra de nuestro deporte.

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