“Mido 1,60, uso aparatos, y no sé encarar a las chicas… ¿Quién puede creer que soy un galán?” – GENTE Online
 

“Mido 1,60, uso aparatos, y no sé encarar a las chicas... ¿Quién puede creer que soy un galán?”

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Perdonáme, perdonáme…”.

–Todo bien. ¿Qué te pasó?
–Qué me pasa, mejor dicho, porque últimamente llego tarde a todos lados.

–¿Qué te está pasando, entonces?
–Que intento luchar contra mi simpatía y no lo logro. Ese es mi gran problema…

Lo peor de Darío Lopilato (25, actor, hermano de Luisana, claro) no es la impuntualidad (y eso que se demoró 40 minutos), sino sus odiseas al respecto. Aquí, al toque, la excusa de su demora: “…Venía en el subte, mirando fijo al suelo, porque sabía que me iba a pasar lo que me pasó: sentí que alguien me observaba y no pude resistir la tentación de constatar si era cierto. Levanté la vista y ahí estaba: un hombre canoso, de unos cincuenta años, que me sonríe, levanta su mano y me dice: ‘Hola. Me encanta lo que hacés…’. A los dos segundos estábamos charlando como dos grandes amigos y me pasé de estación: bajé en Bulnes en lugar de Carranza...”.

–Será que andás necesitando el elogio.
–No, no. Me da vergüenza el halago, me incomoda. Pero no puedo ignorar a la gente. En la calle estas cosas me pasan todo el tiempo…

–Por ahí es hora de que te compres un auto.
–Lo tengo. Pero cuando el tránsito es una locura, prefiero evitarme el estrés. Además, no puedo andar esquivando el contacto con mi público (risas). Soy un pibe de barrio…

–¿Y qué le pasa al pibe de barrio cuando se choca con la popularidad?
–Esto, que no lo puedo controlar. La peor experiencia la tuve el año pasado en el Chaco. Me sentía Luis Miguel, las chicas me arrancaban la ropa, me tiraban del pelo, me arañaban… Me invitaron a la inauguración de un local de ropa y avisaron a todos los colegios. Las chicas casi rompen la vidriera, me rescataron cuatro policías en un patrullero. Una locura total.

–¿Te preguntaste qué ven las mujeres en vos?
–(Carcajadas) Todo el tiempo. ¡Qué se yo…! ¿Viste cómo son ustedes…? Mi arma de seducción es la simpatía. Los ojos, tal vez… La altura, obviamente, no es mi fuerte.

–¿Cuánto medís?
–Un metro sesenta, no soy tan bajo. No estoy para hacer de Facundo Arana, pero tampoco para el Mini de Duro de domar. Igual, no ser demasiado alto nunca me afectó. Como no puedo luchar contra eso, la peleo con el tema del peso. Me encanta comer y me tengo que cuidar. Aunque no lo creas, bajé entre 8 y 9 kilos. Todo gracias a mi hermana mayor, Daniela, la nutricionista oficial de la familia. Ella nos enseñó a comer a todos.

–Y a tu novia Agustina, que es modelo y te lleva 12 centímetros descalza, ¿cómo la alcanzaste?
–Uy, ése fue todo un tema: trabajé un mes, invertí en miles de e-mails y como en cuatro salidas antes del primer beso. Soy muy tímido, aunque lo sepa disimular. Si alguien me gusta, hago todo lo posible para que no se dé cuenta. Me sale tan bien que ni advierten mi presencia. Me pasa algo raro con las mujeres. Es como que antes las tengo que conocer: necesito ver quién es, cómo es, tantear la onda...

–¿Nunca la clásica de encarar en un boliche?
–No, y mirá que lo intenté… Pierdo siempre: me gana la vergüenza. Recuerdo de estar en un boliche, de ver una chica linda y empezar a dar vueltas: “…Ya sé. Le digo: ‘Hola, ¿bailás?’. No, suena re-nabo. Mejor me acerco, me sonrío y le pregunto: ‘¿Cómo te llamás?’. ¿Y si me dice: a vos qué m… te importa? Mejor, la piso sin querer y le pido disculpas. No, me va a odiar de entrada...” Cuestión: cuando decidía acercarme ya estaba bailando con otro tipo. No soy bueno para el levante.

–Ahora, con la fama, no necesitás ni molestarte: las chicas vienen a vos, supongo…
–Es increíble el efecto tevé en las mujeres, pero sí… ¡Hasta tengo club de fans! Y todo gracias a Coqui de Casado con hijos (segunda emisión). Porque el programa se hizo el año pasado, pero como estaba a las once de la noche no lo veía ni yo. Ahora que lo repiten a las 9 de la noche, somos un exitazo. Es insólito: soy el desocupado que mayor rating tiene. Cosas de la vida…

–¿Y vos, a todo esto, te considerás un galán?
–Tengo mi facha, pero no sé si para tanto: uso aparatos, mido 1.60 y no sé encarar a las chicas, ¿quién puede creer que soy un galán…? Bah, a esta altura, no debería extrañarme nada. Hace poco cambié la computadora y para estrenarla me busqué en Internet. Encontré un sitio que decía: “Darío Lopilato desnudo”. “¡Guauu!”, me dije. Y empecé a hacer memoria: ¿cuándo fue que me sacaron esa foto…? Mandé “enter” y ahí estaba: un tipo divino, con un lomazo, como de dos metros, súper bien dotado que, lamentablemente, no era yo (risas).

–¿De qué sirve la fama si no es para levantar mujeres?
–Esta profesión te da muchas más gratificaciones que ésas: hace unos meses estaba con Luisana y se acercó una señora a agradecernos. “Mi marido tiene cáncer y cuando aparecen ustedes, es el único momento del día en que lo veo sonreír”, nos dijo. No bien se fue, nos miramos y los dos estábamos llorando. ¿Puede haber mejor acción que hacerle olvidar por un instante sus problemas a una persona que ni conocés…?

–¿Qué hacés hoy, además de charlar en los subtes?
–¿Me estás pasando la factura…? De todo: licenciatura en Ciencias del Ambiente, canto y actuación… Suena raro, lo sé. Te explico: lo del canto y la actuación es para perfeccionarme. Un actor debe estar preparado y listo para todo. Y lo de la licenciatura es porque necesito un título, ser alguien en la vida.

–Para no ejercer jamás…
–(Risas) Y, es probable. Proyectos, igual, no me faltan. Estoy con ganas de poner una productora con mi viejo. Y la ambición más grande es el hogar: un sueño de todos los Lopilato. Queremos comprar un terreno en la provincia y construir un lugar para chicos de la calle. Ayudar es una vocación que nos inculcaron nuestros viejos. En casa somos evangelistas.

–Concluyo que, pese a la imagen de sex-symbol de tu hermana, fueron criados bastante a la antigua.
–Muchos dicen que es un caño. Para mí, es como una hermana (carcajada). Pero sí, lo de Luisana fue un tema para todos, nos revolucionó el hogar. El secreto está en nuestros viejos y la crianza que nos dieron. Papá y mamá nos apoyaron en todo y nos cuidan permanentemente sin ahogarnos, y eso se nota.

–¿A qué edad te independizaste?
–Todavía vivo con mis viejos. Y estoy muy cómodo. Además, ¿cuál es el negocio de la independencia? No tengo quién me cocine, quién me planche, quién me pregunte por qué llegué con esa cara de c… No, hasta que no me case, no me voy.

–¿Y tu chica no te presiona?
–No, para nada. Hay tiempo para todo. Para el caso, también me gustaría casarme y tener hijos y nietos… Todo a su tiempo.

–¡Pero tenés 25!
–¿Y qué? Todavía soy chico, tengo tiempo de crecer. Respecto al crecimiento, lo último que pienso perder son las esperanzas.

La simpatía, ante todo. Después, los ojos. La altura, obviamente, no. Esas, dice, son sus armas de seducción. Aunque se reconoce un antihéroe, Lopilato tiene hasta club  de fans.

La simpatía, ante todo. Después, los ojos. La altura, obviamente, no. Esas, dice, son sus armas de seducción. Aunque se reconoce un antihéroe, Lopilato tiene hasta club de fans.

“<i>Encontré un sitio que decía: ‘Darío Lopilato desnudo’. Mandé ‘enter’ y ahí estaba: un tipo divino, con un lomazo, como de dos metros, súper bien dotado que, lamentablemente, no era yo”</i>

Encontré un sitio que decía: ‘Darío Lopilato desnudo’. Mandé ‘enter’ y ahí estaba: un tipo divino, con un lomazo, como de dos metros, súper bien dotado que, lamentablemente, no era yo”

“<i>La peor experiencia la tuve el año pasado en el Chaco. Me sentía Luis Miguel, las chicas me arrancaban la ropa, me tiraban del pelo, me arañaban… Me invitaron a la inauguración de un local de ropa y avisaron a todos los colegios. Las chicas casi rompen la vidriera, me rescataron cuatro policías en un patrullero. Una locura total.</i>”

La peor experiencia la tuve el año pasado en el Chaco. Me sentía Luis Miguel, las chicas me arrancaban la ropa, me tiraban del pelo, me arañaban… Me invitaron a la inauguración de un local de ropa y avisaron a todos los colegios. Las chicas casi rompen la vidriera, me rescataron cuatro policías en un patrullero. Una locura total.

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