«Mi familia me internó con todo el amor, los entiendo» – GENTE Online
 

"Mi familia me internó con todo el amor, los entiendo"

Actualidad
Actualidad

Hay un solo detalle que marca que esta familia, que pasa un sábado caluroso
jugando al básquet en su patio y tomando unos mates en la galería de la casa
paterna -calle Cantilo, en pleno corazón de Devoto-, no es una familia como
cualquier otra. Todos los que llegan de visita -primos, vecinos, demás
parientes- traen una cámara pocket de fotos en sus manos y algunas remeras
listas para ser firmadas, debajo de sus brazos. Es que allí, en medio del
griterío de adolescentes que se pelean por una pelota, corre vestido con el
número 10 en su espalda Diego Maradona. Y la pelota, en esta cancha improvisada
y familiar, le pertenece tanto como le pertenecieron todas en las distintas
canchas que pisó hasta convertirse en el mejor jugador del siglo.

Diego la hace rebotar, la pasa, la cubre, encesta. Y Claudia se le tira encima
para quitársela: "Ahora es mía". El aprovecha, la hace rodar por el piso y la
abraza. Todos aplauden. La familia quiere verlos juntos otra vez, no hay dudas.
Ahora Gianinna empuja a su padre. Y Dalma se queja: "¡Papá, el aire no tiene
dueño, largala!"
. Los novios de las chicas -Marcelo D'Alessandro y Fernando
Molina- pelean por la pelota con su futuro "suegro" de igual a igual. La tribuna
está compuesta por don Diego, doña Tota, sus hermanas -Ana, Kity, Lili-, su
sobrino Coti (hijo de Lalo) y más maradonas que llegan y se instalan en el
patio, alrededor de la larga mesa del comedor, en la cocina y en las reposeras.
Marcelo Palacios -amigo personal y periodista de radio Mitre y de Mar de Fondo-,
trae chocolates y cuatro conjuntos de remeras y bermudas Nike para Diego. Es
sábado, hace calor en Buenos Aires, y esta es la última tarde en familia que
pasa Maradona antes de partir a Cuba para internarse en el Centro de Salud
Mental
, donde continuará el tratamiento por su adicción a las drogas.

Se lo ve bien a Diego. Sonríe, hace bromas, está distendido. Corre y transpira
jugando al básquet. Cuando ya anochece, se acuesta sobre el piso de mármol de la
galería. Se quita la remera y pide un ventilador. Su hermana mayor y su madre
buscan engañarlo: "No le enfoques la espalda que acaba de salir de una
neumonía
", susurran y, cómplices, apuntan las hélices del ventilador hacia el
cielo.
Ahora todos posan para las fotos. Diego abraza a Claudia y hay bromas, aplausos,
se escucha un coro de "¡piquito, piquito!" (que empieza pidiendo Dalma).
Entonces él, con la cara iluminada, le dedica una canción a su ex mujer:

"Aquí estoy a tu lado, mi promesa cumplí,
es este el regalo que me pediste tú:
una flor tan rojiza como tus labios
y un perfume de lilas como el de aquella vez.
Ya sé que estás sola y me quieres a mí,
Yo también he llorado, yo también creo en Dios.
Y a pesar de mis noches, pido tan sólo amor.
Por estar a tu lado y pedirte perdón"

Diego infla el pecho, abre los brazos y repite cantando: "Por estar a tu lado y
pedirte perdooooon"
.

La familia aplaude de pie y Claudia se ríe. "¿Estás feliz, Claudia?", le alcanzo
a preguntar. "Diego está bien y eso nos hace sentir felices", responde. Maradona
tiene la mirada calma, la voz limpia, el andar seguro. En estos meses en que lo
rozó la muerte, lo sacudió una internación en un psquiátrico del Oeste del Gran
Buenos Aires, estuvo medicado, y su familia se convirtió en su único sostén,
algo cambió en su vida. Y es él quien en esta entrevista, o en esta confesión,
se encargará de contarlo.

-¿Sentís que ahora podés ganar la batalla, Diego?
-Mirá, hace cinco meses que no tomo nada. Pero miente quien dice que de la droga
se sale; es algo muy difícil. La pelea hay que darla día a día.

-¿Y qué te hace pensar que esta vez sí vencerás tu adicción?
-A los 43 años -casi 44- estoy más cerca de la muerte que de la vida. Tengo otra
madurez y otra conciencia. Y estoy más cerca de la vida en familia que de tener
ganas de ir a llenarme de ruido a un boliche. Te lo aseguro.

-Dijiste "cerca de la muerte". ¿Tuviste conciencia de que podías haber muerto?
-No tengo ese tipo de conciencia sobre la muerte. No pienso en la muerte sino en
la vida. Sé que en algún momento estuve colgado de un hilo entre la vida y la
muerte. Pero El Barba no me quiso arriba... No era mi hora.

-¿Te están medicando?
-Desde un principio estuve medicado. Primero me daban algo más fuerte y ahora me
dan otros remedios, que incluyen los del corazón. Hoy me siento mucho mejor, más
lúcido, más tranquilo.

-Hoy buscás salir de lo que llamaste "el infierno de la droga". Y para lograrlo
tuviste que estar encerrado cinco meses en un psiquiátrico. ¿Cómo fue convivir
con la locura?
-La locura es algo tremendo. Yo me sentía como el protagonista de la película
Atrapado sin salida, la de Jack Nicholson. Me venía a la cabeza la imagen de
cuando todos los locos dan vueltas y giran para un mismo lado en un patio
cerrado y el tipo va a contramano de todos. El no iba a girar como los locos. Y
yo hice eso: si todos giraban hacia la derecha, yo giraba hacia la izquierda. No
me iban a quebrar. "No van a poder quebrar mi voluntad", me repetía. Eso me
pasaba a la noche, cuando me quedaba solo en el cuarto de dos por dos que tenía
en el psiquiátrico.

-¿Cómo eran esas noches?
-De la mayor soledad que te puedas imaginar. Yo le decía a mi familia, le pedía,
le rogaba que por favor me sacaran de allí. Porque cuando todos se iban, cuando
volvían a casa, yo me quedaba solo, aislado del mundo más que cualquier preso...
Y empezaban los sonidos y los gritos del loquero. Porque, con todo el respeto
que me merecen las enfermedades mentales, hay que llamar a las cosas por su
nombre: yo estaba en un loquero.

-¿Los gritos…?
-Sí, dormía con los gritos de los nuevos que venían. Y era algo terrible,
¡terrible! Los ataban y los tipos gritaban. A veces no les hacía efecto la
medicación y seguían así toda la noche. Pedían auxilio y que los dejaran en paz.
Yo sentía los forcejeos y cómo el hombre se iba callando porque lo habían
pinchado con algún calmante, lo habían atado o capaz que le habían puesto un
chaleco de fuerza. Los tipos estaban sacados, volados y no querían quedarse
internados. Fue una pesadilla, te lo juro.

-¿Y qué hacías?
-Al principio trataba de taparme los oídos, pero no servía para nada que yo
metiera la cabeza debajo de la almohada para poder dormir. Entonces prendía la
tele y me ponía el volumen alto, lo iba subiendo cada vez más, para tapar los
gritos. Y me quedaba ahí, despierto, con la tele encendida y sin mirar nada.

-¿Vos gritabas?
-Lloré. Lloré mucho. Pensaba que era muy injusto estar ahí. También grité de
bronca. Maldije, insulté. Y me mordí las manos hasta lastimarme de impotencia y
desesperación.

-Te mordías "la mano de Dios"...
-¡La mano de Dios! (los ojos se le llenan de lágrimas). Ahí adentro no existía
nada de eso. Todo estaba echo papilla. Si me habían quitado toda la libertad. Yo
lo único que quería era que no me empujaran a pensar que estaba loco. Estoy
enfermo, pero no loco.

-¿Tuviste ese miedo?
-La locura nos da miedo a todos. Pero yo sabía que nadie me iba a convencer de
que mi cabeza ya no funcionaba; no iba a dejar que las enfermeras jugaran a
poder con Maradona .

-¿Te ataron alguna vez?
-Me ataron, sí. Una vez.

-¿Cómo?
-Me pusieron unas correas gruesas en los brazos y en las piernas así, pegadas al
cuerpo, para pincharme (hace el gesto mostrando la posición del cuerpo rígido).
Es algo que te cuento y me da ganas de llorar. Porque hasta los doctores me
trataron como loco.

-¿Qué había pasado para que te ataran a la cama?
-Me querían dar una medicación y yo me negaba. Igual, lo hicieron a la fuerza.

-¿Qué sentiste?
-Desesperación e impotencia. No podía hacer nada.

-¿Sufriste crisis de abstinencia?
-Sí, claro.

-¿Qué te pasaba?
-Sentía mucha ansiedad, mucho nerviosismo, angustia. A mi familia nunca le
dijeron nada. Cuando ellos preguntaban, les decían: "Todo bien", para no
preocuparlos. Fue muy difícil.

-¿Cómo era tu relación con los internos?
-Mirá, es muy difícil relacionarte con gente que no tiene conciencia de este
mundo. Hice algunas amistades, pero con la mayoría era casi imposible hablar. No
tenían la menor idea de quién era yo, quién era Maradona. Alguno, de vez en
cuando, me miraba, creía reconocerme y me decía: "Vos hiciste algunos goles
¿no?"
.

-Se te adjudicó esta frase sobre el psiquiátrico: "Acá unos se creen Napoleón,
otros se creen San Martín y nadie cree que soy Maradona". ¿La dijiste?
-Nunca dije eso. Ni en broma. Porque, ¿sabés qué pasa? Los que están afuera
hablan. "El loco esto, el loco aquello", dicen. Pero cuando estás ahí es algo
demasiado terrible como para que se te ocurra hacer una broma. La locura es lo
peor que te puede pasar.

-Repetiste muchas veces "me quisieron quebrar", ¿quiénes?
-En principio, el juez. Dijo que tenía que quedarme ahí cuando ya la primera
etapa de la internación estaba superada. Y cuando le pedí que me dejara trabajar
con la computadora, haciendo comentarios sobre los Juegos Olímpicos -porque me
hicieron un ofrecimiento-, nunca me contestó. El sabía que yo necesitaba tener
la cabeza ocupada para no caerme. Me estaban noqueando y nadie me ayudaba. Pero
él se llamaba juez de la Nación y le tenía miedo a la prensa. Si después que fui
a ver al Presidente salió con cola de paja, vino a verme y dio una conferencia
de prensa.

-¿Y tu familia?
-Mi familia me internó con todo el amor, los entiendo. Si me hubiesen dejado
desde un principio hacer lo que yo quería, creo que habría pensado que ya no les
importaba para nada. Sólo que después me tendrían que haber cambiado de lugar…
Pero aunque se hayan equivocado internándome ahí -tanto Claudia, mis hermanas,
mis hermanos, mis padres, el doctor Cahe-, sé que lo hicieron porque me querían.

-¿Cómo era la habitación en la que vivías?
-Muy chica, una cama, una mesa y un televisor. Colgué una bandera de Argentina,
como hice en Cuba. También la imagen del Che. Y puse cosas de Boca en una
mesita, pero estaba muy solo.

-¿Y qué hacías durante el día?
-Nada. Nada. Me despertaba a la mañana y salía al pasillo, como todos los
internos. Y esperaba que pasara el día, que se hacía eterno. Y miraba películas,
muchísimas, durante horas.

-¿No podías decidir nada?
-Ni los presos en Devoto están así. Me contaron que los presos VIP tienen sus
cosas: su tele, su computadora, su equipo de música... qué sé yo. Yo ni siquiera
podía abrir mi ropero para buscarme un buzo; la enfermera tenía las llaves y me
lo daba si le parecía bien. Todo lo decidían por mí. Fijate que las puertas no
tienen picaporte, una vez que las cierran ya no las podés abrir.

-¿Sabes que terminaste en un psiquiátrico porque ninguna clínica te aceptó
después de que saliste de la Suizo Argentina?
-Es cierto. Y agradezco que me hayan internado cuando nadie quería recibirme,
porque esos médicos y esas enfermeras me salvaron la vida. Pero a medida que
pasaban los meses, ya no era necesario que me obligaran a esas reglas tan
rígidas para enfermos mentales. Cuando supe que nadie había aceptado internarme,
te juro que me dolió en el alma. Todos me dicen: "¡Grande, Diego!", pero cuando
los necesité me dieron la espalda.

-Durante esos días en el psiquiátrico, ¿te preguntaste dónde había quedado tu
gloria?
-No, yo me preguntaba dónde había quedado el valor humano mío. No me preguntaba
por la gloria, porque la gloria es algo pasajero, se diluye rápido, no sirve de
nada… ¿Sabés qué? Toda la gloria la fusilaron la tarde en que mi mamá, llorando,
le dijo al director de una clínica: "Por favor, acepte a mi hijo que se muere".
Y el tipo le dijo a mi viejita: "No, no nos gusta el tema de la prensa". ¿De qué
gloria me hablás si me dejaban morir?

-¿Cómo eran las visitas de tus hijas y Claudia?
-Claudia y las nenas venían todos los días. Por ejemplo, Gianinna venía muchas
tardes después del colegio. Una vez tenía que dar un examen de Geografía; al día
siguiente le tomaban las capitales de Europa. Y yo, que soy un burro total
porque no pude terminar el colegio, igual se las tomé... porque como viajé mucho
me las sé todas, je. Después me contó que se había sacado una buena nota. Me
puse muy contento.

-¿Cambiaba algo durante los fines de semana?
-No, nada. Una vez Claudia trajo un karaoke y le cantamos a los pacientes.
Canciones de Maná y cumbia. Eso fue todo.

-Me impresiona imaginarte en un psiquiátrico haciendo un show por el que años
atrás te hubiesen pagado millones...
-Y es así, qué le voy a hacer. Esta permanencia en el psiquiátrico fue una de
las cosas más duras que pasé. Igual tengo que agradecerle a la vida todo lo que
me dio: el fútbol, mi país, el cariño de la gente que me voy a llevar a la
tumba, mi familia, mis hijas.

-¿Estás haciendo dieta para bajar de peso?
-Mirá (muestra sus orejas): fui a un médico de Devoto y me puso tres parches en
cada oreja para quitarme la ansiedad. Me dio una dieta equilibrada, pero que me
deja comer. Una semana proteínas, carnes y esas cosas, y otra semana me tiene a
verduritas y pastas. Va cambiando para no aburrirme. Ya bajé cuatro kilos, pero
es algo que me cuesta. Yo no sirvo para esas dietas que te traen una porción que
parecen muestras gratis… Me muero de hambre. Igual sé que tengo que bajar de
peso.

-Sin embargo dijeron que la última neumonía y recaída que tuviste fue porque
tomaste frío. Que no te cuidaste, ¡y que encima te comiste siete milanesas y dos
huevos fritos!
-¡Todo mentira, te lo juro! Ya tengo el tema pulmonar sensible y me enfrié, eso
fue todo. Y no comí siete milanesas: comí un asado con mi hermano Lalo. Siempre
dicen cosas.

-La pregunta de siempre, Diego, ¿por qué Cuba?
-En Cuba encuentro la tranquilidad que no tengo en mi país: no me persiguen los
periodistas, no convierten la vida de mis hijas en una persecución de autos y
fotógrafos. Es un país sin fútbol, y eso me permite vivir sin ser un estorbo
para los que quiero.

-¿No tenés miedo de que el Centro de Salud Mental de Cuba sea tan rígido como la
Clínica de Parque Leloir?
-Yo conocí el CENSAM cuando fui a Cuba la primera vez. Lo visité con mis viejos
y Cóppola. Pienso que va a tener sus reglas, pero que no van a ser como éstas.
Si llega a ser así, digo: "Perdónenme, pero yo de aquí me voy". Otra vez no.
¿Sabes qué pasa? Yo no entro como entré acá, con un juez con problemas; ahí voy
por mi propia voluntad, en mis cabales. Voy a aceptar las reglas del Centro de
Salud Mental de Cuba. Voy a llevar todos los análisis, voy a cumplir todo lo que
me piden, pero no voy a volver a vivir como en el psiquiátrico. Ningún hombre
puede tolerar tanto. Yo estoy lúcido, consciente de mi enfermedad y con voluntad
de internarme para salir adelante. Pero también necesito vivir.

-Pero sabés que es importante que estés contenido.
-Sí, lo sé. Y por eso me interno. Yo quiero curarme.

-Sos conciente de que Cuba, y también Fidel -que se ofreció a ayudarte por
segunda vez-, está haciendo una apuesta fuerte con vos. La salud es uno de los
pilares de la isla, y si te va bien a vos es una gran publicidad... ¿Te pesa
eso?
-No, porque yo también creo en Cuba. Tengo confianza porque está Fidel, que es
como un padre para mí. Pero claro, si veo que le hago mal a Cuba me voy. En todo
caso, si me pongo mal, me voy a los Estados Unidos, así lo dejo mal parado a
Bush, je.

-Tu idea ahora es quedarte internado en el CENSAM 45 días. ¿Y después qué,
Diego?
-Mi idea es internarme. No sé si 45 días y después volverme. O ir a hacer la
cura y después vemos.

-¿Podés hoy prescindir de la droga, que desde que tenías 22 años se metió en tu
vida?
-Sí, creo que se puede. Con la ayuda de mis hijas, creo que puedo. Todo depende
de ellas dos.

-¿Por qué?
-Porque para seguir esta lucha necesito que me vayan a ver, que estén cerca de
mí. Hoy son todo. Ni me casé en Cuba ni formé otra familia. Ellas son todo.

-¿Decís esto porque querés aclarar todos los rumores?
-No, no quiero aclarar nada porque no tengo nada como para que esto se aclare.
Insisto: ni me casé ni me voy a casar, no tengo novia ni tengo absolutamente a
nadie. Puedo haber tenido algún desliz, es cierto, pero es sólo eso. Los amores
míos no han cambiado para nada. Hoy mis hijas son mi sostén.

-¿Qué descubriste de esta Claudia que sigue al lado tuyo y se puso al frente de
todo?
-Me pareció fantástica. Me impresiona. Creo que Claudia ha crecido mucho como
mina, se lo digo, ha crecido de una manera infernal. La admiro cada día más como
mujer. Y yo le doy para adelante: coraggio, como dicen los italianos.

-¿La seguís amando o ahora sienten otro tipo de cariño?
-Claro que la sigo queriendo. Pero fue ella la que cerró la puerta. Y el
culpable de todo fui yo.

-¿Cuándo crees que perdiste el amor de Claudia?
-Creo que fue cuando salieron publicadas esas fotos con la mina de Cuba. Ahí
todo empezó a resquebrajarse...

-Claudia una vez dijo: "Diego puede sobrevolar muchos lugares pero siempre
aterriza en el mismo aeropuerto".
¿Por qué creés que esta vez esas fotos la
afectaron más?
-Esto me lo dijo mi hija, Gianinna: "Papi, esto fue lo que rebalsó el vaso".
Ella, con una madurez tremenda, me hizo ver que había sido demasiado. Esta cosa
se había hecho pública y hacía más difícil cualquier vuelta atrás. Por eso
recién le planteé el perdón a Claudia, aunque sea cantando. Cuando uno se
equivoca tiene que tener los huevos para reconocerlo.

-¿Creés que tu vida de pareja con Claudia ya fue?
-Yo creo que la vida nos puede dar otra chance. Todo depende de lo que los dos
queramos. Pero ahora me estoy yendo, Claudia tiene su historia, su vida. Estamos
bien. Lo que puedo decir es que admiro su madurez, cómo está como mina, cómo
está como madre cada vez mejor. También sé que si yo estoy acá, ella no puede
hacer su vida tranquila. Claudita armó su taller de costura, tiene su gente
trabajando, va todos los días a trabajar, cuida al detalle la ropa que cosen. La
otra mañana visité su taller y te juro que no podía creer todo lo que armó ella
solita. El futuro dirá.

-¿Qué te pasó cuando viste las fotos con la chica de Cuba?
-La verdad, me hincharon los huevos.

-No te dijiste: "¿Y ahora cómo arreglo esto?"
-No, porque eso de las fotos no es lo que yo quiero. Pero cuando mi hija me hizo
ver lo que había pasado, yo quería ser la Pradón: me quería tirar por la
ventana. Pero bueno, ya estaba hecho. Ahora queda ver qué nos trae la vida.

-¿Cuántas veces creés que no fuiste el padre o el marido que querrías haber sido
por culpa de tu adicción?
-Lo que viví, ya está. No quiero lamentarme de las cosas que perdí. No existe ni
la píldora ni la máquina que te permitan volver el tiempo atrás. Mirar para
atrás es amargarse; lo que tengo que hacer ahora es vivir el presente y pensar
en el futuro. Si no hubiese perdido todo lo que perdí, hoy no podría valorar las
pequeñas cosas que me hacen feliz.

-¿Qué te hace feliz?
-Hoy la felicidad es jugar al básquet con mis hijas y con sus novios, ir a comer
un domingo a solas con Gianinna, ver crecer a Dalma, verlas enamoradas. ¿Sabés
qué me hace infeliz? Ver jugar a Boca... (se ríe).

-Se ha hablado mucho de "la fortuna de Maradona". ¿Cuál es de verdad tu
situación económica?
-Yo necesito laburar. Ni estoy quebrado ni tengo una fortuna. Pero no necesito
pedirle absolutamente nada a nadie. Pero lo de Guillermo (Cóppola) es algo que
no se puede creer. Siento que alguien que era como mi hermano me traicionó. Es
un dolor enorme. Me quedo con lo que me dijo un chico de la hinchada de Boca:
"Si después de que uno ayuda a un amigo a salir de la cárcel, te hace lo que te
hizo a vos Cóppola, me lo tienen que sacar porque lo corto en pedacitos"
. Yo no
quiero tanto: ni que lo corten en pedacitos ni que haga nada… Ya demasiado
tendrá con su vida. Sólo quiero aclarar todo.

-¿Lo llamaste para hablar frente a frente?
-Lo llamé durante tres meses y nunca me atendió.

-¿No te atendió el teléfono?
-Te lo juro por mis hijas. El ahora se hace la víctima, dice que quiere hablar
conmigo, pero yo intenté comunicarme durante meses. Y si no preguntale a Gaby
(Gabriel Buono, su asistente) o a Sergio (otro asistente), la cantidad de veces
que le dejé mensajes y nunca me respondió. Pero por la mediación no puedo hablar
de él. Me amarga tocar este tema.

-Pasemos a otro, entonces. ¿Cómo anda tu corazón?
-Me queda poco corazón, lo sé. Pero lo que me queda es la parte buena. Un buen
corazón. Yo no tengo mala leche.

-Pedí tres deseos, antes de embarcarte a Cuba.
-Quiero lo que quiere todo el mundo: salud, dinero y amor (se ríe).

-Explicalos...
-Salud: quiero curarme. Dinero: quiero que mis hijas tengan un buen pasar y una
buena vida. Y amor: quiero estar con Dalma y Gianinna, que son mis amores, y con
la gente que quiero. ¡Ah!, y uno más: quiero que el país salga adelante.

-¿Y para vos, a nivel personal, qué pedirías?
-Que se me aclare lo de Cóppola. Esa es una para mí.

-¿Te imaginás de viejo?
-Sí, claro. Me imagino parecido a mi viejo -ya estoy parecido, ¿no?-. Viviendo
en la Argentina y rodeado de mi familia.

-La última, ¿cómo te ha tratado Dios durante este tiempo?
-Demasiado bien. Durante estos días de encierro no le hablé ni le pedí nada. Yo
no meto a Dios en kilombos.

Sábado al atardecer. Diego, Claudia y sus hijas -Dalma y Gianinna- posan para GENTE. Las chicas prometieron que viajarán a Cuba para acompañar a su padre.

Sábado al atardecer. Diego, Claudia y sus hijas -Dalma y Gianinna- posan para GENTE. Las chicas prometieron que viajarán a Cuba para acompañar a su padre.

Para seguir esta lucha necesito que las nenas me vayan a ver, que estén cerca mío. En Cuba, ni me casé ni formé otra familia. Hoy mis hijas son mi sostén, mis dos amores. Ellas son todo…"">

"Para seguir esta lucha necesito que las nenas me vayan a ver, que estén cerca mío. En Cuba, ni me casé ni formé otra familia. Hoy mis hijas son mi sostén, mis dos amores. Ellas son todo…"

Más información en Gente

 

Más Revista Gente

 

Vínculo copiado al portapapeles.

3/9

Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipisicing elit.

Ant Sig