«Me gustaría casarme, pero no fantaseo con el vestido blanco» – GENTE Online
 

"Me gustaría casarme, pero no fantaseo con el vestido blanco"

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Habla Gisela Van Lacke (26). Por alguna razón, la charla comienza con los recuerdos de su infancia. “Cuando era chica formé con mis vecinas de barrio el grupo Las Ninfas del Rock. Nos reuníamos en un garaje y cobrábamos cincuenta centavos la entrada. Todas cantábamos y bailábamos. Era un show completo… Interpretábamos los hits de Las Primas”, asegura. Se detiene algunos segundos para recuperar el aliento, probar su café (con edulcorante), e improvisa algunas estrofas: “Saca la mano Antonio/que mamá está en la cocina”, canta. Ríe sola y vuelve a la carga: “Aunque había una mejor, esa que decía: ‘El negro no puede/ni de noche ni de día’. Con ésa mi vieja siempre nos retaba. ¡Pero nosotras no entendíamos la doble lectura de la letra! Eran canciones muy zarpadas…”, concluye.

El apellido Van Lacke es de origen belga. Gisela es la menor de cinco hermanos: Susana (43), Guillermo (42), Marcela (40) y Raúl (31). “Los tres mayores me ven como su hija. Y también me reclaman que soy la más consentida”, confiesa. Nació en Santa Fe, de donde tiene sus mejores recuerdos. Aunque luego de varios años en Buenos Aires dice que se siente una porteña más. Es madre de Ignacio (5), un chico extrovertido que heredó su amor por Los Beatles.

Gisela Van Lacke comenzó su carrera como modelo, aunque pronto se convirtió en actriz y conductora. Desde la pantalla de El garage la platea masculina descubrió sus contundentes curvas: 88-60-90. Hoy enfrenta un nuevo desafío: su debut en el cine, de la mano de Carlos Mentasti y Luis Scalella. “Cuando hice el casting, me preparé con mil preguntas sobre el personaje. Desde ahí lo empecé a construir y quedaron encantados con el resultado”, cuenta entusiasmada. El film, que se está rodando, ya tiene título: Incorregibles. Sus compañeros de cartel son Dady Brieva y Guillermo Francella. “De incorregible sólo tengo una cosa: soy bastante contestona. Digo lo que pienso, a cualquier precio”, jura.

–¿Siempre fuiste incorregible?
–¡Sí! En especial para los actos del colegio… Siempre organizaba todo. Y si algún curso no estaba inspirado, yo me metía y los ayudaba con algunas de mis ideas. Pero no lo hacía para zafar: a mí me gustaba participar de esas cosas, porque las sentía muy mías.

–¿Cuál fue tu mejor acto?
–Estaba en el secundario, creo que era para un 9 de Julio. Era muy loco… Unos extraterrestres llegaban al planeta, que en ese entonces estaba devastado, y encontraban un cofre con un tape donde veían un programa al estilo de Feliz domingo. Ahí había un grupo de chicos que respondían preguntas sobre la fecha… ¡Pero después veías cómo se destruía todo, porque nadie cuidaba el planeta!

–Evidentemente, tuviste un secundario muy inspirado…
–(Risas) ¡Totalmente! Incluso alquilé una máquina de humo y luces… Todas las chicas del colegio estaban atentas a lo que pasaba. Incluso las monjas nos felicitaron. Durante todo el tiempo que duró, no voló ni una mosca.

–Algo me dice que en ese colegio te recuerdan como la oveja negra.
–Puede ser… Cuando no alcanzaba la plata en el curso para ir a los retiros espirituales, yo preparaba pochoclo en mi casa y lo vendía en forma ilegal. De repente, en el recreo, veías a todos comiendo pochoclo. Eso tenía un precio: ganarte a la preceptora; si no, te delataba. Pero yo era muy buena alumna, tenía notas altas y no hacía lío.

–Después de tu trabajo como pochoclera, ¿cuál fue el primero como modelo?
–A los 18 años me ofrecieron hacer una campaña para Wella. Ahí había una morocha, una pelirroja y yo, que en ese entonces era rubia. En televisión, lo primero que hice fue una publicidad para una compañía que ofrecía Internet.

–¿Para entonces ya estabas en Buenos Aires?
–Sí, me quedaba en la casa de mi hermano Raúl. Después me fui a vivir sola.

–¿El cambio de Santa Fe a la Capital fue difícil?
–No, no fue un choque. Tenía muchas ganas de venir y lo disfruté desde el primer momento. Soy bastante desapegada. Extraño mucho menos que otras personas. Mientras hacía el CBC de Psicología en la Universidad de Buenos Aires, conocí gente. En pocos meses ya salía con mi grupo de amigas.

–¿Qué pasó con la aspirante a psicóloga?
–Llegué hasta tercer año. Me encanta, pero no me veo trabajando de eso. Puedo leer miles de cosas, porque me interesan… pero no era mi profesión. Me di cuenta de eso cuando tuve a mi hijo, Nacho. Ahí entendí que uno tiene que hacer lo que le gusta. Por eso me puse a estudiar teatro y me concentré en la actriz que quería ser. Dejé atrás los sueños y expectativas que otros tenían depositadas en mí para concentrarme en lo que yo buscaba. Cuando mi hijo cumplió tres meses, empecé con los castings.

–¿Qué recuerdos tenés de tu provincia?
–Todo lo que viví allá está grabado en mi memoria. Fueron momentos de mucha felicidad. Me encantaba ir a la playa y al club con mis amigos. Cuando vuelvo, sigo encontrándome con mi gente, que hoy ya tienen sus parejas, sus hijos… Las cosas cambiaron, y es saludable que sea así.

–¿En el barrio te recuerdan como Gise o sos la famosa de la cuadra?
–Mis vecinos me tratan como cuando era chica. Salvo Delia, mi kiosquera, que me tiene mil horas hablando sobre los galanes de la tele.

–¿Y tus novios de allá? ¿Ya se arrepintieron de haberte dejado ir?
–En realidad, siempre fui yo la que terminó las relaciones. Y tampoco tuve tantos novios; fueron más bien “noviecitos”. Mamá es la que les pone títulos.

–¿Ahora tenés novio o “noviecito”?
–(Ríe) Estoy en pareja con un chico que es actor y que conocí en las clases de teatro. Ya llevamos diez meses saliendo y me siento muy bien con él.

–¿Sos una mujer que se entrega por completo?
–Sí, siempre fui así. Me encanta dar y ver la expresión de mi pareja cuando le hago un regalo. Siempre me gustó provocar felicidad en el otro. Con el tiempo también aprendí a recibir amor. Antes creía que yo era la única que podía dar, pero me enseñaron que es algo recíproco.

–¿Cómo debe ser un hombre para estar a tu lado?
–No tengo requisitos. Con mi actual pareja se dio el momento en que coincidimos, nos conectamos. No estuve buscándolo con una lupa.

–Sin embargo, en otras entrevistas dijiste que preferías a los altos, morochos y peludos…
–¡Nunca dije altos! Imagino que al periodista le dio tanta lástima que me gusten los morochos, bajos y peludos, que “dignificó” la frase…

–¿Es necesario que sean peludos?
–(Ríe) Mis últimas parejas coinciden en el pelo oscuro, pero no es requisito.

–¿Nacho es celoso?
–Lo normal. Si nos ve dándonos un besito, él pone la mano.

–¿Te gustaría tener más hijos?
–Sí, me encantan los chiquitos. Están en una etapa de sus vidas en las que no tienen preocupaciones de nada, conectados con lo más puro. También me gustaría casarme, pero no sueño con la típica ceremonia y el vestido blanco.

–¿Cómo te definirías como mamá?
–Creo que soy buena. Me ocupo mucho de mi hijo, de sus amiguitos, de la tarea, de sus preocupaciones. También me divierten nuestras guerras de cosquillas, donde no paramos de reírnos.

–¿Qué cosas tuyas heredó?
–Ah… No le gusta hablar a la mañana, necesita su tiempo de reacción. Es muy desinhibido, ama a Los Beatles igual que yo y su tío. Cuando era chico le ponía un disco infantil con las canciones de ellos y quedó fascinado. Ahora me pide que le corte siempre el pelo como John Lennon. Mi hijo Nacho es el hombre de mi vida.

Gisela mide 1.65, pesa 49 kilos y su cuerpo describe sensuales 88-60-90. “Soy una mujer que se entrega por completo: me gusta provocar felicidad en el otro”, dispara.

Gisela mide 1.65, pesa 49 kilos y su cuerpo describe sensuales 88-60-90. “Soy una mujer que se entrega por completo: me gusta provocar felicidad en el otro”, dispara.

“<i>Creo que soy buena madre. Me ocupo mucho de Ignacio, de sus amiguitos, de la tarea, de sus preocupaciones. Mi hijo es el hombre de mi vida</i>”.

Creo que soy buena madre. Me ocupo mucho de Ignacio, de sus amiguitos, de la tarea, de sus preocupaciones. Mi hijo es el hombre de mi vida”.

Gisela y sus curvas: pura sensualidad.

Gisela y sus curvas: pura sensualidad.

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