Más vivo que nunca – GENTE Online
 

Más vivo que nunca

Actualidad
Actualidad

Y el sueño volvió. Miles de argentinas renovaron su amor sin traiciones por Luis Miguel, que llegó para promocionar su último disco, LM (¿para qué más palabras?), en una larga gira que empezó el 15 de septiembre en el Caesar’s Palace de Las Vegas y llegó a la Argentina con huellas de tórrido litoral: el viernes 6, en el Paraguay, y el sábado 7, en nuestra Corrientes porá, ante 20 mil almas.

Feliz reencuentro: ¡dos años sin verlo de cerca! Pero el imbatible mexicano se rehabilitó: desplegó dos shows en Córdoba y uno en Rosario: la batalla de la gran mediterránea y la gran vecina del Paraná, empatada... Y después, a Cuyo. A San Luis, bajo enorme luna puntana: quinto show ante más de 15 mil fans. Si hubo larga ausencia, quedó perdonada. Y más perdonada todavía si se recuerda que, poco antes del lanzamiento de LM, en septiembre, el pájaro negro de las malas noticias había batido sus alas siniestras: que estaba enfermo (¿de qué? ¿grave? ¡no, por Dios!), que el filoso bisturí surcó su cuerpo, y hasta –believe it or not– hubo redactores encargados de su obituario, por las dudas.

Pero no. Aquí estuvo, vivo y de pie, mejor que nunca, y atado a su leyenda de pedidos extravagantes: que ningún asistente lo mire a los ojos, como antaño exigían los monarcas; que no faltaran decenas de toallas blancas y negras, intercaladas, para que no tuviera que pisar el prosaico suelo... ¡de un hotel seis estrellas!; sólo agua mineral de Fiji; mil rosas blancas cortadas en el día, y medidas de seguridad más extremas que las de Obama.

“Estábamos preparados para cualquier pedido –reveló a GENTE Adriana Villegas, gobernanta del hotel internacional Potrero de los Funes, San Luis–, pero resultó una persona súper sencilla y muy amable”. Ella fue la única que tuvo contacto con el jefe de seguridad y con Nana, mujer cincuentona de rasgos indígenas que se ocupa de todos los caprichos del ídolo, y que ocupa siempre el room contiguo.

¿Y su equipo? Por todo lo alto. Copó, íntegro, el sexto piso. Acceso estrictamente prohibido. “Pero nunca pidió flores, ni velas ni toallas, y el agua de Fiji la aportó su gente. Además, comió menú amplio y sin remilgos: pastas, verduras, carne roja y pollo, todo preparado por nuestro chef ”, siguió Villegas. Pero eso sí: en los dos días que pasó GENTE en el hotel puntano, jamás fue visto. Entraba y salía sin rutina y con trucos de esquive: el misterio, sin falencias. Sólo una noche cenó en el comedor, pero a las dos de la mañana, y oculto detrás de vidrios esmerilados.

Seis y cuarto de la tarde. Se abren las puertas del estadio puntano puntano Juan Gilberto Funes. Apenas en la primera hora entraron tres mil almas. La mitad esperaba desde las diez de la mañana, derritiéndose bajo 33 grados a la sombra. El presidente de la empresa de compra telefónica y por internet Autoentrada, ingeniero Eric López, contó que el 80 por ciento de las entradas vendidas por esa vía se consumieron en dos semanas, y que lo mismo sucedió en Córdoba, San Juan y Mendoza. ¿Público? Más del 90 por ciento, mujeres. Edad: 25 a 40 años. Dato extra: familias enteras, chicos, abuelas... Precio: laterales populares, desde 80 pesos; sitios VIP, 800: diez veces más. No hubo, esta vez, avalancha de bandanas, vinchas, remeras y sombreros: en cambio, mujeres muy lookeadas, y a pesar de que el estadio es de fútbol, mucho taco alto. De quince centímetros, sí: como si L.M. pudiera verlas y juzgarlas...

A las ocho de la noche, la ola, cien veces repetida. Y gritos, y aplausos, y más gritos. Y mujeres hablando con sus amigas por celular: ¡Hola! ¿Estás bien? ¿Ves bien?”, etcétera. Para bajar la ansiedad, algunas, en grupos, repetían la coreografía de No culpes a la noche. Y de noche hablando, a las nueve, explosión de gritos, al ver bajar por la sierra las luces de los patrulleros que escoltaban al más grande, al más amado. Idolo puntual: llegó diez minutos antes de pisar el escenario. Un profesional. Y fiel: de sus veinte músicos, más de la mitad llevan con él quince largos años.

Las diez menos cuatro. Se apagan las luces. La ansiedad pasa a la categoría de éxtasis. L.M. arroja un beso urbi et orbe. Miles de celulares cumplen su función de cámaras. El dios exige eternidad, y la tiene en esas imágenes imperfectas pero dictadas por un loco amor, como el de los boleros. El, sencillo. Traje oscuro, camisa blanca, corbata rayada, más de ejecutivo de empresa number one que de sex symbol. ¿Para qué brillos, si no los necesita? Arranca con Suave, y recién en Con tus besos dice “¡Buenas noches, San Luis...! ¡Gracias por acompañarme!”. Suficiente para el delirio.

Después, más y más miel: Tres palabras, Dicen que la distancia es el olvido, Volver. Se afloja la corbata. Se desabrocha la camisa: “¡Potro!”, se oye casi a coro. Llega un lujo, un inmortal: el dueto que en Fly with me hizo con Frank Sinatra, vía tecnológica. Y siguen O tú o ninguna, Entrégate, Un hombre busca a una mujer, Cuestión de piel, Oro de ley, La incondicional... Esta última con una rosa en la mano, regalada por una trémula dama.

Hasta el desiderátum: mientras canturreaba Sólo tú, seductor, repartió lentamente un ramo de rosas blancas entre las suspirantes de las primeras filas. Algunas, con la gloria de tocarle las manos; otras, sólo encandiladas con su sonrisa. Y antes del primer corte y cambio de ropa, un cross al corazón: Te necesito.

Tardó apenas cinco minutos. Saco y camisa negra. Y cantó, de lo último, lo mejor: No existen límites, Ella es así, Siento, Lo que queda de mí, Tal vez mientes. Once de la noche. Pregunta, desafiante: “¿Quieren bailar?”. El “¡¡¡siiií!!!” casi derriba las montañas. Y allí fueron Si no supiste amar, La chica del bikini azul, Cuando calienta el sol, Vuelve, Cómo es posible que a mi lado, No culpes a la noche, Te propongo. Y de golpe lanza un “¡gracias!”, y se va.

Se apaga la mitad de las luces, pero los músicos siguen en sus puestos como soldados. L.M. sabe por qué: pedirán otra, y la hará. Y la hace con remera negra con algo de L.M. Y después grita, feliz: “¡Qué maravilla, hasta la próxima!”. Y desaparece, mientras un escándalo de fuegos artificiales cambia la noche en día.

Destino: su jet personal privado. Rumbo: desconocido. Lo esperan Santiago de Chile, Buenos Aires, Trelew, Neuquén, Bahía Blanca y un gran final en Mar del Plata. Y después, el entero planeta Tierra...

Lejos de los rumores que hace unos meses llegaron a anunciar su muerte, el mexicano luce mejor que nunca. Y el público, como siempre, a sus pies.

Lejos de los rumores que hace unos meses llegaron a anunciar su muerte, el mexicano luce mejor que nunca. Y el público, como siempre, a sus pies.

“¿Quieren bailar?”, invita Luismi en un momento del show, y sus fans se entregan al delirio. Lo acompañan en escena 20 músicos.

“¿Quieren bailar?”, invita Luismi en un momento del show, y sus fans se entregan al delirio. Lo acompañan en escena 20 músicos.

En su contacto con el público, Luismi derriba mitos. Por ejemplo, desmiente eso de que sus asistentes tienen prohibido mirarlo a los ojos. Otro: que había pedido 1.000 rosas  blancas frescas. También falso...

En su contacto con el público, Luismi derriba mitos. Por ejemplo, desmiente eso de que sus asistentes tienen prohibido mirarlo a los ojos. Otro: que había pedido 1.000 rosas blancas frescas. También falso...

Más información en Gente

   

Vínculo copiado al portapapeles.

3/9

Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipisicing elit.

Ant Sig