“Los médicos rurales tenemos una sola especialidad: somos todólogos” – GENTE Online
 

“Los médicos rurales tenemos una sola especialidad: somos todólogos”

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El 30 de octubre, Juan Manuel Sáenz Cavia (67) llegó a la entrada de Tres Algarrobos y se topó con dos ambulancias con sus sirenas encendidas, una autobomba y cientos de personas sobre la ruta. “Un accidente”, fue lo primero que pensó... Pero enseguida se dio cuenta de que toda esa gente lo esperaba a él. Es que hace casi cuarenta años este médico llegó a esta pequeña localidad de tres mil almas con un espíritu maradoniano. ¿La iglesia de Maradona? Sí, pero la de Laureano Maradona, el doctorcito –de un metro cincuenta y siete– que logró erradicar el mal de Chagas, el paludismo y otras enfermedades en un rincón de la selva formoseña y dejó su vida para atender a aquella comunidad rural. “Aunque igualar su obra sea casi imposible, ése es el espíritu que necesitamos todos los médicos”, dice Sáenz Cavia, que fue elegido Médico Rural de 2008 por la publicación Gracias, doctor, que galardona todos los años a los quince mejores galenos del país. La ceremonia fue en la Academia de Medicina (entidad fundada por Bernardino Rivadavia en 1822), y el médico del pequeño pueblo recibió el premio delante de una eminencia como Valentín Fuster, el número uno de la cardiología mundial.

“ACA TE CONVERTIS EN TODOLOGO…” Tres Algarrobos –partido de Carlos Tejedor, a 600 kilómetros de Buenos Aires– aparece en el noroeste bonaerense, sobre la Ruta 226, a exactos 520 kilómetros de la Capital. Hasta los 90’ el lugar era conocido como Cuenca, por el nombre de la estación del Ferrocarril Sarmiento que comenzaba en Once y terminaba en Telén, La Pampa. Visto desde el aire, los campos de trigo, maíz, soja y girasol enmarcan las 36 manzanas donde viven las 700 familias del pueblo. Sáenz Cavia llegó al lugar en 1969. En Pehuajó se especializó como médico de familia, pero en Tres Algarrobos se recibió de “todólogo”, como le gusta decir. En los 80’ se hizo cargo del centro sanitario, y lo que era apenas una sala de primeros auxilios se convirtió en el hospital Faustino Rezzano, que hoy tiene 14 habitaciones, 28 camas y un especialista distinto todos los días. “Comenzamos a crecer cuando la municipalidad de Carlos Tejedor nos dio autonomía para internar pacientes de obras sociales y cobrar las prestaciones”, recuerda el hombre, que pasó dieciséis años al frente del hospital.

–Doctor, ¿qué quiere decir cuando se presenta como “todólogo”?
–Cuando te preguntan qué hacés, les decís: “Soy todólogo”. Porque acá cubrimos todas las especialidades. Estadísticamente está demostrado que el 80 por ciento de las consultas primarias se pueden resolver en un consultorio externo. El otro 20 ya requiere estudios o una derivación directa. Y ese 80 lo resolvemos nosotros…

–¿Qué papel juega la psicología en su trabajo?
–Importantísimo. Nosotros somos tres mil tipos, y nos conocemos todos. Hacés medicina familiar, porque atendiste al abuelo, al hijo y al nieto. Esto no es un confesonario ni un diván, pero cuando un tipo viene somatizando, uno se da cuenta: le duele el estómago porque sembró doscientas hectáreas y si no llueve se funde, o porque se está separando de la mujer…

–Hablemos de su función como sexólogo... ¿Cuánto duran en su consultorio las muestras de Viagra?
–Sinceramente, trato de no repartir mucho la pastillita, porque creo que es antinatural, y unos cuantos la usan para vaguear. Hay algunos vagos que me dicen: “Con mi amante no necesito ayuda, porque me excito, pero con mi mujer me tomo un Viagra…”. Otros la usan sólo con su amante, pero no quiero ser responsable de una separación. Sin embargo, tengo en cuenta que el Viagra ha sido la solución de muchas familias.

–¿Entonces es cierto que también ayudó a algunas parejas para que no se separaran?
–De ésas tengo varias. Alguna vez amigué a una pareja en mi consultorio, y otra ayudé a una persona a dejar el alcohol, vicio que lo llevó a destruir a su familia. Cuando logramos estabilizarlo, hablamos con su mujer y recuperamos la relación.

MUERTOS DE AMOR. Corría 1961 y Juan Manuel Sáenz Cavia afilaba (¿así le decían, no?) con una compañera de la Facultad de Medicina de la Universidad del Salvador. Eran ayudantes de la cátedra de Anatomía y se dedicaban a cuidar los preparados. “Conservábamos los cuerpos que llegaban, para que los estudiantes conocieran en detalle la anatomía humana. Para nosotros, esa sala era un lugar sagrado. Lo tomábamos muy en serio”, recuerda. Fue una tarde, mientras acomodaba un preparado (sí, un cuerpo humano), cuando decidió declararle su amor a Susana Esther Villa: “Me siento muy bien con vos. ¿Qué te parece si empezamos un noviazgo en serio?”.

Por aquellos días, el futuro médico ya pensaba radicarse en una comunidad rural una vez que se recibiera, y ya tenía su compañera. Las cosas fueron bien, y aunque Susana abandonó la carrera tres años más tarde, en 1967 él se recibió de médico, y ese mismo año se casaron y partieron hacia Timote, partido de Carlos Tejedor, una pequeña localidad casi desconocida, que se haría famosa después de que en una estancia un grupo de Montoneros asesinara al general y ex presidente Pedro Eugenio Aramburu. “Cuando decidimos ir a Timote, Juan me advirtió: ‘Vamos a un lugar muy chico, de novecientos habitantes. Mirá que la plaza está alambrada, eh…’. Yo le pregunté por qué: ‘Porque las vacas están sueltas por todo el pueblo y se comen las flores’, me contestó”, recuerda Susana (68) entre risas.

Corrió un año en el pueblo de la plaza alambrada hasta que el médico y su mujer se instalaron en la vecina Tres Algarrobos y decidieron pasar allí el resto de sus vidas. “Siempre quisimos una familia grande, y pensamos que en un lugar así sería más fácil criar a nuestros hijos”, dice Susana, que tuvo siete (el más joven tiene hoy 30 años, y el mayor, 40) y doce nietos.

–Doctor, por su experiencia, ¿puede confirmar el dicho “pueblo chico, infierno grande”.
–Es verdad, porque nos conocemos todos, y cualquier cosa que pasa se entera todo el mundo. ¡Y todos los bolazos se agrandan! Cuando me dieron la distinción vino un hombre a preguntarme cómo era el premio de oro que me iban a dar... Después, había uno en el boliche que decía: “¿Qué hará Juancito con los cien mil mangos que se ganó…?”. Voy a avisar por la radio que no me dieron plata, a ver si todavía vienen a robarme y se creen que no se la quiero dar.

–Cuarenta años después, ¿se arrepiente de su elección de vida?
–Realmente, no. Durante mucho tiempo extrañaba mucho y soñaba con regresar a Buenos Aires. Pero era una utopía, porque yo tenía mi vida acá y éste era mi lugar. Extrañaba la medicina de ciudad, pero allá también hubiera tenido competencia desleal, concursos mal habidos… Con el correr de los años me di cuenta de que estoy muy bien acá y que me necesitan más que allá.

–Muchos piensan que dejar la ciudad para trabajar en el campo es un retroceso. ¿Qué opina?
–Cuando volví de Buenos Aires me esperó todo el pueblo. Estaba toda la gente en la calle, los bomberos, las ambulancias… Después de cuatro décadas de profesión, tengo la satisfacción de contar con el reconocimiento de la gente. Yo creo que un médico tiene una función ética y social, y debe estar donde la gente lo necesite, no donde lo lleve su ego o se sienta más cómodo… López Cavia en el campo del pueblo donde volcó su sabiduría y su bondad. Tulio Huberman, el médico y editor que lo condecoró como Médico Rural 2008, compartió muchos años junto al inolvidable René Favaloro.

López Cavia en el campo del pueblo donde volcó su sabiduría y su bondad. Tulio Huberman, el médico y editor que lo condecoró como Médico Rural 2008, compartió muchos años junto al inolvidable René Favaloro.

El doctor Sáenz Cavia atiende a un chico fracturado en uno de los consultorios externos del hospital Faustino Rezzan. El paciente se llama Juan Manuel: claro homenaje al gran benefactor de Tres Algarrobos.

El doctor Sáenz Cavia atiende a un chico fracturado en uno de los consultorios externos del hospital Faustino Rezzan. El paciente se llama Juan Manuel: claro homenaje al gran benefactor de Tres Algarrobos.

Sáenz Cavia en el consultorio de su casa, donde conserva los regalos de sus pacientes más chicos y de sus doce nietos.

Sáenz Cavia en el consultorio de su casa, donde conserva los regalos de sus pacientes más chicos y de sus doce nietos.

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