Los Illia: “Más allá de su honestidad, don Arturo fue un gran estadista” – GENTE Online
 

Los Illia: “Más allá de su honestidad, don Arturo fue un gran estadista”

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Leandro Hipólito Illia estuvo ahí. Tenía 19 años. Lo vio todo. O al menos lo escuchó. Siempre (o casi) detrás de la puerta que comunicaba un pequeño cuarto de la Casa Rosada con el despacho presidencial. Monitoreaba, le cuidaba las espaldas a su padre, el presidente. Desde ese lugar escuchaba las conversaciones que don Arturo Illia (1900-1983) tenía con empresarios, embajadores y ministros. También, las presiones que recibió. Es un testigo directo de la historia. Allí estuvo esa última noche que, en unos días, cumplirá cinco décadas.

Todo se desencadenó esa madrugada fatídica, la del 28 de junio de 1966. Esa fue la raíz del baño de sangre que vendría una década después. El mandatario los esperaba. Por eso, cuando el general Julio Alsogaray irrumpió en su despacho con prepotencia, el presidente Illia nunca perdió la calma. Esta es parte de la charla:

Alsogaray: En nombre del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, vengo a informarle que debe abandonar su cargo.

Illia: ¡El comandante en jefe de las Fuerzas Armadas soy yo! Es lo que dice la Constitución. Usted es un sublevado, y sus acompañantes, un grupo de insurgentes, de salteadores nocturnos. Ustedes no tienen nada que ver con el ejército de San Martin y Belgrano.

Alsogaray: Su seguridad personal está garantizada...

Illia: Mi seguridad no me importa. Usted es un cobarde, que no sería capaz de hacer esto mano a mano. Sus hijos se lo reprocharán.

“LA VIDA ES LUCHA”. A cinco décadas de su derrocamiento, Arturo Illia aparece como un bicho raro dentro de la fauna que camina los pasillos del Congreso, la Rosada y los ministerios. A poco tiempo del golpe, renunció a su jubilación de privilegio. Sin embargo, tras su paso por la Rosada, don Arturo ni siquiera tenía el dinero para comprar una casa para su familia. Pero nunca perdió su vocación de servicio: “Yo estoy para ayudar a la Nación desde donde sea”, decía el ex presidente en las páginas de GENTE por esos años. Otra nota anterior de esta revista lo muestra tomando el subte porteño. Igual que Raúl Alfonsín, Illia fue un presidente que murió pobre.

“Es cierto. No hay bienes materiales, pero nos dejó un gran legado moral y ético, de carácter transitivo: él se lo pasó a nuestro padre y papá, a nosotros”, dicen ahora sus nietos Leandro Arturo (31, periodista deportivo), María Florencia (24, futura médica, como su abuelo), y Rodrigo (28, estudiante de Turismo). “Una frase que nos dice mi viejo es ‘la vida es la lucha’”, sigue el periodista.

El dicho era de mi padre”, aclara Leandro Hipólito (70), que recuerda la austeridad del dirigente de la Unión Cívica Radical del Pueblo. “Al otro día del golpe de Estado, nos tuvimos que tomar el 60 para ir al Centro. La gente veía al ex presidente en el colectivo y no lo podía creer”, cuenta su hijo, testigo de todo. También está Patricia Cigliutti (60), su mujer, que recuerda: “El día que murió don Arturo no teníamos un traje de gala para despedirlo como a un presidente. Nos costó un horror conseguir uno digno”. ¿Cómo les gustaría que recordemos a su abuelo? “Como un gran estadista que, en dos años y medio, cumplió con toda su plataforma. Me da vergüenza que se lo recuerde por honesto: debería ser algo normal”, sentencia el nieto del medio. Y todos coinciden.

La charla transcurre en el departamento de la familia, en el barrio de Belgrano. Allí repasamos la historia con el hijo del dirigente radical. El toma ahora la palabra.

–Leandro, en las primeras semanas de junio los  medios hablaban de un cambio de gabinete para “evitar el golpe”. ¿Qué decía su padre en la intimidad de la familia?
–El sabía todo. Esperaba lo que se venía porque tenía la mejor información: la del jefe de la Policía Federal. Estaba al tanto de las reuniones que había en la casa de Onganía. Allí se estaba gestando su destitución. Arturo Frondizi, un gran traidor, fue uno de los conspiradores. Nosotros le decíamos que los detuviera. Y él nos respondía: “Si yo los meto presos, les doy el motivo para que me derroquen”.

–¿Según su visión, qué significó el golpe del ’66 en la historia?
–Un gran retroceso. Sin 1966 probablemente no hubiera habido 1976. Allí empezó el caos, la violencia. Mi padre siempre hizo hincapié en respetar la Constitución. Así se lo dijo a los militares que fueron a buscarlo. “Este libro es el escudo que me ampara”, y les mostraba la Carta Magna.

–¿Qué más recuerda de aquella fatídica noche?
–Además del general Alsogaray, había cinco oficiales (los coroneles Perlinger, González, Miatello, Prémoli y Corbetta). El único que hizo ostentación de armas fue Prémoli. El coronel De Elía, que debía defender a mi padre, huyó. En su lugar quedó otro coronel, Ricchieri: “Presidente, tengo 130 hombres dispuestos a defender la Casa de Gobierno”. Finalmente, mi padre no quiso que se derramara sangre argentina. Por eso decidió aceptar el golpe.

–¿Es cierto que Frondizi se comunicó para solidarizarse?
–Su llamado fue el último que recibió en el cargo. Mi padre no era de insultar, pero cuando le comenté quién lo llamaba, me dijo: “¡Decile a Frondizi que se vaya a la p... que lo parió!”.

–La gente rescata que Illia fue el presidente más honesto. Así aparece en la mayoría de las encuestas, aun hoy.
–Mirá, esto lo hablé mucho con René Favaloro, que era muy “illiísta”; se hizo muy fanático de él. Es cierto eso, pero yo quiero rescatar más su honestidad intelectual, la de haber cumplido todas las promesas de campaña.

–¿Dentro de esas propuestas electorales estuvieron las acciones que sellaron su destino?
–Fue un gran defensor de la soberanía. Y, para eso, tocó intereses: primero con la anulación de las leyes petroleras que había firmado Frondizi. Los Estados Unidos mandaron dos embajadores para torcer su opinión. Mi padre fue tan convincente que el 20 de noviembre de 1963 John Kennedy aceptó la posición argentina. Dos días después fue asesinado en Dallas.

–También se metió con los medicamentos y los granos.
–Como buen médico, empezó a controlar el precio y –a través del Malbrán– la calidad de los fármacos. Se descubrió que los laboratorios aumentaban un mil por ciento los precios. Después, cuando hizo un acuerdo para venderle granos a China, se enfrentó con los grandes grupos exportadores. Todos esos sectores hicieron un lobby feroz para derrocarlo.

Hijo, nuera y nietos. Rodrigo (28), Patricia (60), Leandro Hipólito (70), María Florencia (24) y Leandro Arturo (31) en el departamento familiar de Belgrano.

Hijo, nuera y nietos. Rodrigo (28), Patricia (60), Leandro Hipólito (70), María Florencia (24) y Leandro Arturo (31) en el departamento familiar de Belgrano.

El ex presidente, en sus
últimos años, con sus
hijos Leandro y Martín.

El ex presidente, en sus
últimos años, con sus
hijos Leandro y Martín.

Junto al enemigo:
el día de la asunción,
don Arturo saluda a la gente en las calles
porteñas. El uniformado
de la derecha (detrás
del conductor) es nada
menos que Juan Carlos
Onganía, el general que
lo derrocaría.

Junto al enemigo:
el día de la asunción,
don Arturo saluda a la gente en las calles
porteñas. El uniformado
de la derecha (detrás
del conductor) es nada
menos que Juan Carlos
Onganía, el general que
lo derrocaría.

El 12
de octubre de 1963,
junto a su mujer, Silvia
Martorell que murió
meses después del
golpe, en 1966. Al lado, su
primer discurso en el
Congreso. Y luego su salida,
el día de su destitución.

El 12
de octubre de 1963,
junto a su mujer, Silvia
Martorell que murió
meses después del
golpe, en 1966. Al lado, su
primer discurso en el
Congreso. Y luego su salida,
el día de su destitución.

El poncho histórico.
Izquierda: Leandro saborea unos mates con el poncho de su padre. Al lado, junto a Ricardo Balbín, su gran aliado político.

El poncho histórico.
Izquierda: Leandro saborea unos mates con el poncho de su padre. Al lado, junto a Ricardo Balbín, su gran aliado político.

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