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Los amores de Borges

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Sólo eres Tú, mi desventura Y mi ventura, inagotable y pura” (de Borges a María Kodama)

Enamoradizo compulsivo, Borges (1899-1986), según su eterno amigo Adolfo Bioy Casares (1914-1999), tuvo una profusa lista de novias, a saber: Concepción Guerrero, Silvina Bullrich, Estela Canto, la condesa Alvarez de Toledo, la condesa de Wrede, Daly Nelson, Cecilia Ingenieros, Marta Mosquera, Alicia Jurado, Susana Bombal, Pipina Diehl, Mandie Molina Vedia, Gloria Alcorta, Wally Zenner, Susana Soca, Elsa Astete Millán... Y aunque no las incluyó en este rosario, sería grave omisión no mencionar a María Esther Vázquez, Haydée Lange, Emma Risso Platero, Ulrike von Kuhlmann y (¡claro!) María Kodama, la más precoz –lo conoció a los 5 años, fue su alumna a los 12, se casó con él en abril de 1986 en Paraguay y por poder– y quien lo vio morir. Tantas, que don Jorge Luis bien pudo, respondiendo a su pasión de bibliotecario, alinearlas por orden alfabético.

PERO HUBO NOVIAS... y “novias”. Es decir, no más de siete verdaderas y duraderas: las demás fueron relámpagos, fantasías, pasiones no correspondidas, y a veces, apenas destinatarias de uno o más poemas. En ese sentido, Kodama no tiene el copyright. Por lo menos es lo que jura el periodista y escritor Mario Paoletti (porteño, 71, que hoy vive y enseña literatura en Toledo, España) en su libro Las novias de Borges (Emecé), que las reduce a seis: Concepción Guerrero, Cecilia Ingenieros (hija del médico y filósofo José Ingenieros), Estela Canto, María Esther Vázquez, Elsa Astete Millán y María Kodama. Las dos últimas, también esposas con papeles.

EL HOMBRE... que detestaba su cuerpo. Y es cierto: Borges, que temía a los espejos (“por eso nos alarman”, escribió en la última línea de un poema), en los años 20’ y en su Boletín de una noche se definió descarnada e injustamente como “un hombre palpable de piel negra, esqueleto negro, encías negras, sangre negra que fluye a través de la carne negra... Me desvisto y, por un instante, soy esa bestia vergonzosa, furtiva, inhumana, alienada de sí misma, que es un ser desnudo”. Y por si poco fuera, se llamaba “tapir, epiceno (común), obeso, tímido, tartamudo, de ojos débiles, letra de enano y voz de entre bebé y Matusalén”. Este retrato pudo ser provocativa literatura, pero también real –aunque exagerado– odio por su cuerpo.

AQUELLAS MUJERES (I). A cada una la amó, y lo amaron. Pero ninguna como él quería: más por admiración de su genio, su cerebro y su magia oral, capaz de encantar serpientes, que por su carne. Y ante el rechazo, humillado, lo ahogaba la desesperación, hasta el punto de pensar en el suicidio. Y a ellas vamos... A Concepción Guerrero la conoció al volver de su primera etapa europea: entre los 14 y los 21 años. En carta a un amigo, la describe como “una niña pobre y muy hermosa, hija de padres andaluces y de carne gloriosamente blanca, de la que estoy enamorado totalmente, idiotamente, y cuando la abrazo, se estremece”. La visitaba en su casa los sábados por la tarde; quiso casarse con ella, pero al volver de Europa luego de casi un año (1923), advirtió que la relación se desmoronaba. Dos años después, ¡fin! Entró en juego Cecilia Ingenieros. La conoció en 1939, en una reunión. Descubrieron que eran vecinos y que les gustaba caminar: rito que cumplieron entre 1941 y 1944. Era bailarina. Planearon un viaje a Europa, y allí, casarse. Pero en una confitería del centro, ella le dijo que en dos semanas partía hacia ese destino. “Nos vamos, querrás decir”, argumentó Borges. “No. Me voy sola. Decidí no casarme con vos”. Puñalada en el corazón, sí. Pero ella le dictó el tema de un cuento memorable: Emma Zunz, terrible historia de una venganza.

AQUELLAS MUJERES (II). En 1945 (advenimiento de Perón, duro golpe) conoció a Estela Canto, acaso su amor más profundo. Morena, delgada, de grandes ojos pardos (rememora Paoletti), vivía en el Barrio Sur, constante inspiración para el escritor (guapos, cuchilleros, duelos a punta de acero). Era de izquierda, filosofía política con la que Borges coqueteó en sus años jóvenes, y tenía antepasados militares uruguayos: la épica, otro amor del genio. Tenía cama con hombres nada intelectuales. Ganó el Premio Municipal de Literatura 1945 con El muro de mármol. Una de sus biógrafas la definió como “osada, turbulenta, anticonvencional”. Leonor Acevedo, la madre de Jorge Luis, la odiaba. Según Estela, en sus memorias escritas pasados sus 70 años, le dijo: “O nos acostamos, o no vuelvo a verte.” Al parecer, él le dijo: “Entonces, ¿no me tenés asco?”. Según Paoletti, ella reconoció que “en sus abrazos, la virilidad de Borges era perceptible”. Pero todo terminó en ese punto, con ventaja para Estela: le vendió el manuscrito de El Aleph a Shoteby’s... ¡en 25.760 dólares!

AQUELLAS MUJERES (III). Entró en escena María Esther Vázquez. El escritor, que la contrató como secretaria y lectora de tiempo completo, le llevaba 40 años. Según ella, “cuando lo conocí, me pareció más viejo que las pirámides”. Viajaron juntos a Europa y dos años después el escritor le propuso casamiento. Pero ella lo rechazó. No mucho más tarde se casó con el poeta Horacio Armani (1962), y al genio apenas le quedó la revancha de un poema: “Lo que era todo tiene que ser nada/ Sólo me queda el goce de estar triste”. Al final de cada historia campeó un tema ríspido: la presunta inhibición sexual de Borges. Se sabe que su padre, en Ginebra, intentó iniciarlo con una prostituta, y que, ante su comprensible timidez, ella lo trató con brutalidad y burlas. ¿Pudo, ese trauma juvenil, ser un futuro fantasma a la hora de la cama? Aventurar que sí es una torpeza: nadie, nunca, podrá penetrar en ese secreto. En todo caso, no le faltaban armas. Según varios de sus biógrafos, en 1964, ya ciego, se desnudó en una playa de Mar del Plata creyendo que lo cubría una carpa. Victoria Ocampo, al verlo así, le dijo a un amigo: “Había estado bien provisto Georgie, che”.

UN HOMBRE CASADO. Luego de otro fracaso, Haydée Lange (que acabó casándose con el poeta Oliverio Girondo), el maestro cayó en los brazos de Elsa Astete Millán. La conoció en 1927, el año en que se sometió a una operación de ojos (la primera de ocho, y en vano). Le propuso matrimonio dos veces (1943 y 1944), y ella, ya viuda, aceptó casarse con él en 1969. En la noche de bodas, Borges se quedó en su casa, el mítico departamento del sexto piso de Marcelo T. de Alvear y Maipú, con su madre, “porque se hizo demasiado tarde”. Preludio del final. Ella tenía 59 años, y él, 68. Ella cantaba tangos, pero mal; no hablaba inglés (grave escollo para el políglota) y era adicta a la televisión. La ruptura tardó apenas tres años en llegar: Borges volvió a su departamento y mandó a unos peones de mudanza a retirar sus libros de la casa conyugal, en Belgrano. “Me casé –confesó– porque me interesaba la experiencia de vivir con una mujer”. Y empezó en su vida (o continuó) el tiempo de María Kodama, nacida en 1937, hija del químico japonés Yosaburo Kodama. Vivieron juntos (aunque part time, según muchos testigos), viajaron juntos, se casaron pocos meses antes de la muerte del genio en Ginebra, y es su única heredera y custodia de su obra. Las adoratrices intelectuales del genio la odiaron. En un punto, el mundillo literario se dividió en kodamistas y antikodamistas. Los últimos llegaron a definirla como “la Yoko Ono de Borges”. Y ella, hierática como corresponde a una japonesa o hija de japoneses, respondió así: “El fue mi elección desde los cinco años. Es la mitad de mi alma. Y los (o las) que me critican mueren de envidia, de celos, de resentimiento histérico, de vulgaridad, porque nunca pudieron tenerlo, y yo lo tuve”. Hasta la muerte. Borges conoció a María Kodama, hija de un químico japonés, cuando ella tenía cinco años. A los doce fue su alumna. Y se casaron por poder en el Paraguay pocos meses antes de la muerte del genio en Ginebra. Recorrieron el mundo y sus lugares más exóticos. Ella dice: “Fue la mitad de mi alma”.

Hasta la muerte. Borges conoció a María Kodama, hija de un químico japonés, cuando ella tenía cinco años. A los doce fue su alumna. Y se casaron por poder en el Paraguay pocos meses antes de la muerte del genio en Ginebra. Recorrieron el mundo y sus lugares más exóticos. Ella dice: “Fue la mitad de mi alma”.

Pasiones rotas. Una extraña y casi inédita imagen de Borges, década del ’30, con boina y barba. Con él, Haydeé Lange, de quien se enamoró en vano: ella se casó con el gran poeta Oliverio Girondo.

Pasiones rotas. Una extraña y casi inédita imagen de Borges, década del ’30, con boina y barba. Con él, Haydeé Lange, de quien se enamoró en vano: ella se casó con el gran poeta Oliverio Girondo.

Con Estela Canto, acaso su amor más profundo. Escritora, de izquierda, de muchos amantes, lo abandonó... pero vendió el original de El Aleph en más de 25 mil dólares.

Con Estela Canto, acaso su amor más profundo. Escritora, de izquierda, de muchos amantes, lo abandonó... pero vendió el original de El Aleph en más de 25 mil dólares.

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