“Lo vivimos muy relajados, pero nos emocionamos al oír que ya éramos marido y mujer” – GENTE Online
 

“Lo vivimos muy relajados, pero nos emocionamos al oír que ya éramos marido y mujer”

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Ni confites, ni ceremonia, ni ligas, ni torta con muñequitos, ni ramo, ni carnaval carioca. Ni vestido (mucho menos, blanco), ni smocking, ni zapatos. Ni arroz, ni fotos en las mesas. Ni mesas… Sin formalidades, como un trámite más, sin estridencias ni pompa, pero con un amor que ya lleva doce años y suma tres hijos, se casaron y celebraron Sebastián Ortega (36) y Guillermina Valdés (32).

“Con Guille nos vamos a casar este año. Nosotros nunca hicimos nada porque ‘corresponde’. Nos mudamos a vivir juntos a los quince días de conocernos porque sentíamos la necesidad de estar juntos todo el tiempo. Tuvimos hijos porque quisimos formar una familia, y ahora nos casamos porque tenemos ganas. Vamos a ir al Registro Civil y punto”, le anunció Sebastián a GENTE en julio pasado. Y cumplió.

Así, como quien no quiere la cosa, en remera de mangas largas, jeans y zapatillas, con anteojos de sol, bien fiel a su estilo informal, llegó el viernes 25 de septiembre al Registro Civil de Coronel Díaz y Beruti, en Palermo para, finalmente, firmar la libreta. Su ahora esposa, Guillermina, estuvo a tono: también eligió jeans, poncho (de Benito Fernández) y botas cortitas de gamuza. Fue una ceremonia breve, tan pero tan íntima que no estuvieron siquiera los hijos de la pareja –Dante (8), Paloma (6) y Helena (4)– ni los miembros de clan Ortega.

“Esto fue un simple trámite. Una escapadita con algunos amigos íntimos, la mamá y la hermana de Guille y nadie más. Mañana vamos a festejar con algunos amigos y toda la familia”, dijo Seba ante las cámaras. Y así se fueron, sonriendo, libreta en mano pero sin alianzas (¡se las olvidaron en casa!) “a buscar a los chicos al colegio”. Lo que haría cualquier pareja normal después de casarse... ¿No?

VERANO DEL ’98. Por entonces, Sebastián volaba a Punta del Este, dejando atrás una relación que casi termina en casamiento. Triste, sin ganas de hacer nada, sus amigos lo animaron a que se tomara unos días de descanso. Guillermina, por entonces en el staff de Pancho Dotto, pasaba por el balneario uruguayo, recién llegada desde Nueva York, donde trabajaba como modelo. Fue amor a primera vista. La noche en que la vio entrar en el restaurante Novecento, el hijo de Palito y Evangelina le pidió a un amigo (Santiago Turienzo, fotógrafo de la revista GENTE) que se la presentara.

Desde entonces no se separaron más. Lo que siguió fue tan veloz que podría catalogarse de locura, de no ser porque la historia se cuenta doce años después, con tres hijos y (desde hace pocos días) una libreta de casamiento de por medio.

En menos de un mes ya vivían juntos en Buenos Aires. Tres años más tarde tenían su primer hijo, Dante. Con el paso del tiempo llegaron Paloma y Helena. Mientras, Sebastián crecía en su carrera –de director artístico de Ideas del Sur pasó a armar su propia productora, Underground–, y Guillermina iba dejando de lado el mundo de la moda y se volcaba a sus estudios de teatro.

El tema matrimonio apenas sobrevolaba, hasta que se convirtió en una necesidad para evitar trámites “cada vez que había que sacar a los chicos del país”, contó Seba. “Queríamos hacerlo cuando pudiéramos disfrutarlo, y creímos que éste era el momento. Los chicos ya están grandes… ¡y llevamos muchos años juntos! Lo vivimos muy relajados”, remató.

NOVIOS SIN RAMO. No fue una fiesta de casamiento tradicional, y los Ortega la vivieron divertidísimos, con familia y amigos, en su nueva casa de Pilar, y bajo las leyes del estilo informal: él cambió los jeans por un pantalón color natural, pero insistió con las zapatillas, y ella prefirió un enterito de seda (también de Benito Fernández), tacos y el pelo atado.

La fiesta fue súper “tranqui, informal, íntima y relajada” (como la definieron los pocos y selectos invitados). Un DJ animó el baile desde una carpa montada en el jardín. Hubo pizza, empanadas, sushi, helado y una barra con tragos.

El clan Ortega dijo “presente” casi en pleno. Evangelina Salazar, elegante como siempre, fue la más sonriente de la noche. Julieta, ya definitivamente separada de Iván Noble, llegó con su nuevo novio, el empresario Guido Zárate. Emanuel, el cantante, fue sin su mujer, Ana Paula Dutil. También estuvieron Luis, el cineasta, y la benjamina, Rosario, ya toda una mujer, que entró en el auto con su amiga Leticia Brédice. La prima, Luciana Salazar, tan pulposa como siempre, se llevó todas las miradas. El gran ausente, con razón más que válida, fue papá Palito, de gira por Latinoamérica (coincidiendo en Perú con el recital de su amigo Charly García).
Famosos (fuera de la popular familia, claro), pocos: Andy Kusnetzoff con su novia, la modelo Florencia Fabbiano; Mariana Fabbiani y su pareja, Mariano Chihade (socio de Andy en la productora Mandarina), y el actor Mex Urtizberea.

“No lo habíamos soñado de ninguna manera en especial”, dijo Guillermina. Es cierto: no pareció una fiesta de casamiento, pero lo fue. Esta vez con anillos (obviamente no se los olvidaron), desacartonados, informales, rodeados de amigos íntimos y familia, tres hijos y mucho amor. Mejor, imposible. De una escapadita al Registro Civil, el productor y la modelo (con poncho de Benito Fernández) volvieron con la libreta roja. Se olvidaron las alianzas en casa, pero un beso selló la íntima e informal ceremonia.

De una escapadita al Registro Civil, el productor y la modelo (con poncho de Benito Fernández) volvieron con la libreta roja. Se olvidaron las alianzas en casa, pero un beso selló la íntima e informal ceremonia.

Enero del ’99, en Punta, cuando cumplían un año juntos.

Enero del ’99, en Punta, cuando cumplían un año juntos.

Sin vestido blanco ni jacquet (ella eligió un enterito de Benito Fernández, y él siguió con su look informal), los novios saludaron en la puerta de su casa de Pilar y lucieron, orgullosos, sus alianzas.

Sin vestido blanco ni jacquet (ella eligió un enterito de Benito Fernández, y él siguió con su look informal), los novios saludaron en la puerta de su casa de Pilar y lucieron, orgullosos, sus alianzas.

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