“Lo que me está pasando con Chacho es mágico” – GENTE Online
 

“Lo que me está pasando con Chacho es mágico”

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Tanto va el cántaro a la fuente, que si no es tonto, se aprende el camino”. (Versión –mejorada y optimista– del refrán original: “Tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe”).

Y el cántaro (Soledad Silveyra) y la fuente (Carlos Chacho Alvarez), según confesión del cántaro, se cruzaron, en treinta años, “un montón de veces, pero nunca pasó nada”, jura ella. Entre otras cosas de la vida, porque el taxi en el que viajaba Mónica Helguera Paz (nombre de ficción de Solita en la inolvidable serie de los 70’ Rolando Rivas, taxista) y manejaba Claudio García Satur, estuvo larga y sucesivamente ocupado. Solita –precoz en todo: debutó a los 12 años junto a Darío Vittori– se casó a los 18 con José María Jaramillo, tuvieron dos hijos (Facundo y Baltazar), y se separaron en el ’82. Pero la roja bandera de “Libre” no pudo encenderse durante mucho tiempo: fue pareja de Miguel Angel Solá; del escritor Ismael Viñas; del técnico en iluminación Mariano Franco (entonces, 29: dos décadas menos que ella), y last but not least, tuvo una breve relación con el remisero Héctor Grande, que día a día la llevaba desde los estudios de Teleinde, en Martínez, hasta los de Endemol, en Palermo, donde grababa dos programas.

En cuanto a la fuente (Chacho), no estuvo menos colmada de aguas: Marta Chojo, que le dio su único hijo varón: Ramiro; Gloria López Lecube –con ella, dos hijas: María y Dolores–; Liliana Chiernajowsky –con ella, otra hija: Lucía–; y poco antes, una dama de 40 años rápidamente desplazada cuando apareció madame Silveyra, hace dos meses y monedas. Estado de ambos corazones: el de ella, intacto; el de él, con un infarto y cinco by pass en noviembre pasado, un mes más tarde del reportaje que ella le hizo en Montevideo para su programa Un tiempo después (¿la primera chispa?), y tres de los idus de enero, cuando empezaron las comidas a media luz y las eternas sobremesas en Don Justo, un restaurante a pasos del departamento de Chacho (mora en Paraguay y Coronel Díaz) y a no mucho más de French al 2000, el bunker de Solita.

Sobremesas de coincidencia: los dos respiran libros, cine, música, política, y el escenario de la primera vez que las manos se juntaron: algo infalible, como se sabe desde hace siglos.

ULTIMO MOMENTO. Crónica de catorce horas acaso decisivas: prueba nocturna y diurna de la historia que empezó en un reportaje y se va convirtiendo en novela. Viernes Santo, poco después de las nueve de noche. Chacho y Solita salen del edificio donde vive el ex vicepresidente de la Nación. Caminan lentamente y del brazo. De pronto paran: abrazo y beso. Siguen su marcha. Entran en Bella Italia, restaurante de República Arabe Siria al 3200. Comen en una penumbrosa mesa. Dos horas después salen, siempre del brazo, y vuelven al departamento de él. Para el fotógrafo y su cámara, telón. En todo caso, la previsible y sagrada intimidad del dormitorio, prolongada hasta el sábado, poco antes del mediodía.

Nuevo paseo por el barrio. El, de sport: camisa, pantalón, zapatillas deportivas. Ella, también de sport, bolso, almendrados anteojos oscuros. Ella está divina: piel radiante, físico envidiable para las mujeres y deseable para los hombres, luce como una adolescente. El está muy bien: flaco, físico cuidado, piel bronceada, risa fácil, luce feliz. Entran en Di Vino, cafetería y vinoteca de Charcas y Malabia. Desayuno y larga, larguísima lectura de diarios (como un viejo matrimonio), seguramente con la lupa puesta en dos secciones: Política y Espectáculos. Despedida y partida. Ella toma un taxi que no maneja Rolando Rivas, y él vuelve, despacio, a su casa. De pronto, el cántaro se aleja de la fuente, pero no se ha roto: volverá, porque ya aprendió el camino.

Hasta ahora, él habló muy poco –nada, en realidad– de esta historia, pero tal vez, en este punto de su vida, abjure de aquella declaración disparada en los días de tribuna: “La política me absorbe demasiado y por eso no soy un modelo de padre ni de marido”. Ella (abuela de Inés, hija de Baltazar, y con otro nieto cerca de llegar al mundo), fue más locuaz: “La situación me da cierto no sé qué, pero el sentido del humor de Chacho me ayuda… Pero es cierto: estoy enamorada y soy feliz. Los viejos amamos con más libertad, porque ya tenemos la vida hecha, y las presiones no existen. No lo niego: me siento rarísima, porque lo que me pasa (nos pasa) es algo mágico”. Dato clave: ella le presentó a sus hijos, él le presentó a los suyos, y todo sucedió en paz y sin gestos agrios. Buena señal. Es posible que el cántaro, aunque tarde, ya no olvide el camino hacia la fuente. Luego de pasar la noche en el departamento de Chacho (Paraguay y Coronel Díaz), él y Solita salen del café y vinoteca Di Vino (Charcas y Malabia), donde desayunaron y leyeron los diarios.

Luego de pasar la noche en el departamento de Chacho (Paraguay y Coronel Díaz), él y Solita salen del café y vinoteca Di Vino (Charcas y Malabia), donde desayunaron y leyeron los diarios.

Sábado. Eligen mesa en Di Vino para desayunar. Charla y risas mientras llega el café. El había comprado Clarín unos minutos antes, y juntos leen con interés Política y Espectáculos. Después caminan juntos. Ella llama un taxi y se va. Beso de despedida a la luz del día: ya no hay nada que ocultar.

Sábado. Eligen mesa en Di Vino para desayunar. Charla y risas mientras llega el café. El había comprado Clarín unos minutos antes, y juntos leen con interés Política y Espectáculos. Después caminan juntos. Ella llama un taxi y se va. Beso de despedida a la luz del día: ya no hay nada que ocultar.

Salen del departamento de Chacho. Caminan lentamente y del brazo, hasta el restaurante Bella Italia (República Arabe Siria al 3200). Pero antes, breve parada, abrazo, largo beso: preludio de la noche que pasaron juntos.

Salen del departamento de Chacho. Caminan lentamente y del brazo, hasta el restaurante Bella Italia (República Arabe Siria al 3200). Pero antes, breve parada, abrazo, largo beso: preludio de la noche que pasaron juntos.

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