Llegó la hora negra, y brilla más que la blanca – GENTE Online
 

Llegó la hora negra, y brilla más que la blanca

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De pronto, en el ajedrez del mundo, las piezas blancas perdieron el milenario privilegio de la primera movida: esta vez, la clásica peón 4 rey fue de las piezas negras. Y lo fue en la acaso más ardua y decisiva partida que no sólo se juega en los Estados Unidos de América sino en el vasto planeta, hoy azotado por una crisis económica, pero no sólo acotada al dólar, el euro, el yen, los bonos y las bolsas: extendida a lo político, lo moral, lo cultural.

Parece excesivo –o peor: injusto– que la esperanza de salvación descanse sobre los hombros de un abogado negro de 47 años, Obama, orador brillante, marido, padre de dos hijas, y sin la colosal fortuna de otros presidentes que ocuparon el Salón Oval. Pero Obama es un hombre de Illinois. Por casualidad o causalidad, la tierra de Ray Bradbury, que desde sus Crónicas marcianas en adelante probó que lo imposible es posible. En este siglo, la especie humana llegará a Marte, la science fiction será reality, y si eso sucede, también es posible que un abogado negro transforme, para mejor, el país que acaba de elegirlo rey, y también el mundo. Sus discursos (millones de palabras en una de las campañas políticas más fogosas de la historia norteamericana) pueden resumirse en apenas ocho vocablos: “Con malicia hacia nadie, con caridad para todos”, la sentencia de Abraham Lincoln que está tallada en el mármol que custodia su gigantesca estatua en Washington. Mucho ofendió el color blanco a ese hombre negro: en letras de molde, con nombre y apellido, más de un político publicó en The New York Times que “Obama sembrará sandías (fruta que el lugar común y el racismo aluden como alimento básico de la negritud americana) en la rosaleda de la Casa Blanca”.

Pero Obama, sea un presidente más, fracase o triunfe, con su 51 por ciento de los votos de tantos ciudadanos como hacía décadas que no se acercaban a las urnas, fue coronado, y el oportunismo y la hipocresía no tardaron en pegar un golpe de timón: ya se habla de un film con un James Bond negro, y hasta un posible Papa del mismo color de piel. Es cierto: los Estados Unidos están golpeados. Pero la avalancha de votos ha dicho “Este es el hombre”, y el resto es silencio.

En la oscuridad del bar Sylvia’s Also, pura tradición del Harlem neoyorquino, acodado sobre la barra junto a un amigo, Reggie Burns, de 67 años, parece ir a contramano de la fiesta. Hace cinco minutos exactamente, a las 22.59, en los tres plasmas del lugar que sintonizan CNN anunciaron que Barack Obama había superado los 270 electores necesarios y era el nuevo presidente de los Estados Unidos. Y aquí, en este barrio al norte de Manhattan y el Central Park, donde los corazones bombean la sangre más negra de toda esta ciudad, la historia estalló en mil pedazos.

El lugar se transformó: gritos, abrazos, miradas al cielo y mucho rhythm & blues, porque enseguida empezó el baile. Pero Reggie llora en silencio. Sin embargo, me dice que está feliz. “Ojalá mi padre estuviera vivo para ver esto”, se emociona. El hombre, cuenta, se llamaba Joyce, y vivió más de 90 años. Nació medio siglo después de 1865, cuando Abraham Lincoln abolió la esclavitud, pero sufrió el apartheid, la discriminación y la pobreza en su propio país. Vivió en Harlem desde joven, pero no llegó a ver a un negro en la Casa Blanca. Su hijo sí, y sus lágrimas lo agradecen.

La dueña del bar –y del restaurante que está justo al lado, sobre el boulevard Malcolm X– también celebra a lo grande. Sylvia Woods es aquí una leyenda. La llaman The Queen of the Soul Food (la Reina de la Comida para el Alma), está al frente de su negocio desde hace 46 años y muchos famosos se sentaron en sus mesas: Nelson Mandela, Martin Luther King, Bill Clinton, Jesse Jackson, Denzel Washington y, por supuesto, Barack Obama, un candidato frugal entonces, que comió alitas de pollo con ensalada de acelga, según dicen, una especialidad de la casa, y bebió agua.

Ella también muestra una sonrisa blanca y enorme: “Hoy, negros, blancos e hispanos debemos tener la sensación de que todo puede cambiar. McCain veía al mundo en un solo color”. A su lado, Lynnard Williams, un coreógrafo y bailarín de 46 años, que en el ’92 pasó por Buenos Aires con la obra Porgy & Bess, bailó como figura principal en el Colón y en el 2000 regresó para una gira por Argentina, Chile y Uruguay con la agrupación Gospel Troupe, asiente: “Todos esperamos que pase algo con Obama, que nos traiga paz”.

Afuera, el boulevard, decorado con globos rojos, azules y blancos, se sacude al ritmo de bocinazos y gritos desde la ventanilla de autos lustrosos, tuneados hasta la saturación. Y, por supuesto, de más R&B, y hip hop, y percusión africana como para explotar parlantes. La obamamanía, presente en graffitis, remeras a diez dólares, pins a cinco y alguna que otra bandera norteamericana, se convierte en una catarsis para la raza negra. Hay fiesta. Los únicos que no sonríen son los policías, más blancos que nunca hoy y aquí, que intentan que todos se comporten como en un día común. Y es imposible.

Sobre la vereda, Cake Man Raven, un repostero y artista callejero, acaba de terminar de esculpir, junto a su equipo, la palabra Obama en hielo. “Quise que se viera su nombre, Obama, porque muchas veces nosotros no tuvimos uno. Fuimos un número en las plantaciones del Sur, como los judíos fueron un número en los campos de concentración. Acá somos como una familia; por eso nos decimos brothers. Y hasta hoy no celebramos a la bandera norteamericana, pero en enero, cuando Obama asuma como presidente, la llevaremos”, explica emocionado.

Cerca de allí, sobre el boulevard Martin Luther King (la calle 125 para los mapas), se erige un emblema de la raza: el Apollo Theater. Allí debutó, por ejemplo, Ella Fitzgerald, y en la década del ’60 pasaron por sus tablas los artistas de un sello legendario de Detroit, Motown, que sembró el mundo de música negra, con Stevie Wonder, Marvin Gaye, The Supremes y James Brown como estandartes. Para este sábado 8, la marquesina anunciaba boxeo amateur.

El promotor de la velada, Antonio Midgette, de 44 años, nacido y criado en Harlem, que al saber que somos argentinos nos recuerda a Monzón y a Galíndez, “dos valientes”, también está en la puerta del teatro para celebrar. “Veremos grandes mejoras con Obama. El nos devolverá la confianza, que se cayó por la gran depresión económica que vivimos. Mire, Martin Luther King tenía un sueño: que todos los hombres se unieran. Obama está haciendo que ese sueño esté vivo”.

Si se dice que Buenos Aires es la ciudad del mundo con más kioscos de golosinas por cuadra, lo mismo se puede aplicar a Harlem con las peluquerías para mujeres. Hay, en el boulevard Martin Luther King, por lo menos cuatro o cinco cada cien metros. Kane, nacida en Costa de Marfil hace 32 años y con 16 residiendo en los Estados Unidos, trabaja en Camara Hair Braiding, en un primer piso al que se accede por una escalera angosta. Allí, detrás de cada una de las ocho puertas, las peluqueras –todas africanas– no dan abasto para hacer trencitas y alisar motas. Sin embargo, ella cuenta que “no tenemos clientas como antes. Si hasta se rompió el televisor y no lo pudimos arreglar. No importa. Hoy gana Obama y nos vamos todas a festejar a un night club del Bronx”.

A una cuadra de allí, en la plaza Adam Clayton Powell, que homenajea al primer negro que llegó desde Nueva York al Congreso norteamericano en 1944 por el partido Demócrata, Jeff Trotter sacude sus rastas. Está con toda su familia: su esposa Tonya y sus hijos Joshua, Solomon y Justina. “Es un gran momento para nuestra historia, para cambiar no sólo a nuestro país, sino al mundo, y que ese cambio no sea sólo para los negros, sino para todos. Por eso traje a mis hijos a esta celebración, para que algún día, cuando crezcan, puedan decir que estuvieron festejando en Harlem la noche en que un negro fue elegido presidente”, dice antes de despedirse con el puño cerrado y un saludo bien jamaiquino: “Respect, man”.

De eso se trata también esta noche: de respeto. Por eso, aunque en la plaza los blancos somos franca minoría, nadie insinúa una pizca de revancha. Porque si McCain dijo, al reconocer su derrota, que “el pueblo habló, y habló claro”, en las calles del Harlem, el pueblo gritó: Obama alcanzó el 85 por ciento de los votos en Nueva York. No fue récord: en el vecino Bronx –otro bastión afroamericano– la temperatura demócrata trepó al 88 por ciento. En Brooklyn, la fuerza del “sí, podemos” convenció al 78 por ciento. Y en Queens, donde hay más latinos, el porcentaje alcanzó a 74.

Allí votó, al mediodía, Maribel Briones Pachay, nacida en Ecuador y con 15 años en los Estados Unidos. Lo hizo en la Escuela Pública Número 13, adonde va su hija, Ashley, de 5 años, que la acompañó con la ilusión de “ver a Obama”. Ella trabaja en la Universidad de Columbia como contadora de la Escuela de Enfermería. Y tiene en venta su departamento de 3 dormitorios en 295 mil dólares: por la crisis de las hipotecas, muchos prefieren alquilar a correr el riesgo de perder su propiedad. Mientras hacía la cola para entrar se encontró con su vecina, Nasmeen, que nació en Palestina y lleva 26 años en Queens. Las dos, dicen, votan porque “es un derecho y somos ciudadanas”. La última, por la esperanza de que la política exterior del nuevo gobierno norteamericano lleve paz a Medio Oriente.

En Harlem, un rato después, a la salida de las líneas 2 y 3 del subte, en la esquina de Lennox y Martin Luther King, el mexicano Alfonso Sandoval vende pilas en su silla de ruedas y lee El Diario, un periódico en español que en su tapa tiene el llamado a votar y en la contratapa a Diego Maradona: “El Pibe en jefe”, alusión a su nuevo cargo en la Selección. Acá también, por más que al fútbol le digan soccer y se vuelvan locos con un deporte incomprensible como el béisbol, Argentina es Maradona. Detrás del mexicano Sandoval, muchas cortinas de comercios bajas, espejo brutal de la crisis: “Aquí vendían pollo frito, allá zapatos, en ese otro negocio hacían peinados, en ese camperas… Yo vendo un poco menos, pero no me quejo: hago entre 60 y 80 dólares diarios. Aquí la esperanza para los latinos es el prietito, el negrito Obama. Lástima que no voto… no me dejan”, cierra con picardía.

Y, está claro, el voto de los blancos y los hispanos fue decisivo. Como señala Mark Collins, un gerente de ventas del Club H Fitness –ubicado en la calle 34, en pleno Manhattan–: “Estoy contento de que haya ganado Obama. Lo voté y colaboré hasta el mismo día de la elección haciendo llamados telefónicos para que la gente fuera a los precintos. Los negros son sólo el 20 por ciento de la población norteamericana, y es lógico y está bien que un afroamericano sea presidente, pero yo lo veo como un hombre sin color. No se por qué exactamente, pero creo tener la misma sensación que aquellos que votaron a John Kennedy”.

No todos piensan así, por supuesto. Ary Sachs, de 48 años, es israelí, vive en Nueva York hace 30 años, se parece mucho a Benny Hill y sale a la calle con un traje de piloto de avión y recorre la zona de Wall Street acarreando un misil con la leyenda Obama pintada en el fuselaje. Para él, “lamentablemente, ganó. McCain erró al elegir a Sarah Palin como su acompañante. El dio sangre para el país, es un héroe de guerra. Y Obama no tendrá control sobre la economía, porque no tiene experiencia”. Sin embargo, Sachs no tuvo en cuenta un detalle: los héroes de guerra no ganan elecciones en los Estados Unidos. Les pasó, en los últimos años, a Bob Dole y John Kerry.

Otros, como el hombre del misil, le encontraron el lado comercial al escepticismo. Mike Garnon, en pleno Times Square, iluminado por las pantallas gigantes de la cadena ABC, está decidido a acabar de vender los preservativos con las caras de Barack Obama, John McCain y Sarah Palin, los tres por 10 dólares, antes de que cierren los comicios. Y arranca una risa a quienes lo escuchan vocear su producto: “Compre los preservativos de Obama, McCain y Palin. Total, cualquier que gane lo va a terminar…”. Sí, el lector sabe el final de la frase. Y a nadie parece sorprenderle este tipo de ofertas en esta ciudad. Después de todo, lo dijo el propio Obama en su discurso de Chicago tras la victoria: “Los Estados Unidos de América son el lugar donde todo es posible”. Barack, ya presidente, su hijas Sasha, de 7 años, y Malia, de 10, y su mujer, Michelle, ya Primera Dama de los Estados Unidos, celebran la victoria en Grant Park, Chicago, Illinois, su mundo en la Tierra, desde donde el jefe de esa familia ganó en buena ley el derecho a regir el destino de la mayor potencia mundial.

Barack, ya presidente, su hijas Sasha, de 7 años, y Malia, de 10, y su mujer, Michelle, ya Primera Dama de los Estados Unidos, celebran la victoria en Grant Park, Chicago, Illinois, su mundo en la Tierra, desde donde el jefe de esa familia ganó en buena ley el derecho a regir el destino de la mayor potencia mundial.

Pasadas las 23 horas del martes 4, la televisión confirmaba que Obama ya era el nuevo presidente electo, y los festejos estallaron en las calles y bares de Harlem.

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Mientras sus seguidores extendían la euforia a cada rincón de Harlem, el ya presidente electo besa a su esposa, Michelle, en su primera aparición en Chicago, donde esperó el resultado de las elecciones.

Mientras sus seguidores extendían la euforia a cada rincón de Harlem, el ya presidente electo besa a su esposa, Michelle, en su primera aparición en Chicago, donde esperó el resultado de las elecciones.

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