“Le dije que no a Hollywood. Allá no tenés libertad para crear” – GENTE Online
 

“Le dije que no a Hollywood. Allá no tenés libertad para crear”

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Convengamos una cosa: El aura no es una película fácil. No es precisamente un programa familiar, ni reclama pochoclo. Hay que sentarse y pensar. Es oscura, densa, llena de complejos y conflictos. Está situada en un bosque patagónico y Ricardo Darín copa dos horas y algo más de metraje con una performance, digamos, soberana: un taxidermista epiléptico recién pateado por su mujer que fantasea con el crimen perfecto pero no se anima, hasta que finalmente lo hace.

También está Dolores Fonzi como la mujer de un misterioso personaje al que Darín fusila en el bosque por accidente, pero la película en sí es Darín. Todo es brutal, seco, medio thriller, medio policial sin policías. Ahora, todo esto puede llegar a sonarle algo denso. Bueno, a casi un mes de su estreno, ya lo vieron más de 300 mil personas, va primera en la taquilla, terminó en la selección oficial del Festival de San Sebastián, la crítica se relame con ganas y, mejor todavía, va de precandidata al Oscar en busca de la terna a Mejor Película Extranjera. Fenómeno, entonces: un film brutalmente digno nos representa, en un cine nuestro que anda de lo más bien.

Y El aura, también, es Fabián Bielinsky (44), guión y dirección: un tipo con diagnóstico de cinefilia aguda, de Coghlan, sereno, que habla desde el cerebro, fuma Marlboro, está casado con Cristina y tiene a Martín, su nene de diez años. Hace cinco dejó de ser asistente de dirección –lo fue para Eliseo Subiela o Carlos Sorín, por ejemplo–, y se mandó con idea propia: Nueve reinas. ¿La vio? Es fija que sí. La película pegó la vuelta al mundo, y hasta la Warner Brothers compró los derechos para una remake, Criminal, que salió el año pasado: no muy buena, si hay que ser benevolentes. Incluso lo llamaron de Hollywood en su momento: no quiso quedarse. Después dirá por qué. Todavía le mandan guiones, que tiene apilados en su casa. El espera uno bueno. Mientras, le da una palmadita a Milou, su perro labrador, y prende otro cigarrillo en la casa de Coghlan. No le gustan las fantasías, ni los delirios. El es de esperar.

El aura, oscura como es, triunfa en un país bastante afecto a las comedias, o al cine más directo al corazón. Flor de paradoja, Bielinsky.
–No sé si es tan así, ¿eh? Hay espacio para diferentes propuestas. La película tiene un ritmo, una atmósfera, que divide las opiniones. Y si a una parte del público El aura no le termina de cerrar, eso es bueno, porque abre una discusión, una polémica, que hace que la gente vaya al cine. Yo cuando escribo pienso en el espectador, pero no para agradar alevosamente. Y la película admite más de una interpretación.

–Bastante arriesgado todo esto. Más aún con la mochila que te dejó Nueve reinas. Esto es totalmente distinto.
–Mirá, yo me quise jugar por este territorio, y sabía que la gente podía llegar a esperar algo parecido a Nueve reinas, que no es lo único que quiero o puedo hacer. No quería encasillarme. Mi curiosidad me lleva a otros caminos, aun en contra de cuestiones comerciales. Otros directores la pegan con una veta y ahí se quedan. Yo quería contar esta historia, ser honesto conmigo mismo. Vos te ponés tus prioridades: o tratás de ser honesto con tu creatividad, o filmás para la taquilla. A mí me funcionó en ambos frentes.

–Hablando de funcionar, a Nueve reinas le fue tan bien que el año pasado Hollywood hizo una remake, Criminal, no muy buena, por cierto.
–Prefiero no dar una opinión sobre la remake, pero te digo: es muy halagador que gente de una industria tan poderosa quiera poner una historia tuya. También tiene que ver con esto de los americanos de comprar productos desesperadamente. Una muestra de que los grandes estudios están quedándose sin ideas.

–Ahora El aura está de precandidata al Oscar. ¿Ya empezaste a imaginarte de smoking en el Kodak Theater de Los Angeles, y alguna star diciendo eso de ‘the Oscar goes to…’?
–Tampoco sobredimensionemos. Lo agradezco y lo disfruto. Pero todos los años hay una película argentina precandidateada al Oscar.

–Bueno, pero este año le tocó a El aura…
–Sí, pero no es algo que me provoque ganas de salir a tirar cohetes. Con todo esto del Oscar, no quiero ni pensarlo. Tampoco te voy a mentir, ganarlo es el sueño del pibe, cualquiera que hace cine tiene esas fantasías. Pero te digo esto: todo lo que me pasó en mi carrera fue inesperado, fue como tomarme un bondi hacia Chacarita y terminar en la Luna. No fantaseo con nada, ni me propongo ninguna meta. Así me funciona a mí.

–¿Y qué hay de este boom del cine argentino que viene desde hace rato? ¿Qué te parece?
–Sin duda, la producción se duplicó, se abrieron espacios nuevos para crear, en España reciben muy bien a nuestro cine, en festivales internacionales lo miran con más interés… Eso es cierto. Y también hay un interés mayor del público. Pero todo este auge no es algo que está instaurado o solidificado. Porque si nos subimos al caballo o nos dormimos en laureles que no tenemos, alpiste... Tenemos que seguir haciendo, y ser humildes al respecto. Porque si dejás de hacer productos de calidad, la gente se va y no vuelve. Esto no vino para quedarse. Hay que tener mucho cuidado, criterio, analizar qué falta, cuáles son los problemas.

–Dirigiste a Darín por segunda vez, que a esta altura de las cosas es el gran actor del cine nacional de hoy. ¿Cómo es trabajar con él?
–El éxito, el prestigio que tiene Darín, se lo tiene bien merecido. Y no sólo es un gran actor, con una gran capacidad histriónica y una técnica muy depurada, sino que es también un colaborador extraordinario. Tiene un compromiso total con el proyecto, se pone con todo. Yo te diría que para esta película me era indispensable, el indicado. Dolores Fonzi estuvo bárbara, así como todo el elenco, que respondió super bien. ¿Pero sabés qué pasa? La presencia del protagonista es total en El aura, no hay escena donde no esté. Los otros personajes son como satélites, sombras.

–¿Y tu hijo, Martín? ¿Cómo la lleva?
–Y... No es una película para un chico de diez años, pero es la película de su papá, cosa que le copa bastante. El sufrió el hecho de que me fui dos meses a filmar a la Patagonia. Para un chico, que su papá se vaya y no vuelva por un tiempo no es algo fácil de digerir. Ahora estoy todo el día acá. Mi laburo es bastante errático.

–¿Qué decís de tu mujer, Cristina?
–Se la banca de primera. Es que si tenés un laburo como éste y tu mujer no te entiende, se te hace todo cuesta arriba. Hace quince años que estamos juntos, y es aguantarse el hecho de que a veces me pongo medio loco, que desaparezco para filmar, que tenemos que entendernos mutuamente. Esto es así.

–Vamos a la máquina del tiempo: tu raíz.
–La pasión por el cine siempre fue clarísima. En primer año del Nacional Buenos Aires teníamos un taller al respecto, y le di con todo. De chico, como no me dejaban entrar a ciertas películas, me hacía pasar por mudo, para dar lástima. Les daba a los boleteros un cartelito que decía: “Una entrada, por favor”. Y así entraba. Yo leía mucho. Era medio un lobo solitario, no era de integrarme a grupos. Me cortaba, hacía la mía. Terminé el colegio y me metí a estudiar Psicología. Después, un amigo cinéfilo como yo me dice que se había anotado en el Instituto Nacional de Cinematografía. ¡Y que la inscripción cerraba al día siguiente! ¡No sabés cómo corrí!

–Podrías haber terminado frente a un diván, analizando a un montón de acomplejados como tus personajes.
–¡Claro! ¡Ja, ja! Pero tarde o temprano lo iba a largar. Y no es fácil laburar en cine, tenés que remar muchísimo. Cuando dejé la asistencia de dirección y escribí Nueve reinas no encontraba quién la quisiera hacer. Algunos me dijeron que la historia estaba buena, pero que no había guita, y a otros les parecía una bosta.

–Cuando no hay cámara, ¿qué hacés?
–¡Veo películas!

–¡Pará! ¡Tan cinéfilo no podés ser!
–¡En serio! Me gusta más verlas que hacerlas. Y estar con mi familia, lógico. La pizza y el asado me salen de primera. La pizza no tanto, pero el asado, te juro, me sale genial. Es cosa seria.

–Bien, la última. Dijiste que no te gusta fantasear, pero bueno. Más que una remake, que te llamen para dirigir de la Meca –la Paramount, MGM, Fox–, ¿qué te parece?
–Ya me pasó. Estuve allá. Después de Nueve reinas se generó un interés. Estuve en todos esos estudios que vos nombrás. Charlé con productores que estaban muy interesados en mí. No te lo voy a negar: si vos te criaste viendo cine, cuando entrás a esos lugares algo adentro se te mueve, porque de ahí viene todo. No sos de palo.

–¿Pero…?
–Le dije que no a Hollywood, porque allá no tenés libertad para crear, cosa que acá sí tengo. Se hace lo que otros quieren. Tampoco podés creerte que dirigir ahí es el Olimpo. Tenés que pagar un precio. Además, me llegan guiones estadounidenses cada tanto.

–¿Y si pinta alguno bueno?
–Le doy. ¿Por qué no? Todo depende de la historia.

Bielinsky en casa y entre sombras. Y Darín, en cámara y con una actuación de primera: los responsables del film más taquillero.

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Bielinsky y Darín en Bariloche, donde se filmó <i>El aura</i>.

Bielinsky y Darín en Bariloche, donde se filmó El aura.

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