«La única salida que tenemos los argentinos es la solidaridad» – GENTE Online
 

"La única salida que tenemos los argentinos es la solidaridad"

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Su rito, antes de salir a la cancha, es el mismo que cuando jugaba con el 10 en la espalda: el pie izquierdo extendido sobre uno de los bancos tratando de estirarse al máximo, agua en el pelo para acomodar los frondosos rulos, y el beso de cábala a la camiseta. L
os colores (azul con una franja amarilla en el centro) le son más que familiares, y entonces dispara un chiste que horas después se convertiría en premonición: "¡Mirá que con esta es muy difícil que pierda, eh! Y mucho menos si enfrente tengo la de River".

Y ahí anda Diego, firmando cientos de autógrafos y tratando de complacer a todos los que se le acercan con una cámara en busca del preciado trofeo: retratarse con él. Para matar la espera, los mozos le acercan una bandeja de frutas y, como si la máquina del tiempo devolviera aquellas imágenes de los Cebollitas, elige una naranja para hacer jueguito. Los presentes, testigos envidiables y privilegiados, aplauden los malabares, y al grito de "Maradó, Maradó" transforman el vestuario de caballeros del Pilar Golf Club en una sucursal de la mismísima Bombonera.

A pocos metros, su amigo Enzo Francescoli no puede contenerse y larga un "¡Bien, Diego, lo tuyo es extraordinario!", para que el mejor del mundo duerma la improvisada pelota con su muslo izquierdo y le agradezca el cumplido con un cálido abrazo. Después, cuando el Gato Romero le da a Enzo -su compañero de equipo- la camiseta roja con una franja blanca, el Pato Cabrera -compañero de Diego- pide que los cambien al vestuario visitante: "Y bueno… Voy a salir a jugar otro superclásico. ¿Quién dijo que el de la cancha de River fue el último?", bromea Maradona antes de perderse por el pasillo que lo lleva al campo de golf.


EL CLASICO DE LOS CLASICOS.
Aparecen los equipos. Gritos y aplausos. Los fotógrafos les piden que se junten, y ellos forman, antes de irse al tee de salida del primer hoyo, la imagen de la solidaridad. Porque aunque los cuatro tenían una agenda más que apretada -Diego en Cuba, Francescoli en sus empresas en Miami, y Cabrera y Romero a horas de viajar a México para jugar el Mundial de Golf-, el amor por los que menos tienen hizo que el viernes 6 de diciembre se unieran para jugar este partido en beneficio de la Fundación Gato Romero.

Y dice el Gato antes de pegar el primer golpe: "Somos conscientes de que con muy poco podemos darles una alegría a estos chicos que hoy, más que nunca, necesitan nuestra ayuda. Por eso quiero agradecerles a todos los que vinieron, y a todas las empresas que nos apoyaron". Que son Editorial Atlántida, diario La Nación, Garbarino, Quilmes, Bank Boston, Disco, Audi, Legacy, Bodegas Valentín Bianchi, Zurich Seguros, Pilar Golf Club, Bacigaluppi, Radio Continental, TyC, Canal 13 y Bloc-Ap.


GENIO Y FIGURA.
"¿Será verdad que juega tan bien? ¿Su mano también tendrá una zurda mágica? ¿Podrá aguantar los dieciocho hoyos?". Todos esos interrogantes quedan disipados a las cuatro y veinte de la tarde, cuando Maradona pega su primer golpe. Perfecto. Como si el guante se comunicara directamente con su milagrosa pierna para poner la pelota exactamente en el punto en que el Pato la pide. Ni un metro más ni un metro menos. Entonces extiende sus manos, grita con fuerza y deja ver sus nuevos chiches: dos tatuajes de casi treinta centímetros con el nombre de sus hijas: Dalma y
Gianinna.

Los invitados de lujo, muchos empresarios que por la mañana jugaron una laguneada -dieciocho equipos de cuatro competidores cada uno-, hablan entre sí y se sorprenden por la técnica, el swing y la fuerza con que le pega Maradona. Después llega el turno de Francescoli, y ante cada golpe suyo surge el gesto de los cuernitos y todo el repertorio de bromas de Diego: "¡Para la revancha, traé bronceador!", le dice. Cuando su pelota queda muerta en la arena y ante una mala entrada en el tee de salida del hoyo 9 que casi le pega a un fotógrafo, arremete: "Muchachos, miren que acá nadie tiene seguro de vida. Por eso les pido encarecidamente que se corran. Esto lo hicimos para recaudar fondos, no para perder guita".

Así, distendidos, sonrientes y con un Maradona de inagotable chispa, los cuatro grandes entregaron un partido brillante. Resultado: ganó la pareja Diego-Cabrera por diez golpes (+8 a +18): "La verdad es que me sorprendió mucho el juego de Maradona. Se nota que está tirando mil golpes por día (un jugador profesional no llega a trescientos). Creo que si corrige algunos defectos, dentro de poco tiempo no le gana nadie", dice Cabrera mientras le da a su hijo Angel la última pelota que jugó Maradona.

A un costado, Francescoli se ríe de las bromas y le pone fecha a la revancha: "En enero, en Punta del Este y en beneficio de Unicef, vamos a jugar el próximo clásico. La única diferencia es que ahí… ¡yo juego de local!". Maradona acepta el nuevo desafío, y antes de subirse a un auto cero kilómetro que lo espera al final del hoyo 18, pega fuerte, pero no con el palo de golf: "Estoy muy feliz porque me encontré con Enzo y porque con poco pudimos darle una mano a la fundación del Gato. En estos últimos años, los políticos nos demostraron que no podemos esperar nada de ellos. Y la única salida que tenemos los argentinos es la solidaridad. Por eso no hay que bajar los brazos ni quedarse en casa viendo por televisión cómo los chicos se mueren de hambre".

por Sergio Oviedo
fotos: Christian Beliera y Diego Soldini
agradecemos a Gustavo González y Guillermo Laudani, 
organizadores del III Match Desafío.

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Un Maradona más íntimo: en el vestuario mostró los nuevos tatuajes con el nombre de sus hijas.

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