La Tablada: Habla la viuda del teniente coronel Horacio Fernández Cutiellos – GENTE Online
 

La Tablada: Habla la viuda del teniente coronel Horacio Fernández Cutiellos

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En su casa de la ciudad de Córdoba, Liliana Raffo mantiene viva la memoria de su marido, el teniente coronel Horacio Fernández Cutiellos

El 21 de enero de 1989, Liliana Raffo cumplía 34 años y lo celebraba en Córdoba con sus padres, sus hermanos y sus cuatro hijos: Horacio Raúl (entonces de 9 años), Inés María (7), María Victoria (4) y María del Rosario (2). Desde Buenos Aires, su marido, Horacio Fernández Cutiello (37), la llamó por teléfono para saludarla. Por cuestiones laborales, el mayor –que en ese momento se desempeñaba como segundo jefe del Regimiento Nº 3 de Infantería de La Tablada y que luego sería ascendido a teniente coronel– no pudo ser parte de aquel festejo. Desgraciadamente, tampoco iba a estar presente en los siguientes...

Fernández Cutiellos era el segundo comandante del Regimiento 3 de Infantería Mecanizada. Según la investigación judicial, fue alcanzado por disparos a las 9,20 del lunes 23, cuando combatía a los atacantes desde una columna frente a la Plaza de Armas. Fue el primero de los cinco militares que cayeron tras el copamiento.

Hoy Liliana Raffo recibe a GENTE en su casa de la ciudad de Córdoba. Faltan dos días para su cumpleaños número 64 y, como sucede desde hace tres décadas, para esta fecha los sentimientos se le mezclan. Por un lado, el recuerdo de la última vez que habló con Horacio, la última vez que escuchó su voz. Por el otro, se le presenta el ataque al cuartel, los días 23 y 24 de enero de 1989, que se cobró la vida de su esposo.

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El dolor de Liliana en la tapa de GENTE. Habían pasado diez días del copamiento de La Tablada y todavía costaba entender qué había pasado.

“Jamás se me cruzó por la cabeza que podía pasar algo así. Estábamos en un gobierno democrático, era Alfonsín”, reflexiona. Hace una pausa, suspira y agrega: “Pero, bueno... La vida sigue. Ya se volvió una costumbre tener feas Fiestas, feos cumpleaños, o directamente no tenerlos, porque para cada aniversario viajo a Buenos Aires. Este año me voy a Pigüé, la sede del nuevo regimiento, donde el miércoles 23 van a un hacer un acto oficial. El primero en treinta años”.

Liliana sigue hablando de sus cuatro hijos como “los chicos”, aunque el mayor ya está pisando los 40. “Salí adelante gracias a ellos. Cuando tenía ganas de llorar, me iba a lo de mi mamá o a lo de una amiga. En casa trataba de estar bien para ellos. Así los malcrié también... En vez de educarlos en obligaciones o exigirles que me ayudaran con las cosas de la casa, les decía: ‘Vayan a jugar’. Todo para que se distrajeran”, rememora acerca de los años posteriores a la muerte de su marido.

“A Horacio lo tengo ahí, allá y allá”. Desde el sillón, Liliana señala distintos portarretratos con la imagen de su esposo, que están distribuidos por el living. Lo que más lamenta, explica, es no tener un registro de su voz. “Es lo primero que se pierde. Ya no me la acuerdo. Siempre digo: ‘¡¿Cómo no lo grabé?!’. Ni un video tengo, ¿podés creerlo? Eran otras épocas”, se consuela.

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Los recuerdos de Liliana: "Hacía diez años que estábamos casados. No hablo de Horacio como si fuese perfecto porque se murió, sino porque realmente lo siento así. Nunca tuvimos un problema: éramos un matrimonio bien constituido. Por eso, desde que se fue traté de seguir con lo que habíamos planeado".

Como contrapartida, unos días después de que se recuperó el cuartel, apareció una carta escrita de puño y letra de Horacio. “Estaba en su oficina, sobre su escritorio. Se ve que se la estaba escribiendo a los chicos. Te la dejo leer, pero por favor no la publiques, porque mis hijos me van a matar”, le pide a esta cronista.

Con tinta negra y letra cursiva, sobre una hoja lisa que hoy luce amarillenta, Horacio escribió a sus “queridos hijos” una especie de manifiesto de vida que habla del amor al prójimo, el respeto por el medio ambiente, la naturaleza y los animales. Casualidad o no, una de sus hijas –Inés María, de 37– se recibió de veterinaria. “Esto era Horacio”, dice Liliana mientras envuelve la carta con un nylon. “Trato de no demostrarlo, pero siento mucha bronca. A veces pienso que mi marido murió en vano. Mis hijos han perdido mucho. Tuvieron que aprender a vivir sin su padre desde muy pequeños”.

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“Trato de no demostrarlo, pero siento mucha bronca. A veces pienso que mi marido murió en vano. Mis hijos han perdido mucho. Tuvieron que aprender a vivir sin su padre desde muy pequeños”.

–¿Les contaste la verdad enseguida o quisiste esperar a que fueran más grandes?

–Se la conté enseguida. Nunca les mentí. Recuerdo que unos días después del copamiento, mi hijo mayor, Horacio Raúl, se escapaba al kiosco de revistas para buscar noticias del padre. Más adelante, en un viaje en avión a Buenos Aires, yo iba con María Victoria, la de 4 años, sentada en mi falda. Afuera había una tormenta impresionante y de pronto la veo saludando. Entonces le pregunto: “¿Qué hacés mi amor?”. Me contestó: “Le estoy diciendo chau a papá”. Casi me muero.

–¿Tus chicos tienen vivencias de él?

–En una época, la menor me decía: “¿Por qué no se quedó con nosotros? ¿Por qué tuvo que ir a morirse?”. Y tiene razón. A la de 4 años, por ejemplo, cada vez que la bañaba le decía: “¿Te acordás de cómo te secaba papá?”. Y le daba palmaditas con la toalla, como le hacía él. Ella se acuerda de eso, pero más saben por lo que yo les conté. Desde que murió traté de seguir con lo que habíamos planeado. Nuestra prioridad siempre fueron los chicos y su educación. Hoy son cuatro profesionales. Creo que, como yo, él estaría orgulloso de ellos.

Por Flor Illbele
Fotos Fabián Uset

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