“La radio y la tele son mis novias; por eso las amo y las cuido” – GENTE Online
 

“La radio y la tele son mis novias; por eso las amo y las cuido”

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Cuando Juan Alberto Ramón Badía nació, el 29 de noviembre de 1947 en Ramos Mejía, por las calles de esa patria chica andaba en bicicleta una adolescente tocada por la estrella del genio: María Elena Walsh, que un año antes había publicado su primer libro de poemas, Otoño imperdonable, sin sospechar que había llegado al mundo otro musiquero. Porque, aunque separados por años y oficios, los dos estaban amparados por Santa Cecilia, Patrona de la Música desde 1594. Juan Alberto apenas abrazó los clásicos juegos infantiles (autitos, soldaditos de plomo, figuritas). Inspirado por su padre, Juan Ramón, locutor y maestro de locutores, jugaba a transmitir con un improvisado micrófono de lata. También, sí, jugaba al básquet en Estudiantil Porteño, pero sin grandes ilusiones: "Soy petiso, y lo que me falta de altura lo tengo en la cabeza: me llaman 'Cabezón' desde que uso pantalones cortos". Los genes y la influencia paterna lo hicieron profesional muy pronto: a sus 23, locutor en Radio Antártida, y en la tele, al mismo tiempo, Sábados de la bondad, por el viejo Canal 9. Pero antes, a sus 17, descubrió la piedra filosofal de su vida: los cuatro magos de Liverpool en Love me do. Ese título, que significa "ámame", lo hizo amarlos –más, adorarlos– para el resto de los 64 años en que habitó este mundo.

COMO BOLA DE NIEVE. Y el chico del micrófono de lata creció en progresión geométrica: en el '83, con Badía y Compañía, un programa ómnibus que hizo historia –nueve horas en el aire–, presentó a Soda Stéreo, Pappo, Los Abuelos de la Nada, Serú Girán... Mientras, no seguía sólo aferrado a los Beatles: llegó a conocer cara a cara a George Harrison y Paul McCartney, "y con una entrevista ya concedida, John Lennon me dejó plantado en la puerta del edificio Dakota", el mismo en que sería asesinado de cinco balazos por el demente David Chapman, el 8 de diciembre de 1980. Para entonces, Badía ya tenía en su inagotable mochila musical Flecha juventud (Radio del Plata), aterrizajes en Rivadavia y El Mundo, y otra vez Del Plata con Una buena idea, hasta el 2010.

MUJERES EN SU VIDA. En marzo de 1970, muy joven y en coincidencia con su arranque profesional, se casó con Liliana, que le dio sus tres hijos: Natalia (hoy, 38), Juan Agustín (hoy, 37) y Bárbara (hoy, 28). El matrimonio duró casi un cuarto de siglo, pero en 1990 entró en crisis terminal. Según Badía, "por mi trabajo le cedí a ella el papel de madre y padre. Me limitaba a llevar la plata, pero ignoraba o me enteraba de la décima parte de lo que pasaba en casa. Mi mujer y mis hijos sufrían en silencio. ¡Ni mi noche de bodas me salvó de la manía de trabajar! La muerte de un cuñado a los 45 años me hundió en un pozo depresivo: fue como si me muriera yo y terminé en el diván de un psicoanalista... Redoblé el consumo de cigarrillos, que ya era muy alto. Empecé a vivir fuera de casa, o a usarla como un hotel: sólo para dormir. El final, la separación, ya estaba escrito". No mucho después, al filo del 2000 y en Puerto Madryn, conoció a Mariana, "una mujer extraordinaria que me apoyó en todo y me bancó todo", y que estuvo a su lado hasta el minuto final.

EL PERFIL DE UN GRANDE. Según su millón de amigos (la meta de Roberto Carlos), el Cabezón Badía, o simplemente Beto, fue un hombre excepcional, con dos flancos a los que jamás renunció: su buen gusto y su infinita generosidad. En su programa ómnibus se rodeó "de gente brillante, muy superior a mi cultura: Pepe Eliaschev, Sergio Sinay, el humor de Esteban Mellino –el Profesor Lambetain–, y no me impuse límites: desde The Beatles hasta el rock nativo, la balada romántica, el folclore y el bolero, difundí toda la música que consideraba digna". Además de descubridor, promovió a Charly García, a Andrés Calamaro, y a un muchacho de Bolívar, llanura bonaerense, llamado Marcelo Tinelli, al que llevó a Radio Rivadavia en 1980, y que todavía lo considera su maestro y mentor con palabras talladas en piedra: "Me ayudaste siempre, me hiciste pelear con mis novias, me hiciste casar con mi primera mujer, me dijiste que tenía que hacer tele... ¡A mí, que ni siquiera me animaba a hacer radio, y que en esos años era un gordito, un 'goma' del campo".

UN HOMBRE ES SU ESTILO. Si es cierta esta afirmación, Badía la centuplicó. Jamás se disfrazó de rockero para estar más cerca del género que amaba. Pícaro, bromista, jodón en el llano, nunca se permitió mostrar esa personalidad ante un micrófono o una cámara. Se prohibió (por convicción, no por conveniencia ni simulación) la guarangada, el exabrupto, la palabrota hoy tan en boga, el doble sentido, los golpes bajos, el toque de amarillismo: fue, en cuarenta años de profesión, un gran señor, incluso cuando todo lo contrario fue un tsunami sobre los medios electrónicos. Y, a sabiendas o no, por simples formación e intuición, les señaló a sus millones de oyentes y televidentes el camino de la buena música popular, sin cruzar ni por asomo esa línea, aunque esa decisión le costara puntos de rating. De algún modo, un homenaje a su padre...

LOS ULTIMOS TIEMPOS. En algún punto de su vasta carrera comprendió que el país no se agota en la Capital y sus alrededores: que tiene veinticuatro provincias, no demasiado lejanas pero apenas tenidas en cuenta por la programación radial y televisiva. Y hacia ellas fue al frente de Estudio País, llegando hasta puntos de 4.700 metros de altura en el Abra del Zenta, Jujuy, a los vientos y las heladas patagónicas, y a los ardientes veranos del Litoral. Ni siquiera aflojó cuando le diagnosticaron el mal que acabaría por matarlo. En pleno tratamiento construyó un estudio en su casa, hizo tevé (Mi noche favorita), y muy cerca del final (aunque sin saberlo: celebró su curación) desdeñó los cuarenta o cincuenta días de reposo prescriptos por los médicos y retornó a su última creación: el Estudio Playa de Pinamar, acaso un símbolo perdurable de su pasión, aun después del adiós a este mundo. Porque la banda siguió tocando... ..................................................................................

River, su otra pasión, volvió a la categoría mayor cuando Juan Alberto aún vivía. Antes, desde el '91, atesoró siete Martín Fierro, un Konex, Personalidad Destacada de la Cultura por la Legislatura porteña, y escribió un libro de ficción: El día que John Lennon vino a la Argentina (editorial Sudamericana), en el que imaginó recorrer Buenos Aires con el célebre beatle: Ramos Mejía, bares, pizzerías, la Plaza de Mayo, un canal de tevé, una casa de baños turcos... y un canal donde estaba grabando el flaco Luis Alberto Spinetta. Al apretar entre sus manos el último Martín Fierro (Trayectoria, 2012), dijo: "En el último tramo de mi vida abrí las manos y aprendí a cosechar. Levanto la vista y me cuesta encontrar enemigos. Estoy feliz". De un modo u otro, esas semillas seguirán germinando.Mediados de los 70’. Un Badía muy joven en los estudios de Radio Rivadavia, líder de esos años, rodeado de micrófonos, auriculares, consolas y discos: una tropa electrónica que le hizo ganar todas las batallas.

Mediados de los 70’. Un Badía muy joven en los estudios de Radio Rivadavia, líder de esos años, rodeado de micrófonos, auriculares, consolas y discos: una tropa electrónica que le hizo ganar todas las batallas.

Así se llamó el más famoso de sus programas: nueve horas en el aire, con invitados de lujo, por Canal 13, en 1983. En la foto, de izquierda a derecha, con Bárbara Mujica, Sergio Renán y Víctor Laplace.

Así se llamó el más famoso de sus programas: nueve horas en el aire, con invitados de lujo, por Canal 13, en 1983. En la foto, de izquierda a derecha, con Bárbara Mujica, Sergio Renán y Víctor Laplace.

El, Liliana (su primera mujer y madre de sus hijos), y sus chicos: Natalia, Juan Agustín y Bárbara. Año ’92.

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