La Navidad de los argentinos en Haití – GENTE Online
 

La Navidad de los argentinos en Haití

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Una pequeña isla dentro de otra pequeña isla. Así es el cuartel general de
las tropas argentinas apostadas en Gonaïves, la segunda ciudad de Haití, el país
más pobre de Occidente, un tercio de la isla La Española (el resto pertenece a
República Dominicana), con el 80 por ciento de la tierra absolutamente inútil.
Aunque parezca, casi, una ingenuidad llamar "ciudad" a la geografía
terrosa y baja donde sobreviven 300 mil seres humanos, todos ellos en una
pobreza tan extrema que espantaría a cualquier habitante de una villa del
conurbano bonaerense, sin exagerar. Pero allí están, cerca de 500 soldados con
la bandera celeste y blanca sobre el brazo, y el casco azul de las fuerzas de
paz de las Naciones Unidas, dando comida y abrigo a una ciudad devastada por la
guerra civil y los desastres naturales como el huracán Jeanne, que se llevó, en
Gonaïves, tres mil vidas. Y, sobre todo, poniendo orden donde el caos fue ley.
Recorriendo, por ejemplo, -en sus tanquetas Panhard y vehículos Hummer, armados
con fusiles M-16- el barrio Raboteau, el más violento, donde en octubre fue
herido el marinero Apolinario Gabriel; donde a principios de noviembre nuestras
tropas debieron recuperar por la fuerza una comisaría; y donde bandas
enfrentadas siembran muerte y terror con la única razón de sus armas, casi todas
cortas, entre las que nuestros hombres encontraron, en un decomiso, hasta una
Bersa de fabricación argentina.

Muerte y terror indiferente para la mayoría de lo 8.270.000 haitianos, quizá
porque si no los mata una bala, será el hambre o el sida-según la UNICEF, cada
dos horas muere un niño por esta enfermedad, y 79 de cada mil no llegan al año
por culpa de la pobreza- los que terminen de una vez con el sufrimiento.

Y en la Nochebuena, lejos de mujeres, hijos, hermanos y padres, a las doce de la
noche y algunos minutos, casi 500 hombres se unieron para cantar folclore -en un
país extrañamente sin música y con una lengua cerrada, el creole, derivada del
francés- y terminar en un solo grito: "¡Argentina! ¡Argentina!" Algunas
lágrimas rodaron, claro, a 6400 kilómetros de nuestro país, y tras seis meses de
ausencia. Y junto a ellos, el ministro de Defensa, José Pampuro, que había
llegado esa misma mañana en un viaje de 13 horas a bordo de un Fokker F-28
de la Fuerza Aérea, con escalas en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), Iquitos
(Perú) y Barranquilla (Colombia), acompañado, entre otros, por el brigadier
Jorge Chevalier, del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, el teniente
general Roberto Bendini, del Ejército, el almirante Jorge Godoy, de la Armada y
el brigadier general Carlos Rohde, de la Fuerza Aérea; éste se quedó a 146
kilómetros, en la capital, Puerto Príncipe, donde su arma instaló un hospital
reubicable con 50 médicos. También estaban el capitán de navío Oscar González y
el teniente coronel Carlos Pérez Aquino, quienes a partir de enero se pondrán al
frente de la misión argentina en reemplazo de los actuales jefes, el capitán de
navío Adrián Sánchez y el teniente coronel Santiago Ferreira. Y con el ministro,
llegaron sus palabras, frente a las mesas navideñas dispuestas en el galpón de
una hilandería abandonada, y las improvisadas guirnaldas: "Ustedes son un
ejemplo y nos dieron mucho más de lo que vinimos a traer aquí, por lo que
merecen un reconocimiento especial por la tarea que desarrollan"
.

Después del brindis, mientras algunos terminaban de recorrer con la memoria a
los que estaban en nuestro país, un grupo salía presuroso a las tanquetas ante
el pedido de refuerzos de quienes patrullaban por las calles oscuras. La noche
caribeña se sacudía una vez más, y no eran cañitas voladoras, precisamente, los
estampidos que se encargaban de hacer trizas la calma.

Ya es la madrugada del 25 de diciembre. Desde una patrulla piden refuerzos. En la noche de Gonaïves, algunos disparos quiebran la calma. Sin dudar, un grupo se pertrecha y marcha a su trabajo.

Ya es la madrugada del 25 de diciembre. Desde una patrulla piden refuerzos. En la noche de Gonaïves, algunos disparos quiebran la calma. Sin dudar, un grupo se pertrecha y marcha a su trabajo.

Un efectivo del Ejército argentino patrulla el barrio Raboteau, el más peligroso de Gonaïves, donde la muerte es moneda corriente, y un cadáver tirado en la calle no sorprende a nadie.

Un efectivo del Ejército argentino patrulla el barrio Raboteau, el más peligroso de Gonaïves, donde la muerte es moneda corriente, y un cadáver tirado en la calle no sorprende a nadie.

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