“¡Muchachos! ¡Gracias por el partido que les regalaron a todos los hinchas de Estudiantes! ¡Si siguen jugando así, con este fútbol y este coraje, vamos a ganar el campeonato!”. Esa noche, el miércoles 21 de julio pasado, luego de que el equipo pincha quedara eliminado por penales ante San Pablo en el Morumbí, el Cholo Simeone acarició el alma de sus jugadores con sus palabras. Esa arenga, en un vestuario conmocionado, tocó el corazón de todos. Y menos de cinco meses después, luego de una campaña espectacular, sin precedentes, volvieron a gritar “campeón”. Fue el cuarto título de la historia, en una final nada menos que contra un Boca bicampeón que parecía imparable.
Tras el pitazo del árbitro Sergio Pezzotta, se desató la locura. Y mientras Sebastián Verón, el hombre que volvió de Europa para vestir la camiseta de sus amores, se abrazaba y lloraba con la Bruja mayor, su papá, uno de los ídolos históricos del club, veinte mil hinchas se unían en un grito: “Porque este año, desde La Plata/ desde La Plata/ salió el nuevo campeón”.
Entretando, en la capital bonaerense, en la esquina de 7 y 50, todo era rojo y blanco: “Ganamos porque éste es un equipo de hombres”, arremetía el técnico al tiempo que, junto a sus hijos Gianluca y Geovanni, levantaba la copa en el Ciudad de La Plata, estadio que lucía impactante ante la primera vuelta olímpica de la historia del Cholo como entrenador.
Salud Estudiantes, entonces. Festeje León, por la garra que reivindica el estilo de juego de 101 años de historia.
Mariano Pavone, Sebastián Verón y Fernando Ortiz levantan la copa.
Diego Simeone es llevado en andas. Estudiantes se convirtió en el nuevo rey del fútbol argentino.
