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“Jesús nos mira a todos con la luz del amor”

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"Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto" (Lucas 19:38)

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Domingo 24 de marzo. Todo inaugural. Primer Domingo de Ramos de la primera Semana Santa bajo la advocación de Francisco, primer Papa argentino, latinoamericano y jesuita desde que Pedro el Pescador edificó la Iglesia de Cristo. Todo inaugural, renovador y con olor a multitud: 250 mil almas en la Plaza San Pedro, esperando la solemne misa y la bendición de las ramas de olivo. Muchas banderas celestes y blancas. Primer día radiante, también, luego de dos semanas casi enteras bajo la lluvia y el frío. No todos saben qué significa ese domingo: la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén antes del juicio, la condena y el martirio en la cruz. Domingo que se abrió con la procesión encabezada por Francisco, acompañado por cardenales, obispos y sacerdotes. Pantallas gigantes. Y luego, la homilía. La esperada palabra del nuevo Papa.

LA ALEGRIA... es el primer mensaje. “No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo, porque nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona: Jesús, que está entre nosotros”. Luego, el porqué de ese encuentro: “Porque El ha sabido comprender las miserias humanas, ha mostrado el rostro de la misericordia de Dios y se ha inclinado para curar el cuerpo y el alma”. Y a continuación, el peligro: “Nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles... ¡Y hay tantos! En ese momento viene el enemigo, el diablo, tantas veces disfrazado de ángel, e insidiosamente nos dice su palabra. No le escuchéis. Sigamos a Jesús”.

EL CALVARIO. Nadie se mueve en la plaza. De tanto silencio, el silencio se oye. Y Francisco pregunta: “¿Por qué la cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo lava con su sangre”. Y luego, un directo al corazón: “¡Cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras, violencia, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles y sed de dinero, amor al dinero, al poder, a la corrupción, a los crímenes contra la vida humana. Mi abuela nos decía a los niños: ‘El sudario no tiene bolsillos’”.

LOS JOVENES. La tercera palabra, “porque desde hace 28 años, el Domingo de Ramos es la Jornada de la Juventud. ¡Y hay tantos ahora en esta plaza! Vosotros nos traéis la alegría de la fe y nos decís que tenemos que vivir la fe con un corazón joven, siempre: hasta los setenta, ochenta años. Porque con Cristo el corazón nunca envejece. Y yo me pongo en camino con vosotros, desde hoy, sobre las huellas del beato Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Y os doy cita para el mes de julio en Río de Janeiro, para que ese encuentro sea un signo de fe para todo el mundo con tres palabras: alegría, cruz, jóvenes”. Y luego, una conmovedora descripción de la llegada de Jesús a Jerusalén: “¿Por qué entra? O mejor, ¿cómo entra? Mirémoslo: montado en un pollino; no tiene una corte que lo sigue, no está rodeado por un ejército, símbolo de fuerza. Lo acoge gente humilde, sencilla, que tiene el sentido de ver en Jesús algo más. Tiene ese sentido que dice ‘éste es el Salvador’. Pero no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores reservados a los reyes de la Tierra. Entra para ser azotado, insultado y ultrajado, como anuncia Isaías; para recibir una corona de espinas, una caña, un manto púrpura; para subir al Calvario cargando un madero. Entra a Jerusalén para morir en la cruz... y es aquí cuando resplandece”.

LAGRIMAS Y APLAUSOS. Y sobre las últimas palabras de la homilía (“que así sea”), a pesar de que el maestro de ceremonias pidió lo contrario, la multitud estalló en tres aplausos casi sin descanso –sólo para tomar resuello– y otras tantas ovaciones. La cruda y a la vez poética descripción del martirio en la cruz hizo desbordar las lágrimas... Después, el papa Francisco, que como siempre a lo largo de su ministerio azotó a la mentira, la falsedad, el egoísmo, la avaricia, la corrupción, subió al papamóvil (sin vidrio antibalas) y recorrió la plaza saludando y bendiciendo, besó a los niños que las madres le acercaban, puso sus manos sobre los discapacitados y hasta se permitió una de sus improntas (genio y figura) ante un hombre en silla de ruedas: “¿Tu mujer es buena cocinera?”. Se agitaban banderas de muchos países, y las ovaciones no cesaban, y se levantaban pancartas, y una de ésas resumía en apenas cuatro palabras el poder de la fe y el amor hacia el nuevo Papa: “Contigo no tenemos miedo”.

Respuesta directa a un tramo clave de la homilía: “Nunca os dejéis vencer por el desánimo y el miedo, porque Jesús está entre nosotros”. Un antídoto, además, para los hombres y mujeres de fe contra la soledad, la desesperación, la desesperanza, la indiferencia, el escepticismo, la visión sombría del mundo. Contra el Mal, en fin, que tantos urden en sus cuevas o en sus palacios. Contra los Cuatro Jinetes del Apocalipsis (Hambre, Peste, Guerra y Muerte) y la profecía de la llegada del Anticristo, signada por la cifra 666. Y todo eso sucedió, y todo eso significó el Domingo de Ramos del domingo 24 de marzo de 2013 en las palabras de Jorge Mario Bergoglio, que eligió el nombre de Francisco de Asís, Il Poverello, de padre con fortuna, que renunció a todo bien terrenal y vivió y llegó a los altares envuelto en un raído sayo.

Francisco, con una gran rama de olivo, inicia la procesión seguido por cardenales, obispos y sacerdotes: un rito que evoca la entrada de Jesús a Jerusalén antes del juicio, la condena y el martirio en la cruz.

Francisco, con una gran rama de olivo, inicia la procesión seguido por cardenales, obispos y sacerdotes: un rito que evoca la entrada de Jesús a Jerusalén antes del juicio, la condena y el martirio en la cruz.

Imponente vista de la Plaza San Pedro: 250 mil almas esperan el mensaje  de Jorge Bergoglio.

Imponente vista de la Plaza San Pedro: 250 mil almas esperan el mensaje de Jorge Bergoglio.

En su papamóvil sin vidrios blindados, Francisco recorre la plaza entre aplausos, ovaciones, lágrimas de alegría, miles de cámaras y celulares reteniendo su imagen, y casi un bosque de ramos de olivo ya bendecidos por él. Besó a los niños acercados por sus madres, puso sus manos sobre los discapacitados y habló con muchos fieles sin solemnidad: tan campechano como siempre, tan cerca de lo humano como siempre...

En su papamóvil sin vidrios blindados, Francisco recorre la plaza entre aplausos, ovaciones, lágrimas de alegría, miles de cámaras y celulares reteniendo su imagen, y casi un bosque de ramos de olivo ya bendecidos por él. Besó a los niños acercados por sus madres, puso sus manos sobre los discapacitados y habló con muchos fieles sin solemnidad: tan campechano como siempre, tan cerca de lo humano como siempre...

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