“Hay algo peor que la historia olvidada: la historia mal contada” – GENTE Online
 

“Hay algo peor que la historia olvidada: la historia mal contada”

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Hace una década, Pacho O’Donnell (66) sacudió el mercado editorial con su libro El grito sagrado: 150 mil ejemplares agotados, “y todavía se vende”, dice. Novelista, médico especializado en Psiquiatría y Psicología, pero por sobre todo, historiador, inauguró un género poco transitado en el país: la investigación histórica amenizada con los ingredientes de la divulgación masiva, y desde una mirada revisionista y polémica. De eso hablamos en una pausa en sus vacaciones esteñas.

–Hay una contradicción. Se dice que los argentinos tenemos muy mala memoria, pero hay una gran avidez por la historia. Es decir, por la memoria. ¿Cómo se explica?
–No vale tener memoria cuando lo que se recuerda… está mal recordado.

–Eso nos lleva al revisionismo.
–Sin duda. En mis años de embajador en Bolivia me fascinó la historia escrita por los bolivianos; de muy poca difusión, por falta de una industria editorial de peso. Eso me llevó a estudiar una riquísima colección de documentos.

–¿Qué encontró allá que no estuviera aquí?
–El Alto Perú, que fue Bolivia, el Virreinato del Río de la Plata y las Provincias Unidas. Tan importante fue Bolivia en nuestra historia, que nos bautizó Argentina (de argentum, plata) porque ese metal era la moneda de cambio, y Río de la Plata, porque era la vía fluvial que se podía remontar hasta lo más alto del norte, para seguir luego por tierra. Además, en el Alto Perú sucedió la mayoría de nuestras acciones bélicas: Suipacha, Sipe Sipe, Vilcapugio, Ayohuma...

–¿Así nació El grito sagrado?
–Escribí primero dos antecedentes: un librito sobre Juana Azurduy de Padilla y una biografía de Bernardo de Monteagudo. Leyendo, copiando, recortando, pegando, encontré personajes que me divertían, me sorprendían, me indignaban, pero que en la historia oficial, la consagrada, la que nos enseñaron, eran desconocidos en su completa dimensión. Y no conocer toda la historia es traicionarla.

–¿Desconocidas por qué? ¿Por error o por omisión?
–Por deliberada omisión, que es mucho más grave. Hay hechos y personajes que fueron obviados, oscurecidos o excesivamente exaltados. Encontré, en esos años, el gran tesoro de la historia prohibida. Gran tesoro, porque conocer toda la verdad ayuda a comprender mejor el presente y vislumbrar el futuro.

–¿Cómo define esa tarea?
–La definió mejor un hombre que se me acercó en la calle y me dijo: “Lo felicito, Pacho, porque está haciendo justicia con la historia”.

–¿Eso le acarreó simpatías y rivalidades?
–Sin duda. Hay colegas que se sienten agredidos, se les mueve el piso, y confunden exhumación de la verdad con militancia.

–Por ejemplo: “Pacho es rosista y, por lo tanto, enemigo de Sarmiento”.
–Por supuesto. No comprenden que todos los personajes, incluso más allá del contexto histórico –su tiempo y su circunstancia–, son luz y sombra, defectos y virtudes. Rosas y Sarmiento son dos ejemplos perfectos: según el cristal con que se los mire, sólo tuvieron defectos, o sólo virtudes.

–¿Nos han enseñado una historia falsa?
–Una historia en estampitas, congelada. Sarmiento, para la historia oficial, quedó reducido al chico que jamás faltaba a clase y al maestrito ejemplar. Era eso, sí. Pero también el Sarmiento feroz, una fuerza de la naturaleza, responsable del degüello del Chacho Peñaloza y de incitar a Bartolomé Mitre a matar gauchos, porque de lo contrario –según él– no se podía construir la civilización en la Argentina. Sarmiento fue todo eso, y exhibía su ferocidad con absoluta convicción y franqueza. Es decir, era el Sarmiento real.

–Pregunta básica: ¿qué es la Historia, Pacho?
–Un relato construido sobre datos fidedignos (del Combate de San Lorenzo se sabe todo: cantidad de hombres, de armas, estrategia), pero además con la interpretación. Inevitablemente… Ese relato está teñido por la subjetividad del historiador, sus intereses, su ideología.

–Eso significa que una historia pura es imposible.
–No necesariamente. Porque no se trata de hacer un relato alternativo, sino de corregir algunos aspectos que la tendencia política de la historia oficial dejó de lado.

–Si es así, ¿por qué la omitió?
–Porque se escribió para justificar el Proyecto de Organización Nacional, y se decidió iluminar a ciertos personajes, oscurecer a otros, omitir algunos hechos. En definitiva, quedó una historia fallida.

–¿Un tablero de ajedrez sin las treinta y dos piezas?
–Exactamente. Pero sucede que el revisionismo tiene una mala lectura. Muchos creen que revisar la historia es demoler próceres, y no es así. Al contrario: es enriquecerlos.

–Dispare un nombre.
–A veces me preguntan quién es el prócer más desconocido, y digo que es José de San Martín.

–Hubiera jurado que es al revés.
–Pero no es así. San Martín fue un hombre extraordinario. Tuvo contratiempos con los políticos porteños, los unitarios, los que escribieron la historia. Una historia que los rebautizó federales, pero que fueron unitarios, y liberales a su manera.

–¿Cómo se entiende?
–Copiaron el liberalismo europeo en lo económico, pero políticamente siempre fueron autoritarios.

–Se ha dicho que un liberal argentino es un conservador asustado…
–(Se ríe) Hay que valorar a San Martín no sólo por todo lo que hizo, sino porque lo hizo en medio de grandes dificultades. Llevó adelante la campaña de los Andes sin el menor apoyo de Buenos Aires. El director supremo, Juan Martín de Pueyrredon, que llegó a ese puesto por influencia de San Martín, en lugar de mandarle ayuda, volcó todo su apoyo en el ejército que combatía a los caudillos. Especialmente a José Gervasio Artigas y a sus colaboradores, Estanislao López y Francisco Ramírez. Para cruzar los Andes tuvo que esperar otro verano, lo hizo con muy escasos recursos, y ya en Chile, después de vencer en Maipú y Chacabuco, José Rondeau y su logia le ordenaron ¡volver a Buenos Aires con todo su ejército para defender a la ciudad del ataque de los caudillos! Una locura. San Martín se negó, y Buenos Aires jamás se lo perdonó. Decretaron su no existencia. Vicente Fidel López lo llamó “ladrón de ejércitos”: algo miserable. Y cuando San Martín envía un emisario para hablar con Bernardino Rivadavia, ¡éste lo recibe treinta y cinco días después!, y para retarlo, porque “no entiendo lo que hace el Rey José en aquellas tierras”. Y lo echa.

–¿Resultado?
–San Martín le entrega su gran sueño final a Simón Bolívar. La historia oficial habla de “el misterio de Guayaquil”. No fue ningún misterio: estaba desamparado y desarmado. Bernardo O’Higgins, su sponsor, había perdido su poder en Chile, y no le quedó otro remedio.

–¿En ese punto decide su exilio?
–Otra mentira de la historia oficial. No se va a Francia para darle una mejor educación a su hija. ¡Se va porque Rivadavia y su gente lo amenazan de muerte! Y no vuelve nunca más. Después, sus enemigos lo tratan de opiómano, borracho, mujeriego, corrupto. Buenos Aires jamás le perdonó su admiración por Juan Manuel de Rosas, a quien le legó su sable por su defensa de la soberanía. Rosas, en la epopeya de la Vuelta de Obligado –¡tan olvidada!–, enfrentó y derrotó, en inferioridad de condiciones, a Inglaterra y a Francia, las dos potencias más grandes de su tiempo. Ese día –20 de noviembre– debería ser feriado nacional.

–Sin embargo, los libros escolares llaman a Rivadavia “el más grande hombre civil de los argentinos”.
–Rivadavia puso todo su esfuerzo en embellecer Buenos Aires, tomó empréstitos venales, confundió lo público con lo privado (era ministro y al mismo tiempo directivo de la empresa minera Famatina Mine), y fundó el Banco de Descuentos: una especulación financiera parecida a la de nuestros días. Fue un anticipo de la Generación del Ochenta: porteñista, autoritaria, elitista.

–Pero se dice que fue la última generación que pensó al país en grande.
–A mí no me gusta nada. Hay idiotas que repiten aquello de “estuvimos en el cuarto, en el octavo lugar del mundo, y lo perdimos”. Eran tipos muy brillantes, sí; pero europeizados. Aborrecían todo lo criollo y lo cristiano –más por anticlericales que por ateos, es cierto–, gobernaban con fraude, decidían los cargos en el Jockey Club y en el Club del Progreso, y con la famosa Ley de Residencia, de Miguel Cané, decidieron que se podía expulsar a todo extranjero por “peligrosidad social”. ¡No podían fundar un sindicato! Terminaron con los indios, con los gauchos, y se repartieron las tierras. El país era de ellos. ¿Un país rico? Falso: ellos eran ricos, y el resto vivía muy pobremente o en la más absoluta miseria.

–¿Por qué no perduraron?
–Por soberbia. No tuvieron relevo ni un partido conservador organizado, y por eso no pudieron impedir que les ganara Hipólito Yrigoyen.

–¿Qué otras estampitas lo irritan, Pacho?
–Manuel Dorrego, el fusiladito de la historia, matado por error. ¡Mentira! Lo mataron porque era un jefe popular que defendía los intereses provinciales. Martín Miguel de Güemes, reducido al gauchito que defendía las fronteras del Norte. ¡Mentira! Reivindicó los derechos indígenas, gobernó Salta con medidas muy progresistas, y lo mató una operación comando urdida por la aristocracia salteña y el ejército realista. Los caudillos eran negros, feos y bárbaros. ¡Mentira! Algunos, como Bustos, López y Ramírez, fueron todo lo contrario. Y así se escribió la historia. Por la mitad…

Pacho en el muy top parador Movistar Montoya Beach. Recuerda “<i>mis charlas con el historiador Pepe Rosa en La Barra, hace años, que tanto enriquecieron mi vocación de investigador del pasado</i>”.

Pacho en el muy top parador Movistar Montoya Beach. Recuerda “mis charlas con el historiador Pepe Rosa en La Barra, hace años, que tanto enriquecieron mi vocación de investigador del pasado”.

“La historia oficial también bajó el telón sobre la gesta de los 101 caudillos que defendieron la patria en lo que fue el Alto Perú. Sólo Mitre los evocó, recordando que apenas sobrevivieron nueve”.

“La historia oficial también bajó el telón sobre la gesta de los 101 caudillos que defendieron la patria en lo que fue el Alto Perú. Sólo Mitre los evocó, recordando que apenas sobrevivieron nueve”.

“A Sarmiento lo confinaron a la estampita del chico que nunca faltaba a clase y del maestrito ejemplar, y a Rosas como el tirano brutal, omitiendo los defectos de uno y las virtudes del otro”.

“A Sarmiento lo confinaron a la estampita del chico que nunca faltaba a clase y del maestrito ejemplar, y a Rosas como el tirano brutal, omitiendo los defectos de uno y las virtudes del otro”.

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