Hasta ayer nos hiciste reír, hoy ya te extrañamos – GENTE Online
 

Hasta ayer nos hiciste reír, hoy ya te extrañamos

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Eso, lo de tocar todas las teclas, lo de tener mil caras, fue desde siempre. Hasta desde el nacer, sí. Porque él, Jorge Ariel, venido al mundo en febrero 3, 1949, nunca pudo definir su barrio: la sede paterna, un modesto departamento al fondo de una casa-chorizo, estaba en la calle Luis Viale, entre Flores, Floresta y Villa del Parque. Hombre de tres reinos, ninguno le bastó del todo, y adoptó un cuarto: Liniers, por amor a Vélez, pasión heredada de padre y abuelo. Y otra herencia le cedió su padre: el metro cincuenta y nueve, la petisez.

Gente de clase media-media, los Guinzburg. Madre esforzada (idishe mame), padre visitador médico (“Siempre tratando de mejorar”, recordaba Jorge), hermana profesora de francés –clases particulares a domicilio, según la usanza barrial de aquellos días–. “¿Vieron que hay judíos pobres? ¡Éramos nosotros!”, decía Jorge. Y no era broma…

A los ocho años, el estigma del asma, que lo acosó toda la vida, y que no ahuyentaron los viajes a Córdoba, la clásica receta de aquellos días. ¿Cómo fue de chico? Propia confesión: “Un pibe travieso, pero tranquilo. Pero en la secundaria, peor que una ladilla”.

Primera vocación: ser hippie. Resultado fallido. ¿Cómo imaginarlo con melena, barba, ropa hipposa y haciendo el signo de la paz? Segunda vocación: médico. Resultado fallido. Tercera: abogado. Empezó junto con su amigo Carlos Abrevaya, “pero nos aburrimos como dos ostras”. Oficio remoto: taxista, “para demostrarle a mi madre que no era un vago”. Pero muy escaso rodaje.

EL CAMINO. Al morir agosto del 71, y a sus veintidós años, y sin rumbo, y siempre en yunta con Abrevaya, un mozo de un carrito de la Costanera –extraño contacto– los recomienda como libretistas de Pinocheando por Rivadavia, el programa de Juan Carlos Mareco. Debutan el primero de septiembre. Orden para Jorge: “Tenés que escribir cincuenta chistes por día”. Otro hubiera arrugado, pero Jorge duplicó el número. Era una máquina de pensar y de escribir, y sus textos, increíbles, inolvidables. Tanto, que el director de la mítica revista española La codorniz, de visita en Buenos Aires, se llevó varios en su valija, y algunos recorrieron Europa. El camino había sido elegido, y estaba abierto. “Cuando Mareco llamó a casa y nos dijo que estábamos contratados… ¡mi madre fundió bombacha!”.

EL MAESTRO. Más recuerdos de Jorge: “En el setenta y dos, la revista más original y más audaz del país era Satiricón. Nos presentamos ante Oscar Blotta, el director, y nos tomó. A nosotros, dos pichis, imaginate…”. Allí conoció a Carlos Ulanovsky, el jefe de Redacción. “Fue mi primer maestro de periodismo, y un amigo inseparable para toda la vida”.

Después, en menos de una década, la avalancha. Entró a Clarín como guionista de Diógenes y el linyera. Fue libretista de Tato Bores. Tuvo su primer ciclo de radio: En ayunas, también con Abrevaya, en Excelsior primero y en Belgrano más tarde. Y El ventilador en América, y Vitamina G en Mitre, y…

LA TELE. Tras un paso por agencias de publicidad –sí, también eso, por obra y desgracia de la censura que arrasó a Satiricón–, enmarcó su cara y su bigotazo, por primera vez, en la pantalla chica. Sin mucha alharaca: una breve columna en Telemóvil, que conducía Ramón Andino, el padre de Guillermo. Pero un año después, con explosión. La noticia rebelde (ATC), con un equipo que haría historia: Guinzburg-Abrevaya-Castelo-Becerra, y Nicolás Repetto en exteriores. Haría historia, sí. Porque, bajo la batuta de Jorge, rompió todos los moldes. Porque en Jorge, en ese metro cincuenta y nueve que nunca dejó de luchar contra el asma, habitaba un titán del humor. Lengua de filo, contrafilo y punta, la esgrimía para el repentismo, la detonación, la acidez, la ironía, la sorna, el sarcasmo, la pregunta fatal (“¿Cómo fue tu primera vez?”, por ejemplo, que descolocaba hasta al más pintado, luego copiada por docenas de medios), la pregunta “para romper el cubito” (de hielo, claro), ante la cual más de un Gran Bonete de la política se levantó y se fue, etcétera. Y eso, sin descender a los infiernos de la palabrota gratuita, a la ciénaga de lo soez, a la atroz vulgaridad que un día llegaría, inexorable…

Y EL SÉPTIMO NO DESCANSÓ. Nunca entendió la vida de otro modo que a través de la acción. De lunes a lunes y de medianoche a medianoche, en treinta y siete años de carrera. Tres tristes tigres, con Los Midachi. Descubriendo en el Horacio Fontova músico un cómico único en Peor es nada. Con tropiezos, también, como los hombres infatigables: La casita del placer Hitachi, No todo es noticia, Sin red, Penúltimo momento, y otros títulos “que fueron un bochorno”, confesaba. Pero sobre esas cenizas edificó fenómenos como La Biblia y el calefón y Mañanas informales, porque “yo no me rindo nunca”, desafiaba. En todo caso, frente a un traspié, se encerraba en el escritorio de su casa de Belgrano, que se le antojaba el Paraíso. “Allí tengo mis libros, mi música, mi colección de ochocientas lapiceras, y tomo los tés saborizados que tanto me gustan”. Breve remanso para crear y volver al éxito. Que, por si algo faltara, también alcanzó en el teatro, produciendo, escribiendo y dirigiendo revistas en Carlos Paz: La era del pingüino, Yo soy Panam, Un país de revista, y otros proyectos sobre los que cayó el telón a las diez y media de la mañana del 12 de marzo, en la clínica Mater Dei, cuando el corazón lo abandonó.

LA OTRA VIDA. Dos mujeres, cuatro hijos: Soledad y Malena (primer matrimonio), e Ian y Sasha, con Andrea Stivel (45), hija de David, un brillante director de teatro y televisión. Se conocieron (1986) en los pasillos de ATC. Jorge hacía La noticia rebelde. Ella era productora de Mesa de noticias. Se cruzaban a diario. Cuando el metro setenta y cinco de ella aparecía, el metro cincuenta y nueve de Jorge gritaba: “¡Salió la grande!”. Pero ni los catorce años ni los dieciséis centímetros de diferencia fueron valla insalvable. Un año después empezaron a vivir juntos, en las dos décadas siguientes fueron carne y uña (ella produjo varios programas de él), y en noviembre del 2001 se casaron. Ceremonia judía a cargo del rabino Sergio Bergman, los cuatro hijos presentes, y luna de miel en Italia.

EL SIGNO DE LA V. Otros locos amores de Jorge: Vélez y los viajes. “Quiero dar la vuelta olímpica con Vélez y conocer Hiroshima”, dijo, ese día del 94 –el mismo año en que murió su amigo Abrevaya–, cuando despegó el avión de Varig rumbo a Tokio, donde Vélez jugaba la final del Mundial de Clubes contra el Milan. Resultado: Vélez 2 - Milan 0. Goles: Trotta de penal, y Asad. Vélez campeón. Jorge en la vuelta olímpica (otra V…). Y este monólogo: “Cuando un equipo grande gana un campeonato, es como si Tom Cruise se levantara a Michelle Pfeiffer. Es decir, algo normal, porque no se la levanta cualquiera. Bueno: cuando Vélez ganó el mundial… ¡sentí que me había levantado a la Pfeiffer!”.

ÚLTIMO ACTO. El catorce de febrero, Jorge invitó a La Biblia y el calefón (Canal 13) a Sebastián Wainraich, Mónica Ayos, Enrique Pinti y Mercedes Morán. Séptimo programa del ciclo, pero no habría octavo. Las incógnitas, los presagios, los fantasmas que lo rondaban (enfermedad pulmonar) empezaron a hacerse carne apenas veinte días después. Quiso grabar el octavo, pero no pudo. El jueves 6 lo internaron secretamente: sólo el diario Crónica lo informó, sin detalles. Y seis días después, Jorge Ariel Guinzburg cruzó La Gran Puerta Negra (la figura es de Tennesee Williams) y desató una ola de dolor profundo que se transformó en interminable aplauso de la muchedumbre cuando el coche fúnebre entró en el cementerio judío de La Tablada.

La muerte jugó una cruel partida de ajedrez contra aquellos que la exorcizaron con el genio de su humor. Unos días antes se habían cumplido veinte años desde el final de Alberto Olmedo. Dos de los creadores de La noticia rebelde (Abrevaya y Castelo) no estaban ya en el mundo, como Porcel, como Altavista, como Fontanarrosa hace tan poco. Pero (como dijo el rabino Bergman en la despedida) “La muerte se lleva los cuerpos, pero no las acciones”.

Oscar Wilde, en el final de su mágico cuento El príncipe feliz, escribió que nada había más bello y conmovedor, según esa historia, que el corazón de plomo de una estatua y el cuerpo de una golondrina muerta. Y un día después de la partida de Jorge, no hubo nada más bello que la lágrima de Gaturro (el homenaje de Nik), y la soledad de Diógenes y el linyera, debajo de su árbol. Cuando un hombre logra que lo lloren hasta los muñecos de ficción, lo ha logrado todo.

Su mirada pícara y su sonrisa compradora, dos sellos distintivos de Jorge, quien siempre supo reírse hasta de sí mismo. Aquí, disfrazado de ángel.

Su mirada pícara y su sonrisa compradora, dos sellos distintivos de Jorge, quien siempre supo reírse hasta de sí mismo. Aquí, disfrazado de ángel.

“Mi ‘petisez’ nunca fue un complejo”, sostenía Guinzburg respecto a su estatura, su 1,59 casi de 1,60. Había nacido en Buenos Aires el  3 de febrero de 1949. Nos dejó el 12 de marzo de 2008, a los 59 años recién cumplidos. ¿Lugar recurrente de vacaciones familiares? Córdoba. Pretendió, sin conseguirlo, ser hippie, médico, abogado. Menos mal que el periodismo y el humor se encargaron de despertarle su verdadera vocación.

“Mi ‘petisez’ nunca fue un complejo”, sostenía Guinzburg respecto a su estatura, su 1,59 casi de 1,60. Había nacido en Buenos Aires el 3 de febrero de 1949. Nos dejó el 12 de marzo de 2008, a los 59 años recién cumplidos. ¿Lugar recurrente de vacaciones familiares? Córdoba. Pretendió, sin conseguirlo, ser hippie, médico, abogado. Menos mal que el periodismo y el humor se encargaron de despertarle su verdadera vocación.

La televisión, la radio, el teatro y la gráfica, sus amores dentro de la profesión. En la pantalla chica, arrancó con Telemóvil y dejó su legado con Mañanas informales

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