Hablamos con Silvia Pérez Vilor, la mamá de Anahí – GENTE Online
 

Hablamos con Silvia Pérez Vilor, la mamá de Anahí

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Má...”, deslizaba Anahí mientras pintaba en su atelier. A unos metros, Silvia respondía desde su habitación: “¿Qué pasa hija?”. Entonces Anahí repetía las palabras mágicas: “Te quiero, má”, le decía. La escena se repetía con frecuencia en la casa de la calle Meléndez Valdez al 600, en Lomas de Zamora. “Siempre fue una chica muy dulce y demostrativa. Se acercaba, me abrazaba y no me largaba”, agrega Silvia Pérez Vilor con los ojos vidriosos. No lo dice pero lo sabe: jamás volverá a escuchar esas palabras.

Anahí Aldana Benítez nació el 12 de febrero de 2001 en Adrogué. “Fue una nena muy deseada”, cuenta Silvia, que por momentos hablará de su hija en pasado y, en otros, en presente. “Creí enloquecer. Me pasó una cosa rara: sentía que soñé que tuve una hija. Entonces, si hoy no está, es porque nunca existió. Lo hablé con mi psicólogo y me dijo que es un mecanismo de autodefensa muy común. Cuando el cerebro está por estallar, genera eso para no destruirse. Es demasiado doloroso para procesarlo”, asegura.

Silvia (54) es técnica de hemoterapia y hasta 2015, cuando se jubiló, trabajó en el hospital Gandulfo, de Lomas de Zamora. A Adrián Benítez (50), el papá de Anahí, lo conoció mientras él estaba en la cárcel. “Nos enamoramos y, pese a las circunstancias, fuimos una pareja normal. En los primeros tiempos él no podía ver a Anahí, pero salió hace once años y, hasta que nos separamos, fuimos una familia”, explica. A la casa de Lomas donde reciben a GENTE llegaron a fines de 2016. “Estaba tan acostumbrada a que ella ocupara casi toda la mesa con sus pinturas que, cuando diseñé nuestro hogar, le armé un atelier para que pudiera crear tranquila”, explica Silvia mientras muestra todos los recuerdos de su hija. Lo primero que se ve es un atril con cuadros: mujeres de cabello largo con miradas que interpelan. Hacia atrás, una pared a medio pintar de verde y naranja. Sobre el escritorio hay dibujos sin terminar, vasos con pinceles, acrílicos, lápices de colores y una botella de aguarrás. Hay también estantes con libros, entre ellos la saga completa de Harry Potter, Cien años de soledad e historietas de Mafalda. Con ése, contará Silvia, Anahí aprendió a leer “cuando tenía tres o cuatro años. Siempre decía que su vida no era vida si no tenía un libro y un cuadro empezado. A pintar empezó con papel, lápices de colores y biromes. Después sumó los acrílicos y, cada tanto, nos pedía algo de dinero para materiales. Lo guardaba en una billeterita y con eso se iba a la librería y compraba las maderas, el sellador y todo lo que necesitaba. Anahí era una chica muy sensible. Expresaba lo que sentía a través de sus dibujos. Cuando fue un poco más grande, se involucró con las causas de justicia y de Derechos Humanos. Por su manera de pensar, por su inteligencia y por sus valores, hubiese cambiado muchas cosas en el mundo”.

“DOLOR INFINITO”, dice el estado de WhatsApp de Silvia. Es domingo a la tarde y llueve. La mamá de Anahí revisa su teléfono, que está repleto de fotos de su hija sonriéndole. Con esa misma sonrisa llegó un día del colegio, la Escuela Normal Antonio Mentruyt (ENAM), con la novedad de que le habían habilitado un aula para que dictara un taller de arte. “Estuvo dos semanas limpiando el salón. Quedó impecable. Me dijo: ‘Cuando terminen las vacaciones de invierno, arranco a dar el taller’. Estaba muy entusiasmada”, cuenta en el comedor de su casa donde, hace poco más de un mes, Anahí se divertía con sus amigos. “Los invitaba a dormir muy seguido. El viernes 28 de julio (N. de la R.: Un día antes de su desaparición) me avisó: ‘Hoy vienen las dos Vickys’. Le contesté: ‘¿Otra vez gente en casa?’. Y me insistió: ‘Dale má, que el lunes arrancan las clases’”.

A su lado, David Jroc (33), medio hermano de Anahí, dispara: “Era la mimada de la familia”. Y automáticamente trae el recuerdo del cumpleaños de quince de la joven. “Ella no quería celebrarlo. Entonces se me ocurrió alquilar una quinta y le organizamos una fiesta sorpresa”. Silvia esboza una sonrisa, como si pudiera revivir ese momento, y se apura a acotar. “Estaba feliz, porque no se lo esperaba”.

ULTIMOS DIAS JUNTAS. Cada mañana, cuando Anahí se levantaba para ir al colegio, Silvia le preparaba un jugo de naranja exprimido, un café con leche y unas tostadas con queso y mermelada. Después la acompañaba hasta la parada del colectivo 552, que la dejaba en la esquina de la escuela. “Lunes y miércoles practicaba Combat, una especie de boxeo tailandés. Los jueves iba a un taller de pintura. Y los fines de semana, un rato al aire libre”, cuenta su mamá. Por eso, cuando su hija salió de su casa el sábado 29 de julio para ir al Parque Municipal Eva Perón, Silvia no se sorprendió. “Lo único que le dije es que no tardara, porque eran las 17.30 y ya estaba por oscurecer. Me contestó: ‘Voy y vengo enseguida’. Cuando vi que eran las 19 y no llegaba empecé a llamarla, pero no me contestaba. Recorrí las casas de sus compañeros y tampoco la encontré. A las 22 hice la denuncia en la comisaría”, recuerda.

Anahí estuvo desaparecida seis días. Durante ese tiempo, sus familiares y amigos hicieron tres marchas para pedir por su aparición. La peor noticia llegó el viernes 4 de agosto: el cuerpo de la adolescente fue hallado en la Reserva Santa Catalina, ubicada a unas veinte cuadras de su casa. La semana pasada, los forenses informaron que se encontró semen en el cuerpo, y que correspondía con el ADN de Marcelo Villalba, detenido en el caso por haber tenido en su poder el celular de Anahí y regalárselo a su hijo. “A medida que iba conociendo los detalles de la investigación, lo único que me alivió fue saber que estaba muy drogada. A lo mejor no se dio cuenta de lo que le hicieron y no sufrió. Me martiriza pensar en los días que la tuvieron secuestrada”, se lamenta. Mientras el caso está en vías de esclarecerse, y que caiga el o los femicidas (N. de la R.: Al cierre de esta edición estaba previsto que Villalba declarara), Silvia sueña con armar una Fundación en nombre de su hija. “Se va a llamar ‘Fundación para el Desarrollo de la Vocación Anahí Benítez’, y quiero que sirva para los chicos que tengan algún talento y no cuenten con los medios para desarrollarlo. Desde la Municipalidad nos prometieron un espacio físico. Es un proyecto que quisiera hacer realidad, por la memoria de mi hija”, dice Silvia.

Afuera, el cielo empieza a aclarar y cantan algunos pájaros.

En el atelier de Anahí, Silvia muestra uno de los cuadros que pintó su hija y se lamenta por todos los que quedaron sin terminar. “Tu alegría, tu talento, tu inteligencia y tus sueños. Todo desapareció. Te juro que voy a saber la verdad. Por todo el amor que siempre nos tuvimos. Y nos seguimos teniendo. Hay cosas que nunca mueren”, dice uno de los tantos posteos que le dedicó en Facebook.

En el atelier de Anahí, Silvia muestra uno de los cuadros que pintó su hija y se lamenta por todos los que quedaron sin terminar. “Tu alegría, tu talento, tu inteligencia y tus sueños. Todo desapareció. Te juro que voy a saber la verdad. Por todo el amor que siempre nos tuvimos. Y nos seguimos teniendo. Hay cosas que nunca mueren”, dice uno de los tantos posteos que le dedicó en Facebook.

Desde la izquierda: Su papá, Adrián Benítez (50); su mamá, Silvia Pérez Vilor (54); su abuela, Estrella Vilor (84); y su hermano, David Jroc (33), esperan que se esclarezca el caso.

Desde la izquierda: Su papá, Adrián Benítez (50); su mamá, Silvia Pérez Vilor (54); su abuela, Estrella Vilor (84); y su hermano, David Jroc (33), esperan que se esclarezca el caso.

Verano de 2016, en la playa de San Bernardo con su mamá.

Verano de 2016, en la playa de San Bernardo con su mamá.

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