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Guillermo Vilas

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Hay más de seis mil millones de seres humanos sobre la Tierra. De ellos, uno por cada millón produce hechos que, para bien o para mal, para gloria o para vergüenza, para diversión o para martirio, modifican la vida de una gran cantidad de sus contemporáneos. Guillermo Vilas es uno de ellos: de un modo incomparable ganó honores y gloria para el deporte argentino, y a partir
de 1977 -año en que fue el mejor jugador del mundo- el tenis, en la Argentina, comenzó a ser un deporte masivo. Sin proponérselo, Vilas cambió los hábitos de millones de sus compatriotas. Hizo algo más: aunque no era su propósito, generó una industria y un comercio, y gracias a él muchas personas encontraron un medio de vida. Días atrás, una señora a quien nunca había visto lo detuvo en la calle:

"Gracias, Guillermo", le dijo. "¿Por...?", preguntó él.
"Porque hace veinte años, cuando vos eras el mejor del mundo, puse una cancha de tenis como negocio, y con las ganancias vivimos muy bien con mi familia, y mis hijos pudieron
estudiar
", fue la respuesta.

"Cuando yo empecé a jugar en la Argentina éramos cuatro, y ahora hay tres millones. Yo sé que influí en eso, pero también coincidió con un gran despegue en el mundo entero. Hice lo mío, pero no me creo
Gardel
", se encargó de aclarar el propio Vilas más de una vez.

Guillermo nació en Buenos Aires, y no en Mar del Plata, como generalmente se cree. Ocurrió que sus padres pensaron que atenderían mejor el parto en una clínica de la Capital. El acontecimiento se produjo el 17 de agosto de 1952, y tres días después regresaron a Mardel. Su primer recuerdo, con todo, no es el mar, sino el día en que
sus padres le mostraron a su hermana Marcela, cuando él tenía tres años.

"En ese tiempo vivíamos en Los Aromos, en una quinta, en las afueras de Mar del Plata, casi el campo. Fueron mis días más felices. Estaba solo, no había chicos, y me entretenía como podía. Cuando empecé a ir al colegio vi tanta gente que me asusté. Yo era un pajuerano. A veces creo que mi forma de ser, un poco egocéntrica, y mi gusto por la soledad vienen de allí. Fijáte que al fútbol jugaba de arquero, que también es un solitario, y que al tenis estás solo frente a un
rival
."

Aunque no cree demasiado en la astrología, ha dicho: "Soy de Leo y los de Leo somos personas muy especiales. Para mí los perros son de Libra, porque son buenos, fieles, olvidan rápidamente. Esas cosas las admiro en los demás porque yo no las
tengo
".

Su padre, que fue presidente del Náutico de Mar del Plata, quería que fuera escribano, como él, pero cometió un error: cuando Guillermo tenía 9 años tuvo la idea de incorporar el tenis a su club y contrató para dar clases a Felipe Loccicero -peluquero de profesión- que era un teórico del tenis. El escribano Vilas impulsó a su hijo a tomar clases, para que diera el ejemplo. Y
Willy se apasionó: "Le pregunté a Felipe qué hacían los campeones. 'Entrenarse cuatro horas por día', me contestó. Entonces yo le dije que me iba a entrenar
seis"
.

No se conformó con eso: corría por la arena dura, junto a la orilla del mar, todas las mañanas. Al mismo tiempo estudiaba, pero ya sabía cuál sería su futuro.
"Nunca improviso. Siempre planeo qué voy a hacer", ha dicho. De modo que persistió, jugó torneos de infantiles, luego de juveniles, y se cansó de ganar, aunque su padre lo presionaba para que estudiara.
"En 1971 estaba por dar examen de Derecho Político y escuché por radio que Eddie Dibbs había llegado a la final de un torneo en el Brasil. Me puse muy mal, porque yo le había ganado. Entonces decidí largar todo y dedicarme de lleno al
tenis
."

En esos días, se instaló "en un hotel que estaba al lado de la Galería del Este, en Buenos Aires. Conocí a Borges, a Sábato, a los pintores Pérez Celis y Deira, y escuché a los Rolling Stones en El Agujerito, una disquería de la galería. Todo eso me cambió la
vida
". Tanto, que con la sola excepción de Wimbledon, triunfó en los torneos más importantes y exigentes que hay en el circuito profesional, como el Abierto de Australia.

Su momento de mayor gloria fue en 1977. "Ese año gané en Roland Garros, y en Forest Hills el USA Open. Yo sabía que ganando esa final era el mejor del mundo. Jugué contra Jimbo Connors y le gané. Pero sobre todo, ese año derroté a mi admirado Björn Borg. Hubo siempre grandes jugadores. Pero nadie puede compararse con Björg. El no fue un hombre destacado: fue un extraterreste, el mejor de todos los
tiempos
", elogió. Willy también dijo: "Mi vida fue siempre un campeonato: en el colegio, tratar de estar en el Cuadro de Honor. Después el tenis, y ahora la música. En el colegio (el de los Hermanos Maristas) era muy bueno en religión y me llevaba bien con los curas. Le pedí muchas cosas a Dios, lo gasté, pero nunca exigí. Es cierto que luché para tener lo que tengo, pero la fuerza de voluntad, la garra, el orgullo de ser alguien, se los debo a
Dios.
"

Hay un Vilas supercampeón, y también un poeta seductor. El uruguayo Mario Benedetti escribió:
"De modo que si ocurre un desconsuelo/ o un apagón/ o una noche sin Luna/ es conveniente,/ y hasta imprescindible/ tener a mano a una mujer
desnuda
". A los 46 años Vilas sigue soltero; vive solo, y no acepta preguntas sobre su vida privada y sobre sus amores. Pero desde Gabriela Blondeau, su primera novia famosa, a quien conoció en el Buenos Aires Lawn Tenis a principios de los años 70, hasta Sandra Bhoer, una relacionista de El Divino, con quien compartió el verano pasado, siempre cumplió con el consejo de Benedetti. Bellezas como Mirtha Massa (fue Miss Mundo); la princesa Carolina de Mónaco, con quien protagonizó una romántica escapada a la Polinesia Francesa (fue primicia mundial de
GENTE); la actriz Susana Romero, y modelos como Michelle Tomazsewski y María Lina Gianetti, entre otras, lo amaron. El no se la cree:
"Es la mujer la que decide todo, no uno. Ellas lo saben todo", dice. Escribió (y publicó) poemas para Gabriela Blondeau:
"Dame un pedazo de tu cielo/ píntame tus estrellas de azul/ que esta bohemia enraizada/ es un vaivén sin costados./ Dame un pedazo de tu cielo./Quiero sentir tu calor, pero /no busques en mi proa el ancla./No midas mis sonrisas con ansias/ que jamás tuve unidad de medidas/ aparte del todo o la
nada
". O: "Dame la rosa de tu cuerpo. Enséñame la lección de tu vida./ Besa mis aristas con tu tiempo,/ que quiero existir junto a tu gozo./ Nace en mí cada día/ la fragilidad de la inocencia/ para verte distinta sin memoria/ para amarte hoy como
ayer
". Su primer libro agotó 15 mil ejemplares en una semana.

Cuando dejó el tenis se dedicó a la música: "Mis profesores me dijeron que era muy malo. Que tenía fuego, pero que no sabía
nada
", ha dicho. Pero él jamás se doblegó ante dificultad alguna. Como antes con el tenis, estudió y persistió hasta que consiguió un discreto nivel. En el verano de 1989, en un concierto que con Los Fabulosos Cadillacs dieron en Las Grutas, cerca de Punta del Este, quince mil personas lo aplaudieron. También lo ovacionaron en Mar del Plata, en Buenos Aires y en otras presentaciones. Amigo de Keith Richards y de todos los Rolling Stones, los acompañó a varios conciertos. Otro de sus amigos es Luis Alberto Spinetta, quien grabó un tema con letra de Willy. Guillermo es padrino de Dante, el hijo de Luis Alberto y líder del grupo Illya Kuryaki and the
Valderramas.

En estos días, El Quinto Stone, como algunos llaman a Guillermo, sigue con la música, y no tiene miedo de que la gente ignore esa actividad suya:
"Van Gogh no vendía ni un cuadro mientras estaba vivo; todo es relativo". Ha vuelto a jugar torneos de tenis de veteranos por el mundo, y a su amistad con otro grande, José Luis Batata Clerc, con quien estuvo distanciado por años:
"Lo que ocurrió es que hubo celos; Batata también es de Leo", explicó.

Su club, Vilas Racket, en Palermo (sólo uno de sus brillantes negocios) es todo un éxito. Posee departamentos en París y en Buenos Aires. Usa automóviles de colección. Su favorito es un Cadillac de 1947:
"Tuve Ferrari, Porsche y Rolls Royce, pero prefiero mi viejo Cadillac", dice. Añade:
"Nunca fui esclavo del dinero. Me gusta tenerlo y usarlo. Mi único lujo es tener un estudio de música". En sus miles de viajes por el mundo, ha acumulado más horas de vuelo que un piloto, pero aún teme subir a los aviones. Escéptico, reflexiona así:
"Los argentinos somos macanudos mientras nos va mal. Pero no bien levantamos cabeza, nos transformamos en
insoportables
". No le gusta que le digan solterón, pero, confiesa, "ninguna de mis relaciones fue tan fuerte como para que durara. Me encantan los chicos, pero para tener los míos primero tengo que encontrar a la mujer que sea la madre, y eso no es fácil".

Roland Garros, Francia, 1977. Willy Vilas levanta la copa del triunfador. En la Argentina se festejó como un Mundial de fútbol.

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El chico a quien su padre le había fijado destino de escribano demostraba que era el número uno del tenis.

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