“Fui hippie hasta que me puse de novia y empecé a tener sexo” – GENTE Online
 

“Fui hippie hasta que me puse de novia y empecé a tener sexo”

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Siempre hice lo que quise. Fui hippie, estudié abogacía pero abandoné la carrera para trabajar en la tele, y antes de aceptar ser una de las panelistas de Duro de domar recargado trabajé como modelo publicitaria y conduje Tendencias y El garage. Rechacé dos veces la propuesta de Diego Gvirtz, que me llamó antes que a Jackie Keen, porque no coincidía con mi momento laboral y personal. Ahora, aunque me ofrecieron conducir un programa por América, decidí apostar al show de medianoche de Pettinato. Estoy feliz, porque allí puedo mostrar toda mi personalidad, jugar con un humor negro que siempre tuve, y ser algo más que una cara bonita”, dice Ursula Vargues después de montar un toro mecánico y antes de visitar a su cirujano plástico, “porque quiero achicarme las lolas”.

–¿¿¿Achicarlas??? ¡¡¡Por qué!!!
–Porque odio mis medidas: 90-62-90. No tengo espalda y me sobran lolas: algo que me hace parecer ordinaria y que no tiene nada que ver con el resto de mi cuerpo. Además, la ropa que me gusta usar no me queda bien, no va conmigo…

–¿Sigue teniendo algo de esa hippie que alguna vez fue?
–No, ya no soy hippie… Eso fue cuando tenía catorce años y me parecía aburrido bañarme y dormir la siesta. Pasaba días y días sin bañarme, y por eso mis compañeras no me querían mucho, pero no me importaba nada. Sí, fui hippie de verdad: era sucia, tocaba la guitarra en la plaza y cantaba temas de Serú Girán. Para los demás, “una adolescente rara y atípica”. Usaba polleras larguísimas, el pelo aceitoso, no me maquillaba, y me ponía desodorante barato…

–¿Y ahora?
–Ahora uso un perfume de peras de Victoria’s Secret, y me gusta que todo, todo, todo esté perfumado…

–¿Cuándo, cómo y por qué abandonó el hippismo?
–Cuando me puse de novia y empecé a tener sexo. Entonces descubrí que hay cosas más divertidas que ser hippie. Ahora, por ejemplo, no viajo más en colectivo, como antes…

–Bueno, no es una decisión demasiado revolucionaria…
–No viajo más en colectivo porque me da asco…

–Pero hay colectivos muy limpios…
–No es por los colectivos. Es porque soy petisa y mi cabeza queda siempre a la altura de las axilas de la gente… ¡y eso es horrible!

–¿Al tren se le anima?
–Sí. Al tren y al subte, sí. Tomo el tren porque vivo en Vicente López. Pero, la verdad, prefiero viajar en auto.

–¿Qué cosas la divierten más?
–Tengo humor negro y me encanta reírme de mí misma. Fijáte que en el programa todos nos reímos de nosotros, de la actualidad, y nos llevamos súper-bien. Hay onda.

–¿Se banca el “acoso” de Pettinato y del Chavo Fucks?
–Es un juego, nada más que un juego. Después de seis años de trabajar en la tele aprendí que lo mejor es jugar con las fantasías de la gente. Pero entre nosotros no pasa realmente nada. Trabajamos para entretener. Punto.

–¿A su familia le molestó más su romance con Charly Alberti o su exposición en televisión?
–Mi familia no participa en mi vida para nada. No son mis fans, precisamente…

–¿Se llevan mal? ¿Hay conflictos?
–No. Nos llevamos muy bien, pero la tele no les gusta, porque como trabajo es muy inestable. Sin embargo, no se meten en mis decisiones. Entre otras cosas, porque supe manejarme sola desde chica.

–¿Qué quiere decir “manejarme sola”?
–Que si tenía un problema con mi hermano, por ejemplo, me agarraba a piñas con él. Mirá: mi familia está en su mundo… Mi vieja es psicoanalista y mi viejo es comerciante. Cero cholulos, cero mediáticos. Cuando le dije a mi viejo que salía con Charly, me preguntó muy alarmado… ¡si era Charly García!

–¿Cómo se aclaró la gaffe?
–Y… Para que lo conociera, tuve que mostrarle un video de Soda Stéreo, porque no tenía idea de quién era.

–Soñaba con casarse con Alberti. ¿Por qué se terminó esa historia?
–No pasó nada trágico. Salimos durante dos años y medio. Después dejaron de pasarnos cosas y el amor se transformó.

–¿Terminaron mal? ¿A las patadas?
–No. Bien. No hubo terceros, ni nada de eso. Hoy hablamos por teléfono y nos seguimos queriendo mucho, pero ya no estamos juntos.

–¿Con quién está?
–Sola. Sola desde hace seis meses.

–¿Sola, solita, solísima, absolutamente sola?
–Bueno, a veces tengo algunas alegrías.

–¿Y alguna alegría fija?
–No: estoy recién separada.

–¿Cómo es vivir sola y no morir en el intento?
–Me las rebusco bastante bien. Hace seis años que vivo sola.

–Pero algunos tocarán el timbre…
–Es cierto. Pero a mi casa no entran todos los hombres que tocan el timbre: únicamente los que yo quiero. Además, puedo estar muy bien sin novio. Me preparo ensaladas de atún o de pollo, como mientras arreglo la casa, hago muebles, pinto las paredes, agarro el taladro…

–Cuidado con los dedos…
–No hay problema: soy machona, práctica, hiperkinética, y me encanta hacer todas las cosas que hacen los hombres. Y con los años me estoy volviendo como ellos.

–¿En qué sentido?
–Cada vez más mañosa y exigente para elegir al hombre que se meta en mi cama.

–¿Qué pasó entre usted y Mick Jagger?
–Nada. Quise demostrarle que las mujeres de 28 años tenemos más experiencia, que no somos chicas histéricas como las que lo rodean.

–¿Hubiera pasado la noche con él si se daba?
–Nunca, porque es demasiado viejo. Pero todos mis amigos sacaron a relucir su costado gay… Me dijeron que ellos sí, sí, sí se hubieran acostado con Jagger. Las mujeres buscamos otras cosas…

–¿Qué cosas?
–Hombres que tengan… las cosas en su lugar. Creo que puedo enamorarme de un hombre más grande, pero necesito tiempo.

–¿Para qué?
–Para que lo puramente estético se transforme en otras virtudes. Tal vez porque sueño con casarme y tener una gran familia.

–Bueno: Alberti tiene quince años más que usted…
–Sí: 43. Pero Jagger… ¡63! Hay veinte de diferencia, y eso se nota mucho. Claro, a pesar de lo poco que pude conocer a Jagger, me di cuenta de que cualquier mujer puede enamorarse de él. Pero él y yo hubiéramos necesitado mucho más tiempo para enamorarnos. Si me invitaba a caminar por Londres o a ir juntos al supermercado, quizá llegaba a conocerlo más, y hasta me enamoraba.

–¿Es dura de domar?
–No. Nadie es duro de domar. La cuestión es encontrar al domador.

–En su caso, ¿cómo debe ser el domador?
–Me gusta que los hombres me tengan cortita… y no me dejen escapar. Antes era una nena obsesiva, muy caprichosa, y no dejaba tranquilos a los hombres. Pero aprendí a controlarme y a no estarles tan encima.

–¿Le va mejor con esa fórmula?
–Claro… ¡Así es más fácil domarlos!

“<I>Antes era una nena obsesiva y caprichosa, que no dejaba tranquilos a los hombres, pero aprendí a controlarme… Hoy ya no les estoy tan encima</i>”. A confesión de partes, relevo de pruebas.

Antes era una nena obsesiva y caprichosa, que no dejaba tranquilos a los hombres, pero aprendí a controlarme… Hoy ya no les estoy tan encima”. A confesión de partes, relevo de pruebas.

“<i>Siento que me sobran lolas, que no tienen nada que ver con mi cuerpo y me hacen ordinaria. Además, la ropa que me gusta usar no me queda bien, no va  conmigo</i>”.

Siento que me sobran lolas, que no tienen nada que ver con mi cuerpo y me hacen ordinaria. Además, la ropa que me gusta usar no me queda bien, no va conmigo”.

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