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Festejó los 59 como una reina

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El último día de octubre, Marcela Tinayre cumplió cinco décadas y nueve años. No cambió de número pero –princesa, hija de reina (Mirtha Legrand I) y madre de la infanta Juanita Viale– abrió su dorada agenda y decidió desplegar una celebración comme il faut: con todas las luces, y sonando las trompetas del castillo de la dinastía. Pero –tiempos modernos– no eligió un castillo del siglo XI. Prefirió Miami, costa de Florida, y no a bordo de la carroza real, por otra parte algo incómoda más allá de su prosapia. Ella y su séquito –quince almas, léase parientes, como su prima Gloria Lopina Martínez, hija de su tía Goldie, y amigos íntimos, como Sofía Neiman– abordaron un democrático vuelo de LAN que debió carretear hasta el límite permitido por IATA: tal era el peso de los equipajes…

Según las tarjetas de embarque y migración, el 29 de octubre viajaron Nacho (28) y Juana Viale (27), sus vástagos mayores, además de Ambar De Benedictis (6), hija mayor de Juana. Sólo quedó en tierra firme el pequeño Silvestre (1), al cuidado de su padre, el galán chileno Gonzalo Valenzuela.

También Mirtha, la reina madre del clan, nacida Rosa Martínez Suárez en los dominios santafesinos de Villa Cañás, con su inseparable Elvira, su primera dama de compañía, y fiel custodia de los baúles de su ama y señora: tres, con monograma de Louis Vuitton. Por supuesto, enguantó sus manos con fino cuero color natural, de los que recién se despojó al llegar, lo mismo que de los altos tacos, trocados por unas sandalias de plataforma. Desde luego, no faltaron los pañuelos de seda de Hermès y las alhajas de su colección privada. Marcos Gastaldi, consorte de Marcela desde hace once años, había hecho punta días antes con Rocco (8), el benjamín de la agasajada.

Los recibió un paisaje que parecía pintado por el principal artista de la Corte: playas de blancas arenas, sol cálido y un colosal albergue, sucedáneo de su castillo: una torre de veintiséis pisos con todos los amenities: gimnasio, spa, cine, piscina, balneario casi privado, jardines selváticos…

Entre las salidas, Bal Harbour, un shopping digno de las Mil y Una Noches: todos los tesoros del mundo, todas las firmas que surten a los reinos… Un infinito e inagotable Aleph que, como diría cierto poeta de nombre Borges, “propone el Universo”.

Por cierto, un gran vacío quedó atrás, en el castillo de Mirtha I: sus célebres almuerzos, que convocan a soberanos, príncipes, princesas, cortesanos, magos, músicos y danzarines. Pero bien se ocupó de que no fueran echados de menos: insignes dibujantes hicieron desfilar ante el público imágenes de aquellos famosos yantares, para que la nostalgia no fuera tan dolorosa…

Y un día entre los días se le oyó decir a Juanita: “Sólo mi madre es capaz de organizar tan magnífico viaje. Por algo su merecida corona sigue tan firme”. Hablaba del festejo del aniversario de la princesa Marcela, desplegado en otra de las posesiones familiares: una impresionante residencia en la torre One Bal Harbour, en lo más granado de la bahía, y en este viaje, albergue de sus invitados de postín.

Como era de imaginar, los soles tropicales derramaron su temperatura: casi treinta grados desde la mañana (y eso que allá es otoño), que obligaron a la familia real y a su séquito a desfilar rumbo a la playa. Pero con una excepción: la queen mother, que prefirió no someterse a semejante tortura...

No pocos comentarios suscitó Juanita con un golpe de audacia cuyos ecos resonarán, sin duda, en las cortes europeas: hizo topless. Durante la segunda jornada, Mirtha I, Marcela y Juana, de compras, renovaron sus vestuarios en Prada y Chanel. Tres premisas se cumplieron a rajatabla: no separarse en ningún momento, en honor a la sagrada unidad de la familia; celebrar la noche del 31 el aniversario de Marcela con una fiesta íntima en su depto (Nacho puso música y eligió varios clásicos del jazz) y los más altos manjares. Después el party siguió en el hotel W, en South Beach, algunos con disfraces de Halloween.

Y al mediodía siguiente, almuerzo en el bistró francés La Goulue, aunque con un menú sencillo: pollo con ratatouille o papas fritas. Luego, ya brindis en altas copas de cristal, y el ritual de los regalos para Marcela, que sumaron más firmas de Prada, una de sus marcas preferidas.

Como en toda familia real –lo mismo que en cualquier familia plebeya–, hay entre sus miembros conflictos y asperezas (humanos son…). Sin embargo, en este periplo esos fuegos se apagaron en el mar… El sábado 31, día de su cumple, Marcela se divirtió en la playa del condominio One Bal Harbour, donde tienen su departamento. En la foto, entre Marcos, su marido desde hace once años, y Miguel Solari (con gorra), casado con su prima Gloria Lopina.

El sábado 31, día de su cumple, Marcela se divirtió en la playa del condominio One Bal Harbour, donde tienen su departamento. En la foto, entre Marcos, su marido desde hace once años, y Miguel Solari (con gorra), casado con su prima Gloria Lopina.

Infaltable en el cumple de mamá: Juana Viale (27), que viajó con su hija, Ambar (6). Silvestre, de un año, quedó a cargo de su padre, Gonzalo Valenzuela. Gastón Gaudio, su novio, no fue de la partida.

Infaltable en el cumple de mamá: Juana Viale (27), que viajó con su hija, Ambar (6). Silvestre, de un año, quedó a cargo de su padre, Gonzalo Valenzuela. Gastón Gaudio, su novio, no fue de la partida.

El shopping de Bal Harbour fue un stop fundamental en la rutina de las mujeres Legrand Tinayre, locas por las compras y las pilchas. Marcela, siempre fashion, apostó a los vestidos con plataformas y sombrero panamá.

El shopping de Bal Harbour fue un stop fundamental en la rutina de las mujeres Legrand Tinayre, locas por las compras y las pilchas. Marcela, siempre fashion, apostó a los vestidos con plataformas y sombrero panamá.

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