“Estoy en una etapa de patear tableros” – GENTE Online
 

“Estoy en una etapa de patear tableros”

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Hooola! –saluda afable. Y el periodista, inmerso en el fondo del café Piacere, de Avenida El Cano esquina Conde, levanta, sorprendido, su cabeza. Sorprendido, primero, porque cuando le telefoneamos veinte minutos antes para saber si ya circulaba por la zona (ella dejó que eligiéramos el lugar, sin exigencia alguna), aún no había salido de su casa de Pilar. Y segundo, porque al elevar la vista para saludarla, asombran su altura (luego comprobaremos que calza unos pronunciados tacos) y su novísimo corte carré en castaño (después sabremos que decidió acudir a la tijera una semana atrás y que el tono elegido esconde las canas que la acompañan desde los 15 años). “Perdón –le pedimos disculpas–, nos distrajimos leyendo”. “Nunca te disculpes por leer –responde–. Es bárbaro leer. A mí me encantan desde Osho y Chopra hasta montones de otros autores”. “¿Conversamos acá?”, le consultamos. “¿Podemos ir a una mesita de adelante en la que da el sol? Nada mejor para cargar energía”, señala camino a las sillas escogidas. “¿Qué desea tomar?”, interviene pronto la moza, que no puede contener su sonrisa, al comprobar quién visita su local. “Un té de manzanilla”, escoge Araceli Edith González (mujer bonaerense, diosa nacional), inmersa en una remera marrón y un jean ajustado, antes de rogar: “¿Nos alcanzará una hora, que a las 13 me toca mi terapeuta?”.

– ¿Si tomamos el té tranquilos y le pedimos a su analista que nos permita poner el grabador sobre el diván y chau?
–(Carcajada) Sería una solución, ¿no?

–Imagine. Revitalizado corte de pelo, devoción por Osho y Chopra, el sol y la energía, té de manzanilla… Un festín de metáforas por examinar.
–Hasta cumplir los 40 no me pasaba nada fuera de lo común. Poco antes del 19 de junio empezó a movilizarse algo fuerte en mí. Surgieron esos interrogantes que la locura diaria no te permite formular. “¿Dónde estoy?”; “¿Quién soy?”: ”¿Por qué llegué hasta acá?”. Aparecieron los cuestionamientos. Como canta Fito Páez, comencé a ver rebobinar mi existencia en una especie de film. Incluso, consulté a mi analista, no reconocía mi cuerpo, mi manera de pensar ni la estructura que mantuve durante cuatro décadas. “¿No considerás que estoy peor que nunca?”, me preocupé. Y ella me contestó: “Yo considero que estás mejor que nunca”.

–¿Todo se replanteó?
–Menos de mi lugar como madre, el gran gancho en el que me sostengo. Ahí relajo. ¿El resto? Me invade la sensación de que voy a explotar o a implotar.

–¿Hubo un detonante?
–Días antes de la fiesta de cumpleaños, decidimos ir a comer afuera con Flor, Tomás y Nicolás (Cabré). Veníamos hablando con Nico: “Yo prefiero un auto que no llame tanto la atención”, me apuntaba. “Yo, uno que reaccione ante una emergencia”, le respondía conduciendo mi camioneta. Al minuto, al abandonar la Panamericana, Florencia me avisa: “¡Cuidado, mamá!”. De un Focus que bloqueaba la bajada habían descendido cuatro hombres armados.

–¿Al minuto de tocar el tema, la amenazaron?
–Te juro. Pensé: “A mis chicos no se los entrego ni en pedo”. Y reaccioné de manera instintiva. Vi un hueco entre el auto y el cordón, mandé la segunda y crucé al lado de los tipos, que me exigían: “¡Pará! ¡Bajate!”. Giré mientras gritaba: “¡Agáchense!”, imaginando que nos iban a disparar. Los delincuentes se quedaron helados. Nosotros, pasmados de lo que nos podría haber ocurrido. El episodio nos generó un trauma a Toto y a mí. A partir de ahí, cada noche a las 9, el horario de la pesadilla real, me invadía una opresión en el pecho.

–¿Cuándo y por qué, finalmente, estalló la bomba en usted?
–No bien cambié de década sufrí un cólico renal. Me operé y al día siguiente aterricé en Brasil para grabar, a fuerza de corazón, Voltaren y analgésicos, la publicidad de Citroën. No le podía pedir a Kiefer Sutherland que esperara mi recuperación. Regresé a Buenos Aires con nieve y me atacó una faringitis. “Stop, Ara. ¿Vos o tu profesión?”, me inquirí. Si uno entra en el juego de este medio, enloquece. Te puede matar no bajar a tiempo. Necesitaba meter punto muerto y rever. Y le pregunté a Su Giménez por sus cuarenta. “El mejor momento de mi vida”, me contestó. Yo no siento algo así. Me recuerda a cuando terminé quinto año. ¿Y ahora qué hago? ¿Para qué lado encaro?

–Tal vez estas dudas influyan para que concrete su sueño de comprar una casa en Playa del Carmen y vivir en México?
–Tal vez. No obstante, y aunque le agradezco a mi profesión lo que me brinda y ha brindado, admito que me asusta esto de ícono con que te definen por salir en los medios o mostrarte en carteles gigantes. Y noté el riesgo el par de meses que me mantuve alejada. No hago nada y aparezco en todos lados. O voy al médico y me reta: “¡Si no parás un segundo...!”. Hay una Araceli producida, sonriendo en una publicidad, pero está la otra que se cuestiona, que se bajonea, que acepta sus crisis y busca superarlas, que desea regresar a las raíces. Ayer, de sopetón, me fui a tomar mate a lo de una amiga, como acostumbraba antes.

–Disculpe: ¿lo del pelo, entonces, tampoco es casualidad?
–No es pensado ni casual. Me harté de las mechas. Sin embargo, si recorremos mi historial, concluiremos en que cuando me corto es porque necesito guerrear por algo. Coincide con etapas en las que pateo tableros importantes, que hay sismos interiores.

–Confíenos qué siente exactamente ahora en su interior.
–Dos cosas. Por un lado, la lógica angustia que genera la incertidumbre. Por el otro, un maravilloso estado de libertad. Yo vengo de una familia muy estructurada, de mucho respeto, de cuidar al otro. Y en una de ésas me olvidé de qué me pasaba a mí. Y éste es un momento clave para mirarme. Necesito desarrollarme, sacar mi Ser, con mayúscula.

–¿Cómo se ve por fuera, delante del espejo, en momentos así?
–Bien. Yo me cuido bastante. A mí me llegó la crisis de los 40… pero sólo por dentro. Anteayer retomé mi entrenamiento. Como sano: sigo una dieta que es buena para la piel, la energía, el cuerpo. Aparte, agregué tres clases semanales de yoga. Quisiera andar así de relajada las veinticuatro horas.

–Rescate otra foto ideal suya.
–(Medita) Mi adolescencia despreocupada. Pero ¿sabés qué siento? Que las crisis sirven para evolucionar. A diferencia de otras que me tocaron –el estresazo y el panic attack producidos por mi autoexigencia cuando protagonizaba Nano y la dolorosa separación de Adrián–, esta crisis es distinta, de búsqueda.

–¿Qué opina la gente cuando les dice que tiene una crisis?
–Vos te sincerás: “¿Sabés que experimento un momento particular, que no sé hacia dónde ir?”, etcétera. Y te responden: “¿Vos así, Araceli González? ¡Con lo que sos, che!”.

–Okay. ¿Y qué es usted?
–Fácil, una mujer como cualquiera. No me ves bárbara si no estoy bárbara. Alguien que supera las crisis.

–Aquella etapa de sentirse otra vez adolescente, que dijo tener antes de festejar los 40, ¿quedó atrás?
–Seguro. Ahora me siento una señora muy grande. Me cayó la ficha. Y vale que caiga. Los replanteos que afloraron me van a permitir llegar fantástica a los 50 y a los 60, me ayudarán a sentirme plena cuando físicamente no me sienta plena.

–Dentro del replanteo, ¿entra en juego el trabajo?
–Entra. Me ofrecieron viajar a Los Angeles para perfeccionar mi inglés y participar en la película 24, que rodará el propio Sutherland en 2008, aparte de sumarme a una producida por Pampa Films onda Bajos instintos, más la posibilidad de meterme en un programa con Pol-ka y en uno de otro canal.

–¿Podría ir a Telefe y dejar el 13?
–Podría, obvio. El público cree que voy a trabajar forever en Pol-ka. Y no. Ni acciones poseo en Pol-ka… Igual, charlaré las ofertas con mi almohada, mi hija y mi terapeuta.

–También, a la hora de los cuestionamientos, entra la pareja. Hace nueve meses, ante este mismo grabador, declaró que a los 40 decidiría su situación con Suar. ¿Recuerda?
–Nueve meses. Parimos algo... Me equivoqué. Aunque Adri me apoya a full, quizá ahora tengo ganas de buscar respuestas sola. Antes habrá que saber qué me pasa y qué deseo. Las necesidades se modifican. ¿Cuándo decidiremos lo nuestro? Los sentimientos omiten calendarios... Y te dejo, porque arranca mi sesión.

–¿En serio no podemos poner el grabador en lo de su terapeuta?
–Ja ja. Siento que ya lo pusiste.

“<i>Peso 58 kilos, voy a la analista, lloro, entiendo que la angustia puede salvarnos. ¿Por qué a la gente le cuesta pensar que me suceden cosas como a cualquier mujer común?</i>”, se consulta Ara desde su recuperado look estilo carré.

Peso 58 kilos, voy a la analista, lloro, entiendo que la angustia puede salvarnos. ¿Por qué a la gente le cuesta pensar que me suceden cosas como a cualquier mujer común?”, se consulta Ara desde su recuperado look estilo carré.

“<i>Poco antes de mi cumple empezó a movilizarse algo fuerte en mí. Surgieron esos interrogantes que la locura diaria no te permite formular. ¿Dónde estoy?; ¿Quién soy?; ¿Por qué llegué hasta acá?</i>”

Poco antes de mi cumple empezó a movilizarse algo fuerte en mí. Surgieron esos interrogantes que la locura diaria no te permite formular. ¿Dónde estoy?; ¿Quién soy?; ¿Por qué llegué hasta acá?

“<i>Le pregunté a Susana por sus cuarenta. ‘El mejor momento de mi vida’, me contestó. Yo no siento algo así. Me recuerda a cuando terminé quinto año. ¿Y ahora qué hago? ¿Para qué lado encaro?</i>”

Le pregunté a Susana por sus cuarenta. ‘El mejor momento de mi vida’, me contestó. Yo no siento algo así. Me recuerda a cuando terminé quinto año. ¿Y ahora qué hago? ¿Para qué lado encaro?

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