“Este libro es el espejo de los días que mi hija pasó entre la vida y la muerte” – GENTE Online
 

“Este libro es el espejo de los días que mi hija pasó entre la vida y la muerte”

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Todo ocurrió tan rápido que apenas podía procesarlo… Entonces, como una autómata, comencé a escribir un diario urgente, desesperado y esperanzado a la vez. La escritura, entonces, me rescató de lo que pudo ser la locura…”. (Del prólogo de Malena despierta).

En este piso 17 de Belgrano no hay rincón que no recuerde la vida privada de María Valenzuela (sus distintas edades, sus tres hijos), y su larga carrera de actriz: una decena de premios, y entre ellos, tres Martín Fierro). Es martes, casi noche. La tormenta empieza a disiparse, pero los relámpagos sobre el río la recuerdan. Malena (25), hija de María y del periodista Pichuqui Mendizábal, se pinta, minuciosa, las uñas. María fuma: “Un vicio que tengo que domar, pero no es fácil”. Sobre la mesa ratona hay dos cuadernos manuscritos y un ejemplar de Malena despierta, el libro. Hablamos…

–¿Por qué este libro, María?
–Los cuadernos, el diario que fui escribiendo mientras Malena estaba en coma, se los regalé a ella. Son absolutamente nuestros, sobre todo porque están llenos de códigos, de guiños, de chistes: cosas muy íntimas, muy personales. Nunca creí que pudieran ser un libro, pero empecé a recibir llamados de padres y madres desesperados porque estaban atravesando el mismo drama que yo: hijos en coma.

–¿Qué esperaban de vos?
–Identificación, contención, esperanza, consejos. Una madre me decía: “Mi hija tuvo fiebre”, y yo le contestaba: “Quedáte tranquila; Malena, en esos días, también tuvo fiebre”. Influyeron tres cosas: soy conocida, pasé por la misma situación y todo terminó bien. Entonces pensé que mi diario podía ser un libro que ayudara a mucha gente.

–¿Qué consejos les dabas a esas madres?
–Que hicieran lo mismo que hice yo con Malena. “Tocála, tené contacto físico con ella, ponéle crema, ponéle agua bendita en las muñecas y detrás de las orejas, como si fuera perfume francés, rezá, y si podés, pasá música…”.

–¿Quién te enseñó todo eso?
–Nadie. Lo fui inventando día a día. Detrás de la cama de Malena armé un altar con todo lo que traía la gente: imágenes, medallas, estampitas… Y cuando llegó mi equipo de música, empecé a pasar tres discos en inglés y tres en castellano con la música preferida de Malena: Arjona, Sanz, Mambrú… Te digo más: frente a la cama de Malena había un cuadro, y yo le colgué una camiseta de Boca encima, para que al despertar viera una de las cosas que más ama…

–¿Tan de Boca sos, Malena?
–Soy, entendéme bien, asquerosamente bostera. Una derrota de Boca me pone mal, me arruina el lunes. Cuando perdimos seis a cuatro con Racing, lloré…

–¿Los médicos te permitieron hacer toda esa terapia casera, María?
–Sí, los del Dupuytren sí. Entre otras cosas, porque yo me hacía chiquita… No los estorbaba. Me sentaba en un rincón y escribía el diario. Era un fantasma, pero con mucha presencia. Nunca me echaron, y más de uno creyó que todo cuanto yo hacía era útil, ayudaba a la recuperación, a pesar de que el cuadro era gravísimo: un gran derrame cerebral, medio hueso de la cabeza extirpado para que el cerebro no siguiera sangrando, y apenas uno y medio por ciento de posibilidades de sobrevivir.

–¿Te separaste de ella en algún momento?
–Ni loca. Malena tuvo el ataque el 10 de febrero. A las seis de la mañana la interné en el Dupuytren, largué el trabajo (estaba grabando Costumbres argentinas en Ideas del Sur), y no me moví de ahí hasta que Malena despertó. Dormía en una habitación que estaba justo arriba de la sala de ella.

–¿La música seguía sonando?
–Las veinticuatro horas. Se me ocurrió a mí, pero el doctor Henry, un médico peruano, lo aprobó: “Que Malena tenga música todo el día”, me dijo. Entonces seguí mandándole música a lo pavo, y al sexto día descubrí el primer signo de vida: Malena tensó los dedos…

–¿Recordás algo de todo eso, Malena?
–Nada, nada… Sólo me acuerdo de que estaba en casa con Ramiro, mi pareja de entonces, y de pronto sentí un terrible dolor de cabeza, me desmayé, y cuando me desperté creí que seguía en casa… ¡pero habían pasado nueve días!

–¿Cómo te diste cuenta de que era algo grave, María?
–Porque Malena vomitó y se acostó sobre el piso, encima del vómito. Para Malena, vomitar es peor que sufrir una operación. Sólo lo hizo dos veces en su vida, y la aterra. Cuando la vi acostada sobre el vómito, comprendí que algo terrible le había ocurrido.

–¿Viste o imaginaste algo extraño?
–Sí. Fue cuando Malena ya estaba en recuperación. La atendía una kinesióloga que le movía cada músculo. Sonaba un tema de U2 cantado por Pavarotti, y de pronto, como en cámara lenta, tuve la visión de Malena danzando. Una imagen bellísima…

–¿Cuánto tardó en despertar definitivamente?
–Nueve días.

–¿Cómo fue esa vuelta a la vida?
–Se despertó violenta, llena de furia. Es una reacción normal, resultado de todas las drogas que tenía adentro. Había estado en la cornisa, y entre dos veredas, la vida y la muerte.

–¿Qué pasó después?
–Empezó la etapa de rehabilitación en el Fleni. Las dos vivimos allí, y yo empecé a trabajar. Fue una locura: compartía la terapia con Malena, me escapaba a grabar a Ideas del Sur los lunes, martes y miércoles, y a la noche empalmaba con el teatro, donde estaba haciendo Porteñas.

–¿Soportaste bien esas separaciones, Malena?
–¡No! Quería estar con mi mamá todo el tiempo.

–¿Cómo lo manejaste, María?
–Como pude: partiéndome en cuatro. De pronto, Malena era una chiquita de dos años que reclamaba a su mamá y tenía que aprender a caminar y a comer. Fue como meterla en la panza y parirla de nuevo.

–¿Antes del ataque la relación entre ustedes era tan fuerte?
–Siempre fue muy profunda, sí. Pero hace seis años hubo un quiebre familiar entre el padre, yo, Malena y sus hermanos, Julián y Juan. Y para colmo, al mismo tiempo murió mi madre, después de siete internaciones. Mi marido y yo nos separamos, los varones se fueron con él, y Malena y yo nos quedamos solitas y abrazadas, dándonos fuerza.

–¿Esa situación pudo influir en tu ataque, Malena?
–Y, no sé… Pero a mamá y a mí nos invitaron a la Copa Davis… Fuimos y nos encontramos con mi papá y mis hermanos, con los que yo hacía meses que no hablaba. Fue una situación tensa. Era el viernes 7 de febrero… y el lunes 10 tuve el ataque. No sé si ese encuentro tuvo que ver, porque la mente es muy misteriosa, pero…

–¿Eso pudo influir, María?
–No lo sé. Pero digamos que fue un precio muy alto para que se unieran las piezas del rompecabezas familiar, que estaban totalmente esparcidas.

–El domingo fue el Día de la Madre. ¿Qué le regalaste, Malena?
–Lo que ella pidió: un secador de pelo, porque el que tenía se le rompió.

–María, ¿cómo lograron romper esa relación simbiótica que generó el ataque de Malena? Ese pegoteo…
–No fue fácil. Por supuesto, las dos hacemos terapia. La decisión de tener vidas separadas surgió después de que los médicos me dijeron que Malena estaba curada en un noventa y nueve por ciento, y que ya no había riesgo de sangrado. En ese momento teníamos que mudarnos, y los terapeutas aconsejaron que por razones de salud mental era clave que viviéramos cada una en su casa, tener nuestras propias vidas, asumir nuestras responsabilidades, y romper esa fuerte dependencia. Y así fue.

–¿Les costó?
–Sí, por supuesto. Malena vive cerca, a pocas cuadras de aquí. Nos hablamos por teléfono para darnos el besito de las buenas noches. Seguimos muy unidas, muy compinches, pero el pegoteo se acabó.

–¿A quién le costó más?
Malena: ¡A mamá!
María: Hubo un momento límite. Yo estaba con mucho trabajo, no paraba en casa, y un día le dije que la extrañaba. ¿Sabés qué hizo? Miró para otro lado y me dijo: “¿Y qué vas a hacer?”. ¿Te das cuenta? (se ríe) En otras palabras, “arregláte como puedas”. ¡Pateó la pelota afuera!

–Ya estás divorciada legalmente. ¿Algún señor en tu vida, María?
–No, un señor no. Sólo un amigo, un hermano del alma y del corazón que me acompaña mucho. Tanto, que los chicos le dicen tío.

–¿Pesa la soledad?
–No, porque vivo sola por primera vez en mi vida, y estoy aprendiendo. Primero viví con mis padres. Después, entre idas y vueltas, separaciones y reconciliaciones, veinticinco años con mi marido. Tengo cincuenta y dos años, y recién empecé a vivir sola a los cuarenta y nueve.

–¿Qué hacés, Malena?
–Sigo estudiando Decoración de Interiores en la Biblioteca de la Mujer. Me recibo el año que viene.
María: ¡Y su nota más baja es ocho!

–¿Tus proyectos, María?
–El último día de octubre, viernes, por América, a las diez y media de la noche, empiezo un programa semanal de fe: Buscando a Dios.

–¿De qué se trata?
–Seré una especie de guía, hablando con la gente de sus experiencias, sus milagros, sus devociones. Empiezo con San Cayetano, pero no sólo hablaré de los santos aceptados por la Iglesia: también de cultos alternativos como Gilda, los Angeles de Cromañón, el Gauchito Gil, San La Muerte –también lo llaman San Justo–, El Frente Vidal, que es el santo de Los Pibes Chorros, el padre Mugica, que en la Villa 31 es el mártir de los pobres y le rezan todos los días… Me parece que puede ser un programa importante para la gente que necesite algo más espiritual, y en la televisión de hoy, un despegue. Y los fines de semana, en gira, hago teatro con Máscaras, una obra de Lucía Arslanian dirigida por Manuel González Gil, que vamos a llevar a Mar del Plata desde enero.

–¿Telenovela, tira…?
–Por el momento, olvídalo. No puedo más…

Carmelo, el gato, caracolea. Cleopatra, la gata, no se deja ver. Como al descuido (el libro quedó abierto), leo el final. “Mamu, gracias por estar siempre a mi lado. Porque el pelo crece, la cicatriz se tapa, el habla se aprende, y los kilitos de más se bajan… y seguimos tan unidas como antes, o más. Ojalá que el alma no lo olvide, y lo recuerde de vez en cuando…”. Firmado, Malena.

…la felicidad. Malena, curada. María, vencedora en la batalla para salvar a su hija. Inseparables siempre, pero ahora viviendo cada una en su casa, <i>“porque el amor es el mismo, pero se acabó el pegoteo”</i>, dicen.

…la felicidad. Malena, curada. María, vencedora en la batalla para salvar a su hija. Inseparables siempre, pero ahora viviendo cada una en su casa, “porque el amor es el mismo, pero se acabó el pegoteo”, dicen.

Fue un termómetro de su vuelta a la vida. Primero, recién recuperada, con boina para ocultar lo que faltaba.

Fue un termómetro de su vuelta a la vida. Primero, recién recuperada, con boina para ocultar lo que faltaba.

Ahora, a cinco años de la pesadilla, es un manto que le llega a la cintura. Y María también fue cambiando su look…

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