Este brindis con sus abuelas esperó 36 años – GENTE Online
 

Este brindis con sus abuelas esperó 36 años

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Es músico, como su papá Oscar.Le sobra humor, como a su mamá Laura.
Es idealista, como ambos.
Le fascina el jazz, como a su abuelo Guido.
Es docente, como su abuela Hortensia.
Y es un milagro, un maravilloso milagro de la vida, como su abuela Estela.

Nació el 26 de junio de 1978, un día después de que Argentina se consagrara campeón mundial de fútbol, sobre los trazos de un país ensordecido por los gritos de su peor tragedia. Su mamá, la bella Laura Carlotto, tenía 23 años (frenéticos, apurados, soñadores) cuando lo parió, en un frío hospital militar, engrillada y encapuchada, pero todavía repleta de amor. Lo había cuidado en su vientre durante nueve meses –siete de ellos en cautiverio, en el centro clandestino La Cacha, de La Plata– y lo pudo tener en brazos apenas cuatro, cinco horas. Al tiempo se lo arrebataron y nunca supo más de él. Así se manejaba la maquinaria del horror en aquellos tiempos... Laura –hija mayor de Estela Barnes y Guido Carlotto– militaba en Montoneros y se había propuesto ser consecuente con su máxima aspiración: construir un mundo diferente, más justo, más cercano a esos obreros que aprendió a querer en la fábrica de pintura de su padre. Por eso estudiaba Historia en la Universidad de La Plata y se interesaba por la política.

La secuestraron en noviembre de 1977, cuando ya había pasado a la clandestinidad (lo mismo que debió hacer su hermana Claudia), y se la conocía por el apodo de Rita. Al momento de su detención tenía un embarazo de dos meses, que su familia desconocía, fruto de su relación con Oscar Walmir Montoya: 25 años, acuariano, nacido en Comodoro Rivadavia y criado en Cañadón Seco, al norte de la provincia de Santa Cruz. Un muchacho bohemio, irónico, amiguero y artista por naturaleza. Porque no sólo tocaba la batería en la banda Nosotros: también pintaba, escribía –otra de las pasiones de ese hijo que no llegó a conocer– y hacía artesanías con botellas. Y le gustaba volar, literal y figurativamente (por eso aprendió a pilotear en el aeroclub de Cañadón Seco). Y la política, claro. Puño –el apodo que cargó desde niño– también soñaba con cambiar el mundo. Militaba en la Juventud Universitaria Peronista y en Montoneros y, escapado hacia Buenos Aires, fue visto por última vez en aquella primavera del ’77. Igual que Laura. El cuerpo de ella, masacrado cobardemente, fue entregado a los Carlotto. El cuerpo de él recién fue identificado en 2009. Y si bien no hay una foto de los tres juntos, abrazados, sonrientes, como cualquier familia de estos tiempos, el rompecabezas ya pudo reconstruirse. Exactamente el martes 5 de agosto de 2014, cuando el coraje de las Abuelas de Plaza de Mayo le restituyó la identidad a Ignacio Hurban, el nieto recuperado Nº 114. Que es Guido. Que es Montoya y Carlotto. Que es la mejor noticia que se puede contar: tan real y verdadera como la sonrisa de Estela.

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Ya es domingo 10 de agosto, a la tardecita, en la casa de Tolosa, en las afueras de La Plata, que habita hace treinta y cuatro años. Estela de Carlotto (83) sigue surfeando su ola de alegría, de paz, que promete no detenerse. Guido (o Ignacio, como él prefiere llamarse por ahora) ya se abrazó a ella. Le dijo “abu”... y a Estela le temblaron las piernas. Le pidió un poquito de calma en medio de tanto abrazo apretujado, porque es un chico de campo, menos “tano” que los multitudinarios Carlotto. “Ya no puedo parar a los primos. Quieren agarrarlo, besarlo... Para el primer encuentro les pedí menos efusividad. ¡Y parecían estatuas!”, se ríe Estela. Y cuenta.

–Debe ser difícil, Estela, decirme cómo se siente. Pasaron varios días, pero no sé si ya asimiló la aparición de su nieto.
–Y... es vivir un sueño. El gran sueño que tuve todos estos años. Me siento plena, disfrutando de este momento. Es increíble cuando dice “mi abuela” para nombrarme. ¡Soy la abuela! Para él es todo nuevo, además, porque se crió solito con sus padres, sin abuelos, sin familia numerosa alrededor, pero con muchísimo amor... Ahora tiene, por parte de los Carlotto, trece primos, dos bisnietos, tres tíos...

–Si habrá soñado con su imagen...
–Como no lo conocía, no sabía cómo podía ser. No dejo de pensar que es el hijo de Laura, que lo tuvo nueve meses en el vientre, con puro amor, que lo bautizó Guido... Cuando finalmente lo tuve a mi lado era como estar en un sueño. Traté de no estrujarlo. “Por fin te encontré, Guido...”, atiné a decirle.

–Ya nos ganó a todos con su carisma.
–¡Sí! Es muy buena persona. Encima tengo esa bendición. Mi nieto es un ser maravilloso, lleno de pureza, autodidacta, con una vocación que lo llevó a estudiar música a pesar de que el contexto de su crianza no tenía que ver con el arte.

–En una de las cartas que usted le escribió cuando lo estaba buscando, profetizó que le iba a gustar la música.
–Sí, el jazz y la música clásica, como a sus abuelos, como a su tío Guido (NdeR: Uno de los hijos de Estela toca la guitarra y ya se pasó un largo rato hablando con Ignacio sobre Eric Clapton, B.B. King y Pat Metheny).

–Usted siempre fue muy respetada y querida. Pero esta noticia la transformó en algo así como la abuela de todos.
–De alguna forma, con toda la explosión mediática, me han hecho abuela de todos los argentinos. No tenía idea de que la aparición de mi nieto podía generar tanta alegría en tanta gente. Y en muchos casos, reacciones impensadas. Vecinos que por ahí antes no se arrimaban a decirme nada sobre el tema, se conmovieron, me dejaron cartitas en el buzón, me hicieron carteles y me paran cuando salgo a la calle. Es hermoso.

–El país se conmovió.
–Creo, además, que esta explosión de igualdad hay que aprovecharla para que el país cierre sus grietas. Lástima que algunos, todavía, recurren a la infamia.

–Usted, disfrútelo.
–Claro, claro. Yo no les hago caso a esas cosas, porque tienen mala intención. Yo me dedico a disfrutar. ¡Si no paro de sonreír...! ¡Parezco el Guasón, ja ja!

–Al contrario, Estela, usted es una heroína. Si nunca se enredó en revanchas, siquiera.
–Ni rencor ni revancha. Eso jamás. Por eso perduramos, sin agredir a nadie. ¿Odio? ¿Qué es eso? No conozco ese sentimiento. No lo hice carne nunca. Veo este encuentro como un premio a la lucha sostenida. Una lucha colectiva, de todos. Se lo agradezco a Dios, a la gente y a todos los que se alegraron alrededor del mundo...

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Ignacio Hurban se crió en Colonia San Miguel, Olavarría, rodeado del amor de Clemente y Juana, los peones rurales que trabajaban en la estancia de Carlos Francisco Aguilar. Este productor agropecuario, dirigente de la Sociedad Rural local, integrante de la sociedad de la cantera Cerro del Aguila y presidente del Centro de Equitación olavarriense, tenía vínculos con el gobierno militar. Y habría sido el entregador del hijo de Laura y Oscar, nacido en cautiverio. Al parecer, Clemente y Juana desconocían el origen del niño y lo aceptaron de buena fe. El propio Ignacio habla muy bien de ellos. Aguilar murió en marzo de este año y, a partir de entonces, alguien decidió abrir la puerta. La que estuvo cerrada durante 36 años: el día en que festejó su último cumpleaños (2 de junio), le confiaron a Ignacio que era adoptado.

De repente, los “ruidos y mariposas” que siempre transitaron su cabeza se empezaron a acomodar. “Llegado el indicio, todo fue muy rápido: me hice el análisis, esperé los resultados, y me llamó Claudia (su tía) para decirme que era el nieto de Estela... Yo estaba en mi casa, tomando mate con bizcochitos, tocando el piano muy tranquilo... Y desde entonces me subí a esta especie de auto, del que todavía no me bajé”, explicó Ignacio durante la multitudinaria rueda de prensa del viernes 8 de agosto. Allí se mostró divertido, cariñoso, militante, histriónico... Las cámaras y periodistas abarrotaron la salita de la sede de Abuelas, en el barrio de Montserrat. Allí conoció a otras Abuelas, a otros nietos recuperados, y siguió llenándose de emoción.

“Tuve una infancia feliz. Ahora también tengo una vida feliz. Y a esto se suma esta familia... El reencuentro fue maravilloso. Cuando hay amor siempre es maravilloso. Para mí es diferente que para ellos. Hace dos días que sé quién soy, o quién verdaderamente soy o quién no soy”, explicaba Ignacio como podía. Recibido en el prestigioso Instituto Municipal de Música de Avellaneda (hasta allá se fue a estudiar, de adolescente), completó su formación en el conservatorio de Olavarría. Allí ejerce la docencia –como sus abuelas, por supuesto– y dirige la Escuela de Música Hermanos Rossi. Pianista que ama el jazz, el tango y el rock, grabó discos, recorrió varios escenarios del país y, en 2010, tocó en el ciclo Música por la Identidad. ¿Casualidad? Seguro que no. Algo latía en el corazón de Ignacio: “Mi vida no tuvo un tinte diferente a la prédica de las Abuelas de Plaza de Mayo, ese deseo de construir un mundo mejor”, contó.

La noticia resonó también en el Sur, la tierra de su padre. En Cañadón Seco (a 15 kilómetros de Caleta Olivia y más de 1.900 de Buenos Aires), Oscar Waldir creció en la casa de Jorge Bergel Montoya y Hortensia Ardura. La abuela paterna de Ignacio, de joviales 92 años, es una maestra jubilada de carácter estricto. Durante la noche del viernes tuvo la chance de abrazar a su nieto y luego brindar también con Estela, en una escena de lo más emotiva. Los Carlotto y los Montoya, al fin, confluyeron en La Plata, donde viven las primas de Ignacio. “Cada tanto me hablan por la nominación al Premio Nobel y yo digo que haber encontrado a mi nieto es mejor que el Nobel”, asegura Estela.

–Regresa el recuerdo de su hija, ¿no, Estela?
–Sí. Yo sé que ella y su compañero Puño, desde una estrellita, lo están disfrutando unidos.

–¿Qué cree que le diría Laura en este momento?
–Me diría: “Cumpliste, mamá, cumpliste...”.

Ignacio (o Guido, según lo bautizó su madre) celebra en La Plata con Estela (83) y Hortensia (su abuela paterna, de jóvenes 92 años), en la noche del 8 de agosto.

Ignacio (o Guido, según lo bautizó su madre) celebra en La Plata con Estela (83) y Hortensia (su abuela paterna, de jóvenes 92 años), en la noche del 8 de agosto.

El esperadísimo encuentro con Estela frente a la prensa, en la sede de Abuelas, aquel viernes 8 de agosto. Detrás aplauden Remo, Guido y Claudia, los otros hijos de Estela de Carlotto.

El esperadísimo encuentro con Estela frente a la prensa, en la sede de Abuelas, aquel viernes 8 de agosto. Detrás aplauden Remo, Guido y Claudia, los otros hijos de Estela de Carlotto.

En el ámbito que más disfruta: el musical, con sus amigos. Desde chico se fascinó con el piano (Omar Martel fue su primer maestro) y con el acordeón.

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El histórico encuentro con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se produjo el jueves 7 de agosto, por la noche.

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