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“Esta porquería se quedó sin frenos”

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El horror, cuando asoma su rostro pérfido, imprime imágenes imborrables. Como la del hombre que, un minuto después de salvar a un niño entre dos vagones, se sienta en el piso... y se larga a llorar. Como la del maquinista Marcos Antonio Córdoba, aprisionado de la cintura para abajo entre hierros retorcidos, el mismo que alcanza a musitar desde la cabina: “Esta porquería se quedó sin frenos”. Como la del valiente Paul Quelle, el operario del taller de electromecánica que ayudó a sacar a Córdoba, codo a codo con su compañero ferroviario, alertado de la tragedia cuando sintió el impacto desde el subsuelo. Y los rostros sangrantes, las miradas perdidas, el temple de los que dieron una mano, la angustia que ganó la calle desde las 8.32 del miércoles 22 de febrero, cuando la estación Once se transformó en un pandemónium, en una sucursal del infierno.

Sonaban insistentemente los celulares entre los gritos desesperados, y después hubo sirenas, y siempre llanto. Se trató de la tercera peor catástrofe ferroviaria en la historia del país, y la que dejó más en la ciudad de Buenos Aires. Al cierre de esta edición se contaban 51 muertos y 703 heridos, víctimas de la impensada colisión del tren 3772 que completaba el recorrido Moreno- Once, de la línea Sarmiento. “La pericia para determinar a los responsables directos o indirectos no puede durar más de 15 días. Y no quiero que digan que la Presidenta le pone plazos a la Justicia, pero los 40 millones de argentinos y las víctimas necesitan saber”, declaró Cristina Fernández de Kirchner el lunes, desde Rosario. “Sé lo que es la muerte y lo que es el dolor. Y no tolero a los que quieren aprovecharse de tanta tragedia. No esperen de mí actos demagógicos, y menos aún ante la muerte. Con la muerte, no; miren que tengo el cuero duro”. Los pasajeros sobrevivientes se transformaron en los primeros rescatistas, antes de que arribaran las ambulancias del SAME, bomberos, policías y miembros de Defensa Civil. La peor parte, se sabe, la llevaron quienes viajaban en los dos vagones de adelante. Hubo que cortar los hierros de los coches, abrir el techo del primer vagón y bajar una soga para sacar a la gente. Los asientos habían sido arrancados por el impacto y quedaron amontonados. El personal del SAME hasta recurrió a vaselina y aceite, para que las personas aprisionadas pudieran resbalar y salir del tren destrozado. Entre los fallecidos se mezclan caras frescas, dolorosamente frescas, que sonríen desde fotografías recientes y se eternizan en el recuerdo emocionado. Y allí figuran estudiantes, profesionales, un joven periodista peruano, una pareja que se había casado el año pasado, un cadete de una financiera, un albañil de Moreno, una enfermera chilena, una abogada boliviana que se encontraba embarazada, un tatuador de Ciudadela, laburantes acostumbrados a viajar así, como enlatados, sin aire, en vagones viejos y rotos, gente herida por la dejadez y muerta por la desidia.

“Estoy naciendo de vuelta”, se conmueve Nazaria Fuentes (66), quien sobrevivió a pesar de haber viajado en el primer vagón. “Estuve debajo de toda la gente, atrapada por un asiento. Por eso ahora sigo en cama, con un golpe en la espalda y heridas en las piernas, tratando de recuperarme. Pero el problema también está en mi cabeza: me asusto, me agarran bajones y ni quiero escuchar el ruido del tren”, cuenta, y eriza la piel de quien la escucha. “Mi sobrina, Andrea Bravo (34), me salvó la vida. No sé de dónde sacó las fuerzas, pobrecita... Me llevó arrastrando hacia afuera. Después de eso no me acuerdo de más nada, sólo que me desperté en el hospital Ramos Mejía. Ella vivió el terror y está muy shockeada. Las dos vamos a ir a ver a un psicólogo al hospital, aunque se deberían hacer cargo ellos (por TBA)”, agrega Nazaria.

Su relato puede multiplicarse por decenas. Y se entremezcla con aquellos que, a una semana de la tragedia, guardan luto por los que se fueron. Como Nahilí, hermana de Tatiana Pontiroli. Aquel miércoles trágico, Tatiana había decidido ir a comprar telas al Once y se tomó el tren desde Morón. “Estudiaba Diseño de Indumentaria y había arreglado para encontrarse con una amiga... Se me fue mi otra mitad. No sabés lo buena que era Tatiana, cero maldad. Nunca conocí a alguien así. El día anterior habíamos estado hablando de lo mal que se viaja en el tren, y que posiblemente ella hiciera lo mismo que yo: tomarse una combi para ir al Centro”, relata su hermana. Hay, en medio del desconsuelo, un resplandor de orgullo cuando la recuerda. Sólo eso es capaz de mitigar el horror. Miércoles de luto. Los sobrevivientes se deslizan entre los hierros retorcidos, pocos minutos después del impacto, ayudados por el personal de rescate. La estación de Once, a las 8.32, fue el escenario de la pesadilla.

Miércoles de luto. Los sobrevivientes se deslizan entre los hierros retorcidos, pocos minutos después del impacto, ayudados por el personal de rescate. La estación de Once, a las 8.32, fue el escenario de la pesadilla.

El motorman. El tren 3772, que había salido desde Moreno y llegó a Once con su habitual carga de unos dos mil pasajeros, chocó a 27 kilómetros por hora contra el paragolpes hidráulico de la cabecera. El conductor, Marcos Antonio Córdoba, había quedado aprisionado desde la cintura hacia abajo. En su declaración ante el juez Claudio Bonadío, Córdoba dijo que había avisado al controlador de tráfico que tenía problemas con los frenos, y que le habrían ordenado: “Seguí, seguí”.

El motorman. El tren 3772, que había salido desde Moreno y llegó a Once con su habitual carga de unos dos mil pasajeros, chocó a 27 kilómetros por hora contra el paragolpes hidráulico de la cabecera. El conductor, Marcos Antonio Córdoba, había quedado aprisionado desde la cintura hacia abajo. En su declaración ante el juez Claudio Bonadío, Córdoba dijo que había avisado al controlador de tráfico que tenía problemas con los frenos, y que le habrían ordenado: “Seguí, seguí”.

Al rescate. Apenas minutos después de que la formación chocara contra los topes hidráulicos, la estación Once se colmó de bomberos y paramédicos. Aunque curtidos en tragedias, admitieron que nunca habían visto algo así. La mayoría de los muertos se encontraban entre el primer y el segundo vagón. Hubo que apelar a sierras eléctricas y soldadoras para abrir las chapas de los vagones. Hubo heridos que estuvieron hasta tres horas atrapados entre hierros y cadáveres.

Al rescate. Apenas minutos después de que la formación chocara contra los topes hidráulicos, la estación Once se colmó de bomberos y paramédicos. Aunque curtidos en tragedias, admitieron que nunca habían visto algo así. La mayoría de los muertos se encontraban entre el primer y el segundo vagón. Hubo que apelar a sierras eléctricas y soldadoras para abrir las chapas de los vagones. Hubo heridos que estuvieron hasta tres horas atrapados entre hierros y cadáveres.

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