“Escribir sobre Vincent es rendir homenaje a los valores eternos” – GENTE Online
 

“Escribir sobre Vincent es rendir homenaje a los valores eternos”

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La acción transcurre en un modesto atelier de Auvers-sur-Oise, Francia, el 27 de julio de 1890. Al levantarse el telón, Vincent Van Gogh está frente a una tela en la que ha pintado un furioso trigal, con un revólver en la mano y rodeado de cuervos-personas que le gritan, se burlan de él y lo llaman “loco” y “fracasado”. En ese momento entra un hombre que camina apoyado en un bastón.

Vincent: –¿Quién es usted? ¿Otro maldito cuervo?
El hombre:
–Si deja de apuntarme con ese revólver se lo digo.
Vincent: (Bajando el arma) –Está bien. De todas maneras, necesito esta última bala para matarme. Ahora dígame quién es usted.
El hombre: –Me llamo O’Donnell y vengo de…
Vincent: –¡De otro manicomio, seguramente, para encerrarme otra vez!
El hombre: –No, no, créame. Vengo del sur… y de otro tiempo. Del futuro.
Vincent: –No mienta. Nadie puede viajar en el tiempo. Estoy loco, pero no soy idiota…
El hombre: –Yo puedo, porque soy escritor, artista. Y los artistas lo podemos todo.
Vincent: –¿¡Todo!? No me haga reír. Yo soy un artista, y apenas si puedo comer, cada tanto, un poco de pan y un guiso barato. Pero bien: jugaré a creerle… ¿Para qué vino?
El hombre: –Para escribir una obra de teatro sobre usted, sobre su vida.
Vincent: –¡No va a ganar mucho contando una vida tan miserable! Sólo vendí un cuadro en mi vida, y su obra tal vez se representará un solo día. ¡Buen par de fracasados se han unido, sí!
El hombre: –Usted no es un fracasado: es un genio.
Vincent: –No me adule, y no repita eso en la aldea, porque lo encerrarán en un manicomio.
El hombre: –Lo repetiré una y mil veces, y en mi obra lo convertiré a usted en un símbolo de los valores humanos más respetables.
Vincent: –¡Qué bonito habla, extranjero! Siga, siga… ¿qué otra noticia feliz e igualmente increíble puede darme?
El hombre: –Por ejemplo, que dentro de un siglo alguien pagará por un cuadro suyo, un retrato del doctor Gachet, setenta millones de dólares.
Vincent: –Shhh… Que nadie lo oiga… Si lo oyen, lo esperan un chaleco de fuerza y varias duchas heladas. Setenta millones… ¿Cuánto es eso? ¿Puedo comprar una casa mejor, comer mejor, tener un mejor atelier?
El hombre: –Digamos que puede comprar algo más. Tal vez un castillo.
Vincent: –Pero dentro de un siglo estaré muerto. En realidad, me mataré hoy mismo, antes de que termine el día.
El hombre: –Le diré mucho más sobre su futuro. Un futuro muy extraño, porque mientras se pagarán fortunas por otros cuadros suyos, algunos seguirán apareciendo en lugares miserables, tapando agujeros de gallineros o sirviendo de blanco para que los chicos jueguen a los dardos.
Vincent: –Pero…, si por La viña roja, el único que vendí, se pagaron monedas, y otros los cambié por pan, fiambre, pomos de pintura…
El hombre: –No se engañe. No vendió más por propia decisión, por mantener una extraordinaria lealtad hacia su arte, desafiando la locura y –según veo– la muerte. Usted sabe muy bien que pintando escenas religiosas y naturalezas muertas, como le aconsejó su hermano Theo, hubiera ganado mucho dinero.
Vincent: –Tal vez. Pero hubiera tenido que arrodillarme ante el vulgo, ante los hombres mediocres que sólo compran paisajes de bazar. Una vez, en la cárcel –sí, porque también me encerraron en la cárcel–, un anarquista me preguntó por qué pintaba, por qué hacía cosas que no sirven para nada…
El hombre: –¿Qué le respondió?
Vincent: –Que sin el arte, el mundo sería mucho peor todavía. En ese momento (se ríe)… ¡me sentí un predicador!
El hombre: –No por nada. Su padre lo fue, y usted también estuvo tentado de seguir el camino religioso. Pero estaba predestinado al arte. Como dijo Borges, “la realidad es anacrónica”. Es decir que cuando algo sucede, ya es pasado, y que sólo los artistas son capaces de ver más allá.
Vincent: –¿Borges? ¿Quién es Borges?
El hombre: –Es, o fue… Olvídelo. Sería largo de explicar. Olvídelo, pero créale.
Vincent: –¿De qué me sirve ver más allá o ser distinto, si me muero de hambre? ¿Sabe cuántos cuadros llegué a pintar en una semana? ¡Veinticinco! Y a veces, por falta de dinero para comprar telas, pinté hasta cuatro, uno sobre otro, en la misma tela, y a veces, en cartones que encontré en el suelo…
El hombre: –Es cierto. Pero usted es y será, para siempre, Vincent Van Gogh.
Vincent: –Apenas un pobre loco que conoce todos los manicomios de Francia.
El hombre: –Mucho se hablará, y por siglos, de locos semejantes y de ilustres suicidas (o suicidados por los demás) que se atrevieron a cruzar la línea de lo normal, de la mediocre normalidad. De Dostoievski, de Pavese, de Hemingway, de Poe, de Schumann, de…
Vincent: –Pero los cuervos-hombres siguen burlándose de mí. Oigalos. Me gritan “loco”, “fracasado”, y hasta se burlan de mi vida sexual porque viví con Sean, una…, una…
El hombre: –Dígalo, no tema: Sean, una prostituta borracha que, además, cuando empezó a vivir con usted, estaba embarazada. No tiene importancia. Muchos artistas tuvieron una vida sexual débil, simplemente porque pusieron el impulso sexual en su arte.
Vincent: –Pero no todos se cortaron una oreja de un navajazo.
El hombre: –Una forma de castración dictada por…
Vincent: –No lo diga. Por la locura. Porque estoy loco.
El hombre: –No. Por la desesperación. Dentro de mucho tiempo habrá castraciones similares, y las llamarán cirugía estética.
Vincent: –Pero Paul…
El hombre: –Sé lo que me dirá: que Gauguin era todo lo contrario. Que le decía “Cuanto más caliente estoy, mejor pinto”. Pero un caso no prueba nada.
Vincent: –Estoy empezando a asfixiarme. Ahora pintaré unos cuervos sobre este trigal, y después me pegaré un tiro. Ya no tengo por qué vivir. Hasta mi hermano Theo me ha abandonado…
El hombre: –No sea injusto. Theo fue más que su hermano: fue su padre, su sostén económico, su consejero, su marchand. Pero siguió su camino. Se casó, tuvo un hijo, otros gastos, otra vida. Sé que eso lo devastó, Vincent, pero todavía…
Vincent: –Todavía me espera un manicomio más, y otro, y otro. ¿Eso es lo que quiere decirme?
El hombre: –No. Otro cuadro más, y otro, y otro. Además, no se crea loco porque lo encierren en un manicomio. Soy psiquiatra, como su doctor Gachet, y sé muy bien que en los manicomios toman a los enfermos por perversos, por escorias, y que cualquier reacción normal (por ejemplo, quejarse de la mala comida) será diagnosticada como “un acto de ansiedad con ciertos rasgos agresivos”, y la eliminarán con diez miligramos de un sedante. Pero pensar que usted está loco, es una irreverencia.
Vincent: –También la gente de las aldeas me gritaba “loco”.
El hombre: –Sí, porque lo veían caminar con un sombrero rodeado de velas encendidas: la luz que necesitaba para pintar de noche. Ya ve cómo es el mundo llamado normal: un genio busca la luz, y para ese mundo es un loco…
Vincent: –Váyase, O’Donnell. Váyase. Ya sabe lo que tengo que hacer.
El hombre: –Lo sé, y temo no poder evitarlo. Adiós, Vincent...

Mientras el hombre baja las escaleras, se oye un estampido. Vincent Van Gogh se ha pegado un tiro y muere dos días después, el 29 de julio de 1890, en un hospital público.

Nota de la Redacción: ciento quince años después de ese encuentro, en mayo de 2005, Mario Pacho O’Donnell estrenó en el teatro Regina de Buenos Aires su obra teatral Van Gogh. Elenco: Van Gogh (Raúl Rizzo), Theo (Juan Vitali), Cuervo Poder (Omar Lopardo), Cuervo y Doctor Rey (Omar Khun), Cuervo y Doctor Gachet (Marcos Woinski), Cuervo y Madre (Carla Solari), Cuervo y Padre (Pablo Shinji), Cuervo y Gauguin (Carlos Argento), Profesor Mauve (Roberto Fiore) y Sean (Stella Matute). Música: Luis Alberto Spinetta y Claudio Cardone. Dirección: Daniel Marcove.

Pacho O’Donnell y Vincent Van Gogh 
(el gran actor Raúl Rizzo) simulando un encuentro en el atelier del genio, el 27 de julio de 1890, día en que el pintor se pegó el tiro cuyas heridas lo matarían dos días después.

Pacho O’Donnell y Vincent Van Gogh
(el gran actor Raúl Rizzo) simulando un encuentro en el atelier del genio, el 27 de julio de 1890, día en que el pintor se pegó el tiro cuyas heridas lo matarían dos días después.

En la escena, Raúl Rizzo (Van Gogh) y Juan Vitali (Theo). Al fondo, Trigal con cuervos, su último cuadro.

En la escena, Raúl Rizzo (Van Gogh) y Juan Vitali (Theo). Al fondo, Trigal con cuervos, su último cuadro.

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