Ernestina Pais participó del Cruce Sanmartiniano del Bicentenario – GENTE Online
 

Ernestina Pais participó del Cruce Sanmartiniano del Bicentenario

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Los últimos resquicios de la tarde en Trincheras de Soler –primer y último refugio del Cruce Sanmartiniano del Bicentenario– se entregan a un crepúsculo que pondría de rodillas al director de fotografía Vittorio Storaro. En medio de arrieros, expedicionarios, gendarmes, militares argentinos y chilenos, mulas, caballos, carpas armadas y por erigir, y bolsos, Ernestina Pais (Buenos Aires, 44 años, del 12/3/72) transita el aquelarre general con una cámara en su mano. De repente, atraviesa su mirada con la del enviado de GENTE. Ambos se detienen. Hay algo que saber. La situación reclama un interrogante que no exige más de una letra: “¿Y?”. Entonces ella, un continuo torbellino implacable de carcajadas y adrenalina, enlentece el andar y, luciendo su legendaria y perfecta dentadura, contesta: “Lo hice, lo logré, tarea cumplida. ¿Puedo sacarte una foto? –continúa sin pausa–. Le vengo pidiendo lo mismo a cada persona de la aventura. No quiero olvidarme nunca de sus caras. Hasta incluí a Paula Kirchner (jefa de Programación de Telefe), una amiga que me encontré acá. Te lo comenté cuando hablamos hace un par de días: la Cordillera de los Andes era para mí un triple desafío... No paré de emocionarme, ni bajé igual que como subí”, confiesa movilizada.

–Ningún triple desafío se acepta al voleo. ¿Qué la indujo?

–Una cuestión personal, relacionada al último viaje que emprendimos a Chile en familia con mis padres (José Miguel y Milka Truol) y mi hermana (Federica), del que se cumplen cuatro décadas. En segundo lugar, transitar los caminos del general José de San Martín, a un par de siglos de su hazaña libertadora. Un ejemplo. Y tres, lógico, el reto de subir bien alto y plantearme: “¿En qué carajo me metí? ¿Por qué cabalgo al costado de cornisas interminables?”.

–El miedo a tener miedo.

–Tal cual. Entré al Bailando por un sueño de ShowMatch en 2016 para hacerme cargo de mis ataques de miedo y superarlos. ¿Qué es un ataque de miedo? Creer que te estás muriendo. En el Cruce también apuntaba a controlarlo. Lloré en privado. Pedía que no me detallaran los riesgos. Tampoco resultaba sencillo, pero me animé. ¿Sabés lo que es trepar el Portezuelo del Espinacito (4.725 metros sobre el nivel del mar) y quedarte cara a cara con el señor Aconcagua? Siento que al cruzar los Andes gané una gran batalla. Sabía que iba a encontrarme con el miedo, y lo enfrenté.

–¿Y con qué no sabía bien que se encontraría?

–Con una experiencia extraordinaria, de más de trescientas personas emulando la gesta de 1817, caminando a la par sobre un territorio lunar o un valle fértil, entre temperaturas frías o cálidas. Solidarizándose ante el que viene atrás. Acostándose y levantándose con la misma ropa, tomando de la misma olla de mate cocido, saboreando el mismo guiso, la misma bebida espirituosa, disfrutando del mismo fogón, la misma música y el mismo canto en la madrugada. La montaña expone lo mejor y lo peor. Es un viaje interno, sin comunicación al exterior. La comunicación es con vos y tus compañeros de expedición.

–¿Se refiere también al muchachito pintón que arribó con usted desde la Capital Federal y la marcó, de cerca y sin pausa, a tiempo completo?

–¡Yo te hablo del corazón y vos me hablás de la carne! (risas). Si vino de la ciudad a la montaña, se trata de un todo terreno. Perfecto, sumemos a mi “amigo todo terreno”.

–¿Nombre, apellido, edad? ¿Cuánto hace que lo conoce?

–Vos admití en GENTE que al inicio de la travesía tu caballito se apunó y debió cargarte un arriero, y yo te cuento...

–¿Su dato, a cambio de una potencial burla general hacia el periodista? Compro.

–Se llama Franco Aner. Lo conocí en enero.

–¿Profesión, edad?

–Ahora, si mencionás en la revista que te olvidaste el polar en tu casa y él te prestó su campera, te respondo.

–¿Otro golpe a la integridad? Okey, aceptado.

–Es abogado. Y punto.

–Falta la edad.

–No tengo más elementos de extorsión. Te dije: la montaña expone lo mejor y lo peor de uno (carcajadas finales).

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