“En mi vida fui un hippie muy disciplinado” – GENTE Online
 

“En mi vida fui un hippie muy disciplinado”

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Si Gustavo Santaolalla (56) tiene la fórmula para el éxito, seguro que no piensa revelarla. Pero alcanza con seguir la hoja de ruta de su vida para entender algunas cosas. Primero fue líder carismático y espiritual de Arco Iris, la banda musical de inicios de los 70’; luego, practicante del ascetismo y más tarde de los excesos; después evolucionó hacia el estudio de las religiones y las relaciones humanas, y hoy es el productor musical latino estrella, el mismo que hace treinta años desembarcó en Los Angeles y terminó componiendo las bandas de sonido de las películas más premiadas de Hollywood. “Vivo en Estados Unidos desde hace 30 años, pero siempre estoy conectado con mi país en lo artístico. Nunca pasé un año sin volver”, cuenta.

Luego de producir a grandes bandas de rock del continente (los argentinos Divididos, Bersuit y Arbol, y las mexicanas Café Tacuba y Molotov), pasó sin pagar peaje a trabajar junto a Juanes y Julieta Venegas, por ejemplo. Y eso que –aunque cueste creerlo– no sabe leer música. “No tengo una fórmula marketinera. Para mí, el desafío es hacer cosas de un gran nivel artístico y que al mismo tiempo sean populares. Eso acompañado de cierto nivel de sofisticación, así sea una cumbia…”, explica Santaolalla, horas antes de la avant première de Café de los Maestros, una apuesta que remite a las fuentes de nuestra música ciudadana y reúne a las leyendas vivientes del tango. La obra ya ganó un Grammy latino, y fue aplaudida en el Festival de Cine de Berlín.

–¿Es correcto buscar el origen de Café de los Maestros en el Buena Vista Social Club?
–Buena Vista Social Club es un proyecto que admiro, y soy fanático de Ry Cooder. Si la comparación sirve para marketinear la película, me encanta. Pero la génesis de Café de los Maestros está en lo que hicimos con León Gieco en De Ushuaia a La Quiaca: viajar a los lugares que fueron la cuna de la música, y no hablo de La Habana, sino de Curuzú Cuatiá, en Corrientes, o La Quiaca, en Jujuy.

–¿Y se puede pensar que los cubanos de Buena Vista Social Club se inspiraron en De Ushuaia a La Quiaca?
–Para nada, pero está bueno que lo valoremos, porque los argentinos no tenemos memoria. Y en este género somos pioneros. Por eso digo que la primera conexión del Café de los Maestros es De Ushuaia a La Quiaca.

–¿Y cómo toman los tangueros que te metas en su género viniendo de otro palo?
–Yo no soy un gringo; no soy Bono ni Ry Cooder, que vienen a hacer un disco o una película de tango a la Argentina. Mi viejo, cuando se levantaba a la mañana, se afeitaba escuchando tango. Lo llevo en la sangre.

–Con Café de los Maestros rescataste a artistas trascendentes, y desconocidos para muchos.
–Hay quienes creen que para hacer música tenés que ser joven y lindo. Y es increíble ver lo bien que la pasan estos señores tangueros, que son tipos que decidieron dedicar su vida a este género, y lo lograron con éxito. Pensá que en las sociedades antiguas el rol del hombre mayor era de sabio, de referente. Si la película te lleva a comprar un disco de tango o a valorar el rol de los mayores en la sociedad, la tarea está cumplida.

BUSCANDO UN SIMBOLO DE PAZ. Los 70’ fueron duros para casi todos los artistas. Una etapa emergente en ideas en la que, para muchos, se escribieron las letras más creativas de la historia del rock nacional. En medio de un país convulsionado, Gustavo Santaolalla formó Arco Iris –en 1968–, un grupo de “talentosos hippies” que bajaba línea de una manera diferente al resto de los músicos: con un mensaje de paz y amor, sin excesos y sin violencia.

Eran los años de la primera fama, pero “con nuestra postura no te permitías creértela”, jura hoy Gustavo. Y recuerda que fue uno de los pioneros de la movida. “León, Charly y yo somos del mismo año, pero a mí, con Arco Iris, me tocó ser famoso antes que a ellos. Lo que hacíamos era bien hippie. Tocábamos en el Lorange o en el Auditorio Kraft, y en un momento preguntábamos: ‘¿Alguien quiere subir?’. Así subieron Tanguito, Roque Narvaja, Alejandro Medina, y hasta un día tocó Charly. Todavía se acuerda de que esa noche se tomó el bondi a su casa feliz porque había tocado con Arco Iris”.

–Gustavo, ¿se equivoca el que piensa que eran una comunidad hippie muy rara?
–¡Ja ja! Si tener pelo largo y pedir “peace and love” era ser hippies, entonces sí. Pero éramos una comunidad de hippies muy disciplinados. Porque no practicábamos el amor ni las drogas libres. Desde los 18 a los 24 años fui asceta, y llevé una vida cuasi monástica. Nada de sexo ni drogas; y sí vegetarianismo…

–¿Y esa elección aportó positivamente a tu vida?
–Creo que sí. Pero en la estructura que era Arco Iris había cuestiones ideológicas con las que yo no estaba de acuerdo. Mirándolo a la distancia, estuvo todo bien, pero podría haber sido más corto. Aprendí muchas cosas que continué, y otras que descarté.

–¡Excesivamente disciplinado! ¿Después vino el reviente total?
–¡Ja ja! Todo lo que no hice mientras estuve en Arco Iris lo hice después. Y llegaron mis tiempos de excesos y rock&roll nananá (se ríe, imitando a Pomelo, el personaje de Diego Capusotto). Desde entonces tengo una filosofía: “Todo con moderación, incluida la moderación”. Tampoco me interesa ser un new age, con el agüita y toda esa historia. Cuando tengo ganas me tomo un buen vino.

–Es decir que a veces te permitís alejarte de la moderación.
–Es el espíritu orgiástico de la tribu. Es así desde que el tiempo es tiempo. En un momento hay que pintarse la cara y volver al combate.

PARTE DE SU RELIGION. Siento que todos estos éxitos me llegaron en un momento muy cool, muy tranquilo de mi vida. En otra época me hubiera mandado un montón de cagadas. Estoy maravillado; ni yo mismo me lo creo”, cuenta Gustavo, quitándole importancia al reconocimiento internacional ganado después de varias estatuillas made in USA. La paz no le llega de casualidad, sino por una búsqueda espiritual que nació hace más de tres décadas. Santaolalla estudió religión –de hecho estuvo a punto de entrar al seminario para convertirse en sacerdote–; más tarde pasó por el budismo y fue seguidor del líder espiritual hindú Krishnamurti, y llegó a consultar una vez al año a un vidente. Así, el hombre jura que su vida está llena de señales divinas: “Cuando Alejandra, mi mujer desde hace veinticinco años, quedó embarazada de Don Juan Nahuel, tuvimos problemas: hubo una mutación genética que heredó de mi parte. ¡Somos mutantes! Entonces…”.

–¿Te refugiaste en la oración y la religión?
–No, no. Fui a ver a Rose, una vidente que me presentó Charlie Heiden. Primero la llamé porque Alejandra no quedaba embarazada: “Tranquilo, veo el espíritu de un boy que ríe a tu alrededor”, me dijo; y mi mujer quedó embarazada al mes. Entonces hicimos un test, y el resultado dio mal, y llamé otra vez a Rose. “Veo sangre, ustedes se están haciendo análisis…”, fue lo primero que me dijo. Y después me aseguró que no tendríamos problemas con la criatura: “Disfruta el bebé y los misterios que trae con él”, me aconsejó. No tengo que aclarar que Don Juan Nahuel nació perfecto.

–¿Y cómo se les ocurrió un nombre tan raro? ¿No tenían miedo a las cargadas al chico?
–(Ríe) ¡Totalmente! A los dos meses, la gente se reía cuando lo presentaba como Don Juan. Entonces, llamé a la vidente y le planteé cambiarle el nombre, pero ella me convenció así: “No. Quédate tranquilo, que ese nombre lo eligió él”. No sé si era cierto, pero me encantó la idea, ja, ja.

–¿Recibiste algún otro mensaje paranormal o del “más allá”?
–Una vez, un hombre me regaló un libro de un psíquico, y me dijo: “Tenés que ver a esta persona; está medio loca y sorda, pero te manda una fruta grossa”. Yo venía de hacer la música para Amores perros y Diarios de motocicleta, y teníamos varias nominaciones a los Grammy. Entonces lo consulté sobre si podíamos ganar alguno. “¿Grammy? Te vas a ganar un montón. Y también conseguirás dos premios Oscar…”, me respondió. Me cagaba de risa con mi mujer: “Este tipo está loco, la fuma mojada”, le decía.

–Y luego ganaste el primer Oscar por Secreto en la montaña
–¡Sí! Después de ganar el primero volví a visitar a ese hombre, y me dijo: “Hay otro premio en camino”. Y vino el otro. ¡Te lo juro por Dios! Cuando gané los dos se los llevé y le dije: “Son tuyos”. Y él me contestó: “Yo vi tu cara entre esas dos estatuas”.

–Muchos no creerían estas historias.
–Mi vida está llena de instancias mágicas. Pero yo siento que todo tiene que ver con un trabajo…

–¿A qué te referís con “un trabajo”?
–No hablo de ir todos los días a la oficina, sino de trabajar las relaciones humanas: con la familia, los amigos... Por ejemplo, Mónica, mi mujer, y Alejandra, mi ex, son íntimas amigas. Tanto que Alejandra la ayudó a parir a Luna, nuestra primera hija. Eso también forma parte de mi trabajo, y por ese motivo creo que si no te gusta trabajar, te irá mal en la vida…

Para Café de los maestros, Santaolalla y Miguel Kohan grabaron más de 300 horas, de las que quedaron dos. “Lo increíble es que recibimos auspicio de Petrobras, una empresa brasileña”, reflexionan.

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“Yo no soy un gringo que viene a hacer un disco o una película de tango. Mi viejo se levantaba a la mañana y se afeitaba escuchando tango. Lo llevo en la sangre”

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Gustavo ganó dos premios Oscar por las bandas de sonido de Secreto en la montaña y Babel. Abajo, con Mariano Mores, uno de los maestros retratados en su film. La película ya ganó un premio Grammy.

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