“En mi vida amé siempre, y con más pasión que las heroínas de mis novelas” – GENTE Online
 

“En mi vida amé siempre, y con más pasión que las heroínas de mis novelas”

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Cada ocho de enero, desde hace años, entre velas encendidas y retratos de sus queridos vivos y muertos, escribe la primera línea de una novela, aislada en ese estudio que antes fue caballeriza. Sucede en Sausalito, California, y “trabajando como una hormiga y con un método esquizofrénico”, recién abandona la cruzada en mayo, cuando el primer borrador ha llegado a la palabra Fin. Entonces, vacaciones…

–¿A dónde? ¿Con quiénes, Isabel?

–A lugares exóticos, y con toda mi pequeña tribu: marido, padre, madre, hijo, nietos. Por ejemplo, un safari en Africa, o una excursión a las islas Galápagos. A lugares en los que siempre estamos muy incómodos… (lo dice con una risa que es para oír, no para contar).

Pero, puesta la palabra Fin, y después de doce novelas (tres, para adolescentes), algunas obras de teatro y un libro de memorias, tiene una certeza, a esta altura, tan irreversible como la salida del sol: estará a la cabeza de las ventas en menos de una semana (como ya sucede con Inés del alma mía, la última), será traducida a una decena de idiomas, estará cada vez más cerca de los 40 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, y acaso sumará otro lauro a sus 26 premios planetarios y a sus 11 medallas académicas.

Sobre la mesa de su suite en el hotel Alvear, donde hablamos, hay un ejemplar de Inés del alma mía, la tormentosa vida de Inés Suárez, una humilde costurera extremeña que, por amor, se unió al conquistador Pedro de Valdivia, fundador de Chile.

–¿Por qué ella, casi una desconocida por los libros de Historia?
–Para reivindicar el heroísmo de tantas mujeres olvidadas. La historia siempre la escriben los hombres, los vencedores, los ricos, y por lo general, los blancos. La voz de los derrotados, de los indígenas, de los niños pobres, nunca está. De Inés hay apenas menciones perdidas que dicen que encontró agua en el desierto y que decapitó a los caciques en la toma de la ciudad de Santiago. ¡Encontró agua en el desierto! Apenas una cosita… nada menos que agua, la vida…

–¿Por qué irritó la tapa del libro, esa misteriosa mujer desnuda?
–Sucedió en Chile, que es uno de los países más pacatos del mundo, y también en algunos lugares de los Estados Unidos. ¡Increíble! Es una mujer anónima tomada en 1890, nada exuberante, pero la hipocresía humana es infinita…

–¿Qué niña fuiste, Isabel?
–Nací en Perú, porque mi padre era diplomático y cumplía allí un destino. Luego, en Chile, mis padres, Tomás Allende (primo hermano de Salvador Allende) y Francisca Llona, doña Panchita, se separaron, y mi madre, mis dos hermanos y yo, muy pequeños, fuimos a vivir a la casa de mi abuelo Agustín, viudo. Una casa silenciosa, solitaria, en la que estaba prohibida la radio, porque mi abuelo decía que propalaba ideas y música vulgares, y que gritaba demasiado.

–La casa de los espíritus, tu novela más famosa…
–Exactamente. Y por lo tanto, fui como la casa: una niña solitaria y silenciosa.

–¿Cuándo explotaste? ¿Cuándo empezaste a hacer ruido?
–Empecé a sentirme yo cuando pude ganarme la vida. Trabajo y me mantengo sola desde los 17 años, porque no quiero que nadie me pague las cuentas. ¿Por qué? Para no tener que obedecer… Pero mi vida pública empezó en el 68, como periodista de la revista Paula, que fue, para aquellos años y en la cerrada sociedad chilena, muy de vanguardia. La hacíamos mujeres de menos de 30. Sacudimos el avispero sin ser muy conscientes de lo que hacíamos, y Paula, hoy, se estudia en las escuelas de Periodismo.

–¿Qué te enseñó, de bueno y de malo, el periodismo?
–De bueno, me puso en la calle, entre la gente y sus problemas; me dio el atrevimiento para tocar puertas; me enseñó a ver las cosas desde todos sus ángulos; me dio un lenguaje preciso, y sobre todo, me enseñó a pensar siempre, siempre, en el lector, y no en los amigos, en los críticos o en mí. De malo, nada, porque no fui corresponsal de guerra ni corrí peligro.

–¿Cómo te marcó la muerte de tu hija Paula? (Nota: ocurrió el 6 de diciembre del 92, a los 29 años, de porfiria, un mal genético hereditario, luego de varios meses en coma).
–Me cambió… Antes de esa muerte era más extrovertida. Pero no fue el único cambio: me volví más desprendida, más desapegada, porque tomé conciencia de que se puede perder todo, de que todo es transitorio.

–¿Hasta el punto de amar menos?
–¡No, no! Adoro a mis nietos. Pero Alejandro tiene 15 años, Andrea, 14, y Nicole, 12, de modo que se van a ir. Inexorablemente…

–A esa edad ya están calentando los motores.
–Por supuesto. Y se van a soltar… como se suelta todo.

–Gustave Flaubert definió a la protagonista de su mayor novela con una frase célebre: “Madame Bovary soy yo”. ¿Quién, de todas las mujeres de tus novelas, es Isabel Allende?
–Elijo personajes con los que puedo relacionarme. Jamás podría escribir sobre el ejecutivo de una corporación de Nueva York, porque lo ignoro todo al respecto. Mis mujeres son marginales, nada amparadas por el paraguas del sistema, desafían las convenciones de su tiempo, están dispuestas a pagar el precio, y actúan siempre por una fuerte pasión amorosa, no por la fama, la gloria o el oro. Todo eso tiene que ver con mi vida.

Entra Willie Gordon, norte americano, abogado y marido de Isabel desde 1988, ahora en Buenos Aires para presentar su libro, de corte autobiográfico. Habla un perfecto castellano. Le pregunto por qué. Me dice, en inglés, que es una larga historia. Pero Isabel responde por él: “Se crió en el gueto azteca de Los Angeles, el más pobre de todos. Cuando lo conocí, hablaba como un bandido mexicano…”. Se casaron hace 18 años. El no tenía apuro, pero ella necesitaba los papeles para radicarse en los Estados Unidos, de modo que lo emplazó: “O nos casamos dentro de 24 horas, o levanto todo y me voy”. Al otro día hubo boda.

–¿Qué recordás de Salvador Allende?
–Era un hombre extraordinario. Nueve días antes del golpe que lo derrocó, en su casa, durante una comida familiar, dijo: “El pueblo chileno esperó medio siglo para tener este gobierno, y no voy a traicionarlo. Sólo me voy a ir de La Moneda (la Casa de Gobierno) cuando termine mi mandato… o muerto”. Nueve días después, murió con la ametralladora en la mano y las botas puestas. Un año después empezó mi exilio en Venezuela.

–¿Duro exilio?
–Una de las peores épocas de mi vida. Cinco años sin un peso, sin trabajo, con todas las puertas cerradas, con un “vuelva mañana” que en el código venezolano significa “no vuelva más”, mi matrimonio deshecho, un empleo delirante (administradora de una escuela: ¡yo, que no sé sumar!), y para colmo, me enamoré de un argentino… ¡y terminé de embarrarla!

–Lástima que no nos conocíamos: yo te hubiera advertido…
–… (Vuelve su incomparable risa).

–¿Por qué la crítica literaria chilena te trata tan mal? Ha llegado a decir que no sabés escribir, que sos una ignorante, etcétera…
–¡Ah, pero no sólo a mí! En Chile desprecian a todos los que tienen éxito, menos a los deportistas. Por eso los artistas se van. Pero no me preocupa: la edición chilena de Inés del alma mía ya se agotó, también voló la edición pirata, y la gente común, el pueblo, hizo colas eternas para que les firmara su libro. Ese es el amor que me conmueve…

–Llegó el turno de una pregunta que les hago a todos los escritores: ¿qué tres cosas no hay que preguntarles jamás?
–Te corrijo: en mi caso, a las escritoras. Femenino, plural.

–Acepto la corrección. Adelante.
–Uno: “¿Cómo hace para escribir y además atender a su marido y sus hijos?”. Dos: “¿De dónde saca sus ideas?”. Tres: “¿Cómo hace para mantenerse tan bien, tan joven?”. ¡Las odio!

–Hay muchos dramas en tu vida, y…
–Más de los que te imaginas. La agonía y la muerte de Paula, mi hija. Los tres hijos biológicos de Willie, mi marido, drogadictos: uno, preso casi toda su vida; la hija, muerta por sobredosis; y el tercero, saliendo recién de la droga. La hija dejó una niñita con parálisis cerebral, producto del consumo de drogas durante el embarazo. Nicolás, mi hijo, se casó con una chica venezolana… que se enamoró de la novia de mi hijastro. Se fueron juntas, y a mi hijo le quedaron tres bebés de pañales. Mi vida es una telenovela, y quiero escribirla antes de que se me olvide...

–¿Amaste mucho y locamente, como las mujeres de tus libros?
–¡Más todavía! Amo así desde los 10 años, y jamás un hombre me dejó: no conozco el despecho. Los dejé siempre yo…

–¡Tomá! ¿Monógama o…?
–Monógama consecutiva: un hombre por vez.

–Como corresponde a una señora…
–Bueno: una monogamia consecutiva… pero relativa. (Y otra vez la risa incomparable).

Menuda, sonriente, sencilla, convierte los reportajes “<i>en buenas y largas conversaciones, porque lo contrario es parte de un trabajo que no me gusta demasiado</i>”, confiesa.

Menuda, sonriente, sencilla, convierte los reportajes “en buenas y largas conversaciones, porque lo contrario es parte de un trabajo que no me gusta demasiado”, confiesa.

En Santiago de Chile presentando su última novela. Algunos sectores atacaron con dureza –y bastante pacatería, por cierto– el desnudo de la tapa.

En Santiago de Chile presentando su última novela. Algunos sectores atacaron con dureza –y bastante pacatería, por cierto– el desnudo de la tapa.

Con Willie Gordon, el abogado norteamericano que es su marido desde 1988, y que vino a presentar un libro autobiográfico.

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