“En estos tiempos de enfermedad se potenció mi relación con Dios” – GENTE Online
 

“En estos tiempos de enfermedad se potenció mi relación con Dios”

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Ningún periodista ha estado en los últimos quince años más veces frente a frente con El Gitano. En recitales, durante extensas giras, en estudios de grabación y hasta en la mítica casona de Banfield, Graciela Guiñazú (de Crónica TV y autora del libro Sandro, el ídolo que volvió de la muerte) lo entrevistó una docena de veces y fue testigo privilegiado de cómo fue avanzando su enfermedad. Aquí relata cinco momentos clave: la confesión de su mal, cómo comenzó a usar oxígeno para cantar, su regreso a los escenarios tras un paro cardiorrespiratorio en el 2002, sus confesiones tras el último show y cómo influyó el amor de Olga en su lucha por sobrevivir.

LA REVELACION. Madrugada del sábado 19 de septiembre de 1998. Roberto Sánchez, enfundado en su bata búlgara de Sandro, invita a pasar a su camarín del teatro Fundación Astengo de Rosario, una hora después de debutar con Gracias… 35 años de amores y pasiones, recital que marcó su vuelta, tras 727 días sin poder cantar. El ídolo está sentado de costado al espejo, de frente a unos pocos testigos, entre ellos su amigo, el periodista Héctor Ricardo García, el creador de Crónica TV, y yo, como enviada del canal.

“Nunca lo voy a olvidar. El 10 de mayo de 1997 fui a subir la escalera de 24 escalones que lleva de la planta baja a mi dormitorio. Subí siete y tuve que parar, porque ya no podía respirar. Estuve casi dos minutos para reponer el aire, pero para mí en ese momento pasó una eternidad. Me recuperé, pensé que tenía las fuerzas necesarias y subí los otros escalones. Arriba, me tuve que quedar quieto por lo menos dos o tres minutos más. Caminé otros 15 pasos. Entré al baño, me miré en el espejo y vi cómo me iba poniendo azul, ¡pero azul de verdad!, no es una metáfora y me dije: ‘Bueno ya está, quizás llegó hasta acá’; entonces me entregué a las manos de Dios, porque pensé que ya todo había terminado... Yo, que sólo pensaba en vivir, abrí un poquito la ventana del baño. Me acuerdo que hacía un frío impresionante; asomé la nariz y empecé a respirar muy despacito. Al principio fue una ráfaga chiquita; después, bocanadas del aire que yo ya no tenía. Estuve así como diez minutos, en los que pensé: o prendo otro cigarrillo y me voy, o me dejo de joder y me quedo. Decidí quedarme… ¡Yo no podía caminar seis metros! ¡No me podía bañar! ¡No me podía poner el champú en la cabeza!...”.

Aquel 10 de mayo, cuando se sintió morir, conoció el diagnóstico: enfisema pulmonar crónico incurable. Un mal que no empezó en 1997, sino que él fue elaborando “artesanalmente” durante los 42 años en que fumó. Antes tuvo avisos, pero igual que todos, Roberto Sánchez creía que Sandro era inmortal.

Volvimos a hablar de su salud el 13 de octubre, tres días antes de su debut en el Gran Rex, en una mesa del club Sirio Libanés: “El impacto fue tan grande que desde ese día no volví a probar un solo cigarrillo. ¡Y eso que llegué a fumar cuatro paquetes por día! Gracias a Dios ni lo extraño ni lo deseo; para mí es como si no hubiese existido nunca… Los primeros tiempos soñé muchas veces con el cigarrillo, pero eran pesadillas en las que Dios también me ponía a prueba, porque en ellas yo quería fumar y no podía… Alguien me ofrecía un cigarrillo y se me rompía, o ya estaba roto, o no tenía fuego para encenderlo. Es decir, que hace años que no fumo… ¡ni soñando!”.

–¿Y cómo se sale de la muerte, Roberto?
–Confiando en Dios, con mucha voluntad, y confiando en el médico que te toca. Lamentablemente había tenido uno que no dio en la tecla. Estuve ocho meses mal medicado, hasta que, gracias al doctor Juan Antonio Mazzei, recuperé la posibilidad de vivir y de volver a los escenarios.

–¿Cómo ayudás a Dios y a los médicos?
–Comencé a caminar en la cinta, a un ritmo lentísimo. La primera vez, cuando llegué a los dos minutos, tuve que parar, porque sentía que me moría. De a poco fui aumentando treinta segundos, un minuto... hasta que descubrí que podía. No puedo explicar lo que sentí cuando llegué a caminar en esa misma cinta una hora y pico, con un ritmo bastante acelerado.

–¿Qué excesos te podés permitir?
–Ninguno. De alguna manera, yo no supe manejar lo que me daba Dios… El me intoxicó de cosas buenas, pero yo abusé de mi cuerpo: cantar, bailar, no dormir, fumar como una bestia y, obviamente, todos esos dones –que yo no supe usar bien– Dios casi me los saca. Como un buen padre, me dio un buen susto: “Bueno, nene, portate bien”, me dijo.

EL MICROFONO DE MC GYVER. Viernes 22 de junio de 2001. Teatro El Círculo de Rosario, debut de El hombre de la rosa. Afuera lo esperaba una ambulancia y adentro, entre la escalera que conduce al camarín y el escenario, una máscara de oxígeno. Aquella noche fue la última que pudo cantar sin oxígeno. Casi sin aire, apuró el final de Penumbras y, desde lejos, se le vio claramente el gesto desesperado pidiendo la máscara.

Me recibió a la una de la madrugada para confesarme, con la voz notablemente ronca: “Este invierno fue muy duro para mí. Me agarró una gripe que me mató, porque para aquellos que tenemos problemas en las vías respiratorias una gripe puede ser fatal, pero organizamos una buena brigada de apoyo y salió todo bien…”.

Y cambió de tema en forma abrupta, llevando la conversación hacia el espectáculo, porque prefería no hablar de ese dolor que todavía le oprimía el pecho y por el cual debía consultar con urgencia en Buenos Aires.

Para los siguientes recitales, inventó el micrófono de Mc Gyver (sic): un original sistema que le enviaba oxígeno al micrófono, desde los tubos colocados a un costado del escenario, y que estrenó en Junín. A esa altura muchos cuestionaban su vuelta. Se preguntaban: ¿no le da vergüenza cantar así? o ¿está especulando con su salud para vender más?

Noche del 27 de julio de 2001. Estamos en el escenario de un Gran Rex extrañamente vacío y a oscuras. Afuera las Nenas rugen; él se apoya en el piano aún mudo y me dice, adueñándose del eco de sus incondicionales fans: “¿Cómo no me voy a poner un tubo de oxígeno? Estoy tratando de cantar como puedo, recuperándome de las recaídas. ¡Ahora sé que no voy a poder cantar en invierno nunca más! Porque cualquier resfrío, cualquier cosita me mata, me vuelve loco. Anteayer sufrí un nuevo broncoespasmo y hoy estoy otra vez en el escenario, listo para salir en vivo, cruzando los dedos y rogándole a Dios y a todos los santos para poder sacar adelante el show”.

–Al verte con oxígeno, algunos dicen que Sandro no puede cantar más.
–Para nada, al contrario. La voz está intacta. ¡Gracias a Dios! La desgracia de mi vida fue que el cigarrillo nunca me alteró la voz; a lo mejor, si me hubiera afectado hace veinte años, habría dejado de fumar hace veinte años.

–Insisto, ¿por qué volviste en estas condiciones, si económicamente no te hace falta?
–Aunque te parezca mentira, por la salud; porque ésta es una enfermedad que no está a la vista. Tener este tipo de problema en las vías respiratorias es algo silencioso. Entonces te vas deprimiendo, tenés una ansiedad oral impresionante y, como yo digo, “un cigarrillo menos, una pata de pollo más”… Me globalicé: ¡la gente tenía que pagar peaje para dar vuelta a mi alrededor! (y lanza una carcajada...) Yo sabía que si volvía a cantar debía entrar en toda una gimnasia de aparatos respiratorios, rehabilitación, adelgazar, hacer un montón de cosas que me iban a obligar a ponerme otra vez en forma.

VOLVER DE LA MUERTE. Martes 24 de febrero de 2004. Son las ocho de la noche y esta vez la cita es en Palermo. En un sexto piso me espera Roberto, acompañado por su representante, Aldo Aresi, y por su amiga y jefa de prensa Nora Lafón. Esta es su “primera salida oficial” después del cuadro de neumonía aguda que le provocó un paro respiratorio el 17 de diciembre de 2002.

Hablamos de su salud, de lo bien que se siente, y de la muerte. Roberto me sorprende al tomar con su mano izquierda un aparatito insignificante que estaba apoyado sobre la mesa ratona de vidrio. Parece un control remoto chiquito, con una especie de broche que se ajusta a su dedo. Se lo pone y me mira fijo antes de empezar un monólogo escalofriante:

“Este es un aparato muy especial que se usa en medicina: es el saturómetro. El número de arriba marca la cantidad y saturación de oxígeno que tengo en la sangre y el número de abajo marca la frecuencia cardíaca con que me estoy moviendo, como si fuera el pulso. Ahora estoy en 119... ¿Por qué? Porque estamos haciendo esta nota, porque tengo la adrenalina al taco y porque falta poco para el debut de ‘La profecía’. Este aparato fue el que, de alguna manera, me ayudó a salvarme cuando me descompuse porque me arrodillé en la cama de mi casa y no podía ni llegar al teléfono… Yo tenía en esta mano (muestra la izquierda) este aparato, y cuando hacía este movimiento (la levanta suavemente), este número subía a 130. Fue realmente una agonía de seis horas, impresionante. Llegaron los de arriba, como digo... Tuve tres paros cardíacos… Después vino el milagro… En estos tiempos se potenció mi relación con Dios. Eso sucede cuando estás con un aparato respirador, cuando te meten las sondas para quitarte todas las infecciones de los pulmones… Recuerdo que estaba acostado y tenía sobre la almohada un rosario que me había dado mi hermanito Raulito Porchetto, que venía bendecido por Gladys Motta, de la Virgen de San Nicolás, y que me acompañó durante toda la convalecencia. Entonces, cuando un día te despertás y empezás a ver que hay una cosa que se llama ‘Sol’ que entra por la ventana, exclamás: ‘¡Sí, Dios existe!’”.

LA ULTIMA NOCHE DE SANDRO. Domingo 16 de mayo de 2004. Teatro Gran Rex. “… si quieres, yo te doy el mundo/ pero no me pidas, que no te ame así, así…”. Sandro se abraza a su bata roja, un clásico en el final de Penumbras, y sus fans aplauden hasta llorar. Es su última ovación, la última noche de Sandro. Claro que Roberto –quien tenía pensado volver a los shows el 18 de septiembre– no lo sabe cuando me recibe en el camarín: “Si Dios quiere, la Virgen lo permite y el doctor Mazzei y todo su equipo nos dan una manito para poder hacerlo… Porque, como siempre te digo, ahora soy un cantante de verano. Empezó el frío, Sandrito se guarda y nos vemos en septiembre…”.

Sin embargo, el 3 de julio volvió a ser internado. Y exactamente un mes después me citó en un estudio de grabación en Caballito para anunciar la cancelación de sus recitales: “¿Sabés? En estos shows, entre tema y tema yo salía del escenario, me sentaba en una silla al costado y aparecía el ‘dream team de Ferrari’: ¡Se me tiraban encima seis o siete personas para controlarme la frecuencia cardíaca, la saturación de oxígeno en la sangre, mi kinesiólogo, Iván Guevara, después de temas movidos o violentos, me tomaba la frecuencia con este aparato (muestra el saturómetro)...! Iván iba llevando el informe noche por noche. Debo confesar que un par de veces estuve a punto del paro cardíaco, con 165, casi 170 de frecuencia… Mis médicos me dijeron: ‘Si te querés suicidar, hacelo de otra manera. Pero si estás loco, morite en el escenario’. Y como me gustaría morir en mi casa, les pregunté qué podía hacer. ‘Tenés que bajar la cantidad de tiempo que estás arriba de un escenario... Si vos seguís así, no nos hacemos responsables…’. Entonces, como quiero seguir viviendo para no perderme la vida, es que decidí bajarme de los shows”.

EL AMOR. Sábado 5 de noviembre de 2005, Banfield. Nos sentamos en el banco de plaza que tiene frente al árbol, del otro lado del mítico paredón, en el “locutorio” de su legendaria casa sobre la calle Beruti. Hace quince meses que no nos vemos, quince meses en los que Sandro se separó, se volvió a enamorar, se fracturó el hombro, tuvo una neumonía y cumplió sus 60 años internado en el Instituto del Diagnóstico. “Me pasó de todo. Me atacó un virus y me mandó a la lona, como quien dice... Estuve 70 días internado, 21 con un aparato respiratorio, y después otro mes y unos días más, 70 días más, tratando de recuperar masa muscular, porque cualquiera que haya estado internado sabe que la cama te come. Me quedé sin músculos: no me podía parar, no me podía sentar, no podía caminar… Eso sí, jamás perdí la conciencia, jamás entré en ese túnel de luz que describe mi querido Víctor Sueiro. Tal vez eso fue peor, porque saber que no podés hacer absolutamente nada, que dependés de los demás, que sos un objeto tirado en una cama, te puede llevar a una gran depresión. Y de ésa se sale metiéndole un poco de buen humor. Otra no te queda, porque todavía no se venden los pulmones de plástico a medida –‘¿me das uno extra-large?’–. Hay que aguantársela, hacer mucha kinesiología, trabajar como loco, cuidarse, no aumentar de peso…”.

–¿Y cuánto ayuda el amor a esa recuperación?
–Todo. Esa fue una de las razones por las que me decidí a poner todo de mí… Quiero que Dios me permita disfrutar de esta cosa maravillosa que me está sucediendo, de haber encontrado en Olga (Garaventa, 53, asistente de Aldo Aresi, por cuyo amor renunció a su soltería el 13 de abril de 2007), una mujer con la cual nos llevamos de maravilla, una mujer que me contiene de una manera espectacular, una de las pocas que me han comprendido en toda mi vida…

–¿Sos un hombre feliz, entonces?
–Espiritualmente sí, absolutamente. Hay ciertos momentos en que te bajoneás, sí. Por ejemplo, cuando te falta el aire. O cuando veo esa piscina hermosa que está ahí (la señala imaginariamente), y saber que no puedo nadar. Pero, bueno... Deberé ser como el hombre de la Atlántida: estoy tratando de aprender a nadar debajo del agua, y sin respirar. Domingo 16 de mayo de 2004. Teatro Gran Rex. Sandro –vestido con su clásica bata roja– conmueve a sus fans con las estrofas de Penumbras. Fue la última vez que cantó en un escenario.

Domingo 16 de mayo de 2004. Teatro Gran Rex. Sandro –vestido con su clásica bata roja– conmueve a sus fans con las estrofas de Penumbras. Fue la última vez que cantó en un escenario.

Los recitales que dio en el Gran Rex en el 2004 –en total, veintiuno– fueron la última vez que Sandro cantó para sus fans. El cable negro que sale del micrófono lleva oxígeno al ídolo, una imperiosa necesidad desde sus shows en Rosario, en 2001. Sobre el escenario del teatro festejó sus 40 años con la música, y hasta pasaron grandes amigas, como Susana y Mirtha.

Los recitales que dio en el Gran Rex en el 2004 –en total, veintiuno– fueron la última vez que Sandro cantó para sus fans. El cable negro que sale del micrófono lleva oxígeno al ídolo, una imperiosa necesidad desde sus shows en Rosario, en 2001. Sobre el escenario del teatro festejó sus 40 años con la música, y hasta pasaron grandes amigas, como Susana y Mirtha.

Olga Garaventa y Sandro, el día que dieron el “sí” ante Margarita Giménez, la jueza de paz de Lomas de Zamora. Así, el 13 de abril de 2007, El Gitano rompía su soltería casándose con la ex secretaria de su manager, Aldo Aresi. “Olga es una de las razones por las que decidí poner todo de mí para recuperarme”, confesó el ídolo.

Olga Garaventa y Sandro, el día que dieron el “sí” ante Margarita Giménez, la jueza de paz de Lomas de Zamora. Así, el 13 de abril de 2007, El Gitano rompía su soltería casándose con la ex secretaria de su manager, Aldo Aresi. “Olga es una de las razones por las que decidí poner todo de mí para recuperarme”, confesó el ídolo.

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