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El sueño terminó

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Ella, que en las semanas anteriores había confesado: “No saben lo que significa este Mundial para los Maradona”, llora en un costado de la platea, detrás del banco donde está su papá. Tanto es el sufrimiento que su grupo de amigos intenta contenerla. “Déjenme tranquila, me voy a caminar”, dice Dalma mientras baja un par de escalones.

Pero en lugar de detenerse, salta la puerta que permite el ingreso al campo de juego del estadio Green Point, burla los controles de seguridad y corre hacia el túnel donde salen los jugadores. Ahí se abraza con Diego y, mientras llora, no para de repetir: “Papá, papito, para mí seguís siendo el mejor del mundo. No importa el partido de hoy; vos sos el mejor, y eso no va a cambiar nunca”. Ese abrazo durará un par de minutos y será tan conmovedor que el técnico alemán Joachim Löw, quien se había acercado para saludar a Maradona, decide irse a la conferencia de prensa sin interferir.

UN MAR DE LAGRIMAS. Adentro, en la intimidad, el que siguió fue un vestuario a pura lágrima. “Esto es lo más triste que vi en mi carrera deportiva”, decía Diego sin poder parar de llorar. Ahí fue cuando Lionel Andrés Messi dejó de ser el mejor jugador del mundo y volvió a ser Leíto, el chico que se secaba los mocos en el delantal de su abuela Celia cuando sus hermanos mayores, Matías y Rodrigo, lo molían a patadas en el potrero de La Bajada, en el sur de Rosario. Sentado en uno de los bancos del fondo, se tapaba la cara con las manos mientras su llanto retumbaba en las cuatro paredes. El dolor de saber que éste, el que iba a ser su Mundial, en el que había conseguido que los sudafricanos cambiaran el “¿Argentino? ¡Maradona!” por el “Mesiii”, pasó sin pena ni gloria.

Con 23 años, luego de haber jugado una mediocre eliminatoria, había podido cambiar su imagen en los tres primeros partidos del grupo. Sin embargo, cuando el Mundial entró en su etapa de definición, volvió a ser el otro Messi. Aquel de quien muchos decían que es “el clon” del fenomenal jugador que ganó todo con el Barcelona y que en la última temporada marcó 48 goles. Al mismo tiempo, en la platea, junto al resto de los familiares, sus hermanos –Matías, Rodrigo y Marisol– y su novia –Antonella– también lloraban desconsolados. Tanto era el dolor que fueron casi los últimos argentinos en irse del estadio.

Pero a esa altura muy pocos se acercaron a consolarlo. Todos estaban tan apenados como él. La ilusión de ser campeones del mundo no sólo era de los hinchas. Ellos, arengados por Diego y sabiendo el potencial que tenían en ese plantel de 23 jugadores, imaginaban otro final. Las primeras palabras de aliento llegaron del propio entrenador: “A pesar de la derrota estoy orgulloso de ustedes, porque me demostraron que se pueden poner la camiseta argentina”, les dijo Diego. Y al ver que el llanto del 10 argentino no paraba, se acercó, le tocó la cabeza y le dijo: “Ya está Lío, hiciste un gran Mundial”.

Después, en la conferencia de prensa, abatido por el resultado, dijo lo que realmente sentía: “El día que Messi entienda que se tiene que poner el equipo al hombro va a ser la figura argentina”.

En zona mixta, los jugadores salieron sin hacer declaraciones. En fila, con los ojos rojos y la cabeza mirando al piso, desfilaron ante la mirada de decenas de periodistas que intentaban conseguir algún testimonio: “¡Ahí los tenés: hicieron un papelón en la cancha y no dan la cara! ¡Son una manga de fracasados!”, disparó un colega. Garcé invitó a otro periodista a arreglar las cosas afuera. Pero ninguno de los jugadores levantó la cabeza. Sólo Tevez, Mascherano y Heinze –quizás seleccionados por el cuerpo técnico– le pusieron el pecho a la situación. Lo más destacado fue la opinión de si Diego debía o no seguir en su cargo. “Eso sólo depende de Maradona. Lo va a decidir él”, expresaron.

“ULTIMA PARADA, LA GLORIA”. Esta era la leyenda ploteada en el micro que trasladó a los jugadores a lo largo del Mundial y que esa noche los llevó al aeropuerto. El ingreso fue en silencio, mientras en el playón del estadio un histórico de la Selección que viajó a Sudáfrica como hincha observaba la imagen y repetía: “Son grandes jugadores, pero con eso no alcanza para vestir la camiseta argentina. Si en el equipo no tenés un caudillo, uno al que no le queme la pelota en los pies, te volvés a casa. Sin querer matarlos, creo que hoy a muchos les temblaron las piernas cuando entraron a la cancha”. En el charter que los trasladó hasta Pretoria sólo viajaron los jugadores, familiares y dirigentes. El arribo a la concentración que tan bien los trató también fue triste.

Muchos, cuando vieron las banderas y las frases que colgaban en las paredes, volvieron a quebrarse. Ahí fue cuando un grupo de jugadores encabezados por Mascherano, Tevez y Bolatti se acercó hasta la habitación de Maradona para expresarle su apoyo. “Si la decisión de que sigas depende de nosotros, queremos que sepas que este grupo te banca a muerte”, le dijeron. Después, de a uno, muchos se acercaron para pedirle que se quedara. Entre ellos también estuvo Lionel Messi.

DESPEDIDA SIN GLORIA. Fueron muchos los jugadores que no pudieron dormir. Sin embargo, al día siguiente salieron rumbo al aeropuerto de Johannesburgo. El regreso a casa, en un charter de Aerolíneas Argentinas, fue normal. Los jugadores y algunos familiares (sobre todo los que tienen chicos) viajaron en clase turista; el cuerpo técnico, en business. Tevez y Messi, a pesar del dolor, aceptaron firmar fotos y autógrafos. Javier Mascherano, el capitán, parecía ser el más golpeado. Durante todo el viaje estuvo tirado contra una ventanilla, escuchando música en sus auriculares. Verón habló con María Florencia, su mujer, y sus hijos Iara y Deian, y Demichelis hizo lo propio con Evangelina.

El arribo a la Argentina, en la tarde del domingo, fue algo inesperado por todos. Más de 20 mil personas se juntaron en el aeropuerto y en el predio de Ezeiza para darles la bienvenida y recibirlos como héroes. Todo un gesto para entender por qué hace cinco Mundiales –¡20 años ya!– que la Selección argentina no se puede meter dentro de los cuatro mejores equipos del mundo. Tal vez jugadores, hinchas, dirigentes y periodistas tengan que comprender que, hoy por hoy, éste es el verdadero techo de una Selección en la que la gloria pasó a ser un viejo y polvoriento recuerdo. Aquel Rolls Royce tapado con tierra del que habló Diego cuando asumió la conducción es apenas un noble Peugeot 504.

Diego y el dolor del final.

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Su consuelo a Messi. “Cuando Lio se ponga el equipo al hombro será la figura argentina”, dijo después en la rueda de prensa.

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El final de la ilusión: Demichelis, Mascherano, Di María, Otamendi y Burdisso se van vencidos.

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