El regreso al éxito, al amor…¡y futuro papá! – GENTE Online
 

El regreso al éxito, al amor...¡y futuro papá!

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¡Sí, nena, vas a ser tía! No lo puedo creer. El gaucho está chocho”, decía y se reía. Hace tan sólo unos días, eso le decía a una íntima amiga Julieta Cardinali, con esa felicidad que invade a las mujeres cuando, sí, ya no caben dudas, están embarazadas. Ah, por las dudas, “el gaucho” no es otro que Andrés Calamaro. El protagonista de este largo recorrido.
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Volvió, hace un tiempo, al país, a tocar, a todo. Cinco años en falta, de ausente. Hoy hay tres discos en las bateas –Calamaro querido, su tributo doble, que hizo reunir a los Cadillacs, Tinta roja, con sus versiones tangueras, y El regreso, grabado en vivo en el Luna, que fue su regreso a Buenos Aires–, tres discos entre los más vendidos del país. Pruebas al canto del prócer recuperado, resucitado. Y para colmo, a punto de cumplir 46, ¡el tipo va a ser papá! Su chica, Julieta, ya va para la séptima semana. Además sabemos, por suerte, que volvió a nosotros un monstruo musical, de una sensibilidad y un verbo tremendos. Uno de los mejores letristas, compositores, lo que venga, del rock de este país. De vuelta, devuelto. Y en altísima forma, o suciedad.

Partida de nacimiento. Andrés Calamaro a secas, nacido en una clínica de Once, 22 de agosto del 61, un chico de Barrio Norte, fan de Vox Dei y otros tantos, estudiante de la muy progre Escuela del Sol, en Belgrano. Padre, Eduardo, abogado, muy conocedor de la cultura nacional, que fue asistente de Pablo Neruda cuando el poeta chileno pasó por acá. Mamá Esther, dietóloga de gente como Mercedes Sosa. Para Andrés, clases de piano con Violeta Gainza. Y a los 17, año 78, entró en un grupo que se llamaba Raíces, que mezclaba candombe, rock y un par de especias más, y grabó un disco. Después, bandas medio ignotas. Hasta que en una noche de invierno, 1981, lo van a buscar dos tipos más grandes que necesitaban un tecladista, Miguel Abuelo y Cachorro López. Así que adentro, y de paso, escribíte y cantante unos clásicos: Mil horas, Sin gamulán, Tristeza de mi ciudad, Costumbres argentinas.

Hoy, no podés hablar de rock nacional sin conocer a Los Abuelos de la Nada. Eran épicos. Miguel muere en 1988. Andrés había dejado de ser un Abuelo tres años antes. Se entera por el diario: “Un tipo con el que cada momento era original. Era un sabio”.

En 1984 ya había editado su primer disco propio, Hotel Calamaro. Carrera solista así, sin aplausos. Tres discos y nada. La onda, básicamente, era irse. Andrés iba a salir vivo y triunfante. Por ende, ahí vamos, Madrid. Dos años más tarde volvió con Los Rodríguez. Y con su mujer, Mónica García, la Flaca, con la que se casó en secreto en 1992. Una española que no sabía manejar, lógicamente flaquísima, de pinta rockera, pelo enrulado. Como Andrés, pero en versión femenina.

OK ¿Exito elusivo? Vení para acá. 1994, Sin documentos –el tema, el disco– explota. El primer gran-gran hit, y Andrés, desde Madrid, que dice: “La realidad supera a la ficción”. Acá, funciones en el Rex, muchas, y lo conoce a Diego por medio de Fito. “Cantamos y tocamos el piano hasta vencida la madrugada. Esa noche se ha tatuado para siempre en nuestros corazones”.

En Madrid se había enganchado con los toros en la plaza de Las Ventas, las corridas más picantes del planeta. Vivía en Chueca, sobre la calle Hortaleza, un barrio de pungas y travestis. El departamento en la Calle del Pez llegaría después. Le gustaban su tele de 25 pulgadas, sus desayunos en El Palentino y los almuerzos en El Bocho, el Real Madrid de Valdano, salir a cantar con remera de Pappo para el delirio de las teens, sus gatos Tyson, Sinatra y Babar, y otra vez Mónica.

Historia vieja lo de la Flaca, o eso entre Andrés y Charly, un rollo pesado: se odiaron fatalmente. Charly dijo: “Estaba en Madrid, Calamaro estaba de gira y apareció Mónica cuando me estaban echando a patadas del hotel. Puso la tarjeta. Fuimos a otro hotel, dormimos en camas separadas... Tal vez se queda conmigo”. Pero dijo que con Mónica no se acostó, que ella era fiel y que él ni hablar. Pero el bardo estaba en el aire.

Andrés replicó: “¿Cómo mi mujer se va a acostar con él? A mí, por lo menos, me quedan dientes”. Después se dijo que Andrés entró a una disquería, tiró un montón de discos de Charly al piso y salió a los batazos. Charly contraatacó en la tele tratándolo de gil… O sea, mucho conventillo. Pero lo que hubiese sido el mejor mano a mano de la historia del rock nacional jamás pasó. Es más: en marzo del año pasado, Charly y Andrés, en el hotel Faena, terminaron en la misma mesa. Ni se hablaban. Igual, no atinaron a fajarse. La Flaca se fue, después reapareció. En persona, o en formato canción.

Entonces, muertos Los Rodríguez, el canon. Tres discos gloriosos, desde 1997 hasta 2000: Alta suciedad, el doble Honestidad brutal y el quíntuple El salmón. En total, 154 temas, favoritismos para todos los gustos: Alta suciedad, El novio del olvido, Crímenes perfectos, Te quiero igual, Media Verónica, Flaca, La parte de adelante, Los aviones, El salmón, Vigilante medio argentino: hits con todas las letras. O el nuevo canon del rock argentino. Nunca un artista de acá explotó tanto. Y estaba Dylan en el medio, o por encima de todo.

Objetivamente, el legado de don Robert Zimmerman –Bob Dylan, bah–, en este país, está bien cubierto. Porque si Gieco es como el primer Dylan: acústica y armónica, Andrés es todos los Dylan posteriores: el lisérgico, el eléctrico, el oscuro, el super prolífico. Ah, hay que decirlo: Andrés se dio el gran gusto: giró con Bob. Ocho shows por España. “Bob vino hacia mí. Me agarró las manos y me dijo la más maravillosa de las mentiras: ‘Tenía muchas ganas de conocerte’. Lo único que me salió fue: ‘¡Teacher!’”

Por esa época, días tan productivos como turbulentos. “Vivía mi propio Apocalipsis now. Empecé a bajar una escalera hasta los últimos escalones. Los últimos nadie los conoce: nadie volvió para contarlo”. Vendía discos a lo loco, pero estaba flaco, solo, hecho despojos. En eso entra otro Dylan: el de las cosas por la nariz.

El departamento de la Calle del Pez podría contar un par de cosas. Como aquella vez que Andrés había comprado un montón de coca, y con la música a todo volumen los vecinos se quejaron. Y la ley tocó el timbre. El montón se fue al inodoro. Pero los policías le dijeron que es muy linda su música, y se fueron. Paradójicamente, su mayor embrollo fue por aquella frase del porrito, en un festival del 97, en La Plata. El no se achicó y propuso crear un real debate sobre la despenalización y el consumo, que nunca se llevó a cabo. Al final, todo terminó con Andrés riéndose bajito en un juzgado y con la causa al tacho. Lo otro era definitivamente más serio. O más lúgubre. Y la cortó. El síndrome de no tomar, el pavo frío del que hablaba Lennon, se lo bancó en Madrid. “Dejar la coca es como dejar el tabaco. No es imposible, pero engordás unos kilos, sí. Y terminás haciendo zapping en un sofá”. Así que, a su regreso, mil veces escuchó lo mismo: “¡Está gordo!”.

También estaba la fobia al escenario, o el olvidarse de sus letras, como cuando volvió en febrero del año pasado en el Siempre Rock en Córdoba, algo muy épico, por cierto. Alguien le garabateó la de Costumbres argentinas antes de salir.

Andrés tiene un par de tatuajes: las caras de los Furry Freak Brothers –un comic hippie, contestatario, de Gil Shelton–, un pulpo enorme que nunca coloreó, y un corazón rojo que dice “Mónica”. El más reciente es el AC/JC, o Andrés Calamaro y Julieta Cardinali. Una ley no escrita cuando te vas a tatuar dice que no es conveniente pincharte el nombre de tu chica. Pero Andrés se tiene fe. Ahora le sale cocinar, cuando no toma mate. La otra vez, hubo, para Julieta –que le dice que use remera porque en camisa parece un viejo–, un wok de pollo y zucchini. La próxima, quién sabe. La vida es una olla muy rara.

“Andrés, no te enamores…”, y no les hizo caso. El año pasado, Calamaro y Julieta formaron pareja y ya no se separaron. Se miman en público. No lo ocultan. Serán padres para fines de marzo.

“Andrés, no te enamores…”, y no les hizo caso. El año pasado, Calamaro y Julieta formaron pareja y ya no se separaron. Se miman en público. No lo ocultan. Serán padres para fines de marzo.

El regreso a los escenarios porteños de la mano de La Bersuit, con el Pelado Cordera.

El regreso a los escenarios porteños de la mano de La Bersuit, con el Pelado Cordera.

“¡<i>Sí, nena, vas a ser tía! No lo puedo creer. El gaucho está chocho</i>”, le confesaba Julieta hace unos días, a una amiga íntima, la confirmación de su embarazo. Y así describía el estado de ánimo del “<i>gaucho</i>” Calamaro.

“¡Sí, nena, vas a ser tía! No lo puedo creer. El gaucho está chocho”, le confesaba Julieta hace unos días, a una amiga íntima, la confirmación de su embarazo. Y así describía el estado de ánimo del “gaucho” Calamaro.

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