Nació y murió en cautiverio, a los 30 años. Nunca estuvo en Groenlandia, Alaska ni Siberia. Su vida estuvo confinada a los reducidos espacios del zoológico De Nueva York, donde vio la luz, al Zoo mendocino, adonde llegó en 1993. No hace falta decir que sufrió horrores las condiciones geográficas y climáticas a las que estuvo sometido. Una realidad que recién se alivió en los últimos años, con su salud ya deteriorada, gracias al pedido de diversas organizaciones. Se fue Arturo, el único oso polar que habitaba en nuestro país, y el debate sobre el rol de los zoológicos en el mundo se reabre. En Mendoza, el gobierno ya actúa para reparar el desastre (decenas de animales muertos) y en Buenos Aires se anuncia un nuevo concepto (ver nota en esta misma edición). El deceso de Arturo, producido el domingo 3 de julio por la tarde, debería marcar un límite. La sociedad ya está tomando nota.
Fotos: Alfredo Ponce.