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"Cuando era chico y corría descalzo por la canchita de tierra que estaba en frente de casa, soñaba con jugar en un equipo de primera división y meter un gol importante. Un gol con las tribuna
s repletas de gente…
".

Aunque su documento de identidad jura que Alberto Federico Acosta ya pasó las 36 primaveras, el eterno Beto sigue corriendo como si tuviera 20. Tal vez por eso, y en reconocimiento a su trayectoria y a sus goles (lleva 103 en San Lorenzo, 15 en Unión, 11 en Boca, 6 en el Toulouse de Francia, 55 en la Universidad Católica de Chile, 10 en el Yokohama Marinos de Japón, 39 en el Sporting de Lisboa de Portugal y 2 en la Selección Nacional; en total, 241 gritos), fue el jugador más aplaudido el miércoles, cuando Los Matadores de Boedo se alzaron con la Copa Sudamericana, el segundo título internacional de toda su historia, el segundo en menos de un año. 

El "olé/ olé/ olé/ olé/ Beto/ Beto…" retumbó en todo el estadio a los 36 minutos del segundo tiempo, cuando el cartel electrónico indicó su reemplazo por el Lobo Cordone. A partir de ese momento, el banco de suplentes se convirtió en una fiesta: Acosta golpeaba el techo de acrílico y arengaba a la platea al grito de "dale campeón/dale campeón". Después levantó la mano izquierda y marcó un cuatro con sus dedos -como hace cada vez que marca un gol- en reconocimiento a su familia: "Soy consciente de que si no fuera por Roxana, mi señora, y por mis tres hijos, Michael (12), María del Sol (9) y Milagros (3), nada de esto habría sido posible". 


-¿Alguna vez imaginó que a los 36 años estaría más vigente que nunca, o que a esa edad lo sorprendería otra vuelta olímpica?

-Si tuviera que escribir el cuento de mi vida, este sería el mejor final. Me acuerdo de que cuando en el 2001 volví a San Lorenzo, muchos decían: "Este viejo viene a robar". Hoy, esos mismos me cruzan y suplican: "¡Beto, por favor no te vayas!". 


-¿Cuál fue el secreto para llegar a esta edad así, de manera impecable? 

-Laburo y sacrificio. Con mi familia luchamos mucho para que mi carrera tuviera este broche de oro, que por otra parte, sin falsa modestia, me merecía. Porque este viejito peina algunas canas, pero en la cancha la mete de cualquier lado. ¿O no? (sonríe).


-Habla de canas, de broche de oro… ¿Está anunciando el final de su carrera? 

-Y… estas cosas son las que me dan ganas de seguir, pero mi meta era llegar entero hasta junio del 2003, y no quiero abusar de la buena fortuna (risas). Ahora tengo un campeonato local para terminar de coronarme. 


-En estos 17 años de carrera, ¿qué cosas le dio y qué cosas le quitó el fútbol?

-Si hago un balance, el 90 por ciento es totalmente positivo. Jugué en equipos muy importantes de todo el mundo, conocí culturas totalmente diferentes, tuve la posibilidad de que mis tres hijos hayan nacido en países distintos: Michael en Francia, Milagros en Portugal y María del Sol en la Argentina. Me quitó otras, como ver crecer o compartir un poco más el sufrimiento de mis hijos. Porque estuvimos en lugares donde era muy difícil adaptarse, y ellos se tuvieron que hacer a los golpes. 

-¿Por ejemplo?

-El más duro de todos fue Japón. En 1996, cuando pasé al Yokohama Marinos. Ahí tenían que ir a un colegio inglés-japonés y no entendían nada. Hasta a mí me costó horrores adaptarme. Después del primer entrenamiento, llegué al hotel con Pipo Gorosito y se nos caían las lágrimas. Tenía contrato por cuatro años, pero sólo jugué uno. Entendí que a pesar de mi pasión por el fútbol, no valía la pena tanto esfuerzo.

En el momento de recibir la medalla, en medio del Nuevo Gasómetro, el Beto prefirió exhibirla en el pecho de su hijo Michael. Después, cuando bajó del escenario, mostró sus flamantes botines, que tienen estampada la sigla Misomi: "Los mandé hacer con las iniciales de mis tres chicos. ¿Tenés alguna duda de a quiénes les dedico este campeonato?


-Esto le demostró que su vuelta al país, en un momento en que muchos buscan desesperados la salida por Ezeiza, al fin y al cabo fue acertada. 

-Sí. ¡Acertada pero dura, eh! Porque llegué de Portugal y tuve que abrir bien los ojos para readaptarme. Hoy, aunque nos duela, la Argentina es una selva: donde te dormiste un poquito, te comieron, te robaron o te secuestraron. De todos modos, tengo la esperanza de que esto mejore. Porque así no se puede vivir más. No se puede ni llevar tranquilo a tu hijo a una plaza. Nos quitaron la ilusión de ver la sonrisa de los chicos cuando se tiran por un tobogán. ¿Sabés qué triste es llegar y encontrarte con esa realidad? Antes vivía en un barrio de la Capital y ahora me tuve que mudar a un barrio privado. Y aunque tengo la tranquilidad de que todo está seguro y vigilado, soy consciente de que vivimos encerrados entre cuatro paredes. Esa no es la vida que quiero ni que sueño para mis hijos.

-Y en el plano futbolístico, ¿con qué sueña hoy el Beto Acosta?

-Sueño con terminar en un muy buen nivel. Y por supuesto, dentro de seis meses quiero hacer un gol en el último partido contra Independiente en Avellaneda… Sí, quiero hacer un gol y que ese día las tribunas estén repletas de gente.

En su casa, el Nuevo Gasómetro, Acosta nos dio su receta para el gol: Lo mío pasa más por la intuición, por la garra y por no bajar los brazos. Yo soy un laburante del área".">

En su casa, el Nuevo Gasómetro, Acosta nos dio su receta para el gol: "Lo mío pasa más por la intuición, por la garra y por no bajar los brazos. Yo soy un laburante del área".

Todo San Lorenzo festeja y le muestra a su público que llenó el <i>Nuevo Gasómetro</i>, la última adquisición: la Copa Sudamericana. El Beto, por un momento, se la prestó a su hijo Michael, fanático hincha de... ¡River!

Todo San Lorenzo festeja y le muestra a su público que llenó el Nuevo Gasómetro, la última adquisición: la Copa Sudamericana. El Beto, por un momento, se la prestó a su hijo Michael, fanático hincha de... ¡River!

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