El dolor de Cristina, el sostén de todo un pueblo – GENTE Online
 

El dolor de Cristina, el sostén de todo un pueblo

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Eran las once de la mañana cuando Cristina se paró delante del féretro. Detrás de unos enormes anteojos oscuros, intentó disimular la pena indisimulable. Rodeó el ataúd, cerrado por orden directa suya, lo tocó despacio, como acariciándolo. Acomodó sobre él la bandera argentina, la banda y el bastón de mando de su marido. Y se paró en la cabecera, erguida sobre el cariño que empezó a inundar el Salón de los Patriotas Latinoamericanos de la Casa Rosada, convertido en capilla ardiente durante las 26 horas que duró el velatorio de Néstor Kirchner.

Después de la ceremonia íntima en El Calafate, la Presidenta se preparaba para recibir a decenas de miles de personas, que esperaron pacientemente para despedir los restos del ex presidente. Firmes a su lado, sus hijos la sostuvieron en el dolor. Joven, entera, casi estoica, fue Florencia la que consoló a su mamá en un tierno abrazo. Máximo, conmovido por el afecto, prácticamente no se movió del salón durante todo el velatorio. Asumió el rol de protector, escoltó a su madre y a su hermana y custodió a cada minuto el féretro de su padre. Infló el pecho, se emocionó hasta las lágrimas y estuvo atento en contener el dolor de su mamá.

El silencio inicial de la Rosada se fue quebrando poco a poco. “No llores, tenemos que ser fuertes”, le dijo Hebe de Bonafini a Cristina. La Presidenta rompió en llanto mientras colocaba sobre el ataúd de su marido dos pañuelos que le dejaron las Madres de Plaza de Mayo. Los ministros del Gabinete, los gobernadores, Estela de Carlotto y las Abuelas, los colaboradores más estrechos, los secretarios, los amigos de toda la vida, rodearon el féretro y acompañaron a Cristina. Alicia Kirchner, ministra de Desarrollo Social, hermana y fiel sostén del ex mandatario, tampoco se movió de su lado. Incansable, recibió con emoción las muestras de cariño y respondió a cada una con un gesto de agradecimiento.

UN SOLO GRITO. Apenas se conoció la noticia, la reja de la Casa Rosada se empezó a cubrir de cartas de despedida para el líder fallecido, y mensajes de aliento para Cristina. A medida que fueron pasando las horas, la sede del gobierno quedó prácticamente empapelada y las escalinatas empezaron a llenarse de coronas.

La explanada no dio abasto para contener los miles de flores que fueron llegando, enviadas desde los organismos oficiales, YPF, las 62 Organizaciones Peronistas, las Cámaras de Diputados de las distintas provincias, las embajadas extranjeras, los gobiernos de distintos países (entre los que se destacaban, a pocos metros, las coronas enviadas por el presidente norteamericano Barack Obama y el gobierno de Cuba a nombre de Raúl Castro), entre otros, y algunas de particulares. A la entrada de la capilla ardiente estaban la ofrenda de flores que hizo llegar Diego Maradona.

En el Salón de los Patriotas, el clima fue emotivo, casi sin interrupciones. De a poco, el vacío se empezó a llenar. Las ofrendas, banderas y flores que Cristina fue ordenando prolijamente al principio, terminaron desbordando el escaso lugar que fue quedando a cada lado del ataúd. El silencio, con los mensajes de apoyo, el llanto desconsolado de los que perdieron a su líder político, los cánticos militantes. “¡Fuerza, Cristina!”, fue el grito que retumbó en todos los pasillos de la Rosada, en la Plaza y en el Salón, y se repitió incansablemente, como una bocanada de aliento, pero también como una súplica.

EL SALON ARDIENTE. Perón y Evita custodian las espaldas del féretro de Kirchner. Bolívar, Artigas, el Che Guevara y San Martín engalanan las paredes del Salón de los Patriotas Latinoamericanos. Apenas pasado el mediodía, el patriarca del PJ, Antonio Cafiero, estrechó a la Presidenta en un abrazo paternal, y la capilla explotó en aplausos.

En poco tiempo, hasta allí fueron llegando, uno a uno, los presidentes latinoamericanos. El primero fue Evo Morales. Lo siguieron Rafael Correa, de Ecuador; Sebastián Piñera, de Chile, acompañado por su esposa, Cecilia Morel, quien consoló cálidamente a la Presidenta; Pepe Mujica y su mujer, Lucía Topolansky; el colombiano Juan Manuel Santos; el paraguayo Fernando Lugo, que pidió suspender su tratamiento contra el cáncer por un día para viajar. También hubo lugar para los artistas y los opositores: los radicales Gerardo Morales y Ricardo Alfonsín; Ricardo Lavagna, Hermes Binner y Patricia Bullrich, entre otros, llegaron a la Rosada para darle su pésame a Cristina y mantuvieron un respetuoso silencio.

Con el correr de las horas, la espera en la Plaza fue poniéndole calor a la tarde. Los gritos se fueron haciendo más fuertes y se vivieron momentos de mucha emoción. Desde la cabecera, Cristina acariciaba incansablemente el féretro de madera y se acercaba, de a ratos, a la valla que lo separaba del paso de la gente. Entre abrazos y besos, se deshizo en lágrimas cuando el barítono Ernesto Bauer entró cantando el Ave María.

La llegada de Lula Da Silva (quien se bajó del cierre de campaña de su candidata Dilma Rousseff para poder asistir al velatorio) y de Hugo Chávez sellaron las muestras de unidad latinoamericana. Como hermanos mayores, los dos mandatarios abrazaron a la Presidenta, huérfana del abrazo de Néstor. Una vez más, Cristina rompió en un llanto conmovedor. Horas después la siguió Máximo, enternecido por el llanto de un nene de ocho años que se aferró a él llorando y gritando “¡era mi amigo!”, refiriéndose al hombre que yacía en el ataúd.

Entrada la noche, los cantos de la agrupación juvenil La Cámpora hicieron vibrar las paredes. Desde los balcones miraban los funcionarios, incrédulos ante la energía de los adolescentes que juraban fidelidad a la Presidenta.

Después de unas horas de descanso en Olivos, la mañana del viernes tuvo a Cristina, otra vez, al lado del féretro. Aníbal Fernández lloró como un chico cuando los mozos de la Casa Rosada aplaudieron emocionados frente al ataúd. Se entonó el Himno Nacional y, a las 12, la capilla ardiente se cerró. Al pasar por el Salón de los Patriotas, cada día, Cristina recordará las almas de los miles que pasaron por allí para sostenerla.

Incansable, la  Presidenta se mantuvo casi todo el tiempo de pie al lado del féretro de su marido.

Incansable, la Presidenta se mantuvo casi todo el tiempo de pie al lado del féretro de su marido.

Funcionarios, ministros, secretarios, gobernadores y dirigentes acompañaron el ataúd durante las 26 horas que duró el velatorio y consolaron a Cristina.

Funcionarios, ministros, secretarios, gobernadores y dirigentes acompañaron el ataúd durante las 26 horas que duró el velatorio y consolaron a Cristina.

Las puertas de la Rosada se abrieron a las 10 de la mañana del jueves. Decenas de miles de personas hicieron cola durante horas para poder entrar a despedir al ex presidente. Hubo organizaciones sociales, obreros, oficinistas, mucha clase media y, sobre todo, gran mayoría de jóvenes. La Plaza de Mayo estuvo colmada todo el día y se llenó de mensajes de despedida y de aliento para la Presidenta.

Las puertas de la Rosada se abrieron a las 10 de la mañana del jueves. Decenas de miles de personas hicieron cola durante horas para poder entrar a despedir al ex presidente. Hubo organizaciones sociales, obreros, oficinistas, mucha clase media y, sobre todo, gran mayoría de jóvenes. La Plaza de Mayo estuvo colmada todo el día y se llenó de mensajes de despedida y de aliento para la Presidenta.

Con el cuadro de Perón cuidando sus espaldas, Cristina se ubicó en la cabecera del féretro junto a sus hijos. Con el correr de las horas, y el calor de los mensajes, la formalidad se fue deshaciendo. La Presidenta se acercó a la valla, rompió la distancia con la gente, abrazó y besó a decenas de militantes.

Con el cuadro de Perón cuidando sus espaldas, Cristina se ubicó en la cabecera del féretro junto a sus hijos. Con el correr de las horas, y el calor de los mensajes, la formalidad se fue deshaciendo. La Presidenta se acercó a la valla, rompió la distancia con la gente, abrazó y besó a decenas de militantes.

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