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Divas paralelas

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Glam y contra-glam, por ahí va. Una fue (le tocó ser, el mandato que la época
dispuso que lo fuera) una rubia esmaltada, algo barroca, más cerca de la diva
star system de pantalla en blanco y negro que de una expresión local de muchacha
canyengue. La otra (también, invariablemente, hija de su tiempo) cultiva un
grunge de Barrio Parque, cuidadamente descuidada, cero producida, muy producida
de cero producida.

Cada una en su momento, cada una en su pedacito de la historia, Mirtha y Juana
se repiten y se diferencian. Un juego de espejos. Un cruce de estilos. Estética,
genética, personalidad, vida pública: reseña comparada de una diva nacional y el
creciente reflejo de su nieta.

Mirtha no se llama Mirtha. Se llama Rosa María Juana Martínez Suárez. De Tinayre,
claro. Nació en Villa Cañás, un pueblo agrícola ganadero de la pampa húmeda
santafesina, a 200 kilómetros de Rosario. No importa cuándo: develar la edad de
algunas personas es menos una actividad periodística que policial. Juana, en
cambio, sí se llama Juana. Viale del Carril. Nació en Buenos Aires y vive aún en
la zona de Buenos Aires, donde el metro cuadrado se cotiza a unos dos mil
dólares: Barrio Parque. ¿Significa algo la diferencia de origen? No
necesariamente. En todo caso, podríamos decir que Mirtha construyó su estrella.
Podríamos decir también que Juana la heredó y que, a fuerza de una belleza
indiscutible y del ruido de sus romances en ristra, viene sosteniendo eso que
heredó.

Nada las acerca tanto como la historia de sus amores cruzada por la historia de
su relación con los medios cruzada por la historia de la histeria pendular que
va, que viene, que la foto sí, que la foto no. El 18 de mayo de 1946, cuando se
casaron, Mirtha tenía 18 años y Daniel Tinayre, 35. Fue, como supondrán, un
escándalo. Radiolandia, que por esa época vendía 400 mil ejemplares semanales,
se quedó con la exclusiva de la boda luego de marchas y contramarchas de una
larga negociación. Los conflictos con la publicación de su vida privada no son
un dato coyuntural en la vida de una artista como Mirtha Legrand. Son, más bien,
un componente medular de su identidad. En Juana, ese aspecto se ve agravado.

A diferencia de Mirtha, que siempre ha sido menos estridente y con mayor
autocontrol, Juana (21) no ha podido destejer la trama de su corta vida: nadie
que a los 15 años se va por tres meses a los Estados Unidos con un modelo
argentino del circuito internacional como Iván de Pineda, que luego vuelve y se
va a las arenas de Punta del Este a hacerse arrumacos con el hijo de una diva
del cine como Juan Cruz Bordeu, que luego rompe y se lía con un francés
desgarbado como Alé de Basseville, que después vuelve al conglomerado mediático
del Este a meterse atrás de la barra de una disco top como Ufo Point, que acepta
una producción al borde del desnudo para una marca de ropa, que luego vuelve al
noviazgo con un rocker en construcción (Juan de Benedictis), hijo de otro
cantautor histórico (Piero), que luego queda embarazada, que luego se separa de
quien la dejó embarazada, que luego acepta un protagónico en una de las tiras
con más rating de la televisión argentina y que, finalmente, se vuelve a poner
de novia (una vez más) con el galán de esa misma tira y reproduce su ficción en
su realidad, puede pretender pasar inadvertida, no ser fotografiada, quedar al
margen de la atención pública, soltar un tropel de abogados sobre la estela de
periodistas que la aguardan. De hecho, la Cámara de Apelaciones de la Capital
Federal determinó que Juana puede ser perfectamente fotografiada en el ámbito
público.

El juego de la celebridad, la fama y los medios puede que sea una incomodidad,
pero ya tiene sus leyes. No las reescribió Jacqueline Kennedy Onassis cuando
Larry Flynt le publicó en Hustler su histórico topless en la isla de Skorpios.
No las va a reescribir Juana Viale.
Los problemas de Mirtha con la prensa son menos disonantes. Es, más personal,
una batería de chicanas con periodistas específicos, un recorrido punto a punto.
Chiche, Rial, en algunas épocas Mauro. No mucho más.

¿Cómo sería un concierto a dúo entre Luis Aguilé y Mulam? Cierto, la imaginación
tiene sus límites. De todas formas, allí también se lee, se deja leer, una marca
generacional de la diferencia. Aguilé, tan crooner como es, compuso aquello de
"señora Mirtha Legrand / la llevo en el corazón…". Las letras de Mulam, la banda
de Juan de Benedictis, padre de Ambar -hija de Juana y biznieta de Mirtha-, no
son muy mucho más complejas. Lo que cambia son los arreglos.

Falta un detalle: la relación entre ambas. Mirtha ha ido abriendo su discurso.
Comprendió, tal vez, que era inevitable tanta exposición sin exponer y comenzó a
hablar, en un tono a mitad de camino entre la gracia y el enfado, de las
andanzas de su nieta. Lo hizo al recibir un Martín Fierro, también en su
programa, frente a Tomás Fonzi, el nuevo novio de su nieta. Siempre ha tenido,
la señora, un impulso sobreprotector sobre Juana. Le regaló un auto. Dijo que no
estaba del todo convencida de verla actriz. Y la cuidó. Siempre.

Diva y contradiva ("Juana tiene un potencial extraordinario y ningún aire de
diva, es una compañera que trabaja con mucha humildad"
, dice Pablo Culel,
productor general de Ideas del Sur y Costumbres argentinas) son, ambas, los
extremos de un complicado abanico familiar que incluye conductoras de
televisión, actrices, un ex banquero, un ex cantante de protesta, un chico que
hace canciones y que tampoco sonríe para la foto. Y Ambar, claro, la pequeña
beba, pasa las horas al cuidado de Rosita, la misma niñera que cuidó a Juana
veintiún años atrás. Esta misma nota tal vez vuelva a escribirse, veintiún años
adelante. La abuela Marcela, la nieta Ambar, parecidos y diferencias que,
paciencia, ya vendrán.

Mirtha, durante los años dorados del cine argentino. Debutó en un protagónico a los 14 años, junto a Juan Carlos Thorry en Los martes, orquídeas.

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Juana, el pelo larguísimo, sensual, en una época donde la sensualidad requiere menos barroco. Empezó a hacer televisión a los veinte.

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