“Dios me mató a palos en la vida; me debía un poco de felicidad” – GENTE Online
 

“Dios me mató a palos en la vida; me debía un poco de felicidad”

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¿Prendido fuego? ¿Qué es eso?
–Es cuando estás metido adentro de la rosca, entregando todo, y te das cuenta de que hay una energía con la gente que es inflamable.

–¿Inflamable?
–Sí, que el puente entre la gente y vos se prende fuego.

–¿Te pasa a menudo?
–Pufff. Ahora mismo ya me está pasando. ¡Si no, preguntale al lector, a ver qué siente!

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El ventilador tiene cuatro paletas de metal en curva. Corre en su cuarta marcha, al máximo, y apenas una rejita cuadrillé evita que cualquier distraído se corte el dedo. El sonido del viento se cuela en el grabador, pero Mariano Iúdica (43), persona inflamable si las hay, no puede estar en su camarín sin sentir ese airecito. En pocos minutos va a empezar Mansión imposible, uno de los grandes éxitos de esta temporada en Carlos Paz, y el showman intenta concentrarse. No obstante, haciendo el esfuerzo enorme de bajar un cambio, escucha las preguntas y busca explicar por qué todo a su alrededor parece tan espectacular.

–¿Registrás cuando aparecen los latiguillos?
–Sí, claro. Hay algunos, sin embargo, que no los supe galopar. Iban bien pero no lo notaba, y después apareció el “dale”, que fue una ñapi tremenda, y el “prendido fuego”, “de cabeza a la final”. Se fueron imponiendo de por sí.

–Darse cuenta de qué cosas funcionan supone tener el termómetro social bien calibrado. El talento de Tinelli, digamos.
–Es que yo lo aprendí del chabón. El tiene una antena parabólica colgada para ver qué vibra a su alrededor cuando vibra él. Y yo trato de copiar eso.

–Durante la temporada, Mansión la rompió.
–La obra ya es una marca, algo que rompió el molde e inventó un género. Es un caso de éxito muy potente, que van a tener que analizar muchos.

–¿Cómo se hace para creerte? Tenés fama de ser un poco exagerado.
–Porque nos explotó la boletería. Y porque además, el boca a boca es inapelable. Yo vendí mil veces cosas que no tenía, porque siempre fui exagerado, porque de chiquito no tenía una Fender Stratocaster; tenía una criolla y decía: “No sabés cómo suena, explota”. Pero hoy sí tenemos una Fender. Entonces, no necesito exagerar nada.

–¿Tu reconocimiento personal tardó en llegar?
–No, para nada... Estoy muy feliz. Pasaron cosas muy potentes, como Soñando por cantar. Yo siempre jugué a fondo: cuando hice reír llegué a ponerme en pelotas, y cuando lloro me arranco el corazón. No puedo medirme.

–¿Es lo que sentís o lo que pide el programa?
–Es lo que el programa genera. Ver que alguien con su guitarrita de repente está en un escenario saliendo en vivo, en el canal más importante de la tele, con 30 puntos de rating... Es imposible no ser empático. En ese momento yo soy el público, el tipo que está en la casa. Y lloro, porque me pasa. Ser entretenedor es una misión muy buena. Si además lo sos en un éxito...

–Definamos al éxito. ¿Tiene que ser algo popular, o puede serlo de pocos?
–Es que los éxitos no pueden ser elitistas. El éxito es que te vea todo el mundo: el millonario, el que no tiene un sope, el abuelo, el padre y el hijo. Cuando ves a las cuatro generaciones sentadas, eso es un cheque en blanco.

–El éxito entonces es enemigo de lo elevado.
–No dije eso: dije que tiene que ser popular. Julio Bocca es elevado y ultra popular.

–¿Vos decís que Bocca llena una sala en Carlos Paz?
–¿Qué? La rompe toda. Comunicación, estrategia y marketing van de la mano para que algo elitista se haga ultra popular. Con esos elementos, Hernán Piquín hacía 40 puntos bailando junto a Noelia Pompa.

–¿Creés que ShowMatch culturiza a la sociedad?
–Absolutamente. Baile. Clips. Vestuarios. Claro que aporta a la cultura.

–Es precisamente lo opuesto a lo que dicen los críticos de Tinelli.
–¿Quiénes critican? ¿Cuántos? ¿Cuatro? ¿Cincuenta? ¿Cien mil? ¿Un millón? ¿Un millón de tipos contra treinta millones? Si tenés una sala llena que te está aplaudiendo y un solo tipo te grita “¡caradura!” o “¡tronco!”, no podés quedarte con esa persona.

–En el plano personal también estás prendido fuego. Están en busca de un tercer hijo junto a Romina, que sería el quinto tuyo.
–Sería una maravilla. Con Romina tenemos a Salvador (7) y a Osvaldo (16), que es adoptado. Yo aparte tengo a María Valentina (19) y María Bernarda (18).

–¿Cómo entra Osvaldo a la familia?
–Lo adoptamos a los nueve años. Mirta, que es la señora que trabaja en mi casa, ocupa un lugar muy importante en nuestra vida. Tenía un hijo al que tuvo que dejar en Paraguay cuando se vino. El nene quedó al cuidado de gente muy mayor, y un día Romina encontró llorando a Mirta y le contó la historia... Se sentía muy mal porque lo había dejado, lo extrañaba. Romina me lo contó a mí y le dije: “Traelo ya para acá”.

–¿Lo fue a buscar?
–Sí, vino, claro. Pobrecito... Estaba en una situación muy desprotegida, con muchas carencias. Enseguida nos pusimos a enseñarle cómo se vive en la familia.

–¿Pasó a ser un poco hijo suyo y a la vez de Mirta?
–Sí. Mirta es ahora como la abuela. No sé... Somos una familia, es nuestro hijo. Legalmente tiene su nombre y el apellido de su mamá, pero en el colegio yo firmo sus boletines, soy responsable por él. Ahora estamos por hacerle el documento argentino. Para mí es mi hijo, para sus hermanas es su hermano. Vive en casa, va al mismo colegio que los demás, se viste como ellos. Tiene los mismos beneficios y las mismas exigencias que cualquier hijo nuestro.

–¿Cómo es ser hijo de Mariano y Romina?
–Un culo a prueba de balas, que yo no tuve en mi vida.

–¿Tan bueno?
–Es una realidad que yo nunca tuve. Nosotros comíamos un pollo y yo toda la vida comí el ala. Mi mamá no comía: mojaba el pan en el fondo de la ensalada, porque éramos siete y no nos daba para más.

–Sé que uno de tus hermanos, Fernando, también la pasó mal, ¿no?
–Mi hermano estuvo tres veces muerto teniendo nueve hijos. Una catástrofe. Pero se recuperó de un cáncer tremendo. Mi hermana tuvo internada a su hija dos años en el Garrahan. La vida nos ha tratado muy mal. Muy mal. La muerte de mi hermano más grande fue durísima, y la de mi padre, que fue repentina, un mazazo... Todas esas cosas, hasta que enterramos a mamá después de una agonía muy larga, fueron para la familia como un gran viaje horrible, una locura. En un momento la vida nos llamó por caja. Pero nos tocaba, loco, nos tocaba...

–¿Un cambio de suerte que saliste a buscar?
–Lo busqué por todos lados. Yo fui a golpear a la caja. En un momento le dije a Dios: “A mí me debés, loco. Vos a mí me la tenés que dar, porque no me podés cagar tanto a palos”. ¿Y por dónde iba a venir? Bueno, llegaron los chicos, que son lo más maravilloso que tengo. Desde ahí, la balanza empezó a pagar. Encontré una mujer maravillosa. Ahora el cuento es otro.

–Ahora hacés reír y vos también reís...
–Olvidate. Se ve que logré entretener a la gente, porque la vida, desde entonces, siempre me trató bien.

Romina, Mariano, Salvador y Osvaldo se divierten en el hotel Howard Johnson, de Alta Gracia. Hasta allí fue Mariano con su familia, para descansar un fin de semana del furor de Carlos Paz. La ciudad queda a sólo 30 kilómetros de la Villa y es conocida porque allí vivió de chico el Che Guevara.

Romina, Mariano, Salvador y Osvaldo se divierten en el hotel Howard Johnson, de Alta Gracia. Hasta allí fue Mariano con su familia, para descansar un fin de semana del furor de Carlos Paz. La ciudad queda a sólo 30 kilómetros de la Villa y es conocida porque allí vivió de chico el Che Guevara.

Con su mujer, Romina Propato, coreógrafa de Stravaganza, juega a bailar. “Lo de Flavio es de otra galaxia, con otra producción. Pero nuestra obra es algo que rompió el molde e inventó un género. Es un caso de éxito muy potente, que van a tener que analizar muchos”, afirma.

Con su mujer, Romina Propato, coreógrafa de Stravaganza, juega a bailar. “Lo de Flavio es de otra galaxia, con otra producción. Pero nuestra obra es algo que rompió el molde e inventó un género. Es un caso de éxito muy potente, que van a tener que analizar muchos”, afirma.

“Siempre fui igual: un enfermito de la información al que le gusta hablar mucho, hacer reír a la gente, ponerse serio cuando corresponde y llorar cuando hay que hacerlo”

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