“Desde chica supe que iba a ser una estrella” – GENTE Online
 

“Desde chica supe que iba a ser una estrella”

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A esta hora, ya pasadas las dos de la madrugada, Mirtha sigue impecable como si estuviera a punto de bajar al salón Libertador del Sheraton, donde recién se celebró la entrega de los Martín Fierro. Juanita aún conserva las joyas que le prestó su abuela para la gala y el vestido de Carolina Herrara, pero camina descalza por la suite de 930 metros cuadrados del piso 23, esa que ocuparon Brad Pitt, Luis Miguel, Bill Clinton… “Antes de subir la invité a Susana, pero no me escuchó”, dice la Señora. “No estaba de buen ánimo, por el accidente de su perra, Rosa”, aclara Teté Coustarot, amiga de las divas. Nacho Viale supervisa todo y aclara que sólo será un par de fotos, porque su abuela está muy cansada. “Dejá, dejá, Nachito, que me quiero sacar una más… Así, tomame este perfil, Christian…”, pide y sujeta su estatua de platino. “¿Será de platino? Me parece que no”, desconfía la flamante propietaria. Llega el champagne y un par de bandejas de plata con riquísimos petit fours salados. La señora recuerda: “Estuve muy angustiada esta semana. Tenía miedo de no ganar nada. Hoy le dije a Marcela: ‘Si no gano nada, me largo a llorar acá mismo’”, cuenta y su hija Marcela agrega: “Menos mal que ganaste el platino, porque no hubiera soportado ese papelón público…”. Todos ríen. El clima no es de euforia, sino de distensión. Mirtha Legrand de Tinayre acaba de ser distinguida con el primer Martín Fierro de Platino de la historia de APTRA, un galardón que lleva su trayectoria a lo más alto del espectáculo nacional. “Lo que más me gusta es que éste es un premio con el voto de la gente… ¡Y no hicimos nada de lobby! Pensé que ganaba Susana, porque los jóvenes la adoran y están más cerca de los medios de comunicación”, revela Mirtha.

–Dígame la verdad: ¿intentó votarse?
–(Piensa y ríe)... La verdad es que intenté llamar, pero era un lío y no pude llegar a la opción del voto. Había gente muy importante, todos ganadores del oro, que no es poca cosa. Este premio no es casualidad. Es un camino que, de alguna manera, construí en estos años.

–Se emocionó mucho…
–Sí, lloraba... Y no lloré más porque me daba vergüenza, pero hubiera roto en llanto. Yo siempre fui con Tinayre a estos eventos, y esta vez me acompañó mi familia, que nunca va. Cuando llegó el momento de la terna, Rottemberg sacó un pañuelo que le regalé cuando falleció Daniel, y todos pusimos las manos juntas, como una cábala. Después lo anunciaron y dijeron mi nombre. A Marcela se le llenaron los ojos de lágrimas. Subí al escenario… Desde arriba veía a Marcelo Tinelli que estaba de pie, con una cara de emoción tremenda.

–¿Sería porque no ganó Susana?
–Ja, ja. No creo. Ese día, Marcelo Hugo estaba muy tierno, pero últimamente lo veo con los ojos tristes. Susana también me miraba de una manera increíble. “Te lo merecés Chiqui, te lo merecés. Le diste la vida a esta profesión”, me dijo al oído.

–¿Le cree a Susana cuando dice que para ella era lo mismo que cualquiera de las dos ganara el Martín Fierro de Platino?
–¡Totalmente! Lo dice de corazón. Yo también sentía lo mismo. Me abrazó con tanto cariño que lo sentí hasta físicamente.

–¿Nunca hubo celos entre ustedes?
–No, no, nunca. Siempre fuimos muy amigas. Ella viene a mis programas desde muy joven, cuando era una actriz en ascenso. Piense que ella hizo La Mary bajo la dirección de Daniel, y desde aquella época –hace ya treinta y cinco años– nos hicimos muy unidas.

–¿Usted es la Oprah Winfrey argentina?
–¡Qué difíciles son las comparaciones! Pero… puede ser. Tal vez una especie de Barbara Walters, que condujo su programa durante unos treinta años. Claro que en los Estados Unidos son millones de personas que ven la televisión…

–Pero a usted también la televisión la convirtió en una mujer poderosa, influyente…
–Es cierto. Yo llamo a un ministro, me anuncio y me atiende. Soy presidenta honoraria del Hospital Fernández, pero la gente cree que soy la dueña. “Me tengo que operar, Mirtha”, me dicen, y yo les consigo una cama. La popularidad te da poder, y el poder hay que saber emplearlo.

MIRTHA POR DENTRO. Ya son las siete de la tarde del viernes. La madrugada de la emoción quedó atrás. Ahora Mirtha nos recibe en su piso de la avenida Libertador, donde el buen gusto, la cultura y los recuerdos personales están presentes en cada detalle. Mientras la esperamos, vemos unas rosas de plata y alpaca talladas por el orfebre Juan Carlos Pallarols, cuadros de Raúl Soldi, Lescano y Rikelme, y un retrato de Cañizares con una Mirtha bellísima, de la época en que filmó La de los ojos color del tiempo (se estrenó el 21 de agosto de 1952).

Hace un par de décadas –“no recuerdo exactamente la fecha”, aclara la diva– Daniel Tinayre aprovechó un viaje de su mujer para sorprenderla. La buscó en Aeroparque y tomó un camino diferente para regresar a su casa. “Chiquita: éste es mi último gesto de amor”, le dijo cuando estacionó en Libertador y Scalabrini Ortíz y subieron al cuarto piso. Mirtha abrió la puerta y recorrió sorprendida los ambientes, su cuarto y el de Tinayre, su vestidor y el camarín que tenía dentro del departamento, con todos sus vestidos, acomodados por colores, estilos y estaciones. “Había comprado esta nueva casa mientras estuve de viaje. Realmente, fue un gesto de amor”, acepta. Aquí la conductora tiene el escritorio con su laptop, donde lee las ediciones on line de los diarios, y un espacio dedicado a las fotos de sus hijos, Marcela y Daniel, sus nietos, Juana, Nacho y Rocco (Gastaldi, de 8 años), y sus bisnietos Ambar (De Benedictis, de 6 años) y Silvestre (Valenzuela, de un año y medio). “Justo el 20 de agosto –el día que obtuvo el platino– era el cumpleaños de mi hijo Dani”, dice y señala el retrato de su hijo –quien murió a los 51 años por un cáncer de páncreas– al lado de un ramo de orquídeas. Para las generaciones nuevas, Mirtha Legrand es un producto de la tele en colores, esa que vemos desde el Mundial 78, aunque a ella le gusta aclarar: “Yo soy un producto del cine”. A los 14 años ya había protagonizado su primera película, Los martes, orquídeas, pero el cambio en su carrera –o en su vida– se dio ocho años más tarde, cuando filmó Pasaporte a Río. Se nota que el joven director Daniel Tinayre ya le había echado el ojo a esa hermosa actriz santafesina para sus filmes, pero también para acompañarlo en la vida. Pasaron casi dos décadas y más de treinta películas hasta que Mirtha se sentó a conducir los almuerzos que, según su cuenta, llevan 42 años, aunque el año pasado APTRA la galardonó por el 40º aniversario.

La señora entra al living cuando todo está listo para la producción fotográfica. Saluda con un “hola” general porque, desde la pandemia de Gripe A, Mirtha no da besos. Y comenta: “En estos días parece que se refundó mi carrera. El reconocimiento te da fuerza para seguir, pero me siento tan plena que en este momento podría retirarme tranquilamente”.

–Usted se define como un producto del cine. ¿Le gustaría que la llamara Campanella para una película?
–Sería fantástico, un broche para mi carrera, pero sólo si me ofrecieran un protagónico. Algo como lo que hicieron China (Zorrilla) en Elsa y Fred o Norma (Aleandro) en Sol de otoño. Juan José Campanella es fantástico, y Marcelo Piñeyro también.

–¿Se arrepiente de algo de lo que hizo en su carrera?
–A veces sí, de algunas cosas, como el día en el que volví a la televisión sólo dos semanas después de la muerte de mi marido. Fue como hacer un duelo público. Es algo que me gustaría que no hubiese ocurrido. A mí me encanta llevarle alegría a la gente. Entonces, hay cosas que no deben salir de las paredes de mi casa.

–Algunos pueden haber pensado que lo hizo especulando…
–Podrían haberlo hecho, pero a la gente, curiosamente, no le molestó. Yo no sé especular. Trato de ser espontánea siempre, sin perder la elegancia. Hoy la gente cuenta todas sus intimidades, sus amoríos, infidelidades, y a veces hasta se llega al mal gusto. ¡No hay necesidad de mostrar tanto!

–Si no me equivoco, son las cosas que usted pregunta en sus almuerzos.
–¡Ah, sí! Pero porque yo soy inquisidora, ja, ja. A mí también me gusta saber, pero hay gente que se resiste. El otro día me di cuenta de que Carla Peterson había roto con su novio. “Sos bruja”, me decía Solita Silveyra. Se lo leí en los ojos.

–¿Le preguntaría a su nieta, Juanita, por su romance con Gastón Gaudio si la tuviera de invitada a los almuerzos ?
–… Seguramente se lo preguntaría… Pero Juana nunca habla de sus cosas. Yo me entero todo por las revistas, y esto fue algo que me sorprendió realmente: ella nunca dijo una palabra.

–¿Fue una mujer muy celosa de su marido? ¿Hubiera soportado una infidelidad?
–Sí, la hubiese soportado. ¿Por qué? Porque Daniel era un hombre que me adoraba y hacía todo por mí. Yo soy una persona celosa, pero nunca le revisé un bolsillo. En ese sentido, siempre nos manejamos muy bien. Además, los hombres son negadores compulsivos: nunca aceptarían una infidelidad.

–Si su marido y su hijo hubiesen seguido a su lado, ¿se habría retirado para disfrutar de la vida?
–No, porque yo no uso mi trabajo como terapia: es una vocación verdadera. Tengo amor por lo que hago y soy muy profesional. La televisión no es fácil, es muy cansadora. El miércoles, después del premio, pensé que podía retirarme, pero no lo dije porque todos iban a reírse. Siempre quise destacarme: desde chiquita tuve claro que quería ser una estrella. En el living del piso que le regaló  Daniel Tinayre. “Lo compró cuando yo me había ido de viaje y pensó cada detalle para sorprenderme. Fue su último gran acto de amor”, cuenta.

En el living del piso que le regaló Daniel Tinayre. “Lo compró cuando yo me había ido de viaje y pensó cada detalle para sorprenderme. Fue su último gran acto de amor”, cuenta.

“Esta semana estuve muy angustiada, con algo en el pecho. Tenía miedo de no ganar nada. Esa noche le dije a Marcela: ‘Si no me llevo ningún premio, me largo a llorar acá mismo’. Al final todo salió bien: fue la noche de Chiqui”

“Esta semana estuve muy angustiada, con algo en el pecho. Tenía miedo de no ganar nada. Esa noche le dije a Marcela: ‘Si no me llevo ningún premio, me largo a llorar acá mismo’. Al final todo salió bien: fue la noche de Chiqui”

“Me gusta saber qué les pasa a mis nietos, pero no quiero ser una abuela fastidiosa. Los veo todos los domingos en la casa que tengo afuera. Me hace feliz estar cerca de ellos. Por eso, le hice una casa a Nacho y otra a Juana”

“Me gusta saber qué les pasa a mis nietos, pero no quiero ser una abuela fastidiosa. Los veo todos los domingos en la casa que tengo afuera. Me hace feliz estar cerca de ellos. Por eso, le hice una casa a Nacho y otra a Juana”

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