“Cuando Kirchner dijo que éramos avaros e insensibles, olvidó que el campo puso de nuevo en marcha al país” – GENTE Online
 

“Cuando Kirchner dijo que éramos avaros e insensibles, olvidó que el campo puso de nuevo en marcha al país”

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Jueves 26, sede de CARBAP, en pleno centro porteño. La vicepresidenta de la entidad que agrupa a productores rurales bonaerenses y pampeanos, Analía Quiroga (46), está tensa y emocionada, todo a la vez. Un día antes, en un acto en Berazategui, el presidente Néstor Kirchner había apuntado a esa entidad y a la Sociedad Rural, que decidieron levantarse de la negociación por el precio de la carne porque el Gobierno no bajó las retenciones a las exportaciones, que en noviembre pasaron del 5 al 15 por ciento. Concretamente, Kirchner –desesperado por frenar la inflación– les pidió que “no sean avaros”. Por la mañana, la respuesta de Quiroga hizo ruido. Dijo: “Lo primero que no tiene el presidente Néstor Kirchner es materia gris, porque si no tendría que tener memoria…”. Por supuesto, el primer enunciado de esa oración fue el título de los cables durante todo el día. CARBAP se disculpó por el exabrupto. Y ahora, Quiroga está allí, sentada frente a un escritorio, mientras juega nerviosa con un atado de cigarrillos rubios. La charla comenzó hace cinco minutos, y una simple pregunta desnuda todos sus miedos.

–¿Cuántas hectáreas tiene en Pellegrini?
–Hmmm… No lo ponga, por favor. Las trabajo con mi marido y mis dos hijos.

–¿Cómo se llaman ellos…?
–(Interrumpe) ¿Sabe qué? Yo no le tengo miedo a nadie… ¡pero que me toquen la familia, ahí me van a conocer! Que se la agarren conmigo. Los nombres prefiero no dárselos.

–¿Tiene miedo de represalias después de lo que dijo?
–Usted sabe quiénes son estos muchachos… Son los de los años ’70. Pero no les tengo miedo. Cuando decidí entrar en esta lucha, lo hice por mis hijos (dice entre lágrimas). Y perdóneme que me emocione, pero cuando le hablo de mis hijos, le hablo de los jóvenes de mi país.

Pellegrini es un pequeño pueblo de seis mil habitantes, a 497 kilómetros de la Capital Federal. El último de la provincia de Buenos Aires, por la ruta 5, antes de adentrarse en La Pampa. A 15 kilómetros está la estancia Don Ricardo, que heredó Horacio –el marido de Analía Quiroga–, de su padre. Sus destinos se cruzaron hace 26 años en Buenos Aires: ella quería ser odontóloga, él volver al campo. Y ahí están ahora, este sábado de clima infernal. Más tranquila, la mujer que desafió al Presidente recibe de jeans, botas y sombrero. Tiene una rica historia, siempre ligada al trabajo. “En las épocas malas hice de todo. Hasta limpié pisos para pagar deudas y levantar esto”, cuenta mirando su campo y sus vacas. En las buenas, y en su pueblo, fundó la Escuela Agrotécnica Nº 1 Amado Bonpland, “para que los jóvenes no se fueran…”. Hija de un ama de casa y un camionero que “en su juventud fue hachero, ahora tiene 79 años y sigue siendo un ejemplo para mí”, y a caballo, muestra sus terneros, le da de tomar leche a uno con una botella de cerveza y cuenta que hacen “ciclo completo: de la vaca y el toro hasta el novillo”. También dice que CARBAP no piensa en un paro, y sí en un diálogo “sin parches”. Un asado que prepara el peón (ella detesta esa palabra, y corrige: “Es mi colaborador”) ya humea.

–¿Estoy, entonces, con un miembro de la “oligarquía vacuna”, como dijo Luis D’Elía?
–No sé si reírme de D’Elía… ¡Es tan obsoleto! ¡Se quedó en el tiempo! Pero muchos piensan desde la General Paz hacia adentro. Yo no conozco a la oligarquía vacuna. Conozco a los productores como yo. Los que tenemos de 100 a 400 hectáreas, que manejamos rodeos de 50 a 500 animales, que trabajamos en familia, que nos puede agarrar la una de la madrugada en una manga para sacarle un ternero a una vaca, porque no podemos darnos el lujo de perderlo aunque llueva, truene o caiga una helada… ¿Y eso es ser oligarca? ¡Por favor!

–Ahora… Le dijo al Presidente que le faltaba “materia gris”. ¿Por qué?
–Eso fue una anécdota. Me disculpé. Punto. Y me encantaría hablarlo mano a mano con él. Lo dije porque me dolieron sus acusaciones. Le quise decir que no tenía memoria. Cuando dijo que éramos avaros e insensibles, Kirchner olvidó que el campo puso de nuevo en marcha al país. ¿Usted sabe cuánto le aportó el campo al Estado? Solamente el sector de granos, que tiene el 20 por ciento de retenciones, más de mil millones de dólares (ver recuadro). ¡Gracias al aporte del campo el Gobierno logró calmar el hambre de los desocupados que no tenían qué comer!

–Pero ustedes, para sentarse a negociar el precio de la carne, ponen como condición que bajen las retenciones.
–Sí. Hasta el 5 por ciento, como estaban hasta diciembre, estamos de acuerdo. Mire, en los ’90, un kilo de carne costaba cuatro pesos, que eran cuatro dólares. Hoy no valen cuatro dólares todos los cortes. Entonces, el problema son los salarios.

–Espere. ¿Usted dice que la carne está en precio pero que la gente gana poco?
–Escuché por radio a una señora decir que en los ’90 pagaba cuatro pesos el kilo de carne. ¡Quisiera saber cuánto ganaba ella entonces! Porque había muchos sueldos de ochocientos pesos, ¡y eran ochocientos dólares!

–¿Una solución para no afectar las exportaciones y abastecer el mercado local podría ser la importación de carne por parte del Gobierno?
–Y… tal vez. Así podremos seguir vendiendo a los mercados extranjeros nuestros cortes hasta recomponer el stock.

–Eso es clave en todo este asunto. ¿Por qué no se recompone el stock y es baja la oferta de carne?
–Porque no es rentable. Llevar un bife a un plato a nosotros nos lleva cuatro años. Llevar soja, seis meses. Rinde mucho más. ¿Y sabe cuánto nos queda después de esos cuatro años? Un peso con ochenta centavos por kilo vivo del animal. De ese “2,40 el kilo vivo” que usted escucha en el Mercado de Liniers, nos queda eso…

–¿Y por qué en el Mercado de Liniers se paga 2,40 y en el mostrador, el kilo de carne cuesta 8 pesos promedio?
–Ah… Esa respuesta no se la puedo dar, porque no pertenezco al resto de la cadena. Ni siquiera somos formadores del precio del Mercado de Liniers.

–¿No sospecha quién se queda con la diferencia, si los frigoríficos o los supermercados?
–Le dije lo que nos queda a nosotros, los productores. Quien pone la carne en el mostrador a ese precio tendrá sus motivos. Pero mire: acá nos quejamos y consumimos 70 kilos por año y por persona. En Brasil, que es el primer exportador mundial, sólo 40. Somos el país que más consume carne. Y nosotros apostamos a seguir siéndolo. Por eso no voy a bajar los brazos, voy a defender al campo argentino, a los productores, los empleados, los transportistas. Si dejamos de pelear, van a hacer desaparecer al campo. Porque yo veo cómo se van cerrando las estancias, cómo llegan los grandes pools y las llenan de soja en vez de vacas, cómo quedan vacíos los caseríos, cómo van desapareciendo las escuelas rurales. Así como hay menos vacas, también los jóvenes se van del campo. Y el pequeño productor es el que aporta a la economía de los pueblos del interior: compra el pan, el combustible, manda a sus hijos a las escuelas. ¡Y el campo argentino “es” el interior!

–Usted debe saber que, para la mayor parte de la gente, los dueños de los campos son señores y señoras que viven muy bien…
–A ver si entendemos. Hasta el fin de la convertibilidad –que no logró Kirchner sino Duhalde, recordemos de paso– usted llegaba acá y veía herramientas obsoletas, alambrados destrozados, no había una organización alimentaria correcta para los animales. Hoy cambió porque el campo, cuando se le permite salir al mundo a competir con un buen precio, lo hace con éxito. ¿Y el productor, qué hace con la plata? No la saca a Suiza o al Uruguay, ¡no señor! Usted no sabe la satisfacción que es tener un alambrado nuevo, un asesor, que estudió, para guiarnos… ¡Comprar un tractor nuevo, a veces, es el sueño de toda una vida, y no todos pueden hacerlo! En eso nos gastamos la plata. La tenemos toda aquí, en el suelo argentino.

Analía Quiroga en su campo de Pellegrini, a 497 kilómetros de la Capital Federal, que trabaja con su marido, sus dos hijos y un ayudante.

Analía Quiroga en su campo de Pellegrini, a 497 kilómetros de la Capital Federal, que trabaja con su marido, sus dos hijos y un ayudante.

A Quiroga no la asusta el trabajo rudo. Aquí sujeta a un ternero para después alimentarlo. Detrás, su marido, Horacio, con quien trabaja el campo desde hace 26 años.

A Quiroga no la asusta el trabajo rudo. Aquí sujeta a un ternero para después alimentarlo. Detrás, su marido, Horacio, con quien trabaja el campo desde hace 26 años.

“<i>No conozco a la oligarquía vacuna. Conozco a los productores como yo, que nos puede agarrar la una de la madrugada en una manga para sacarle un ternero a una vaca, porque no podemos darnos el lujo de perderlo</i>”

No conozco a la oligarquía vacuna. Conozco a los productores como yo, que nos puede agarrar la una de la madrugada en una manga para sacarle un ternero a una vaca, porque no podemos darnos el lujo de perderlo

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