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Con la ayuda de los que me quieren, voy a salir adelante

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De a poquito y sin presiones, Liz Solari (26) va saliendo de la depresión en la que cayó tras la muerte de su novio, Leonardo Verhagen (28), quien sufrió un paro cardíaco mientras dormían juntos. Ya pasaron cincuenta días desde aquel tristísimo domingo 1º de febrero, pero a Liz aún le cuesta sacarse esa imagen de la cabeza. Cada vez que lo recuerda, cuenta lo mismo: “Es difícil olvidar los ojos de Leíto, que estaban blancos; él estaba pálido, muy pálido. Yo todavía no puedo creer lo que pasó, porque la noche anterior estaba todo bien. Habíamos salido, llegamos tarde a la casa de él, tomamos vino, escuchamos música... Estaba todo bien, pero su corazón dijo ‘basta’. Y eso no lo entiendo, todavía me cuesta entenderlo”, repite Liz a sus íntimos.

LOVE STORY. Esta no es la película romántica de los años 70’ escrita por Erich Segal, sino la historia que protagonizaron María Liz Solari y Leonardo Jesús Verhagen. Se conocían desde hacía bastante tiempo: fueron compañeros de trabajo en la agencia de Pancho Dotto. Los dos eran modelos y oriundos de Rosario. El siempre estuvo enamorado de ella, pero Leíto, como ella lo llamaba, lo callaba, porque Liz salía con Diego Balut desde los 19 años.

En los últimos tiempos, Leonardo se había retirado del modelaje y probado suerte como actor, aunque no le había ido demasiado bien. En agosto del 2009 se reencontraron y comenzaron una relación. Ella estaba separada de Diego Balut y enseguida se sintió atraída por su antiguo colega En diciembre pasado, Liz acompañó a Leonardo en la inauguración del complejo Rumah, ubicado en La Florida, una de las zonas más importantes de Rosario y del cual él era socio. El romance ya estaba consolidado, y a ellos se los veía muy felices. El verano los separó: ella se fue a trabajar a Punta del Este, él se quedó atendiendo su boliche. Pero la extrañaba tanto que fue a visitarla al Este y vivieron una semana de amor inolvidable. Y después, cada uno a sus cosas. El, a Rosario. Ella, de mochilera a Europa con sus amigas. Pero siempre estuvieron unidos por mensajes de texto, mails y llamados interminables.

Los dos se querían, estaban felices, porque en el amor y el trabajo todo marchaba muy bien. Ella tenía ofertas para volver a la televisión y a Leonardo le iba muy bien con su bar. El reencuentro, en Rosario, fue la última noche de enero. Comieron y bailaron en Rumah, y a las nueve de la mañana recalaron en el departamento de Leo. “Volvimos a casa, abrimos un vino, pusimos música, subimos a la habitación del primer piso e hicimos el amor. Inmediatamente, cuando terminamos, comenzó a tener convulsiones y cayó al piso. Salí desesperada a la calle en busca de ayuda, pero nadie pudo hacer nada. Fue desesperante verlo morir en mis brazos”, le contó la modelo al inspector de policía que intervino en el caso.

Un día después, el primer lunes de febrero, Liz le dio el último adiós a su novio en Parque Celestial, un cementerio privado de Rosario.

VIDA NUEVA. Después de varias semanas recluida en su ciudad, en la casa de sus padres, muy cerca del Monumento a la Bandera, Liz volvió a Buenos Aires con intenciones de volver a empezar. Sigue muy triste y no puede volver a trabajar. Rechazó dos campañas gráficas muy importantes, una de jeans y otra de zapatos, porque dice que le cuesta sonreír, posar, hacer fotos...

Su manager, Pancho Dotto, recibió una muy buena oferta para que la finalista de Bailando por un sueño 2007 protagonizara el programa Re-creo en vos –también en El Trece–, donde tenía que cantar y bailar, pero la rubia no aceptó (en su lugar estará Emilia Attias).

Su entorno más íntimo asegura que no está en condiciones de trabajar, que necesita más tiempo para volver a la rutina. Mientras tanto, la modelo pasa los días inmersa en la lectura de libros de autoayuda y filosofía oriental. Retomó sus clases de canto y baile y un par de veces por semana practica Pranayama y Kundalini, ejercicios que se basan en técnicas de respiración para relajarse. También medita con unas amigas en la Recoleta, y tres veces por semana, muy temprano, sale a correr por Palermo con su personal trainer, Pablo Benadiba.

A la tarde se mete en su departamento de Las Cañitas y no sale. O muy poco. En estos momentos la acompaña una de sus íntimas amigas, porque Liz no quiere –ni puede– estar sola. Los fines de semana generalmente viaja a Rosario y se queda en la casa de sus padres. “Ni se la ve. No va a ningún lado, y de noche no sale. Sus amigos la visitan y tratan de entretenerla, para que poco a poco retome sus actividades habituales y vuelva a ser la chica que era”, cuenta un vecino de la modelo.

Mientras tanto, Liz evita las notas y sólo dice, a través de cartas y comunicados: “Esta fue la experiencia más difícil que me ha tocado vivir. Sé que la vida continúa, sólo que hoy descubro otras formas de valorar y valorarme. Aún estoy triste, pero con la ayuda de los que me quieren, voy a salir adelante”, dice con infinita pena. Aún no se recuperó del dolor de haber perdido a su novio. Está muy triste, pero sabe que la vida debe continuar. El entrenamiento, dicen, la ayuda a despejar la mente.

Aún no se recuperó del dolor de haber perdido a su novio. Está muy triste, pero sabe que la vida debe continuar. El entrenamiento, dicen, la ayuda a despejar la mente.

Tres veces por semana, Liz sale a correr por Palermo junto a su personal trainer, Pablo Benadiba, y hace ejercicios de elongación y abdominales. Viste ropa holgada, y rara vez se saca los anteojos negros. También practica Pranayama y Kundalini, técnicas de respiración para relajarse.

Tres veces por semana, Liz sale a correr por Palermo junto a su personal trainer, Pablo Benadiba, y hace ejercicios de elongación y abdominales. Viste ropa holgada, y rara vez se saca los anteojos negros. También practica Pranayama y Kundalini, técnicas de respiración para relajarse.

El fin de semana pasado se refugió en la casa de sus padres en Rosario, donde siempre estuvo con amigas. Desde la muerte de Leo, Liz volvió un par de veces a Parque Celestial, donde está enterrado.

El fin de semana pasado se refugió en la casa de sus padres en Rosario, donde siempre estuvo con amigas. Desde la muerte de Leo, Liz volvió un par de veces a Parque Celestial, donde está enterrado.

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