«Como actriz, admiro el trabajo de Oscar. Y como mamá, ni cuento lo orgullosa que estoy…» – GENTE Online
 

"Como actriz, admiro el trabajo de Oscar. Y como mamá, ni cuento lo orgullosa que estoy…"

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Teatro Maipo. Cartelera: La señorita de Tacna, de Mario Vargas Llosa.
Protagonista: Norma Aleandro. Dirección: Oscar Ferrigno (h). Hasta aquí, el
programa de mano. La historia oficial.

Telón. Noche de estreno. Señora despistada pregunta: "Pero este chico Ferrigno,
¿no es el hijo de Norma Aleandro?
". Solícito señor, a su lado, le aclara: "Sí,
es el hijo". La señora lo mira con cara de no entender mucho.

Telón. Mensaje para esa señora y muchos más señores y señoras. Sí. Norma
Aleandro parió, amamantó, crió y educó a ese bebé. Pero ese bebé, a sus 42 años,
la dirige. Porque ese bebé de grandes ojos, cara afilada, barba, etcétera, nieto
de actores (Pedro Aleandro - María Luisa Robledo), hijo de actor y director
(Oscar Ferrigno), pisó tablas -las barrió también- y respiró textos y
escenografías y luces al mismo tiempo en que aprendía las primeras letras. Y
actuó, y dirigió, y de pronto, por primera vez, tuvo el privilegio, la
responsabilidad y la alegría de dirigir a su madre. A su madre, que ya fue la
Mamaé de La señorita de Tacna en el '81 y en el '88, las dos veces dirigida por
Emilio Alfaro. Y ahora y aquí, a las cinco en punto de la tarde, en salita
privada y algo penumbrosa del viejo y hoy tan nuevo y pulcro Maipo, los tengo
juntos. Y pregunto.

-¿Cómo es Oscar dirigiendo?
-Sabe encontrar vueltas de tuerca. Sabe ir dibujando las cosas de a poco.

-¿Con mano dura o con mano blanda?
-Con mano suave, pero firme. Dulcemente, sin dolor, nos va llevando.

-Si pierde la paciencia, ¿puede ser agresivo?
Oscar:
-No, porque como actor no tolero a los directores agresivos, y tampoco lo
era ni los toleraba Emilio Alfaro. Aprendí mucho de él…
Norma:
-Oscar te hace creer en vos más de lo que vos mismo creés. Y así, sin
histeria, llegamos al estreno en tiempo récord y sin diferencias abismales entre
los actores, a pesar de que todos, excepto yo, son nuevos en esta pieza.

-¿Hacerla por tercera vez implica la ausencia de novedad, es territorio
demasiado conocido?
Norma:
-No. Y es raro, porque en general, salvo mi unipersonal Sobre el amor,
que repito cada tanto, no hago obras que ya hice. Sin embargo, mi Mamaé, a
partir de la dirección de Oscar, ha crecido en otras cosas. Su romanticismo es
más alegre, y la pesadilla de reencontrarse con el amante que no fue es más
violenta. Además, hay mucho humor.

-Mamaé es vieja primero, joven después, vieja nuevamente. De veinte a noventa y
pico de años, ¿cómo funciona hoy, respecto de las puestas anteriores, esa
transformación?
Norma:
-Mejor, porque creo que hace dos décadas yo no tenía la edad adecuada
para ese personaje. Y también porque Oscar supo encontrarle otras vetas.

(La charla deriva hacia los méritos del café negro, el feminismo -¡bendito
sea!-, el pretérito encuentro de este periodista con Norma y Oscar Ferrigno
(padre) en un teatro independiente, la nostalgia de los irrepetibles textos de
Tennessee Williams, etcétera.)

-Norma, ¿cómo es ser dirigida por un hijo?
-Como madre e hijo nos llevamos muy bien y nos entendemos. Pero de ahí a ser
dirigida por él…

-¿Era algo muy jugado?
-Sin duda. No podía saber cómo resultaría. Era algo por verse sobre la marcha.

-Pero funcionó…
Oscar:
-Funcionó, entre otras cosas, porque nunca, como director, intenté
someter a un actor. Dirigir no es una cuestión de poder, de mando. A un actor
hay que ayudarlo a dar a luz a su personaje, pero no desde el terror sino desde
la persuasión. ¡Demasiado terror hubo en este país como para trasladarlo al
teatro!
Norma: -Me interesa mucho cómo dirige Oscar.

-¿Lo dice como actriz o como madre?
-Como actriz, admiro mucho el trabajo de Oscar, la seguridad que transmite y el
entramado de su creación. Y como mamá, ni cuento lo orgullosa que estoy…

(Nota: como director, Oscar Ferrigno puso en escena Juegos a la hora de la
siesta, El juguetero, Doña Ramona, y una serie de piezas a cargo de sus alumnos
de teatro. La señorita de Tacna es su cuarta dirección en el circuito
profesional).

-Pero esta vez, en el Maipo: una catedral. ¿Se siente ese salto, Oscar?
-Se siente en el sentido del lujo, del privilegio. Imaginate…
Norma: -Un elenco de primera. Producción de Lino Patalano, que es un mago: le
pedís un elefante violeta, y aparece el elefante violeta. Pudimos hacer ensayos
abiertos, con público: la vieron más de dos mil personas. Y llegamos al estreno
con todo a punto: luces, escenografía, vestuario. Estrenamos sin angustia: rara
avis…

-¿Cómo sucedió tu paso de actor a director?
-No es un paso a ni un abandono de. No existe. Sigo siendo actor y voy a morir
actor, porque es un oficio que adoro. Dirigir es un rasgo de audacia, una
caminata por la cornisa…
Norma: -Y un rasgo de madurez, también.
Oscar: -Además, nací y viví entre actores. No conozco otra cosa. Por eso sé
tratarlos, llevarlos de la mano, convencerlos, y sin malos tratos, porque como
actor fui, a veces, maltratado, y lo detesto. No concibo un teatro hecho sobre
el sufrimiento, como un juego de masacre.

-Hay quien lo ejerce así…
-Sin duda. Pero un actor es como un chico de cuatro, cinco años. Si lo asustás,
obedece, pero con pánico. Y eso no sirve para nada. Si decimos que amamos este
oficio, ¿cómo es posible que lo envenenemos con el miedo? El actor confía en el
director como el paciente en el médico. El médico dice "Hay que operar", y uno
lo acepta: "Opere, doctor".

-¿Dirigís con algún método especial, Oscar?
-Con uno que me atrae mucho: trabajar sobre el error. No hay que negarse al
error: eso se llama soberbia, y no sirve. Si el actor que comete un error es
inteligente y sensible, lo corrige.

-¿Oscar pierde los estribos? ¿Grita? ¿Le gritó alguna vez durante los ensayos?
Norma:
-Si gritara… ¡yo no estaría aquí!
Oscar: -Jamás se me ocurrió gritarle a un actor, ni a un técnico, ni a un
acomodador. A nadie…

-¿Norma es una diva caprichosa o una actriz obediente?
Oscar:
-Cuando le proponés algo inteligente y está de acuerdo, es muy obediente.
Además, como tiene un abanico expresivo asombroso (ductilidad, fineza, todo lo
que se te ocurra), te obliga a ser inteligente…

-¿Cómo fue tu historia teatral, Oscar? De los pañales en adelante, digo.
-Seguí el único camino que sirve. Paso a paso y desde muy abajo. A los nueve
años me acerqué a mi abuelo (Pedro Aleandro) y le dije que quería hacer teatro.
"¿Querés hacer teatro?, me preguntó. "Sí", insistí. "Bueno, empezá ya mismo:
barrelo". Y lo barrí, y vendí entradas, y fui acomodador, armé luces… Después
estudié con Agustín Alezzo, con Franklin Caicedo, con Augusto Fernandes, con
Hugo Urquijo, con Martín Ajdemian, con Sara Quiroga, con Cristina Moreira, y
hasta trabajé en el circo.

-Nada de portación de apellido.
-Nada. Laburo y laburo. Por eso estoy muy orgulloso de mi formación.

Muere la tarde. En dos horas más, Norma repetirá ese juego "que consiste en
jugar a ser otro ante un público que juega a tomarlo por ese otro"
, como creo
que escribió Borges. Desde la última fila, en sombras, Oscar Ferrigno, su hijo,
controlará que el mecanismo del reloj no atrase ni adelante. Y en algún momento,
aunque Norma finja hacer cuarta pared (mirar hacia el público sin verlo, hacia
la pared invisible), atisbará a su hijo, y acaso susurre:

-Qué bueno es que esté allí.
¿Eso será lo que llaman felicidad?

Norma y Oscar en la platea del Maipo. Ella jura que Oscar es un director de mano suave, dulce y firme". Oscar, que Norma "es una actriz obediente, si uno le propone cosas inteligentes".">

Norma y Oscar en la platea del Maipo. Ella jura que Oscar "es un director de mano suave, dulce y firme". Oscar, que Norma "es una actriz obediente, si uno le propone cosas inteligentes".

Norma y Oscar recordando una anécdota graciosa de los días de ensayo.

Norma y Oscar recordando una anécdota graciosa de los días de ensayo.

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