“Carlitos es mi ángel de la guarda” – GENTE Online
 

“Carlitos es mi ángel de la guarda”

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Sale de su habitación y mira, como cada mañana, la foto que tiene colgada en la pared, justo frente a la puerta. Estira la mano y la acaricia, suave, apenas con la yema de los dedos. Camina hasta la cocina y busca una vela blanca. Vuelve sobre sus pasos, recorre el pasillo solitario y enciende la candela frente al marco. “Para vos, hijo querido”, dice aunque nadie la escucha. Hoy, 23 de noviembre, no es un día más. Este domingo soleado y luminoso de 2008, Carlitos, El Chanchito –como lo llamaba su mamá en la intimidad– hubiese cumplido 40 años.

Zulema Yoma sabe que no tiene nada que festejar. No habrá torta ni velas (“¡lo que me costaba que quisiera hacer una reunión, pero siempre lo obligué a soplar las velitas!”, cuenta). Pero sí quiere recordarlo. Como lo hace cada día, sin pausa y sin descanso, desde el 15 de marzo de 1995, cuando Carlitos Menem Junior murió trágicamente al estrellarse con su helicóptero, en un accidente que derivó en una causa que dejó tantas heridas como dudas abiertas.

En el cuarto piso de una torre de Avenida del Libertador, donde vive con Zulemita (36) y su nieto Luca Bertoldi Menem (4), Zulema busca en sus álbumes familiares las fotos con las que quiere homenajear a su hijo. Desde distintos portarretratos, abrazado a sus padres cuando era chiquito, con su mamá y su hermana, hasta vestido de califa, Carlitos sonríe. Ese rincón del living evoca el tiempo feliz, el que se fue.

Zulema trae tres fotos, “que adoro”. Dos en blanco y negro de la primera infancia y una en color, en la que su hijo le está dando un beso. Las mira y no oculta su emoción. Con la voz quebrada, comienza a evocarlo. “¿Qué es lo que más extraño de mi hijo? ¡Tantas cosas! Su presencia, su manera de abrazarme, de llenarme de besos. ¡Era tan cariñoso...! El último día que lo vi… ése lo tengo grabado en la memoria. Pasó a saludarme y a pedirme la bendición como madre, porque iba a correr una carrera en Rosario y eso le tranquilizaba el alma. Lo besé y le dije que se cuidara. Recuerdo su risa, sus gestos, su última mirada…”.

Dice Zulema, bajando la voz, que el último adiós a su hijo fue pasadas las ocho de la mañana. Y que sólo seis horas después un periodista la llamó y le comunicó la noticia. Revive el momento en que Zulemita llegó desesperada al departamento y la abrazó: “Sólo me decía: ‘¡Mamá, mamá, Carlitos…!’. Pero yo supe desde el primer momento que ya estaba muerto. Envolví a mi nena entre mis brazos y le dije: ‘A tu hermano ya lo mataron, hija’. Siempre imaginé que la vida podía ser dura, pero nunca que iba a ser tan dolorosa”.

El silencio es espeso, como si sangrara. A pesar de los años transcurridos, las heridas no han cicatrizado. Zulema habla ahora con tanta fuerza como dolor. “Y ya no lo volví a ver nunca más. Porque, ¿sabés algo, hija? No quise ver a mi hijo muerto en una camilla. Cuando entré al hospital, Menem ya estaba allí. Lo miré a los ojos para que me revelara si todavía estaba vivo. Sólo me dijo: ‘Ya está muerto, ¿querés verlo?’. Llorando me di vuelta y me fui. Le grité: ‘Tengo muchas cosas que hacer antes de ver el nombre de mi hijo en una lápida’. Hoy siento que esa reacción me ayudó a seguir, porque si lo hubiese visto ahí, ya sin vida, no podría estar aquí sentada… Y todavía debo tener muchas fuerzas para estar con Zulemita, que es la mejor hija del mundo, para cuidar a mi nieto Luca, que fue un rayo de luz en medio de tanta oscuridad, y para que se sepa la verdad del atentado. Quiero encontrar la paz, quiero saber qué hicieron con mi hijo”.

La luz entra por los ventanales. El té está servido. Toma un sorbo y se recompone. Dice que su hijo está siempre dentro de ella, como cuando lo gestó. “Es mi angelito de la guarda, siento que me da fuerzas. Era un chico protector, confidente, respetuoso. Siempre le consultábamos antes de tomar una decisión”, confiesa. ¿Puede imaginar cómo sería su hijo hoy?, pregunto casi sin querer hacerlo. Pero ella no duda: “Seríamos una familia más numerosa, completa. Me imagino con más nietos. Todo hubiese sido distinto con su presencia y su protección. Era el hombre de la casa”.

De pronto entran Luca y Zulemita (ver recuadro) que estuvieron nadando en la pileta. Zulema sonríe por primera vez. “Durante años creí que no iba a volver a ver una sonrisa en la cara de mi mami. Sólo volvió a sonreír cuando nació Luca. Fue una bendición para las dos”, cuenta emocionada Zulemita. Es, para “papucho” (como le dicen en la casa), la hora del baño y la comida. Y la abuela es la que se encarga de hacerle un menú balanceado. “Está tan mimado que me reclama cuando recaliento algo. Luca me dice: ‘La abu no calienta nada’. Lo tiene recontra mal criado”, se ríe la mamá de este rubio que el año que viene ya entra al preescolar bilingüe. Zulemita lo carga para bañarlo, porque a las siete y media tiene que estar durmiendo. Esta noche la “abu” no le va a contar un cuento. Y pide disculpas. No hay berrinche. Zulema los sigue con la mirada. “La llegada de Luca fue el regalo más grande de Dios. Nació en el momento oportuno, porque el dolor que me invadía era tan fuerte que sentía que mi corazón ya no podía soportarlo. Y con él volví a ver la luz en mi vida. Dios me bendijo con una hija tan buena que me acompaña y me cuida, y que tiene una fuerza enorme, y con un nieto maravilloso”, confiesa.

Toma de la mesa del living las fotos de Carlitos bebé. No había cumplido un año, estaba regordete y sonreía. Las muestra una vez más, con una mezcla de orgullo y nostalgia. “La muerte de un hijo es como un electro: te queda el corazón como marcando siempre una línea recta. En realidad respirás, pero no estás vivo”. ¿Hay forma de consolar a una madre después de esto? ¿Qué se le puede decir? Se oye el agua de la bañera que corre y la risa de Luca. Entonces señalo el pasillo que da al cuarto de baño, como para encontrar de qué manera seguir. Zulema asiente: “Yo estoy partida a la mitad: en la mitad del electro quieto está Carlitos; en la otra mitad están Zulemita y Luca. Por ellos tengo que seguir viviendo y apuntalarlos. Me necesitan”.

–¿Acaso alguna vez deseó morirse?

Zulema niega, una y otra vez. Y habla de su pilar fundamental. Lo que la mantiene en pie: su fe. “Los que tenemos fe, los musulmanes (y también los católicos) creemos en la vida eterna. En eso pienso. Sé que en la eternidad me voy a reencontrar con Carlitos. Sólo tengo que esperar que pase el tiempo. No quiero morirme, lo haré cuando Dios lo disponga. Todavía tengo obligaciones en esta Tierra, y eso lo saben muy bien mi hija y el almita de Carlitos”.

Reaparece Luca recién bañado. Quiere encender una computadora que no responde. “Si le pego, anda”, anuncia. Hay olor a comida, y se encendió la tele en el canal de dibujos animados. “Yo le traje una flor al tío Carlitos, porque hoy era su cumpleaños”, dice cuando ve las fotos en la mesa.

Zulemita estuvo esta tarde en el cementerio de San Justo. Fue a llevarle flores a su hermano. Su madre se quedó en casa. “Allí no están enterrados los restos de Carlitos”, dice en un susurro para que no la oiga su nieto. Luca quiere saber: “¿Qué hay en los cementerios?”. Zulemita lo sienta sobre su falda. Le explica: “Ahí están los cuerpos de las personas, porque las almas se van con Dios. Uno va a llevarles flores, casi como un símbolo. Porque vos sabés que el tío Carlitos era alérgico a las flores, y me debe estar diciendo de todo desde el Cielo…Pero voy para acompañarlo. Igual vos le trajiste tu flor, y él está contento porque te acordaste y porque nos está protegiendo a todos desde el Cielo”.

Luca da el beso de las buenas noches. Zulemita dice que le es difícil explicarle a su hijo el tema de la muerte de Carlitos: “Es muy chico para hablarle del atentado, pero para él su tío es un ejemplo. Le digo que Dios se lo llevó porque era bueno y para que lo ayude a hacer cosas. Le dibujo la historia como puedo. No quiero que crezca con miedo a la muerte, porque es lo único seguro que todos tenemos. Ya habrá tiempo de contarle otras cosas cuando crezca y pueda entender”, reflexiona. Zulema está callada. Espera que se cierre la puerta de la cocina, para volver a hablar.

“El día del cumpleaños es difícil, pero me golpea más el del atentando: ése es muy bravo. Ahora disfruto a Luquita. Lo veo crecer y me doy cuenta de que el tiempo pasa volando. Y sueño que mi hija sea feliz. Para Zulemita querría una pareja, un buen compañero y que, si Dios quiere, pueda rehacer su vida, ya que todavía es joven”.

En una foto está Menem en familia. La señalo. Zulema sabe cuál es la pregunta y no la espera: “Conversamos poco, lo necesario. El está con su problemita de salud. Le gusta ver mucha tele, pero no se siente del todo bien. El otro día leí el fax que envió a los medios por el tema de los atentados. Y me llamó la atención este párrafo... ¿Querés que te lo lea, hija? Dice: ‘…aquí el acto alevoso y criminal ha sido, junto con una insoportable pérdida personal, una de las tragedias más dolorosas que debí padecer en mi vida. Estas imputaciones tienen la gravedad moral de sumar infamia a ese dolor’. Me quedé sorprendida: era la primera vez que Menem relacionaba los atentados con la muerte de Carlitos”.

–¿Y no le preguntó?
–No, no le pregunté nada.

–¿Por qué?
–No sé. Es como si estuviera esperando que él me siente y me diga toda la verdad. Son tantas las respuestas que necesito…

–Dígame una sola.
–¿Por qué a él? ¿Por qué tan joven se fue de este mundo?... Tantas. Pero, esas respuestas no están en este mundo. Sólo las sabe Dios. Ya oscureció. Alguien encendió la luz del living. La casa está otra vez en silencio. Zulema Yoma tiene ahora en sus manos las agendas de su hijo: “Regalamos casi todo. Zulemita sólo se guardó alguno de los buzos antiflama con los que corría. Yo me quedé con sus agendas, porque es una forma de tener su almita, de tenerlo vivo conmigo, de mantener su presencia, de recordar el día que se fue”.

Me acompaña hasta la puerta y recuerda que el lunes 6 de octubre, luego de pedir durante meses una audiencia, se reunió en Olivos con Cristina Kirchner. Dice que fue una charla de madre a madre. Que la Presidenta la trató “con afecto” y le prometió ayuda para reabrir la investigación judicial que Zulema reclama ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, ya que el juez Carlos Villafuerte Russo, que llevaba la causa, la archivó por considerar que se trató de un accidente. “La Presidenta me prometió que antes de fin de año habrá novedades. En sus ojos vi que decía la verdad, pero yo sigo esperando”. Se despide. Guarda las fotos elegidas en un sobre. Y dice, mientras se cierra la puerta del ascensor: “Saber por qué murió mi hijo es una lucha sagrada. Sólo así voy a poder llorar en paz”. Juntos en la Quinta de Olivos. “El admiraba a su padre, pero no quería ser político. La política le daba asco”, recuerda.

Juntos en la Quinta de Olivos. “El admiraba a su padre, pero no quería ser político. La política le daba asco”, recuerda.

“El regalo más grande que me hizo Dios fue la llegada de Luca. Nació en el momento oportuno, porque el dolor que me invadía era tan fuerte que sentía que mi corazón ya no podía soportarlo. Con él volví a ver una luz en mi vida”

“El regalo más grande que me hizo Dios fue la llegada de Luca. Nació en el momento oportuno, porque el dolor que me invadía era tan fuerte que sentía que mi corazón ya no podía soportarlo. Con él volví a ver una luz en mi vida”

Pasado el mediodía del domingo 23, Zulemita fue hasta el cementerio de San Justo para orar y dejar una rosa roja en la tumba de Carlitos.

Pasado el mediodía del domingo 23, Zulemita fue hasta el cementerio de San Justo para orar y dejar una rosa roja en la tumba de Carlitos.

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