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Canción para los días de la vida

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Una de las tantas canciones de Spinetta que se mencionaron durante los últimos días para evocarlo dice “la soledad es un amigo que no está”, y fue grabada cuando tenía apenas 18 años. No había manera de imaginar que se convertiría en su primer éxito y sonaría en el inconsciente colectivo de varias generaciones a partir del tristísimo miércoles 8 de febrero de 2012, cuando la noticia de su muerte conmocionó a un país entero, que corrió a abrazar sus discos en busca del refugio de una canción querida, una melodía sanadora y una sensación reconfortante.

EL PIONERO. Aquel Tema de Pototo, que insólitamente alcanzó primero la popularidad con una versión de Leonardo Favio, fue inspirado en la supuesta muerte de un amigo, Mario D’Alessandro. La noticia luego no resultó cierta, pero la canción quedó plasmada para siempre en el histórico primer álbum del grupo Almendra, aquel de la tapa del payaso triste con una sopapa pegada en la cabeza, un dibujo realizado por el propio Luis Alberto Spinetta y que la discográfica “perdió” porque no le gustaba. Pero hizo otra inmediatamente y tuvieron que imprimirla. Eran épocas de una verdadera explosión de creatividad, un vendaval de ideas, colores y originalidad compartida junto al grupo de amigos que conocía desde su más temprana adolescencia, que también cantaban, tocaban y componían: Rodolfo García, Emilio Del Guercio y Edelmiro Molinari.

Unos meses antes, en agosto de 1968, la efímera revista juvenil Pinap había publicado que “Almendra se llama el conjunto que seguramente se va a convertir en la sensación de la próxima primavera, y el capo del grupo está destinado a ser una especie de prolífico Lennon argentino”. Imposible encontrar un comentario más profético para alguien que a los cuatro años de edad ya animaba las fiestas familiares imitando a cantantes con una escoba en la mano. Su padre, Luis Santiago Spinetta, había sido cantante y muchos años después aportó una letra para un célebre disco de Invisible, Durazno sangrando. La familia se completaba con una hermana mayor llamada Ana María, que luego tuvo que convivir con el mito popular de ser la protagonista del hit Ana no duerme, y un hermano menor, Gustavo, que tocó la batería en otro álbum histórico, Artaud.

Por entonces, Luis Alberto Spinetta vivía en la casa de sus padres, en la calle Arribeños, entre Congreso y Quesada, un barrio que más adelante daría título a otro de sus grandes discos, Bajo Belgrano. Era un caserón antiguo, con una habitación en desuso que en aquel fin de la década del sesenta se convirtió en sala de ensayos y cuartel central de los primeros conjuntos de rock que integró, con compañeros del colegio San Román y nombres como Los Larkins, Los Masters y Los Mods. Su amor por la música sólo era comparable a su pasión por el dibujo, que durante toda su vida tuvo como idea recurrente los perfiles de autos deportivos y las caras de seres fantasmagóricos.
Almendra, aquella primer muestra del ADN de un poeta y creador único, duró poco, como una estrella fugaz, pero tanto el debut como el álbum doble de 1970 siguen siendo tan fundamentales como cualquier obra clave del rock internacional. Hasta intentaron hacer una ópera rock, pero el esfuerzo de hacer tantos shows en vivo los desgastó, aunque ya habían llegado a comprar equipos importados, gentileza de un amigo que había cobrado una enorme herencia.

En uno de los últimos números de Pinap, Luis Alberto decía: “Me gusta absolutamente todo, y me disgustan los uniformes, la insinceridad y la castidad. Mi meta es el infinito y pienso que la ciudad sería linda si no tuviera domingos”. Ya estaba a punto de cumplir 20 años, era joven y no quería quedarse en el pasado. Se dio el gusto de experimentar la libertad y viajar por Brasil, Estados Unidos y Europa durante siete meses. “Fue un viaje tipo poeta negro –le contó al periodista y escritor Eduardo Berti para el libro Crónica e iluminaciones–, porque me fui con dos chicas con las que tenía una relación libre: una vietnamita y una francesa, bastante locas ellas”.

BANDAS ETERNAS. Al volver a Buenos Aires, Spinetta estableció un hito tras otro. Primero, Pescado Rabioso, que tuvo una antológica aparición en la película Hasta que salga el sol (B.A. Rock), con Luis subiendo al escenario con una absurda y surrealista baliza de Robertone pegada a la espalda a modo de patrullero, y donde también hizo un sketch condenatorio de la violencia de la época desde el humor, encarando a un francotirador. Luego barajó y dio de vuelta las cartas para la despedida de Pescado, en lo que esencialmente fue un trabajo solista, Artaud. Corría 1973 y su nombre ya era una leyenda, que provocaba admiración y un silencio reverencial en los recitales. Era el gran poeta, el iluminado, un baluarte del aún joven rock argentino. Sin miedo a dar un paso atrás, regresó al formato de trío para dar forma a Invisible, que en tres años hizo tres discos y tocó en lugares como el Luna Park, donde un disfrazado Miguel Grinberg solía subir al escenario para un instrumental titulado Tema de Elmo Lesto. El cierre fue El jardín de los presentes, con un acercamiento a la música ciudadana, retomando otra senda que había iniciado junto a Almendra, ahora con un bandoneonista y guitarrista de Piazzolla, que realzaron el lirismo de temas como Las golondrinas de Plaza de Mayo.

Antes de cumplir 30 años de edad, este “Capitán Beto” decidió perfeccionar su faceta musical y se impuso nuevos desafíos, al reunir a músicos de jazz para la llamada Banda Spinetta, su primer coqueteo concreto con el jazz-rock y el virtuosismo, una característica de todas sus grabaciones posteriores. Por entonces ya había llegado su primer hijo, Dante (hoy 34), que tuvo por padrino a Guillermo Vilas, tan admirador de su música y poesía que le ayudó a conseguir un contrato para hacer un álbum en Estados Unidos, con la presencia de sesionistas de primera línea y distribución por todas las disquerías americanas, llamado Only Love Can Sustain, que incluía un tema con letra del propio tenista. Luego nacieron Catarina (hoy 32), Valentino (hoy 31) y finalmente Vera (hoy 21), la más pequeña, ya en el año ’91. Todos ellos con la misma mujer, Patricia Salazar. Atrás habían quedado novias de juventud como Cristina Bustamante, que inspiró la letra de Muchacha (ojos de papel) y más adelante vendría el mediático romance con Carolina Peleritti. Pero más allá de este breve encuentro con los paparazzi, siempre fue un hombre discreto y reservado, apenas uniéndose en público con sus hijos en encuentros musicales como el grupo Pechugo, que se sumó para hacer rap en el tema El mono tremendo.

Después de aquel pasteurizado disco Made in USA armó la reunión de Almendra junto a su flamante manager Alberto Ohanian, un admirador que lo venía asesorando como abogado y que ahora se embarcaba en organizar una gira nacional, la grabación de un disco en Los Angeles y la realización de un álbum y película en vivo en Obras. En paralelo llegó Spinetta Jade, su nueva agrupación, con la cual se inauguró Obras como estadio para el rock, dejando en las bateas un total de cuatro placas y un legendario encuentro con Seru Girán en 1980, donde ambas bandas compartieron un par de canciones. A su vez, también se coló un momento solista acústico (Kamikaze) y otro eléctrico (Mondo di cromo), que sentaron las bases para el definitivo despegue como solista, a partir de Privé en 1986, aunque se dio otro tremendo gusto al hacer La la la con Fito Páez.

REZO POR VOS. En el final de los años ochenta, Luis Alberto aún no había cumplido 40 años y seguía siendo un faro para todo compositor de rock. Su estilo único e incomparable era difícil de imitar, pero no dejaba de ser una referencia para el variado universo musical. Y a pesar del inconcluso proyecto con Charly García (del cual sólo asomaron canciones como Rezo por vos, Una sola cosa y La pelícana y el androide), más adelante volvió a formar un grupo: el trío Los Socios del Desierto, que debutó en 1997, tras haberse llamado a silencio discográfico hasta no conseguir un contrato con los términos económicos que pretendía.

La década del 2000 dejó más clásicos en el camino, con elaborados artes de tapa como el último Un mañana y la monumental caja con sus bandas eternas. Es justamente este trabajo el que deja un impresionante cierre a su obra, con la grabación en vivo de un inolvidable concierto de seis horas en el estadio de Vélez, donde reunió a Almendra, Pescado Rabioso, Invisible, Spinetta Jade y pasajes solistas, además de invitados especiales como Fito Páez, Charly García, Gustavo Cerati y Ricardo Mollo. Aunque muchos crean que fue una despedida premeditada, aún no sabía de su enfermedad. El legado ahora es doblemente emotivo, a la vez que deja testimonio de una vida a pleno, dedicada por completo al arte y a las causas humanitarias, siempre en busca de la canción perfecta. Aunque él, quizás sin reconocerlo, la consiguió en decenas de oportunidades, y ahí permanecen vivas para siempre toda su poesía y toda su música. Spinetta en los años 80’, en la plenitud de sus 30, con su guitarra en un concierto de Jade. Y a los dos años con un bambi, foto que ilustró el sobre de su disco Pescado 2.

Spinetta en los años 80’, en la plenitud de sus 30, con su guitarra en un concierto de Jade. Y a los dos años con un bambi, foto que ilustró el sobre de su disco Pescado 2.

En su casa, con la casaca de la Selección, la pelota y la guitarra. Spinetta (al igual que sus hijos) era hincha de River.

En su casa, con la casaca de la Selección, la pelota y la guitarra. Spinetta (al igual que sus hijos) era hincha de River.

La guitarra, la voz, el escenario. El recuerdo de uno de los músicos más representativos de nuestro país de todos los tiempos. Su música lo hace inmortal.

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