“Aunque no me crean, nunca le pagué a una mujer por sexo” – GENTE Online
 

“Aunque no me crean, nunca le pagué a una mujer por sexo”

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Mientras los máximos líderes mundiales seguían con atención las elecciones en Estados Unidos, que ese 4 de noviembre consagrarían al primer presidente negro de su historia, Silvio Berlusconi, a sus vigorosos 72 años, prefería acostarse con una prostituta... o con varias. La mujer, de 42 años, se llama Patricia D’Addario, aunque cuando estaba de servicio se hacía llamar Alessia. Por su parte, al primer ministro italiano le gusta que le digan “papi”. Así se lo hacía saber a cada una de las escorts (prostitutas de lujo) que acudían a su mansión Villa Certosa, en la isla de Cerdeña, o bien al Palazzo Grazioli, su residencia en Roma. “Tienes que ir al Palacio”, le avisaron a Patrizia, “el primer ministro te quiere a ti”. Ella, impactada, vislumbró la gran oportunidad. En la última década su vida se había transformado dramáticamente. Padeció el suicidio de su padre (quien la maltrataba), ahogado en deudas tras un negocio inmobiliario fallido. Murió su hermano. Su marido la dejó con una hija a cuestas. Y después de vincularse con un hombre que se dedicaba a prostituir mujeres, Patrizia se convirtió en una escort. “Voy a juntar el dinero para realizar el proyecto de papá”, le prometió a su madre.

Cuando recibió la llamada para concurrir al palacio romano, le contaron los pormenores del asunto: tenía reservado alojamiento (hotel De Russie, un cinco estrellas a puro lujo), auto con chofer y cachet con un piso de 500 euros. Sería una fiesta multitudinaria (en chicas), bien al estilo Berlusconi, con el consabido menú de pizza con champagne que es su marca registrada. D’Addario ya conocía el Palazzo Grazioli: el mes anterior, en otra fiesta junto a una veintena de hermosas mujeres, ya había impresionado al Cavaliere. Aquella vez le pagaron mil euros, pero no pasó por la alcoba. Ahora podía jugar con el deseo del primer ministro: pidió 2.000 euros. Le dijeron que sí. Se puso un vestido de Versace y viajó a Roma, convencida de que su destino podía cambiar… No se equivocó.

La historia, reconstruida así como se lee, la contó la propia D’Addario. Es apenas el prolegómeno de la ya famosa velada entre ella y Berlusconi, de la cual surgieron grabaciones (de audio y video) que impulsan el escándalo del momento. Es el llamado Barigate, el juicio que investiga al empresario –y amigo del primer ministro– Gianpaolo Tarantini, acusado de corrupción e inducción a la prostitución. El testimonio de D’Addario dejó en evidencia las orgías de Berlusconi, ahora llamado “sultán del harén”. Sería Tarantini el nexo entre Berlusconi y las chicas, algo así como el organizador y reclutador de bellezas. A cambio, el empresario (se dedica a los materiales sanitarios) recibiría favores y guiños de las altas esferas para obtener licitaciones.

Mientras, Berlusconi trata de capear el temporal. Desde que se conocieron sus secretos de alcoba, su popularidad cayó al 49 por ciento, la cifra más baja desde su asunción. “No soy un santo”, salió a decir, todavía golpeado por el pedido de divorcio que le radicó su esposa, Verónica Lario, en mayo pasado. Eran tiempos tormentosos por la aparición en escena de Noemi Letizia, una menor que frecuentaba el entorno del político, primera piedra en esta novela. Lo peor estaba por venir.
–Me voy a duchar yo también. ¿Si terminas primero, me esperas en la cama grande? –dice Berlusconi.
–¿Cuál cama grande? ¿La de Putin? –pregunta D’Addario.
–Sí, la de Putin. –¡Uy, qué lindo! ¡La de las cortinas!
En “la de Putin”, entonces, Il Cavaliere y Patrizia tuvieron tiempo para retozar a gusto aquel 4 de noviembre. La cama habría sido un regalo del primer ministro ruso, un lecho enorme decorado con finas cortinas. No sólo hubo sexo: también charlaron sobre la vida. D’Addario le contó su sueño inconcluso: “Me estoy ocupando de una inversión inmobiliaria, pero me va mal. Estoy sola, se me hace difícil...”, le confió. Berlusconi, atento, le prometió ayuda económica. D’Addario le creyó. Pero por las dudas, utilizó su arma secreta: el grabador. Ningún miembro de la custodia la había revisado al ingresar a la residencia.

Enseguida vio casi la misma escenografía y libreto de su primera visita, un par de semanas atrás. Un Berlusconi elegante y muy maquillado (“cuando se reía se le veían todas las arrugas”, contó) las llenaba de atenciones al recibirlas, mientras por ahí merodeaba Frufrú, el perrito que le había regalado el matrimonio Bush. En todas las fiestas sobraban chicas, claro, y algunos aventuran que no faltaba la cocaína. Berlusconi les proyectaba videos de sus encuentros con mandatarios, cantaba a coro la autorreferencial canción Menos mal que tenemos a Silvio, y danzaba sin pudor. En un momento se dijo que al menos tres argentinas habían pasado por el Palazzo: se nombró a Lola Ponce (reconoció haber cantado gratis para el político, pero se despegó de cualquier “fiesta”, y a la modelo Belén Rodríguez, ambas muy famosos en Italia.

“En mi primera visita bailamos My way muy pegados”, contó Patrizia. Después venía una etapa muy esperada por el Cavaliere: la repartija de regalos. En los medios, alguna recordó las andanzas en la última Navidad: las chicas, vestidas de Papá Noel, le habían sacado más de una sonrisa al primer ministro. Claro que sólo una (y a veces dos al mismo tiempo) llegaban hasta la alcoba. Esa noche, nadie le pudo sacar el puesto a Patrizia. “¿Sabes hace cuánto que no tengo sexo como el que tuve contigo esta noche? Muchos meses, desde que dejé a mi hombre... ¿Es normal?”, le pregunta D’Addario, según otra grabación. La que sería la voz de Berlusconi, le contesta: “Tú tienes que practicar el sexo sola... Tocarte con cierta frecuencia”. Eso fue todo lo que Patrizia se llevó del palacio: un consejo. Porque jamás le pagaron.
–¿Y…? ¿Cómo te fue? –le pregunta Tarantini al día siguiente, en otra de las escuchas registradas por Patricia.
–Bien, pero no me dio ningún sobre… –responde ella.
–¿De verdad?
–Te juro. Me habías dicho que habría un sobre. Sólo me dio un regalito, una tortuguita…
–Ajá…
–Y luego me hizo una promesa...
–¿Qué promesa?
–Que… bueno, como eres el guardián de todo, te lo puedo contar: me dijo que me enviaría gente a la obra. ¿Tengo que creerle?
Patrizia, quedó dicho, le creyó. Ese mismo día, horas antes de partir hacia Rusia, Berlusconi la llamó al celular. Se dejaron besos. Y promesas de verse pronto. Ella esperó. Pasaron unos meses y le propusieron presentarse como candidata en las elecciones municipales de Bari, aliada con el PDL de Berlusconi. El domingo 31 de mayo, una semana antes de los comicios, Berlusconi viajó a Bari, donde brindó una conferencia de prensa en el hotel Palace. Patricia –ese día fotografiada muy cerca del Cavaliere– quiso entrar al lugar y los custodios no la dejaron. Cansada de promesas vanas, resolvió patear el tablero y contar todo ante la Justicia. Al mismo tiempo, asaltaban su casa en busca de quién sabe qué. Y a los pocos días, una de las amigas que acompañaron a D’Addario en sus excursiones al palacio y testigo clave del juicio, Barbara Montereale, veía cómo su auto se consumía en un sugestivo incendio...

“Nunca le pagué a una mujer por sexo”, asegura Berlusconi, cuya imagen, envuelta en una maraña de mentiras, se debilita día a día. Las escuchas no sólo revelaron secretos sexuales. Lo más curioso fue escuchar al Cavaliere contarle a Patrizia que, bajo su residencia de Cerdeña, encontró 30 tumbas fenicias, que datan de 300 años antes de Cristo. Y mientras la oposición despotrica contra él por mantener guardado un secreto tan importante, los estudiosos recuerdan que el escrito más antiguo de la Humanidad es, justamente, un texto en fenicio hallado en una tumba. Se trata de la última morada del rey Ahiram de Biblos (siglo X a.C.), en cuyo sarcófago quedó inscripta la siguiente maldición: “Si un rey entre reyes, un gobernador entre gobernadores o un general atacara Biblos y profanara este sarcófago, se deshoje el báculo de su poder, se derrumbe su trono y huya la calma de Biblos”. ¿Una señal acaso?
Por las dudas, cuidado con las cosas que desentierra, don Silvio. Alessia es el nombre “de guerra” de Patrizia. Berlusconi, por su parte, prefiere que en sus ya famosas fiestas las chicas lo llamen… simplemente “papi”.

Alessia es el nombre “de guerra” de Patrizia. Berlusconi, por su parte, prefiere que en sus ya famosas fiestas las chicas lo llamen… simplemente “papi”.

Desde que se hizo público su encuentro íntimo con Berlusconi, diversos medios europeos comenzaron a publicar imágenes de Patrizia D’Addario. La escort vendió una producción exclusiva y una entrevista a la revista española Interviú en 32.000 euros.

Desde que se hizo público su encuentro íntimo con Berlusconi, diversos medios europeos comenzaron a publicar imágenes de Patrizia D’Addario. La escort vendió una producción exclusiva y una entrevista a la revista española Interviú en 32.000 euros.

La única foto de los dos juntos que se conoce hasta el momento se registró el 31 de mayo, en un viaje del premier a Bari, días antes de las elecciones municipales en las que D’Addario iba a presentarse como candidata, alentada por el propio Berlusconi.

La única foto de los dos juntos que se conoce hasta el momento se registró el 31 de mayo, en un viaje del premier a Bari, días antes de las elecciones municipales en las que D’Addario iba a presentarse como candidata, alentada por el propio Berlusconi.

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